Un grimorio titulado en lengua no muerta, un molesto y pestilente hedor a corrupción en una subasta en Aguasprofundas, la sombra de los necromitas de Myrkul anegándolo todo y un astuto y longevo gnomo al que Talina le había echado el ojo…
Este caso, en jerga grimboiled, era una mierda muy seria y V tenía indicios más que suficientes para sospechar que todo el asunto relativo al Vermiis Misteriis iba a resultar de sumo interés para la Hermana Comandante Meredith Kane.
Y más aún… de sumo interés para la Hermana Sanguina Mary La Roja.
Hacía varias lunas que no se cobijaba bajo el manto carmesí de su alter ego. La pulsión de la caza la mantenía en un permanente estado de inquietud, ansiosa e irascible. Se refugiaba en silenciosa meditación en los salmos del Código de Hierro para mantenerse centrada y vigilante, pero el inmenso lodazal que estaba resultando la Puerta de Baldur la estaba enloqueciendo poco a poco.
Ladrones, rameras, asesinos, mercenarios, prostitutas, mediopensionistas, falsos clérigos, profesionales de la extorsión, putas, sectas, corrupción urbanística, vertidos no autorizados en el Chiontar, drogas —blandas y duras—, meretrices, sexo sin protección y polución acústica desmedida solo eran algunos de los males que atenazaban sus sentidos divinos.
Luego estaban las Cat Queens…
No tenía muy claro qué hacía con ellas, pero sabía que, por el momento, podían serle de utilidad en su cruzada. Aunque debía confesarse que ese romance mal disimulado entre Talina y el señor Doomvault le resultaba… estomagante.
Reprimió las náuseas que la asaltaron imaginando a la mediana y al gnomo entrelazados en una compleja pose del Sutra de alcoba y accedió al interior del templo de Tyra, un sobrio y lúgubre edificio de piedra fría en el Distrito del Templo. En el interior cantaban a coro las novicias, alabando la tersura de los senos de Tyra, Arcángel de la Justicia, de los cuales, según el Evangelio, manaba la Santa Leche que ungía a las guerreras sagradas de la orden, tornando su cabello de un blanco níveo, puro, tras el Bautizo de Acero. Era una visión perturbadora para un laico ignorante, pero a la devota V de Vendetta le resultó de lo más inspiradora.
La paladina caminó en completo mutismo, cuidándose de no entorpecer la pía labor de las novicias, dirigiendo sus metálicos pasos hacia la capilla, donde aguardaba recitando el Código de Hierro la egregia belleza de la Hermana Comandante.
Meredith Kane era una visión imponente, un ser que, en un sentido literal, parecía haber descendido del mismísimo cielo con la suavidad de una pluma de ave paradisíaca. Una belleza ultraterrena dotada de una mirada llameante, capaz de expiar los pecados del alma. Sus cabellos ondulados y dorados flanqueaban un rostro de nácar, simétrico y perfecto. Y en frente, pulcra y delineada con nitidez, la marca indeleble de su credo: La Santa Cruz de Tyra.
V permaneció un instante guarnecida bajo las sombras que se agazapaban en el umbral de la capilla, observándola en su majestuosidad, la espalda desnuda con las Diez Virtudes talladas a hierro candente en su carne, sus alas de luz brillando en el éter y naciendo desde sus esbeltos omoplatos.
Arrodillada frente a una efigie de Santa Catarina, la Hermana Comandante estaba entregada a la oración. No vestía su armadura artesanal para la oración, pues lo contrario habría atentado contra la Décima Virtud…
«TE HUMILLARÁS ANTE SU GRANDEZA»
—Hermana Vendetta —dijo sin abrir sus ojos, sus dedos entrelazados con los nudillos de los pulgares rozando su ceño —. Uníos a mí en la oración.
Elige:
1. Profeso una retorcida devoción hacia la Hermana Comandante Kane. Mis sentimientos hacia ella nublan mi juicio. Dejo flagelarme tras cada encuentro con ella para eludir los pensamientos impuros.
2. La Hermana Comandante Kane fue una mentora dura e inflexible conmigo. Deseo ardientemente su aprobación y haré todo lo que esté en mi mano porque me considere digna.
En cuanto dio el primer paso en el sombrío interior del Templo de Tyra, V pudo sentir como su alma encontraba consuelo. El contraste entre las pestilentes y ruidosas calles de Puerta de Baldur y ese oasis de paz y contemplación, funcionó como un refrescante bálsamo para el atormentado espíritu de la paladina.
Avanzó por la nave lateral del edificio. Atisbando entre las gruesas columnas, pudo contemplar al coro de novicias entonando los Cantos Sacros desde un graderío bajo instalado en el presbiterio; la Luz de Tyra brillaba a través de unas voces puras y virginales. Se detuvo un instante y espió a las hermanas del coro desde la penumbrosa nave lateral. Todas esas muchachas estaban destinadas a convertirse en Servidoras de la Balanza. Llevarían una vida monástica dedicada a la oración, la beneficencia y el cuidado de los desvalidos. Ellas representarían la justa restitución que Tyra ofrecía a la víctima del Mal. Sus manos de piel suave e inmaculada se dedicarían al cuidado de los dolientes, a la caricia sanadora, a ser el cáliz del que rebosa la bondad de Tyra.
De la ira de Tyra se encargaba Vendetta.
La paladina prosiguió su marcha hacia la capilla donde sabía que la aguardaba su mentora, la Hermana Comandante Meredith Kane. Al llegar a la arcada que daba paso a la estrecha cámara, Vendetta se detuvo en el umbral. Allí estaba Kane, en todo su glorioso esplendor. Su mentora, su maestra, su ejemplo a seguir.
