Partida Rol por web

El ciclo de la Puerta de Baldur

VIII. Escena ultrasecreta

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02/09/2025, 20:45
Narrador

Lynda caminaba bajo una intensa tormenta de ceniza, sus pasos hundiéndola más y más en una densa madeja de maloliente niebla que no parecía conducir hacia ninguna parte. Eso, al menos, fue hasta que la refulgiente tipología de un cartel la alertó de que había llegado a alguna parte.

Y no era un lugar agradable.

Se detuvo un instante, en parte para reflexionar, pero en buena parte también porque tenía la incómoda sensación de que la bruma industrial, ese hediondo manto de polución que velaba el cielo y rugía atronador en el horizonte, la estaba cercando, cerrándole la retaguardia, empujándola hacia ese lugar llamado…

UNDERTOW.

La «N» parecía no funcionar.

Se sentía mal. No debería estar andando. De hecho, no debería estar respirando. De hecho, debería estar hablando con La Muerte… ¡Diablos! ¡Se lo habían prometido! ¡Lo estipulaba bien claro el reglamento! Ella no quería que fuese a recoger su alma ese tunante de Escrófula. Ella quería un servicio Premium Deluxe. Era una autora de éxito —relativo—. ¡Merecía la audiencia con La Muerte!

Se preguntó por qué no se rebelaba como un personaje literario que se subleva contra su creador. La respuesta le fue esquiva, como el por qué la habían traicionado las suyas después de todos los esfuerzos que había hecho por ayudarlas, por servirles como nexo de unión, alma creativa y fundadora oficial de las Cat Queens.

No recordaba su muerte.

Mejor dicho: no podía recordar cómo había llegado hasta ahí.

Eso la turbaba hasta socavar su alma, pero no más que el recuerdo de Manon cortándole en la parte trasera del pie, a traición, dejándola a merced de aquella aberración córvida autodenominada El Animal de Medianoche.

Un momento: ¿Eso era canon?

Dudas. Dudas existenciales por doquier.

No supo si fueron las luces o si fue la música, pero el UNDERTOW, un antro que olía a azufre y a fuego valyrio en una noche de sexo desenfrenado rebozado en anfetamintas, captó su atención lo suficiente como para arriesgarse a remojar el gaznate en algo que pudiera utilizarse como combustible de alto octanaje.

El barman del tugurio se hacía llamar Poeta y, por extraño que parezca, le sirvió un cóctel con un nombre que heló su sangre.

—Aquí todos los que sembraron su infierno particular en vida tienen su propio cóctel, preciosa —explicó como quien adoctrina a un púber sobre los fundamentos del baloncesto—. Supongo que ahora te toca darme los ingredientes de mi próxima obra maestra… El Lynda Fendalyn. Ju.

—Hola, cielo. ¿Tiempos difíciles? —dijo un ser de pesadilla rozándole el hombro con sus largas y afiladas uñ… garras. Eso eran unas garras espantosas, sí.

No tenía cara. Y si la tenía, la ocultaba tras una máscara de cuero Negro SadomasoquistaTM, sin hueco para los ojos. Una sonrisa bestial con extra de colmillos, algunos retorcidos. Cuatro astas. Afiladísimas.

Y la voz de oro de Tim Curry.

—Cierto diablillo me ha dicho que no se te da mal escribir, ¿Hm? Novelas de ese género infecto que ahora llaman «ROMANTASY.» Bien, te vomitaría encima, pero El Poeta no tiene toallitas en los aseos.

—De hecho, Sire, no tengo aseos.

—De hecho, no tiene aseos, según confiesa. Espera, pausa. ¿No tienes aseos, Poeta?

—No, mi señor. Considerando a la clientela, son un lujo innecesario.

—¿Y qué haces con las almas que tienes ahorradas?

—Las gasto en súcubos e infernomiel del Cráter de Dresde. Todas lo demás, las malgasto.

—Un razonamiento interesante… Ahem. Bien, ¿por dónde iba? Ah, sí. Vomitarte encima, claro. Reconozco que es un pensamiento excitante. Pareces una alegre chica de vida disoluta sin muchas amistades por aquí, así que, escucha mi propuesta… Heed my Voice…

»  ¿Y si te pasas al género de la Fantasía Oscura? Conozco a un apuesto editor que estaría encantado de ofrecerte un jugoso contrato por una trilogía de novelas que podría titularse… «Cómo vengarte de las zorras de tus mejores amigas.»

El demonio apartó un mechón de cabello rizado de la puntiaguda oreja de Lynda.

Su aliento corrupto resultaba extrañamente embelesante.

—Tentador, ¿verdad?

El Poeta se inclinó sobre la mesa, una sonrisa sardónica en su afilado rostro lleno de costras.

—Preciosa, una no dice que no a Lord Klythus.