Era la hora bruja en la taberna de la Canción Élfica cuando Talina descendió sobre su escoba a reacción —una Arachne, canela fina— en lo que podríamos denominar de modo generoso como un aparcamiento.
En realidad, era un abrevadero. *
Un tablón anunciaba con estilosa caligrafía la actuación estelar del Dr. Chuck & The Jumbo-Gumbos, nombre inequívoco de la banda de truhanes capitaneados por su amantísimo tío Norris.
Talina sabía que su tío era un alma inquieta —¿A QUIÉN NOS RECUERDA?— y que toda la afición —luego devenida vocación profesional— por lo detectivesco mantenía una feroz competencia con lo que tío Norris denominaba La Música de la Ciénaga.
Talina y su hermana anhelaban desde diminutas averiguar a qué diablos se refería su tío con aquella extraña expresión, puesto que no parecía muy coherente que música de ningún tipo pudiera escapar de un lodazal o de un pantano.
Una lluviosa noche de adolescencia, las intrépidas gemelas, por aquel entonces uña y carne, decidieron espiar a su tío cuando se dirigió a altas horas de la noche a lo que él denominó «un experimento sociológico en un lugar de reputación cuestionable.»
Resultó que, durante ciertas medianoches del calendario, su tío adoptaba una identidad secreta bajo el nombre del enigmático Dr. Chuck, experto en el arte de hacerle el amor a un piano decorado con un buen montón de superchería en forma de coloridas plumas, calaveras y amuletos de protección.
La experiencia resultó tan transformadora para las dos hermanas —¡¡¡UALAAA!!! ¡¡¡TENEMOS UN TÍO CON UN SECRETO!!!— que ambas se juraron por Tymora que nunca, jamás, revelarían La Terrible Verdad a su tío. Salvo que fuese asunto de Vida o MUERTE, claro.
Los recuerdos hicieron a Talina sopesar si era buena idea acudir a su tío precisamente esa noche, pero dado que su corazón seguía empujándola a avanzar, decidió dejarse llevar y accedió a la Canción Élfica, donde la nostalgia no tardó en golpearla en forma de corriente eléctrica por todo su pequeño cuerpecito.
El inconfundible sonido del piano se fundía con la peculiar y anciana voz de su tío, un elegante mediano de tupida y larguísima barba blanca que presidía el escenario con su hipnótica actuación.
* Si lo deseas, haz una tirada de salvación por DES a Dificultad 11 para ver si tu aterrizaje en escoba es accidentado o no.
Si fracasas, elige:
1. Aterrizas con dificultad forzando la runa de freno de tu escoba, pero Chester sale despedido por los aires con la mala suerte de caer al abrevadero. Pobre Chester.
2. En tu aterrizaje te enredas con la colada tendida de una agria y avejentada arpía llamada Dottie Melon, que tras llamarte SINVERGONZONA trata de atizarte con un tomate pocho que guarda en el delantal como arma reglamentaria. El impacto va directo hacia tu cara (¡ESA VIEJA TIENE UNA PUNTERÍA DEMONÍACA!), pero Chester se sacrifica por ti en el último instante y recibe el tomatazo, cayendo abatido sobre el abrevadero. Pobre, pobre Chester.
Puede parecer que ambos fracasos son iguales, y bueno, tienen mucho en común, pero no lo son. XDDDDD
El aterrizaje fue impecable.
Talina descendió sobre la Arachne con la gracia y precisión de una acróbata entrenada en vuelo rasante. Tocó tierra justo al borde del abrevadero con una delicadeza que haría llorar de orgullo a cualquier piloto de escobas de la Guardia Voladora de Lantan.
Claro que eso no impidió que, al pasar rasante por la fachada contigua, la punta de su escoba hiciera ondear la ropa tendida en la cuerda de Dottie Melon, una arpía jubilada con voz de ladrillo y paciencia de goblin borracho.
—¡¡SINVERGONZONA!! —bramó la anciana desde su balcón, agitando un trapo húmedo con furia contenida—. ¡Te has llevado mis enaguas de los domingos, bruja de mercadillo!
—¡Las devolveré planchadas! —respondió Talina sin detenerse, levantando una mano con elegancia mientras caminaba hacia la puerta de la taberna—. O se las pondrá Chester, según cómo se levante mañana.
—¡Eso es maltrato animalístico! ¡Voy a llamar al gremio de los Modales y la Moral! —le gritó Dottie.
—¿Otra vez? Qué pesadez, señora Melon…
Desde detrás, Chester se volvió con cara de pocos amigos, alzando la cola como estandarte de su repulsa.
Talina soltó una risita breve, empujó la puerta de la Canción Élfica, y con eso desapareció en la penumbra rítmica y humeante del local.
El interior de la Canción Élfica era un ecosistema propio. La luz era tenue y anaranjada, como si todo estuviera sumergido en ámbar derretido. Humo de incienso especiado flotaba en el aire, mezclándose con olor a ron añejo, humedad y cuero viejo. El murmullo del público se mezclaba con el sonido profundo y cadencioso del piano.
Y allí, en el escenario, lo vio.
El Dr. Chuck...
Su tío Norris.
Sentado con majestad en su taburete forrado de piel de worg, los dedos bailaban sobre el teclado como si invocasen espíritus de pantano. Una enorme pluma púrpura decoraba su bombín ladeado, y su larguísima barba blanca —trenzada en forma de clave de sol— oscilaba al compás del blues que desgranaba con voz rasposa.
Cantaba una oda a un lich enamorado de una sirena.
Claro que sí.
Talina avanzó entre las mesas con paso suave, haciendo crujir la madera bajo el suelo con el peso de sus botas. Notó algunas miradas, susurros, una copa que se volcaba y una risita que no sabía si iba dirigida a ella o al gato que se deslizaba a su lado como una sombra con bigotes. Chester, por supuesto, ya estaba oliendo las patas de los músicos.
Pasó junto a una estantería medio oculta tras una columna. Y ahí estaba.
Un pequeño amuleto con forma de media luna, hecho de cobre, con una inscripción grabada a mano: “Para el mejor tío del multiverso. T&J.”
Tragó saliva. Lo habían regalado juntas. Ella y su hermana, y él aún lo conservaba.
Sacudió la cabeza, intentando apartar la oleada de recuerdos que amenazaban con cortarle el paso.
Volvió a mirar al escenario. El tío Norris no la había mirado una sola vez. Pero había cambiado de melodía. Ahora tocaba algo suave, sigiloso, con el aire contenido de una conversación que no quiere despertar a los muertos. Talina supo que la había visto, y que quizá la estaba esperando.
Se sentó en una mesa discreta, levantó dos dedos al camarero sin decir una palabra, y susurró para sí misma:
—Bueno, queridísimo tío… pronto tendremos que hablar de libros malditos, necromitas vengativos… y de si mi hermana está jugando a ser heroína por su cuenta...
Chester se subió al taburete de al lado.
—Y de si sirven leche decente en este tugurio —añadió.
Talina suspiró, sin apartar los ojos del escenario.
—Una cosa cada vez, Chester… una cosa cada vez...