V fue criada para convertirse en una de las Servidoras del Martillo, las guerreras de la Diosa, el azote acorazado del maligno. Para ella no hubo cánticos ni togas de suave y níveo lino. No hubo travesuras adolescentes ni cuchicheos de alcoba junto al resto de novicias. Para V, desde su más tierna infancia, solo existió el servicio como escudera de la Hermana Comandante Kane. Adiestramiento marcial, la soledad de una celda de barracón, el estudio de los sagrados salmos de las Virtudes de Tyra y del Código de Hierro. Meredith Kane tomó a esa huérfana y la trabajó como el herrero al metal: la echó al fuego de la batalla y la golpeó y moldeó hasta convertirla en un arma templada y bien afilada.
Había sido un camino duro y lleno de sacrificios, pero V lo había recorrido con firmeza y contumacia. El día que se convirtió en Caballera de la Orden del Hierro y Servidora del Martillo, Meredith posó una mano en su hombro y asintió en silencio. Y ese simple gesto eclipsó todos los años de tortuoso esfuerzo, de doloroso entrenamiento y de gélida soledad.
Ante el escueto y desapasionado saludo de su comandante, Vendetta respondió con un ecuánime «Como deseéis, hermana». Se desprendió de la capa y del escudo que le colgaba a la espalda. Desabrochó los cierres de la cota de malla y dejó que resbalara a sus pies con un seco chasquido metálico. Tras recogerlo todo y depositarlo en el austero banco de piedra que reseguía la pared de la capilla, destrabó el martillo del cinto y lo colocó a un lado.
Con paso quedo, se acercó a su mentora y se arrodilló junto a ella, desnudas ambas de cintura para arriba. Dos majestuosas Hermanas de Batalla. Dos sublimes Ángeles Vengadores. Meredith con sus rutilantes alas de traslúcido diamante; Vendetta envuelta en una aura de alba luz que parecía chisporrotear y palpitar, amenazando con estallar e incinerar todo cuanto la rodeaba.
¡Tiembla impuro!
¡TIEMBLA!
Tomaré la senda de la humillante sumisión. Meredith es todo para V. En el fondo (ay, la blasfemia que estoy a punto de proferir...) Vendetta venera más a su Hermana Comandante ¡que a la mismísima Tyra!
Con los dedos entrelazados, ambas aasimar iniciaron un lasciv… —que digaaaa, casto, castísimo— rezo a dúo.
Era Meredith Kane una visión preternatural e insoslayable. Sus ojos permanecían cerrados, entregados con ciega devoción a la plegaria y al salmo. Y casi mejor que así siguiesen, pensó V, pues de abrirse, de centrarse sobre ella, la albina habría quedado fundida en aquellos abrasadores soles. Las alas de la Hermana Comandante parecieron extenderse, plegarse sobre ambas, refugiándolas en una suerte de íntimo encuentro de naturaleza espiritu… espiritual, sí. Eso. Se entremezclaron tejiendo un halo de energía celestial, divino preludio de una experiencia… esto, religiosa.
SACRA.
*El Narrador se enjugó el sudor de su frente y acto seguido se encomendó a los Viejos Dioses*
—Hermana Vendetta, puedo sentir una perturbación en la Fuerza. ¿Qué atenaza vuestra radiante alma inmortal? —inquirió con una hermosísima y autoritaria voz Meredith Kane.
Para radiante, los sedosos cabellos de la Hermana Comandante, habría opinado V de no ser por el natural recato que sus votos le exigían. Odiaba que la llamase Vendetta o Hermana Shadowsword. La rebajaba a una especie de arma de destrucción masiva, lo cual era glorioso, pero no lo suficientemente sentimental.
—Vuestro corazón… —La Hermana Comandante emitió un piadoso suspiro, o quizás solo reprimió un quejido fruto de la intensidad de la conexión que compartía con su pupila, Su Arma Viviente—: Vuestro corazón palpita hilado por las tenebrosas hebras del Odio. Siento una indómita oscuridad fluyendo por vuestras venas, aferrada a vuestro pecho —V adoraba las radiografías cardíacas de la Hermana Comandante. Como casi siempre, su valoración era rigurosamente precisa...
OOOOOODIOOOOOOOO.
La voz de oro de Meredith Kane aquietó la tormenta que se desencadenaba en su interior desde... V se notó distraída al sentir el delicado tacto de la Hermana Comandante rozándole los senos.
—Ahora lo entiendo... Deseáis confesaros. En tal caso... Confesad —ordenó Meredith Kane.
La boca se le había secado a la albina y una incómoda pregunta se formaba en la mente de acero de Vendetta.
¿Por dónde debería empezar?
Supongo que podrás observar lo mucho que me cuesta escribir esta escena en serio.
ES POR TU CULPA.
QUIERO QUE LO SEPAS.
Las emociones y los sentimientos, cuando no se exteriorizan, se acumulan en el corazón, la garganta y el estómago, formando gruesos e incómodos nudos. En algunos casos, esa marea sube y sube hasta destruir con su presión abisal hasta las más altas presas, arrasando todo lo que encuentra a su paso en una riada descontrolada de pasión, odio, miedo o tristeza. En otras ocasiones, se enquistan y se endurecen como un perturbador y grave caso de estreñimiento crónico, causando un dolor lacerante en las entrañas y un pánico exacerbado a las letrinas.
Aunque dudo que esta postrera parte de la metáfora fuera muy aplicable a la Hermana Vendetta, el resto de ella sí se ajustaba perfectamente a la relación con su mentora.
