En la base de operaciones ultrasecreta de los necromitas, el Triumvirato del Tuétano conformado por los siniestros nigromantes que habían asaltado la mansión Daigneault —con desilusionantes resultados, por cierto— celebraba un Concilio Siniestro de emergencia…
—Subestimamos el poder del Cuervo Demonio —aseveró el hermano Glotis con su voz de ultratumba, las pústulas estallando en su cuello afectado por una mórbida variante del bozo.
—También la intervención de los agentes del Gremio de Ladrones —terció el hermano Escafoides reprimiendo un obsceno y lujurioso impulso recordando a la vil ladronzuela que les birló el Vermis; impulso, por qué no decirlo, muy contrario al credo de Myrkul.
—Confieso que el fracaso de Lord Bauer me resulta molesto —dijo el Hermano Reverendo Esternón sumido en una profunda y lóbrega depresión—. Invertimos muchos puntos de ejército en ese bastardo y en su escuadra de élite. ¡Tumefactos hipoglúcidos! ¡Maldigo los cambios de edición!
» Gav Thorpe… Iré a por tiiiii…
Los hermanos Glotis y Escafoides intercambiaron una mirada cómplice.
—Queridísimo hermano reverendo, acompañadnos, si os place. Tenemos una… sorpresa para vos.
—¿Qué tramáis, cetrinos? —inquirió con suspicacia el hermano reverendo Esternón mientras seguía cabizbajo a sus adláteres por los corredores de la mazmorra, aún pensando en lo cerca que había tenido que hincar sus purulentas zarpas sobre la cubierta del Vermis.
El hermano Glotis rio, siniestro.
El hermano Escafoides rio, estridente.
Abrieron la puerta de la habitación secreta, una pequeña cámara ritual con una mesa de autopsias barra rituales poco higiénicos en su centro.
Sobre la mesa, un cadáver.
Nada inusual, pensó el hermano reverendo Esternón, algo decepcionado.
Entonces, aguijoneado por la curiosidad, observó con atención.
El cadáver estaba cubierto por una mortaja ensangrentada que no acertaba a cubrirle por completo el rostro.
—Hermano… Tenemos un nuevo campeón —desveló el hermano Glotis, hinchado de gases venenosos y una cantidad poco saludable de grasa, pero también de orgullo por el avieso ardid, muy Myrkul Style.
El hermano reverendo Esternón no podía creerlo, pero reconocía a esa pedazo de biiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiitch.
El cabello albino.
La cruz invertida en su frente.
Sangre coagulada regando su rostro.
Unos ojos muertos, presas de un sueño eterno.
—Y bajo eones extraños… —recita el hermano reverendo, una risa sardónica escapando de sus labios.
—…La misma Muerte puede morir —recitan a coro los tres nigromantes.
Los ojos de V se abrieron.
Y la cámara… Se fundió en negro.