Motivo: Salvación DES
Tirada: 1d20
Dificultad: 11+
Resultado: 16(+2)=18 (Exito) [16]
Talina tiene que contener las intensas ganas de saltar al escenario y abrazar a su tío como cuando era una cría. Lo echa muchísimo de menos, pero prefiere no llamar la atención ni romper la fachada cuidadosamente construida del Dr. Chuck. Así que se limita a tomar asiento, con el corazón en un puño, y espera a que él decida si quiere acercarse… o hacerle un gesto cuando acabe la canción. Tacto primero, emociones después.
Mientras observaba a su tío tocar aquel piano, Talina reflexionó sobre muchas cosas, casi todas ellas conectadas al paso del tiempo. Desde que tenía uso de razón, los dedos de su tío la habían hipnotizado cuando tocaba su amado instrumento. No eran dedos largos y esbeltos, sino más bien la versión antagónica. Pequeños, rechonchos, pero graciosamente veloces y precisos, recorriendo las teclas con un ritmo contagioso, a veces vertiginoso.
Quizás fuese el agridulce aguijón de la nostalgia, pero la hechicera tuvo la firme convicción de que las manos de su tío, por alguna razón que no terminaba de encontrar explicación plausible, no envejecían y que el piano era, en realidad, una extensión de su misma alma, la cual bullía con un fulgor cegador en el corazón de la Canción Élfica. Y era probable que ahí radicase la cuestión esencial: no importaba en absoluto que pudieran pasar alejados largas temporadas el uno de las otras, puesto que el vínculo que existía entre ambas hermanas y aquel anciano venerable —y algo extravagante— era algo genuino, tejido con mimo como una suerte de hilo invisible, irrompible, desde que las mellizas nacieron al amparo de interesantes augurios en Middletown. Algo incorruptible y mucho más poderoso que cualquier juramento de vasallaje. No se podía comprar —simplemente, no estaba a la venta— y, por mucho que tratases de ofenderlo o dañarlo, perduraba con el paso de los años incluso en la distancia como algo puro, sin aristas ni ambages.
Talina reprimió un escalofrío cuando su tío empezó a tocar la canción que despedía su actuación, meciéndose al son de la melodía mientras reprimía una risita viendo al buen Old Norris tratar de patear con toda la discreción que le era posible a Chester para ahuyentarlo. Le lanzó una mirada de recriminación en calidad de propietaria —mejor dicho, proveedora de recursos oficial— del felino, pero en los ojos de su tío no había un solo ápice de severidad. Todo lo contrario.
Fue entonces cuando notó la punta de la pistola clavársele entre las costillas y fue a dar un respingo, pero en su lugar escuchó una voz rasposa que le advirtió:
—Sin movimientos bruscos, chavala.
Qué voz taaaan áspera, infiernos.
Talina trató de rememorar quién podría tener cuentas pendientes con ella y estar tan desesperado como para cometer magnicidio en la mismísima taberna de la Canción Élfica con un arma de fuego. Luego su proverbial raciocinio la calmó diciéndole que no existían armas de fuego en esta ambientación, así que lo más probable —dentro de tan improbable situación— era que le estuviesen apuntando con una varita de defunción instantánea marca WARMARSTM —¿¡QUIÉN SI NO!?— adquirida en el mercado negro.
Era una explicación racional, pero eso no la convertía en halagüeña, desde luego.
Entonces sintió un característico picorcito en la nuca, algo así como un cosquilleo cósmico, un sentido arácnido desbocado que trató de advertirla, con relativo éxito, de queee…
Se giró cautelosa solo para toparse con la mueca socarrona y maliciosa de —¡¡¡CÁSPITA!!!— su hermana Jorvanna Vexshadow.
—Eh. ¿Me echabas de menos, pitufa?
Talina se limitó a observarla con la respiración ahogada admirando su hilarante —e inquietante— parecido físico. Era como una copia exacta de ella misma, pero bañada en sudor y barnizada en algo de mugre callejera, con ese ceño tan tendente a fruncirse en una mueca hosca y barriobajera, esos ojos fieros y esa melena salvaje alérgica a cualquier peine recogida en un moño que trufaba su redondeada y perfecta cabecita.
Agarró a Chester del pellejo sin mucha consideración sin temor a ser arañada, pues el gato sabía bien que hay caricias que pueden arrebatarte siete vidas.
—¡Aaaargh! ¡Me oprimen! ¡Me subyugan! ¡Alguien! ¡Ayudaaaargh! —Chester pidió auxilio en vano, puesto que era imposible escapar del úrsido abrazo de Jorvanna.
—¡Veo que has traído a Gato Apestoso contigo! ¡Ven aquí, bola de pelo, que te voy a estrujar un poquito!
—¡Nooooo! ¡Talina, sálvame, por tu honor! ¡Si me abraza, sé que mis órganos implosionarán! ¡Existen precedentes!
—¡Tymora bendita! ¿¡Qué truenos le das de comer, hermana!? ¡Su aliento huele a pies! ¡Euuugh!
—¡Excelente! ¡Y ahora resulto humillado! ¡Yo, un connoiseur del sagrado detritus que es el queso! ¡VILIPENDIADO por una matonzuela de tres al cuarto! —protestó un inerte Chester ladeando la cabeza como si de una marioneta se tratase, mostrándose muy ofendido en brazos de Jorvanna—. Talina, quiero que sepas que estoy dolido por tu inacción. Muy dolido… —Silencio dramático —: Profundaaa… menteee dolido.
Jorvanna arrojó al gato al suelo sin mucho decoro y lo espantó con una mueca digna de un gigante del clan Forjasangrienta. Luego se echó a reír a carcajadas.
—Aaaaaah, me encanta demostrarles quién es la jefa —confesó enjugándose las lágrimas. Luego dio una palmada en la mesa y esta emitió un crujido comprometedor —. Ups. Perdón.
Talina reparó en la complexión que exhibía su hermana tras el insultante tiempo que habían permanecido lejos la una de la otra. Tenía los brazos robustos y tonificados propios del que lleva años enfrascado en la forja de inodoros de adamantio. Ese par de brazos hercúleos estaban insertados en el cuerpecito de una acróbata circense y la apostura fanfarrona de una auténtica malota. Luego estaba la amplísima colección de armas que portaba consigo y que advertían a gritos «PÁNICO NUCLEAR». Hachuelas, dagas, garrotes, un rompecabezas de aspecto terríbile, puños de hierro, un juego de cuchillos que bien podrían venir para un picnic, un tirachinas improvisado con lo que parecía una cucharilla de postre y… la empuñadura de una espada rota.
—¿Qué pintas tú por estos lares, pitufa? —disparó a quemarropa llevando su dedo hasta la punta de la nariz de Talina y presionando con la delicadeza de un martillo neumático.
La reunión familiar ya está casi preparada. ^^
El taburete junto a Talina crujió. No necesitó mirar para saber quién era. Lo supo por el leve olor a cuero seco, por el tintinear de algo metálico —¿un abrecartas, una hebilla, una peineta afilada?— y por la presencia contundente que solo podía traer consigo una hermana capaz de derribar una puerta a codazos… y salir diciendo que fue la bisagra.
Jorvanna.