No recordaba a sus verdaderos padres. Era poco más que un bebé cuando Meredith Kane la encontró y le abrió las puertas de la Sagrada Orden del Hierro. Los recuerdos de la época anterior a Meredith se asemejaban a un gran agujero negro que lo absorbía todo. Siempre que había intentado vislumbrar algo de ese pasado lejano y brumoso, se había sentido como si se asomara al borde de un abismo insondable. El tipo de abismo insondable que te devuelve la mirada. Una mirada que te resigue de los pies a la cabeza, que te juzga, que arruga la nariz como si olieras a cosas poco higiénicas. Más o menos la mirada que un gato persa —de pelo mullido y paladar acostumbrado a la mouse de salmón— dedica al servicio de limpieza desde su trono acolchado de terciopelo.
No, mejor no mirar.
Sin embargo, una chica necesita a una madre. Y cuando la única figura sobre la que puedes intentar encajar ese concepto es una Hermana Guerrera de la Orden del Hierro, henchida de energía celestial, una criatura tan perfecta como ajena a los sentimientos más básicos de los humanos... tienes un grave problema.
«Confesad», había dicho la Hermana Comandante, con esa voz que despertaba sentimientos tan encontrados y paradójicos como el primer beso de un adolescente: el orgullo de ser merecedor de su atención y el miedo atroz a acabar resultando decepcionante...
«Confesad».
¿¡Por dónde empezar!?
Llevo toda la vida queriendo... ¡ansiando!... llamarte madre. Toda una vida dedicada al adiestramiento marcial, al ayuno espiritual y carnal, al respeto férreo de la Fe... solo esperando el día que me abraces y me digas que estás... orgullosa de mí. Pero no orgullosa porque me haya convertido en la mejor arma que has forjado jamás.
Tan solo deseo que estés orgullosa de que sea... tu hija.
«Confesad».
Pero al igual que ese tapón de heces resecas y momificadas que convierten el recto en un vagón de metro japonés, de los que van tan llenos que nadie puede bajar por mucho que se abran las puertas, las verdades de Vendetta llegan al final de esa vía muerta y descarrilan en su pecho sin llegar a ser pronunciadas en voz alta.
—Es... es esta espera... la inactividad... —miente, tanto a Meredith como a sí misma—. El saber que el Mal campa a sus anchas y no poder castigarlo en el acto, mi Comandante.
Y así V pierde una oportunidad más —la enésima— de mostrar sus verdaderos anhelos a su mentora, a su comandante, a su hermana... a su madre.
En un rincón de su cerebro, el ansiómetro de matanza indiscriminada pasa a DEFCON 2.
Meredith Kane permanece en una desasosegante quietud que sumerge a V en la más lóbregas de las ciénagas mentales…
—Hermana mía, tus tribulaciones son tan espesas que amenazan con ahogar tu voz —Agarró sus manos con fuerza, y pronunció una plegaria a mayor honra de la Séptima Virtud, que era la Templanza, la más desconocida para Vendetta—. Eres una adalid de Tyra, Arcángel de la Justicia —Y esperando promoción a nueva escala—. La Justicia de nuestra Matrona es ciega, pero no porque esté desvalida o porque su acero redentor sea falible al trazar su arco de acero ardiente. La Justicia de nuestra Matrona es ciega porque es desapasionada, indiferente a la emoción que alimenta a su antítesis: la venganza.
La Hermana Comandante deshizo el nudo que sus dedos tejían sobre las pálidas manos de V y tomó a la albina de las mejillas con una dulzura fraternal sin parangón.
Luego, sin que V lo esperase siquiera, la besó… en la frente.
*Pausa para hidratación*
Meredith Kane la abrazó y enterró su rostro endurecido por tanta salmodia al Código de Hierro contra su pecho.
V quedó algo desmadejada por la situación, su rostro petrificado en un rictus hierático en el que uno de sus ojos, y solo uno de ellos, temblaba a intervalos irregulares mientras Kane le acariciaba los cabellos.
—El Odio no comparte la ardentía de la Justicia, hermana. Es un parásito que obsequia una fuerza devastadora en los primeros compases a su huésped, pero al tiempo, cuando eclosiona, te convierte en una violenta y estéril marioneta. Lo calcina todo y a todos a su paso. Solo engendra hambre… Hambre y miedo. Te devorará por dentro lenta pero inexorablemente, y perpetuará un ciclo de violencia imposible de extinguir. La más pequeña esquirla de esa ponzoña debe ser extirpada de tu alma con vehemencia y resolución. Así lo exige el Código de Hierro.
Vehemencia y resolución eran parte del proceso, sin duda. Luego también era cierto que hacía falta un hierro candente y cierto sadismo religioso para llevar a cabo el proceso de extirpación.
—¿Deseas purgar el odio que late en tu interior, hermana mía? —preguntó Meredith Kane cesando de acariciarla como si su oreja se tratase de un arpa.
Era una de esas preguntas cuya respuesta puede acabar con grilletes, una prolongada estancia en una doncella de hierro y algunas cicatrices innombrables en recónditas regiones de la anatomía femenina.
—Confiesa.
En su mente de acero, una vocecita resonaba con una pregunta flotante:
ME NECESITASSSS
TÚ Y YO SOMOS UUUUNOOOOO
¿Qué es esa voz?
Tu nivel de ODIO es elevado.
Haz una TS de CAR a DC 15. No aplicas Desventaja por tu anterior elección.
Si la pasas, consigues estabilizarte y ocultar tu condición.
Si no la pasas, confiesa quién eres realmente a Meredith Kane.
Por otra parte, y sea dicho con ánimo de Healthy Metagaming, no te queda mucho tiempo en esta escena por fenómenos que aún no vienen al caso.
Si quieres mencionar el Vermiis, o no, es tu momento.
El beso, el abrazo, las caricias... Todo lo que ansiaba la joven Vendetta hecho realidad en ese momento mágico e inolvidable. El corazón de la paladina henchido de amor —amor filial, por supuesto—; la mente flotando a la deriva en el piélago cálido y perfumado de la cabellera de Meredith; los ojos cerrados y húmedos por las lágrimas de dicha que asoman impacientes. Todo estaba resultando tal y como lo había soñado cientos —¡miles!— de veces.
No obstante, a pesar de ese inesperado atisbo de cariño, Meredith no podía dejar de ser la Hermana Comandante Kane. Intachable, inconmovible, insaciable en su búsqueda de la Verdad. V sintió la urgencia de abrirle el corazón, de contar a su mentora el secreto —oh, sí, ese sucio secretito...— que hacía tambalear su Fe desde hacía unas semanas. Esa rabia pecaminosa y a la vez tan dulce, que la arrastraba por las noches tras las huellas de un asesino. Ese ansia que la conducía a los callejones más oscuros de la Puerta de Baldur, embozada y disfrazada, para perseguir y castigar. Para ser Juez y Verdugo.
No, no puedo hacerlo, reflexionó en el último momento, a la desesperada. Tal confesión dejaría una mácula indeleble en su historial y en el de su comandante. Había roto las reglas. Había desobedecido las órdenes. Había quebrantado el Código. No podía confesar. No cuando Meredith, por vez primera, le mostraba el afecto que siempre había anhelado. ¡No podía defraudarla justo hoy! ¿Por qué? ¿¡Por qué ahora!?, se preguntó con la furia lacerante de un latigazo en las ingles.
ME NECESITASSSS
TÚ Y YO SOMOS UUUUNOOOOO
Esa voz... La Voz. La que restallaba en sus oídos cuando recorría las entrañas de esa ciudad podrida y corrupta a la caza del infractor. La que la acompañaba y la espoleaba cuando derramaba el justo castigo sobre los criminales a los que sus hermanas parecían ignorar. La Voz que la convertía en un depredador que repartía expiación allá donde nadie se molestaba en defender a las almas más indefensas.
Meredith podía llamarlo odio. Vendetta lo llamaba compromiso con el deber.
Había que desterrar el Mal allá donde éste echara sus pútridas raíces. Sin piedad ni contemplaciones. ¡El Auténtico Mal! El Mal con mayúsculas, negrita, subrayado, Arial Black tamaño 72. Si el Gran Duque Abdel Adrian era un agente de ese Mal, encontraría su merecida penitencia bajo la sólida e impertérrita maza de Tyra. Pero Vendetta no cerraría los ojos al resto de los agentes del Mal sólo porque sus hermanas se lo hubieran ordenado. No iba a renunciar a su cacería personal. Nunca.
—No es odio, hermana Meredith —contestó tras desembarazarse del abrazo de su comandante. Lo hizo con suavidad, pero con firmeza. Se tomó un momento para improvisar una respuesta que le sirviera para desviar la atención—. Es indignación, mi comandante. Acaba de llegar a mi conocimiento que un noble de la ciudad, Lord Daigneault, va a recibir esta noche un tomo de magia oscura y corrupta: el Vermis Mysteriis. No sé cuáles son los usos que pretende dar a este aciago tomo, pero seguro que no podemos esperar nada bueno de todo ello... Y tras su pista van otros grupos de dudosa moral como el culto de los Necromitas de Myrkul o un siniestro hechicero gnomo, Morkar Doomvault.
Meredith Kane no era un sabueso al que se pudiera despistar fácilmente, sin embargo V la conocía lo suficiente para saber que la metódica comandante devoraría cada bocado de uno en uno. Y la aparición del tomo mohoso tendría prioridad ante las dudas espirituales de su subalterna.
—Como parte de mi tapadera, he quedado mezclada en este asunto, comandante. ¿Hay algo que pueda contarme sobre el libro o sobre los diferentes actores de este drama?
Motivo: TS Carisma
Tirada: 1d20
Dificultad: 15+
Resultado: 15(+6)=21 (Exito) [15]
TS superada con nota. A Vendetta no se la va a dar con queso esa sucia hermana comandante. Creo que la voz en su cabeza empieza a sembrar dudas hacia su mentora. No te quiere... Tan solo eres una herramienta para ella... ¿Con el tiempo habrá enfrentamiento? ¿Meredith Kane como Final Boss? Espero que sea dentro de mucho tiempo, porque me da a mí que la Kane le parte la cabeza a las Cat Queens al completo con una mano atada a la espalda...
Para ser Juez y Verdugo.
—Y jurado —apuntaló La Voz con un deje algo quisquilloso, interfiriendo como una molesta migraña en sus pensamientos—. No olvides el jurado. De lo contrario, podrían acusarte de arbitraria, de impartir juicios manifiestamente injustos, sin las debidas garantías.
Esa Voz estaba amenazando con volverla looooooOOOOOOooooocaaaaAAAAA; pero era útil. Velaba por los derechos constitucionales de sus víctimas. Así nadie podría procesarla por crímenes de lesa humanidad.
Bah, como si a ella le importasen los derechos humanoides.
—Indignación. Eso es. Estás indignada. Pura y simplemente. ¡El sistema de Justicia de este país es indignante! ¡Condenados sean sus funcionarios a sostener los expedientes sobre sus cabezas hasta el día del Juicio Final! ¡Y luego, hasta después de la segunda prórroga! ¡Nadie puede arrebatarte tu indignación! —apoyó La Voz desde los confines de su sistema límbico.