Talina alzó apenas la vista, como si el reencuentro fuera casual, como si no llevase semanas sintiendo ese familiar hormigueo en la nuca que le decía “tu hermana está cerca, y probablemente causando problemas”.
—¿No me digas que también tocas el piano ahora? —dijo sin dejar de mirar el escenario.
Reprimió la sonrisa mientras chester, en ese instante, pataleaba intentando zafarse como una comadreja atrapada.
—Perfecto —murmuró el felino mientras intentaba escabullirse de allí—. Dos Vexshadow. El doble de caos, la mitad de leche. Si esta situación no mejora pronto, hago las maletas y me largo con la orquesta...
Talina chasqueó la lengua.
—Ni siquiera tocas el triángulo, drama-cat.
Luego giró la cabeza hacia Jorvanna, dejando caer un suspiro leve, mitad cariño, mitad desconfianza.
—Bien… Te devuelvo la pregunta: ¿qué haces tú en Baldur’s Gate? Y que no sea “turismo gastronómico”, porque ese cuento no me lo trago. —Alzó una ceja—. ¿Nuevo contrato? ¿Nueva cruzada personal? ¿O algo con puños y cadenas que acaba en taberna destrozada?
Antes de que su hermana respondiera, Talina bajó un poco más la voz; sólo el sonido del piano y la respiración de Chester cubrían su tono confidencial.
—Por mi parte, digamos que ando… investigando. —Paladeó la palabra—. Un gnomo de barba sospechosamente bien atusada, nombre Doomvault —añadió, escanciando la información en dosis homeopáticas—. Tiene un trabajo grande entre manos y todavía más secretos detrás de la túnica, pero no decido si es filántropo inquietante o trilero arcano con complejo de archivista. Me limitaré a llamarlo “cliente” hasta que se demuestre lo contrario.
Sus dedos tamborilearon la madera; la luz del candil resaltó cierta preocupación en sus ojos.
—¿Tío Norris sabía que tú también estabas aquí? —preguntó, casi en un susurro—. Porque si no lo sabe, vas a darle un susto… Y si lo sabe y calla… —hizo un gesto ambiguo, mitad aceptación, mitad recelo—… quizá deberíamos intercambiar notas cuanto antes.
Una pausa breve, el silencio cargado de tantas cosas nunca dichas desde Middletown.
—Mira, no pretendo descargar ahora el equipaje entero —prosiguió, apoyando un antebrazo sobre la barra—. Pero este asunto del gnomo huele a caldo espeso. Y si vas a moverte por la misma olla, prefiero no encontrarte en forma de salpicadura. Así que, Jor… ¿qué tienes entre manos? Y no me respondas con rodeos...
En ese instante, el acorde final del Dr. Chuck retumbó por la sala y el tío, aún en el escenario, dedicó a las dos hermanas una mirada que contenía media invitación y media advertencia.
Talina se irguió, arregló el cuello de su capa de viaje y, sin apartar la vista de Jorvanna, remató con una media sonrisa ladeada:
—Habla ahora… o prepárate para que lo adivine yo cuando no te convenga. Sé que no soy la única Vexshadow a quien le pica la nuca cuando el destino se frota las manos.
Chester, desde el taburete, soltó un maullido cansino.
—Perfecto, se acerca la segunda ronda de dramas familiares. ¿A alguien le importa si yo voy pidiendo la leche?
Jorvanna resopló.
Era muy propio de Talina replicar con otra preguntita.
—No, lo mío es el ukelele —contestó, y el solo hecho de imaginarla rasgando las cuerdas de tan dulce instrumento generó en Talina una imagen mental que sustituiría a la ballena en sus pesadillas.
Jorv miró de soslayo a Chester.
—Deja tus maullidos lastimeros, gato. Aquí están hablando las mayores —amenazó mientras dirigía al minino una mirada cargada de recriminación.
—Y ahora coarta mi libertad de expresión… ¿Y acaso alguien defiende mis derechos? —Chester se llevó la pata a la oreja un par de segundos. Actio seguido miró a Talina con ojos entrecerrados por el rencor—. Ese silencio acusador caerá como una losa sobre la conciencia de alguien en breves segundos… Oh, sí.
—¿Me reúno con mi hermana tras largos eones y aquí nadie nos sirve un copazo? ¿¡Pero qué clase de tugurio de mierda es este!? —Jorvanna golpeó la mesa con un puño cerrado, algo que provocó un gemido en el mobiliario. Luego clavó su mirada henchida de furia sobre el primer camarero que pasó, un remilgado elfito que cometió un terrible error: estableció contacto visual con ella.
—Tú, flacucho. Hidromiel del Monte Espino Negro por aquí. Una jarra bieeen grande. Leche para el felino y, para esta melenuda… —Cerró un ojo e hizo memoria con una mueca muy graciosa —: Una copita de vino dulce. ¡NO! Mejor aún. Tráigale una copa de Perico Gamuza. ¡Y RAPIDITO! Este encuentro familiar podría saltar por los aires en cualquier momento.
El camarero elfo valoró si pedir tres piadosos segundos para escapar por la puerta de servicio, pero dado que Jorvanna perdió rápido el interés por él, suspiró y salió dando largas zancadas hacia la barra.
Perico Gamuza. ¿¡QUÉ INFIERNOS!?
—Cómo está el servicio… —bufó Jorv volviendo a centrar su atención en su hermana—. Así que investigando cosas para ancianos misteriosos, ¿eh? Nunca cambiarás, hermana. Ándate con ojo. Si has leído el Gazetteer, sabrás que los Magos Encapuchados están muy sensibles. Lo último que necesitan en Puerta de Baldur es un vórtice de Magia Salvaje…
Talina maldijo para sus adentros… ¡Si pudiera conseguir una copia de tan ansiado diario independiente…!
—Solo te diré que me va muy bien —Y sonrió con tal seguridad que Talina supo que Jorv estaba pasándoselo en grande en Puerta de Baldur —: Hago un poco de todo, ya sabes. En la mayoría de las ocasiones, presencia intimidante. Otras… Bueno, tortazos pedagógicos. La ciudad se ha vuelto peligrosa. Los «mercs» estamos al alza, hermana.
Le guiñó el ojo justo cuando el camarero les servía sus bebidas.
—¡Ya era hora! No te lo mereces del todo, pero ten, por las molestias —Jorvanna le dio de propina una moneda de oro. Ungida por el Cuerno de la Abundancia, pensó Tali —. Cobran una miseria y suelen tener buenas pistas cuando los necesitas. En el fondo, hay que cuidarlos —confesó con una sonrisilla pícara —. ¿Brindamos? Por el reencuentro de las «Medianas Cósmicas», las dos monitas de feria de Middletown. Aaargh, qué asco le tengo a ese sitio, diablos —Bebió con avidez. Un trago largo. Se secó los labios con el dorso de la mano sin recato alguno —. Lo cierto es que pasaba por aquí y vi el cartel de la entrada. No tenía ni la más remota idea de que el tito acariciaba las teclas esta noche. Creo que suena mejor que nunca, ¿no te parece?
El Destino volvía a unirlas sin un motivo aparente. Tan fascinante como perturbador…
Jorvanna era bastante tosca para el estándar mediano, pero tenía algunos puntos débiles que apelaban a un ardiente sentimentalismo, oculto este bajo densas capas de amianto y algún que otro revestimiento en cota de malla.