Quiso reír, pero por suerte se contuvo a tiempo. Habría sido una risa sardónica, incoercible... demente.
La Decimotercera Virtud: LA INDIGNACIÓN ANTE LA IMPUNIDAD.
—Deberías haberme dejado salir, Preciosa V. Qué linda melodía tejemos juntos cuando abres la puerta del armario. Ju, ju, ju... —Turbias alusiones al Monstruum que había escondido en su cuarto en el hospicio. Sinfonías de defunción resonando en su cabecita rota. El Amigo Imaginario le estaba haciendo cosquillas en partes que nadie tenía autorizadas a tocar.
—¿No quieres dejarme salir? ¿Ni siquieraaaa... un poquitooo? —Maldita fuese La Vocecilla insidiosa y sugerente.
—Valeeeeeee... Aunque ya sabes cómo me pongo cuando me ignoras mucho tiempo, Preciosa V...
» No me olvides... Tú y yo tenemos un Código de Hierro que reinterpretar.
» Tú... Y yo.
Ahora es cuando lamentas profundamente haber fallado la TS que te pedí.
;-P
¡¡He superado la TS de Carisma, malnacido malintencionado!! ¡CLEMENCIA!
Meredith Kane entrecerró los ojos ante tal salva de herejías y sus músculos se tensaron como los de un reo en un potro de torturas.
—Deben ser purgados en el fuego liberador de Tyra —sentenció sin ni siquiera pestañear—. Todos ellos. Sin excepción. El libro que describes es un peligroso texto ocultista que solo por su contenido gráfico ya merecería arder junto a toda la empresa editorial que afrontase su impía publicación.
A eso se le denomina en el argot agravante por contaminación ideológica. Cáspita.
—El Vermiis Misteriis no debe ser abierto. Sobre él pesa una ignota profecía que reza que, de caer en las manos equivocadas, podría dar lugar a los albores de una nueva era... La Era de los Nigromantes.
—Jo, jo, jo... Qué fuerte —siseó La Voz en la sesera de V.
Meredith Kane siguió su explicación.
—Myrkul es una deidad muy tenaz en lo que a evitar el muere se refiere. Espera la misma cualidad en sus seguidores, los necromitas, pues tienden a erigirse en una suerte de repugnante y purulenta lamprea cuando se afanan en conseguir sus tétricos propósitos. Si codician el libro, y no dudo que así sea dado su decadente prestigio entre los ocultistas, harán todo lo posible por obtenerlo. Es algo que debemos evitar a toda costa. No hay sacrificio injustificable en esta empresa, hermana mía. El fin... El Sagrado Fin, justifica los medios.
La Hermana Comandante se irguió en toda su grandeza, y al hacerlo, sus alas se extendieron bañando la luz de la estancia.
—No conozco al noble que mencionáis y menos aún al gnomo que os ofreció el trabajo, pero debéis averiguar quiénes son y cuáles son sus intenciones realmente. Luego, me informaréis puntualmente. Esta oscura trama de corrupción necrofílica debe ser extirpada con vehemencia y resolución. Y para tal menester, deberás someter a tus aliadas y asegurarte su cooperación.
La impresionante aasimar, aún más bella cuando se volvía autoritaria hasta rozar el totalitarismo hegemónico, mostró a su caballera juramentada un Collar de Devoción, que traducido a pagano era un Grillete de Sumisión.
—Informad a la Hermana Interrogadora Von Bulow de vuestras pesquisas y llevaros a las tres novicias que consideréis más aptas para esta misión. Fe y Destino, hermana Vendetta...
Se giró hacia el altar consagrado a Tyra y observó con un donaire peligroso el filo de su espada sagrada, un filo que refulgía con una tonalidad Verde Esperanza. La tomó con reverencia y encaró a V sosteniendo la ornamentada arma con delicadeza y elegancia.
—Fe y Destino.
Extendió sus brazos, aguardando que V tomase su acerado obsequio.
Meredith Kane no percibe el verdadero alcance de tus tribulaciones interiores.
Te encomienda una nueva misión y te ofrece una espada larga +1 que hace 1D8 de daño +1D4 radiante y tres Grilletes de Sumisión, que son una cosa muy chunga cuyos efectos completos te desvelaré si eliges pasar una tirada Arcana a DC 18.
Ojo, lanzar implica Falta de Fe. AVISADO QUEDAS.
Ahora tú decides si quieres implicarte con la avinagrada Hermana Von Bulow y llevarte a tus hermanas contigo para dirigir un Escuadrón de la Muerte para purgar a los impíos o qué diablos quieres hacer.
¡No tienes derecho a quejarte! ¡Tienes un trato preferencial! XDDDD
De elegir cumplir la misión de Meredith al pie de la letra, cosa que comprendería perfectamente, define a las tres novicias si lo deseas. La Hermana Von Bulow es mía. Y solo mííííaaaa... ;-P
V se quedó sin palabras.
Las alas centelleantes de su mentora, extendidas hasta su máxima envergadura, ocupaban la pequeña capilla de pared a pared, haciendo que toda la cámara resplandeciera con una blancura prístina, casi dolorosa de contemplar. La Hermana Comandante Meredith Kane se alzaba ante Vendetta, erguida y deslumbrante como una diosa iracunda. Y le ofrecía empuñar su propia espada. La hoja de acero había sido decorada con runas sagradas desde la guarda hasta la punta y de ella emanaba una tenue claridad verde esmeralda.
Nada más y nada menos...
y nada más que...
¡La legendaria Napalm Death!