El tío Norris era uno de estos puntos débiles, fuera de toda duda.
Talina sabía muy bien que su hermana sería capaz de matar de forma muy violenta a aquel que pusiera una mano encima a su tío. Es más, sabía muy bien que Jorv le retiraría la palabra si le privaba de ese derecho divino.
ASÍ DE INTENSA PODÍA LLEGAR A SER JORVANNA VEXSHADOW.
—¿Salpicadura? Hermana, echa el freno, ¿quieres? Conozco esa mirada. Ya estás pensando en la Teoría de las Hebras del Destino. Vale, te lo voy a explicar con claridad: no sé en qué andas metida con ese tal Doomvault, pero sí sé que mientras te mantengas lejos de Alta Ciudad esta noche, no tendrás ningún problema conmigo.
Levantó una mano, una forma vehemente de enfatizar que no había terminado. No aún.
—Si optas por desoír mis consejos para preservar tu salud y bienestar, te diré algo más: lo último que quieres es cruzarte en mi camino, hermana. Conozco todos tus trucos.
Talina tuvo que reprimir un escalofrío y una carcajada a la vez, porque, de hecho, ella se encontraba en la misma situación con Jorv.
—Y si crees que conoces todos los míos, listilla, te diré que tengo algunos nuevos bajo la manga —Le obsequió una sonrisa salvaje que erizó el peludo manto de Chester.
—¡Está poseída! Recomiendo una retirada expeditiva. Esa mirada… ¡Quiere hacerse unas brochetas con nosotros!
Algo zumbó bajo la mesa, o al menos esa fue la sensación que tuvo Talina. Jorvanna torció el gesto, como si reconociese el origen de ese extraño zumbido. Extrajo algo del bolsillo de su pantalón que Talina no logró distinguir, frunció el ceño, se acabó el hidromiel de un sonoro trago y se levantó como un resorte.
—Debo largarme. Tengo trabajo. Si quieres, mañana te invito a comer en el Oso Rodante. Ya sabes, por los Viejos Tiempos —. La agarró de las mejillas sin mucha delicadeza y le plantó un sonoro beso fraternal en la frente —. Hazte un gran favor y acuéstate pronto esta noche.
El peligro de esta escena es que podría alargarse lo suficiente para erigirse en un standalone. XD
Te dejo espacio para reaccionar al buen montón de cosas que te he dejado.
Elige:
1) Tratas de sonsacar más información a tu hermana aunque eso te suponga perderle la pista a Tío Norris. En este caso tendrás que seguirle los pasos hasta la salida de la Canción Élfica.
2) Priorizas localizar al Tío Norris en su camerino (acaba de salir del escenario con mucha discreción) y lamentas no poder ahondar en lo que quiera que anda metida Jorvanna. En este caso te adentras en el corazón de la Canción Élfica.
Haz además una tirada de Percepción o Arcana. Te daré una pista. Elige solo una. La DC es de 10.
Talina sostuvo la mirada de su hermana un instante más. Una parte de ella quería responder con una carcajada, otra con un puñetazo juguetón en el brazo… y otra, más callada y profunda, con un abrazo que no se atrevía a dar.
Así que lo disimuló con una sonrisa ladeada, de esas que usaba como escudo.
—Qué dramatismo, Jorv… Ya sabes que si nos cruzamos, será para cubrirte las espaldas. O para robarte el postre, eso también.
Hizo una pausa. Bajó la mirada por un segundo.
—Además, aún no he decidido si quiero que me des una paliza o que me abraces otra vez… estoy indecisa.
Chocó suavemente su copa contra la de su hermana, sin tanta efusividad como antes, pero con más peso emocional.
—Por los viejos tiempos, sí. Y porque no importa cuánto runrún estemos pisando… siempre vuelvo a encontrarte justo cuando más me duele no tenerte cerca.
No dijo más. No hacía falta. Jorvanna ya estaba a medio camino de la puerta, y Talina ya la echaba de menos.
—¿Estás llorando por dentro? —susurró Chester, subiendo al regazo de su dueña—. Porque por fuera pareces una estatua de yeso amargado.
—Estoy guardando energías para empujarte dentro de una bota con tapa —le respondió Talina en voz baja, acariciándole entre las orejas—. Y si la leche del Monte Espino Negro te sienta mal, no pienso conjurarte el estómago.
Chester rodó los ojos con elegancia felina.
—Lo nuestro es una relación de maltrato emocional. Exijo custodia compartida con alguien que sí aprecie mi pelaje.
Talina se levantó. Apuró su copa con un gesto medido, dejó unas monedas en la mesa y alisó su falda con una mano.
El piano había dejado de sonar, y la cortina tras el escenario aún se movía con la estela de alguien que acababa de pasar.
—Vamos, Chester. Aún nos queda un tío que acecha la noche disfrazado de Doctor.
Chester se deslizó hasta su hombro con un ronroneo perezoso.
—¿Y si está en paños menores?
—Entonces dejarás de quejarte de mis camisones.
Sin volver la vista atrás, Talina se encaminó hacia el corazón de la Canción Élfica, donde el rastro del tío Norris aún flotaba como una melodía antigua.
Tirada oculta
Motivo: Percepcion
Tirada: 1d20
Dificultad: 10+
Resultado: 16(+4)=20 (Exito) [16]
Talina detestaba que el Destino la pusiera en ese tipo de encrucijadas en las que la mejor decisión posible implicaba dejar ir a su hermana, pero su corazón y su más que probada intuición femenina le decían —¡LE EXIGÍAN!— que fuese tras Tío Norris, que tenía que localizarle y hablar con él con toda la urgencia posible.
—¿Has visto esa piedra mensajera de última generación? —inquirió Chester mientras la seguía entre la multitud con aire despreocupado —. Runas fluorescentes. Canela fina. Me atrevería a decir que tu hermana, esto es, mi némesis, no iba de farol cuando ha mencionado tener nuevos trucos.
Con pensamientos poco halagüeños flotando por su mente, Talina apresuró el paso y aprovechó que la taberna entera empezó a vibrar con la canción del espíritu que la poseía para esquivar a un par de sorprendidos parroquianos y colarse por la parte trasera del escenario, buscando ansiosa los camerinos.
—Sabes que estamos en una zona privada y que si nos ve alguien del servicio podríamos meternos en serios problemas, ¿verdad? —quiso saber Chester, siempre atento de la legislación vigente—. Hmmmm… Silencio positivo. Mi favorito.
La hechicera se detuvo al acceder a un pasillo en el que pudo reconocer a los Jumbo-Gumbos, los alegres músicos que conformaban el variopinto grupo del Dr. Chuck.
—¡Una groupie! —chilló excitado uno de ellos.
—¿Querrá que plasmemos nuestra rúbrica artística en sus voluptuosas pechugas? —cuestionó el percusionista, mucho más gamberro que el anterior.
—¡SOLO HAY UN MODO DE AVERIGUARLO! —dijeron a coro los integrantes de la sección de viento.
Chester entrecerró los ojos.
—Talina. Corre.
No sabemos cómo ocurrió, pero sí que la mediana y su inseparable compañero animal efectuaron un salto a cámara lenta que los condujo justo al departamento ocupado por el Tío Norris.
¿Casualidad…? No lo creo.
—¿¡Quién osa entrar en mis dominios!? —bramó Tío Norris mientras se ajustaba su tocado emplumado, un regalo de un clérigo de las tribus lagarto Ssszazark. Siempre tuvo aprecio a tan magno sombrero. Decía que le ayudaba a conciliar el sueño, lo cual era paradójico pues la aventura en la que lo obtuvo fue una pesadilla de mil pares de narices.
—¡Ah, eres tú, sobrina mía! —miró su reloj de arena con cierto nerviosismo —. Llegas tarde. Para no variar. Pero qué se le va a hacer. ¡Con estos bueyes hemos de arar! ¡Vamos, vamos! ¡A MIS BRAZOS!
Abrió sus brazos en cruz aguardando una carga de caballería de una sola mediana.
Olía a jazz, a extravagante pipa de fumar y al incomparable aroma a retorno al hogar.
—¡Y vosotros, panda de beduinos e iconoclastas! —clamó contra los J&M—. ¡Atreveos a poner vuestros grasientos dedos bañados en salsa cajún en la cabellera de mi sobrina y os convertiré a todos en hipoglúcidos! ¡Y sabréis que mi nombre es Chuck... cuando mi venganza caiga sobre vosotros!
—Infiernos... ¡Qué miedo! —musitó Chester, vulnerable al truco Taumaturgia.
—¡Y tú, criatura infernal! ¡No creas que he olvidado lo que le hiciste a mi felpudo la última vez que nos vimos!
—¡Piedad! ¡No hubo dolo! ¡La leche estaba cortada! ¡Lo jurooo! —suplicó Chester intuyendo el Rayo de la Muerte originándose en las puntas de los deditos de Tío Norris.
Talina no se lo pensó dos veces.
No podía.
Ni su mente inquisitiva, ni su corazón traicionero, ni sus pies veloces le permitieron mantener la compostura. Apenas había cruzado el umbral de aquel camerino cargado de incienso, humo de tabaco arcano, ecos de jazz sudoroso y calaveras pintadas con purpurina, cuando salió disparada como una piedra de honda, lanzándose contra su tío con el ímpetu de una bola de fuego de nivel tres.
—¡¡TÍOOOOOO!!
La embestida fue leve solo por cuestiones de escala y gravedad. Talina se estrelló contra el chaleco del Tío Norris con los brazos abiertos, como si tuviese miedo de que se desvaneciera si no lo abrazaba con fuerza suficiente.
Olía a casa.
A sándalo quemado, a libros viejos y a esa mezcla imposible entre nuez moscada y tinta mágica que él decía que era su “colonia de campo”.
—Ay… cuánto tiempo —murmuró Talina contra su pecho, reprimiendo una punzada de emoción que amenazaba con asomarle a los ojos. Pero no. Nada de lágrimas. Había preguntas que lanzar.
Chester se quedó en la puerta, sin moverse, asimilando la escena con un estoicismo digno de los retratos de familia más incómodos.
—¿Esto es lo que sentís los mortales cuando os inunda la emoción? Porque estoy a punto de vomitarme encima del felpudo. Otra vez.
—Silencio, Chester —Talina no se giró—. O te adopto legalmente y te inscribo en una escuela de baile para gatos.
—¡Qué crueldad! ¡Qué perversa determinación! —el felino retrocedió dos pasos—. ¡Y pensar que una vez le robé leche a un perro por ti!
Tío Norris, por su parte, apenas pestañeó ante el aluvión. Se limitó a recibir el abrazo como un árbol que ha aprendido a aceptar las tormentas.
Y luego, Talina estalló en palabras.
—Vale. No me mates por esto, pero tengo que preguntártelo todo —empezó, dando un par de pasos hacia atrás para respirar—. Y no vale fingir demencia ritual, eh. Nada de “ay, sobrina, me pica el aura”. Estoy en medio de un asunto muy gordo. Y tú vas a ayudarme.
El mediano mayor arqueó una ceja. No dijo que no.
—¿Sabes algo de un gnomo llamado Morkar Doomvault? —comenzó ella—. ¿Tiene antecedentes turbios? ¿Trato con necromitas, demonios, estafadores del plano etéreo? ¿Vive en una torre que se transforma cuando hay niebla? ¿Te suena?
Sacó su libreta con el gesto de quien invoca un espíritu, y anotó algo sin parar de hablar:
—Y el Vermiis Misteriis. El libro. ¿Te suena? ¿Verdad que sí? ¿Un grimorio supermaldito que podría inducir locura si lo lees de soslayo en una tarde aburrida? Me han dado una llave para abrirlo, pero no sé si es real o una trampa. Y ya sabes lo que pienso de las trampas…
Miró de reojo a Chester. El gato negó lentamente con la cabeza.
—Jorvanna también está en la ciudad —añadió de pronto, con un tono más bajo—. La pillé ahí fuera justo antes de verte. Llevaba una piedra mensajera nueva, de esas con runas reactivas… modelo Mercurial Mark IV, creo. Solo los contratistas de élite las tienen. ¿La viste usar una?
Tío Norris no dijo nada, pero sus pupilas brillaron por un segundo.
—¿Sabes que se ha metido en algún lío? ¿Algún trabajo? ¿La has visto estos días? Porque tengo la horrible sospecha de que puede estar relacionada con… bueno, el mismo asunto que yo. Y si eso es verdad, podría ser un problema. O una ayuda. O un cataclismo emocional. Aún no lo decido...
Suspiró profundamente. Bajó la libreta.
—También quiero saber si has oído hablar de un tal Le Corbeau. ¿Alias? ¿Nombre en clave? ¿Mago renegado? ¿Poeta frustrado que decidió invocar muertos para compensar su falta de métrica? Cualquier dato sirve.
Se acercó un poco más y, por un momento, bajó el tono, solo para él:
—¿Has notado algún aumento de la Magia Salvaje en la ciudad? ¿Rumores de un culto nuevo? ¿Algo sobre los Magos Encapuchados? Porque hay un runrún en el aire… como cuando un conjuro quiere salirse del papel.
Tío Norris la observaba en silencio. Estaba acostumbrado. A los monólogos. A los ojos brillantes. A la avalancha de pensamientos en espiral.
Talina se detuvo un segundo. Tomó aire.
—Y por último… ¿por qué no me dijiste que tocabas aquí? ¿Creías que no me enteraría? Dr. Chuck, ¿en serio? —Le sonrió—. Eres un genio, lo sabes. Ridículo y magnífico. Pero genio. Y estoy muy orgullosa.
La tensión aflojó un poco en su pecho. Solo un poco.
Y entonces, más seria:
—No quiero meterte en líos. Solo necesito saber si puedes ayudarme a entender qué clase de juego es este. Porque estoy dentro. Hasta el cuello. Y la Muerte me debe una conversación que aún no hemos tenido.
Chester, que había estado olisqueando un incienso sospechoso, toseó en voz baja:
—En resumen: está hasta el gorro, tiene una misión, su hermana quizá sea su rival, el gnomo es un misterio, el libro es peor, y todo apunta a que nos vamos a meter en un berenjenal gordo.