Lo mismo te servía para incinerar un aquelarre entero que para prenderle fuego a una gavilla de sarmientos para asar unos chuletones. Y puedo asegurarte que esos chuletones olerían... olerían... olerían a victoria.
Vendetta, aún arrodillada, alzó temblorosa ambas manos. Su mentora depositó el arma en ellas con suavidad y asintió solemne.
—Fe y destino, mi Comandante... —contestó la paladina con un susurro fervoroso.
Meredith Kane dio media vuelta y volvió a postrarse ante el altar de Tyra. La conversación había terminado. Las órdenes eran claras. Encontrar el libro. Purgar a los impíos necromitas. Descifrar las auténticas intenciones de Lord Daigneault y de Morkar Doomvault. Por todos los medios. Echó un rápido vistazo a los collares que Kane había dejado junto a la ropa de V. El Sagrado Fin justifica los medios.
Minutos más tarde, Vendetta abandonó el templo por la puerta trasera, saliendo al patio interior que servía de plaza de armas y zona de adiestramiento. Había algo más de una veintena de novicias practicando: armas y escudos de madera chocando en una lluvia de astillas; hachas arrojadizas clavándose con secos chasquidos en dianas pintadas en el muro lateral de los establos; un coro de resoplidos y jadeos provenientes de una clase de extreme spinning sobre monigotes vagamente equinos hechos de paja...
No se trataba de novicias de las Servidoras de la Balanza, de cálida voz y sonrisa beatífica, como las que cantaban en el interior del templo. Ante Vendetta se hallaban las futuras caballeras que engrosarían algún día las filas de las Servidoras del Martillo, el Sagrado Ejército de la Diosa.
Rápidamente se corrió la voz de que una hermana caballera las estaba observando. Todas y cada una de ellas soñaban con ser elegidas para el servicio junto a una de sus hermanas ya ordenada. Servir como escudera, aunque sólo fuera de manera temporal, se consideraba uno de los más grandes honores para una novicia. Y le daba la oportunidad a la afortunada de mostrar ante sus superioras que ya estaba preparada para hacer el sagrado voto de juramento sobre el Código.
Vendetta, el rostro oculto una vez más bajo su velo de gasa negra, estudió atentamente a las muchachas. Conocía a la mayoría de ellas, ya fuera personalmente o a través de los informes de otras hermanas caballeras. Sabía lo que buscaba, sin embargo se tomó su tiempo para que el resto de novicias sintiera que la decisión había sido ardua y disputada.
—¡Novicia Uthal, el Hierro te invoca! —exclamó V, usando la fórmula ceremonial.
Uthal había estado tumbada sobre un banco, haciendo press de banca con una gruesa viga a la que había atado un barril de cerveza en cada extremo. Al incorporarse, la robusta goliath sobresalió entre el resto de novicias como una montaña helada en medio de un páramo norteño. Avanzó entre sus hermanas como un oso gigantesco alzado a dos patas entre un rebaño de ovejas raquíticas.
—La hermana Uthal Than'krel responde a la llamada —respondió la goliath, con su gutural y cavernosa voz.
Plantó una rodilla en tierra frente a V y asintió con respeto. A pesar de haberse postrado, su rotunda cabeza quedaba a la altura de los hombros de Vendetta. Para una misión de infiltración, utilizabas una herramienta sutil y precisa como un bisturí; para una misión punitiva, sacabas a relucir la escopeta recortada de Tyra: la Torre de Escarcha.
—¡Novicias Sigrid y Jertha, el Hierro os invoca! —volvió a gritar la aasimar.
Las gemelas Derrick —¡oh, sí, en este universo también hay gemelos Derrick!— se abrieron paso entre sus hermanas como un cuchillo de hielo. Las opiniones de las hermanas caballero sobre estas dos novicias eran confusas. Algunas las alababan por su férrea determinación y su profundo compromiso en la persecución del impío; otras venían a expresar esos mismos conceptos desde un prisma menos eufemístico. Las palabras más usadas entre estas últimas eran "conducta suicida" y "tendencia al sadismo".
—Las hermanas Derrick responden a la llamada —declararon ambas guerreras al unísono.
—En pie, hermanas —les ordenó Vendetta, henchida de satisfacción y de sangrienta anticipación—. Esta noche hay trabajo que hacer. Traeremos la justicia de Tyra a esta apestosa e infame guarida que es Puerta de Baldur. Id a equiparos y estad preparadas en el vestíbulo lo más rápido posible. Yo debo visitar... la Cripta.
Las sonrisas de emoción de las tres novicias se desdibujaron. Murmuraron unos apresurados "Como desee, hermana Vendetta..." y partieron impacientes. Nadie quería acompañar a la paladina a la Cripta. Nadie en su sano juicio querría adentrarse voluntariamente en el reino subterráneo de la Hermana Interrogadora Von Bulow. El oscuro lugar donde la Verdad era sacada a la luz usando la más bizarra colección de objetos afilados y cucharillas de café...
Terminado.
It's time to purge.
Embargada por la singular emoción que otorgaba ser elegida por la mismísima Meredith Kane para castigar al Hereje, una jubilosa V había escogido a las novicias más aptas para realizar una redada en la villa de Lord Daigneault y confiscar aquel texto sacrílego conocido como Vermiis Misteriis. Y de paso, purgar a algunos herejes.
Su escuadrón no destacaba por la sutileza, motivo por el cual ninguna de las novicias usaban armas de filo ni pesaban menos de 90 kilos de puro músculo. A esas mujeres les iba mucho más limpiar las impurezas a golpe de martillo, y V no dudaba de que lo harían con alegría y profusión llegado el momento. En los ratos libres, no obstante, podían plantearse formar su propio equipo de dragoncesto, con la hermana Uthal como implacable pívot y promover las bondades del pick & roll en los arrabales de Baja Ciudad.