Talina asintió.
—Y yo solo quería una noche tranquila. Pero ya ves.
Se encogió de hombros. Luego, como si nada:
—Tío... ¡TE QUIERO!. ¿Tienes galletas?
Tío Norris bien podía recibir placajes sobriniles con rictus impertérrito, pero semejante avalancha de datos argumentales amenazaba con zarandearle su plumífero tocado de la impresión.
—Ahum —carraspeó mientras se mesaba su larga, frondosa y tupida barba. Aaaah, una oda peluda a la suavidad. Otros PNJ habrían fallecido en el acto por una infoxicación aguda, una muerte cerebral por un procesamiento no depurado de información en bruto. ¿Pero Tío Norris…?
El provecto mediano se ajustó sus lentes de deducción y sacó de la manga de su gabán una historiada pipa del calibre 45.
—Veamos… Has mencionado una llave. ¿Dónde está esa llave? ¿La tienes contigo?
Talina sintió una punzada de algo no suficientemente determinado pero bastante molesto que bien podríamos catalogar como «¿¡POR QUÉ NO ME QUEDÉ CON LA MALDITA LLAVE!?»
—Denoto un incómodo y repentino silencio en tu persona… —Tío Norris olía el hedor de la negligencia y lo perseguía como un escualo un rastro de aromática sanguinolencia—. No tienes la llave aquí, ¿verdad?
» ¿Verdad?
Fueron los ojos de Talina los que la delataron.
Tío Norris se llevó sus rollizos —pero veloces— deditos al rostro y se pinzó la nariz mientras negaba con la cabeza y su tocado se agitaba como la cola de un pavo real en un claro símbolo de decepción aviar.
—¡Ay, sobriiiiinaaaa…! ¡Con lo que tú has sido! De Jorvanna podría esperármelo, al fin y al cabo, le basta una mirada enfurruñada y un par de vocablos soeces para provocar una súbita relajación de esfínteres… Puede esperarse cierta relajación empática por su parte. ¿¡Pero de ti!? —La despeinó con sus relampagueantes manos a manos llenas. ¡La cabecita de Talina ahora parecía un ovillo tras enfrentarse a la ira de Chester!
—No deberías haber perdido de vista esa llave en ningún momento. Ahora dime: ¿Quién la tiene? ¿Puedes fiarte de esa persona? ¿Le confiarías tu vida? ¿Y la de Chester? ¡Qué digo! ¿Le confiarías mi colección de sombreros? —Con cada pregunta, el énfasis en la voz de su tío se convertía en una daga horandando su corazón y creando una hemorragia interna que supuraba culpabilidad.
—El condenado Vermiis… Claro, claro que conozco ese libro, sobrina —Sacó un ornamentado peine de algún bolsillo —se abría como una navaja mariposa, pero no tenía la consideración de elemento de peluquería prohibido por el magno reglamento de armas de la ciudad—, se relamió el pulgar para marcarle la raya en la cabellera a su amada sobrina y empezó a peinarla con esmero como si de una niñita buena se tratase—. ¡Qué preguntas tienes! ¡Toda una vida oyendo hablar lindezas sobre ese mohoso montón de celulosa corrompida! No está maldito, no… Es muuucho peor. Es una colección de maldiciones insuperable. Se dice que contiene un buen montón de conjuros nigrománticos de gran potencia, así como la poco higiénica maldición conocida como «Sino Aciago», un aberrante sortilegio que provoca en la víctima una defecación tal salvaje que lo último que queda de ella es una infecta y oscura hez sanguinolenta.
A Talina la digestión se le cortó en este punto.
—Pero agárrate la túnica, guapa, porque si crees que irse de vareta de forma impía es lo peor que podrían escuchar tus oídos, estás terríbilemente equivocada —El camerino parecía empequeñecer, o el tío Norris agrandarse, pero con cada palabra suya Talina captaba un nuevo matiz del trabajo en el que había ido a pringar su naricilla—. El Vermiis es, en esencia, un volumen diabólico. Se dice que está forrado en piel humana, o élfica, según la versión, y que el solo hecho de abrirlo supone un aterrador sacrificio para la cordura del lector… Además, algunos cronistas sugieren que está ilustrado por un expresionista demente. ¡Por Tymora que detesto a esos pseudoartistas! ¿Sabes que tienen una feria propia para promocionar sus paparruchas? Tiene nombre de arma de proyectiles medieval, creo recordar…
Tío Norris se sirvió una copita de, mire usted la casualidad, Perico Gamuza, le dio un trago, hizo gárgaras y luego tragó con gesto docto.
—¡Aaaaaah! Delicioso. Hum. Cosecha del 87. Buena añada. ¿Por dónde iba? Diablos, sí. ¡ESE LIBRO DEBERÍA ESTAR EN UN MUSEO! —Otro trago al copazo—. Uno esotérico, para mayor precisión. ¿Y dices que no solo tú vas detrás de él? ¿También Jorvanna? ¿Y por qué diablos no vais juntas? ¿Sabe vuestra madre que habéis tomado sin recato la senda aventurera que promovía vuestro tío? Jo, jo, joooo… Ya le dije que nuestro vínculo iba mucho más allá de lo maternal. Dos sobrinas y un destino… Jo, jo, joooo. Seguro que me retira la palabra. Aaaah, ya no me invitará a su fiesta de cumpleaños. Qué catástrofe. Con lo que me gusta el pastel de limón que hace tu madre… —Aleteó sus manos con viveza—. ¡Cáspita! ¡Divago otra vez! ¿Y dices que os persiguen los necropollos de Myrkul? Mala cosa, en efecto. Muy mala cosa. He visto necropollos de Myrkul en el cielo de Orión y… —Tío Norris se acarició el bigote, pensativo—. ¿O era en la Puerta de Tannhaüser?
Miró a Talina con gesto suspicaz.
—A todo esto, sobrina, ¿en qué ciudad nos hallamos? La gira musical me tiene algo desquiciado, ¿sabes? Por cierto, el tipo ese al que has mencionado, Le Corbusier, sí, le conozco. Sus construcciones vanguardistas me dan un poco de vértigo, para qué te voy a mentir. ¿Y dices que Le Corbusier tiene el Vermiis? Será felón de tres al cuarto… Trilero calvorotas… Topo rencoroso… Mamón insurrecto… Perdón, sobrina, me he dejado llevar por cierta vena arrabalera que circula por la sangre de nuestro linaje.
A estas alturas, Talina empeza a pensar que tanta información en la anciana cabezota de su amado tío no estaba desplegando los efectos deseados… Era eso, o la natural decrepitud que traía consigo el paso de la edad haciendo estragos en la mente de su singular pariente.
—¡Coño! Perdón, perdón, sobrina. Es la sangre que comparto con tu madre, que me hierve por dentro y me impele a la blasfemia y al exabrupto… Quise decir: ¡Cogno! ¿Qué me dices? ¿Que los Magos Capuchinos la están liando con Magia Salvaje? ¡Cerdos endogámicos! ¡Ándate con ojo, mi niña, que esos cerriles cenutrios miran con terríbile envidia a todo aquel capaz de hacer piruetas arcanas con la magia!