No obstante, dada la naturaleza de su misión sagrada, sus novicias y ella misma habrían de soportar la presencia siempre vigilante de la hermana Von Bulow, alias La Vinagreta, la más recalcitrante interrogadora de todo el templo y, a buen seguro, una fanática cerril del Código de Hierro.
Algo en su interior le decía:
—Deberías prescindir de La Vinagreta. Y lo sabes —advirtió con deje profético La Voz, mientras degustaba un filete encefálico.
—Nos la va a liar —añadió.
Pero V no tenía opción.
Así había hablado la Hermana Comandante.
Encontró a La Vinagreta en el interior de una pequeña celda de la Cripta durante uno de sus brutales rituales de contrición. La escena parecía una macabra parodia de su entrevista con Meredith Kane.
Ahora observad a la hermana Von Bulow.
Observadla bien.
Su cuerpo, enjuto y arrugado, podría datar de una época en la que el mundo estaba habitado en exclusiva por dragones y gigantes. Era célebre por practicar una doctrina afín a una tétrica interpretación del Código de Hierro que abrazaba la privación material y el más sórdido de los castigos físicos como forma de expiación. Así pues, podría decirse que Von Bulow consideraba copiosa una comida consistente en un vaso de agua y una rebanada de pan duro.
Su espalda desnuda, así pudo apreciarlo V al detenerse en el umbral de la celda, estaba ajada de tanta flagelación mortificante, ofreciendo un espectáculo dantesco de lo que la fe ciega puede hacer en un cuerpo humanoide. Cuando se giró hacia V, la albina deseó que la penumbra hubiese ocultado mucho mejor las carencias de su carcasa mortal. Los senos de La Vinagreta estaban deformes y caídos, y su piel cetrina presentaba un reguero de lunares y verrugas negruzcas que habían desarrollado un ecosistema capilar propio.
—«Aquella que permanezca bajo Su Llama ha de ser mi hermana…» —recitó, su nariz aguileña similar a un garfio surgiendo entre dos ojos velados por cataratas de odio y rencor.
Dejó sobre una repisa el flagelo, cada tira de cuero bañada en sangre fresca y arcana. Extendió sus brazos emulando la señal de la cruz y de sus palmas brotaron dos llamas sagradas, pequeñas, pero imbuidas de una cegadora luz de sincera devoción. Las acercó sin pestañear a los últimos vestigios de lo que en su día debieron ser sus pezones, y cerró las manos sobre ellos mientras el dulzón y característico aroma a carne calcinada anegaba la estancia.
—Habla suavemente… Y honra Su Nombre —ordenó, su voz agria, sin evidenciar fatiga o cansancio tras su ritual de humillación.
La albina se planteó aterrada quién diablos podía negarse a confesar lo que fuese necesario cuando tenías ante ti a una interrogadora dispuesta a hacerse eso a sí misma.
Tu post anterior es lo que yo denomino crema de cacahuete para goblins.
Qué salvajada.
Aquí tienes a la hermana Von Bulow, cuya imagen de PNJ me reservo para después a modo de sorpresa.
No te detengas en narrar de nuevo tooooodo lo que le has contado a Meredith. Simplemente, postea la sensación que te produce el encuentro con ella. Es lo que más me interesa.
Lo demás lo vamos a dar por supuesto, porque es evidente que te acompañará a purgar lo que sea que camine por las noches en Puerta de Baldur.
Lo que sí vamos a hacer es una intro especial para V y su escuadrón en la siguiente escena. Creo que estas monjas asesinas lo merecen.
En resumen: replica aquí un poco lo que te dé la gana como broche a la escena, que bien podría tornarse un one shot visto el cariz de los acontecimientos. Te daré una réplica con Von Bulow y estarás listo para saltar a la escena con las demás Cats.
Eso sí, importante: piensa cómo va a actuar V cuando vea a sus coleguitas. Tus hermanas de batalla no son precisamente flexibles, como bien intuirás. Tienes que pensar cómo quieres orientar tu reencuentro con las Catties y qué estrategia tienes en mente para hacerte con el Vermiis.
La Hermana Interrogadora Von Bulow. Henrietta Von Bulow. El Halcón de Tyra. Ese fue el nombre por el que V conoció a la interrogadora hacía ya más de quince años. Si Vendetta había puesto empeño en depurar sus técnicas de interrogación, había sido inspirada por la figura severa e inflexible de esa mujer.
Sin embargo, poco quedaba ya de esa orgullosa e imponente hermana.
El paso de los años había agriado su carácter y radicalizado sus creencias. La Vinagreta, la apodaban las novicias cuando creían que ninguna hermana podía escucharlas. Von Bulow había sido y continuaba siendo la interrogadora más temida y eficaz de la orden, capaz de hacer confesar al más recalcitrante de los pecadores. No obstante, si se hacía caso a las habladurías, más de un inocente había confesado los más viles pecados con tal de escapar de sus... aguzadas atenciones. Pero eso no eran más que rumores, ¿verdad...?
—Hazle un favor al mundo y aplástale la cabeza... —murmuró la Voz, ladina y traviesa—. Si llega a sospechar de nosotras, no se detendrá hasta tenerte atada a un potro. Practicará el medievo con tu culo...
Vendetta cerró de un portazo mental el cuartucho sombrío de su encéfalo donde habitaba la Voz. No era el mejor momento para diálogos mudos con su "amigo" imaginario. Desde detrás de esa metafórica puerta le llegó un último comentario socarrón.
—Mírame... Tú lo sabes; yo lo sé...
Saludó a Von Bulow con las frases ceremoniales acostumbradas y le expuso sucintamente las órdenes de la Hermana Comandante Kane. No se entretuvo con detalles ni florituras. Von Bulow no era partidaria de los oropeles sociales y Vendetta tampoco quería pasar un minuto de más bajo la atenta y fría mirada de ofidio de la interrogadora.
—«Encomendamos a Tyra nuestro camino; confiamos en Ella, y Ella actuará. Hará que nuestra justicia resplandezca como el alba; nuestra justa causa, como el sol de mediodía...» —citó V a su vez, como frase de despedida.
Con paso sereno —cosa que le costó Tyra y ayuda...—, abandonó la Cripta dejando a la Hermana Interrogadora para que se preparara para la inminente partida. Subió las estrechas escaleras de caracol hasta la nave principal del templo. Cruzó la fresca y amplia cámara, añadiendo la percusión metálica de sus pasos a los dulces e inspiradores coros de las novicias. Al alcanzar el vestíbulo, halló en él las tres escuderas elegidas.
Todas vestían brillantes cotas de malla cubiertas por sobrevestas con el símbolo sagrado de Tyra: la mujer robusta y acorazada con los brazos abiertos en cruz y los platos de balanza sujetos en sus manos. Listas para el servicio. Preparadas para la acción.
Una tremebunda almádena colgaba a la espalda de la hermana Uthal. La cabeza de ese arma sobredimensionada era un bloque sólido de jade tallado del tamaño de un cofre mediano. El asta de metal tenía la misma altura o más que la propia Vendetta. Cuando Uthal trazaba un arco con esa monstruosidad podía disolver de un golpe cualquier manifestación no autorizada. El sueño húmedo de cualquier guardia civil.
Las Hermanas Derrick, con ese sempiterno rictus de desprecio, no se habían quedado atrás. Sigrid acunaba entre sus brazos un kanabô de roble cubierto de tachuelas metálicas. Esa especie de maza podía pulverizar los huesos de cualquier desgraciado sin llegar a derramar una sola gota de sangre. Su hermana empuñaba un lucero del alba hecho a partir de una sola pieza de acero macizo. Apoyaba la cabeza del arma sobre un hombro como quien pasea con una sombrilla bajo el cálido sol de primavera.
Sin siquiera un saludo formal, Vendetta extrajo de su cinto los Collares de Devoción y lanzó uno a cada una de las Escuderas.
—Esta noche actuaremos junto a fuerzas aliadas externas a la Orden. Tres mujeres nos acompañarán y será parte de vuestro deber protegerlas cuando lo necesiten. Repito: son nuestras aliadas y la Orden necesita de sus contactos y su cooperación, así que deberéis mantenerlas a salvo.
Dejó unos segundos para que sus palabras calaran en las novicias. Reforzó sus órdenes con el amenazador resplandor que emanaba de sus ojos a través del velo de gasa negro que le cubría medio rostro.
—Dicho esto, os entrego a cada una un Collar de Devoción. Todas conocéis cómo usarlo y cuales son sus efectos. Debemos recuperar un libro impío para que no caiga en malas manos, pero como bien sabéis, los... "externos" a la Orden no siempre entienden la importancia y el fin de nuestras acciones. El libro debe estar en las puras y ecuánimes manos de las servidoras de Tyra. Solo nosotras podemos apartar del mundo la corrupción que rezuma de objetos malditos como ese. Si una de nuestras aliadas se hace con el libro, deberá entregárnoslo. Si se niega a entregarlo, ¡y solamente en ese caso!, deberéis usar los collares para que ceda en sus equivocadas pretensiones. ¿Ha quedado claro? —preguntó posando una mano sobre el pomo de Napalm Death—. Si me decepcionáis... seréis testigos en primerísima fila de las dotes de interrogación de la hermana Von Bulow y de mí misma. La que fracase nos ayudará a dirimir cuál de las dos hermanas posee mejores técnicas...
Dejó a las Escuderas atrás, cociéndose en sus propios jugos, y se asomó a uno de los ventanucos de la fachada del templo. La noche de Puerta de Baldur le devolvió una mirada expectante.
La Caza estaba a punto de comenzar.
Por de pronto el reencuentro con el resto será amistoso y cordial. V trae refuerzos para posibles enfrentamientos con necromitas, fuerzas de seguridad de la finca u otros posibles obstáculos. Von Bulow será presentada como Interrogadora y su presencia se explicará por la necesidad de "exhortar" a Lord Daigneault a confesar sus intenciones.
¿Cómo espero hacerme con el Vermis? Eso sí que no tengo ni pajolera idea. Espero que al reunirme con las chicas ellas hayan encontrado una manera de acceder a la finca sin montar un espectáculo... Después ya iremos viendo.
Aquí te dejo imágenes del arsenal personal de las nenas de V:
Almádena de Uthal. Casi dos metros de asta y una apabullante cabeza hecha de jade macizo.
Kanabô de Sigrid. Garrote de roble con tachuelas metálicas.
Lucero del alba de Jertha. Hecho a partir de una sola pieza de metal, de uso sencillo y letal.
Motivos para amar al pelícano: Cuando el Jefe Goblin necesita velocidad y síntesis, su pelícano... DELIVERS.
No encuentro motivos para enturbiar tu fantástica entrada final. Así pues, prepárate para entrar en acción en la nueva escena directamente acompañada por Von Bulow, Uthal y las Derrick Grrrls.
Voy a darle un poco de extra punch a Uthal por motivos cómicos, pero si has de esperar verdadero apoyo en caso de que la cosa se ponga turbia, fíjate especialmente en Von Bulow.