Se sirvió otro Pericazo. La glotis lo demandaba.
—¿Y para qué iba a decirte que tocaba aquí? ¿Acaso has tenido algún problema para encontrarme? —Fair Enough—. Ya sabes que nuestro vínculo es irrompible, diminuta. No hay montaña lo suficientemente alta o río lo suficientemente profundo para separarnos, mi Talina —Y la abrazó con notoria fuerza otra vez, enterrando su regia y aguileña napia entre la melena repeinada de la hechicera.
—Y no es un alias —puntualizó muy digno—. Soy… El Dr. Chuck, hechicero cajún y profeta del jazz.
Alguien tocó a la puerta.
—¡Estoy ocupado dándole un arrumaco a mi sobrina! ¡Fuera de mis dominios, diablejos pervertidos!
Alguien volvió a tocar la puerta.
—¿¡Acaso tienen límites los cansinos de mis fans!?
Alguien volvió a tocar la puerta.
Insistentemente.
—¡Ya voy! ¡Ya voy! Sobrina, hay galletas de mantequilla en esa cajita metálica y leche fresca en el canasto para el felino. Aguarda aquí un momento, por favor.
Tío Norris abrió la puerta muy malhumorado. Ya nadie respetaba los reencuentros con su amada y brillantísima sobrina que regalaba llaves a gente muy sospechosa.
Todo fue rapidísimo.
La daga entró en el pecho del anciano, que se quedó petrificado en un rictus de sorpresa y desconcierto.
—¡…!
Horrorizada, Talina dejó caer el tarro de leche fresca que se hizo añicos con un estrepitoso estallido. Tuvo tiempo de escuchar al asesino decir con la suavidad de un estilete alojándose en la tráquea:
—Recuerdos de Lord Daigneault, señor Norris.
Usted vino aquí buscando emociones fuertes, señor Vond.
Bien, voy a darle emociones fuertes.
Elige:
1. ¡Atrapar al asesino a toda costa! ¡Lanza INI y piensa qué artimaña hacer para dar caza a un tipo muy escurridizo!
2. ¡Salvar al tío Norris a toda costa! ¡Te la juegas a una tirada crítica de Medicina! La DC es 13, pero para darle un EXTRA DRAMA a la escena, vamos a jugarla de esta manera si es tu opción elegida: si superas, Tío Norris se salva. Si no superas, Tío Norris muere.
Definitivamente.
Si la superas, te daré inspiración, algo que te llevas mereciendo desde hace un buen rato, pero quiero justificarlo con una secuencia digna.
El tiempo se quebró en mil esquirlas.
Todo quedó suspendido, excepto el sonido inconfundible del cuchillo al deslizarse fuera del cuerpo del Tío Norris; un sonido húmedo y terrible, como arrancar la página más importante de tu historia.
—Tío… —susurró Talina.
Él giró el rostro, aún de pie por un milagro perverso. Quiso hablar. Solo salió sangre.
Y cayó.
El mundo entero se volvió un susurro, apagado y distante. Ni el jazz, ni los gritos de Chester, que arañaba el aire como un loco, ni siquiera el zumbido de alerta mágica que empezaba a hervir en su cabeza. Nada importaba.
Talina cayó de rodillas junto a él.
—No. No, no, no… No te atrevas. No te atrevas a hacerme esto. No hoy. No tú.
Sus manos temblaban. El plumaje de su tío estaba empapado de rojo. La tela se oscurecía por momentos. Ella presionó la herida sin pensar, con fuerza, con rabia, con miedo. Todo a la vez.
El Tío Norris la miró con esos ojos suyos, llenos de sabiduría, y ahora de terror.
—¡No me mires así! ¡No cierres los ojos! —gritó. Se arrancó una tira de tela de su propia túnica para improvisar un torniquete, aunque la herida estaba en el pecho, y sabía que un torniquete no servía de nada ahí. Pero tenía que hacer algo.
—¡Chester! ¡Agua, algo! ¡Haz algo útil! —bramó, sin dejar de presionar.
—¡Soy un gato! ¡Qué quieres que haga, dar compresas con mis bigotes! ¡Oh Tymora, este sitio no tiene ni toallas de emergencia! —aulló Chester, mirando desesperado el canasto con la leche.
—Shhh, shhh, tío… aguanta. Aguanta, ¿vale? No puedes irte. Aún no me has dicho qué pasó aquella vez en Calimport con la guardia y las plumas de faisán. ¡Me lo prometiste!
Talina empezó a murmurar palabras en un tono antiguo, medio conjuro, medio oración, guiándose por instinto. Sus dedos estaban resbaladizos, y sentía cómo su energía se drenaba a medida que intentaba cerrar una herida que no cedía.
Necesitaba que algo funcionara.
Necesitaba que alguien la escuchara.
Por un momento, la habitación se quedó en silencio.
La sangre seguía brotando.
Y Talina, tragándose el miedo, levantó la mirada, fijó su determinación, y colocó ambas manos sobre el pecho de su tío.
—No te mueras, viejo bastardo. No te mueras. No me lo harías. No hoy.
Respiró hondo.
Recordó su cita pendiente con la muerte. Quiso posponerla, en vano, y trató de salvarlo…
Motivo: Salvar a Norris!!!!!
Tirada: 1d20
Dificultad: 13+
Resultado: 6(+1)=7 (Fracaso) [6]
Tenía que intentarlo. Al fin y al cabo, era su queridísimo tío… y Talina nunca ha sabido rendirse cuando algo importa de verdad.
Fallé estrepitosamente pero… ¡Todo sea por el drama!.
Y ahora, pregunta seria, señor de los Goblins:
¿Puedo dar rienda suelta a los sentimientos de Talina en la próxima narración… con una explosión de Magia Salvaje tan brutal que reviente media taberna, destroce un piano y altere el ciclo lunar durante 1d4 días?
Lo dejo en tus sabias (y creadoras de caos) manos.
—¡Aguanta, viejales! ¡No nos hagas esto! ¡No puedes hacerlo! ¡No te permito que lo hagas! ¡No te nos mueras ahora! ¡Si es una puñaladita de nada! ¿Ves? ¿Ves? ¡Oh, alabados sean los bigotes de Bast! ¡Cuánta, cuantísima sangre…! Talina, creo que me estoy mareando… Ooooh… ¡Maldita sea, abuelo! ¡Espabila! ¡Vas a ponerte bien! ¿Verdad, Tali? ¿Vas a ponerte bien? —El felino sonaba aterrado, su voz pasando del exhorto a la súplica entre maullidos altisonantes.
Tío Norris, aún perplejo por el fulgurante golpe, a todas luces perdiendo la poca conciencia que le quedaba, se palpó el pecho, contempló atónito sus deditos temblorosos, unos deditos sin teclas que tocar a su alrededor, pringados en su propia sangre. Esbozó una sonrisa triste y cansada, luego miró a Chester y dijo:
—Hmmmmm… No.
Le costó un viaje de ida y vuelta al Avernus tragar, pero lo hizo, porque la vida se le escapaba por la abertura que he había hecho aquel malnacido, un rufián cuyo rostro le había resultado de una palidez tan mortífera como su habilidad para untar tostadas de carne.
—Sobrina… Escuch… Escúchameee… Ugh… Debes… Aaaargh… ¡Debes hacerte con el Vermiis…! —Buscó su manita a tientas para agarrarla con la suya y decidió que sus últimas fuerzas debían consumirse apretándola con fuerza, recordándole quién era ella para él, quién era él para ella, y que no importaba la distancia o el plano dimensional, como tampoco la altura de la montaña o la profundidad del río, porque su vínculo, en fin, era irrompible.
—Nunca estará en buenas manos… hasta que caiga en las tuyas… —dijo a modo de extraña revelación. Luego las lágrimas brotaron de sus ojos sin luz y confesó—: Siempre fuiste… la hija… que quise tener.
Y ahí quedó, tendido en el suelo, un niño exhausto, con su larga barba blanca teñida de sangre y mil historias aún por contar, su mano aferrada a Talina más allá del Tiempo y el Espacio.
Talina no respiraba.
Talina no pensaba.
Talina solo… miraba.
El mundo entero se replegó sobre sí mismo.
Las risas del pasillo. Los pasos precipitados. El chisporroteo de las velas. Todo se volvió lejano. Bajo. Distante. Como si el universo hubiera decidido respetar el silencio que ahora brotaba desde el centro exacto de la hechicera mediana.
Chester no dijo nada. Por primera vez desde que tenía uso de voz —y de sarcasmo—, guardó silencio.
Y fue entonces cuando Talina sintió que el calor en la mano de su tío… ya no estaba. El tacto seguía ahí. La piel, la forma de los dedos. Pero ya no había vida. Solo una sombra de lo que fue.
Una lágrima no cayó. No hacía falta. Bastó con el temblor en los dedos. Una vibración tenue, apenas perceptible. Como si algo se hubiese fisurado dentro de ella.
Fue Chester quien lo notó primero.
No el temblor en Talina, sino en el aire. Un susurro que no venía de ningún lado y lo hacía de todas partes a la vez. Un cambio de presión. Como si el mismísimo plano material hubiese contenido el aliento.
El medallón de cobre que Talina llevaba al cuello comenzó a calentarse.
Una runa en su escoba —una diminuta inscripción que ella misma había trazado años atrás para marcar su eje de rotación— se encendió. Púrpura. Luego blanco. Luego negro. Luego todos los colores a la vez.
Una vela en la esquina del camerino explotó con un “¡pop!” seco.
Y ahí se quebró todo. No como una cuerda, sino como un dique. Y lo que salió de allí no fue llanto. Ni magia. Ni odio. Era todo eso junto. Y más…
El primer efecto fue el aire. Se torció. Literalmente. Como si alguien lo retorciera con los dedos. Las partículas danzaron en espiral, girando alrededor de Talina con la violencia de una tormenta encerrada en un frasco.
El piano estalló en un acorde imposible, una nota que no pertenecía al mundo físico, y las teclas salieron disparadas como dientes de un dios que se acababa de estrellar contra el suelo de la realidad.
Chester flotó en el aire, horizontal, con las patas extendidas y los ojos en blanco como platos.
—¡Este no es mi plano natural! —gritó mientras giraba lentamente sobre sí mismo como una peonza peluda atrapada en un conjuro de levitación e histeria felina.
El rojo sangró luz. El violeta empezó a chillar una nota sostenida como un saxofón endemoniado. El negro… cantó.
Sí, el negro cantaba. Y su canción era un réquiem por un tío caído, una melodía en reversa, una nana oscura y final.
Las ventanas de la taberna estallaron hacia fuera. Cristales, madera, trozos de runas encantadas… todo voló.
Desde la calle, la Canción Élfica pareció convertirse en un faro de locura: una explosión de luz salvaje en la que los colores formaban torbellinos, y en su epicentro, una figura diminuta, de pelo erizado y túnica ondeante, con los brazos abiertos como si fuese un pararrayos de pura emoción.
La gente huyó.
Otros se quedaron mirando, fascinados.
Un niño en la plaza murmuró a su madre: —Mamá… ¿qué estrella se ha caído?. Y no hubo respuesta.
Algunos dirían que aquello fue pena. Otros, venganza. Pero los bardos que recogieron la historia de esa noche cantarían una canción muy distinta.
“La noche en que una bruja rompió su corazón…
…y el cielo se inclinó para escucharlo.”
Y cuando todo terminó… Cuando las cortinas flotaron como jirones quemados… Cuando las llamas se apagaron sin agua, sin viento, solo con la voluntad de un mundo que no podía sostener tanto dolor…
Talina estaba en pie. Entre cenizas.
El tocado de su tío ardía a unos metros, consumiéndose en una combustión lenta y solemne.
Y allí, en medio del polvo que aún brillaba con tonos imposibles, la bruja dijo, sin levantar la voz:
—No pienso perdonarlo.
No gritó.
No maldijo.
Solo… lo dijo.
Como quien pone una piedra sobre una tumba. Como quien planta una bandera sobre el corazón.
Y entonces, simplemente, se fue.
Chester descendió a su lado, caminando con una dignidad herida pero intacta.
—Por cierto —murmuró, tosiendo humo—… esto no ha sido culpa mía.
Talina no respondió. El humo marcaba su paso. La magia salvaje aún chispeaba en su estela.
Y esa noche, la Puerta de Baldur empezó a susurrar un nuevo nombre en las calles…
Un nombre que dolía pronunciar. Uno que ardía como el fuego.
Talina Vexshadow.
Bruja.
Huérfana.
Vengadora.
Cuando Talina abrió de nuevo los ojos, y quién sabe si como consecuencia del estallido de Magia Salvaje, todo a su alrededor estaba muy frío, como si se hubiese teletransportado a alguna de las Diez Ciudades en el corazón del Valle del Viento Helado.
La Muerte la observó con indiferencia profesional, todo a su alrededor fuego octarino y caos primigenio.
—SERÉ GENTIL. CONSIDÉRALO… UNA CORTESÍA PROFESIONAL.
Según los gruesos grimorios que había estudiado durante su adolescencia, Talina creía saber lo que venía a continuación.
El Segador tomaría el alma de su difunto tío, la guiaría al Templo de la Medianoche de los Tiempos y allí jugaría con él una partida de dados a Muerte o Muerte. Luego todo vestigio de su tío sería, en el mejor de los casos, un recuerdo imborrable en su mente, y su alma iniciaría el largo viaje al Más Allá.
La Muerte no dijo nada más. Solo hizo su trabajo en silencio. Antes de desaparecer, los zafiros estelares que tenía por ojos observaron un enigmático instante a la hechicera.
—VOLVEREMOS A ENCONTRARNOS.
Y desapareció.
Un escalofrío la recorrió al imaginar cual destello fugaz cómo sería decírselo a su hermana. Y qué implicaciones podría tener.
Esta magnífica escena llega a su fin, para penuria mía.
Puedes replicar en clave reflexiva sobre lo ocurrido si lo deseas. La Muerte nada añade a lo que ya dicho. Es un poco parca en palabras en esta secuencia. Ju, ju.
La excelente ventaja de Talina es que tiene una escoba a reacción para llegar a Alta Ciudad a toda velocidad, algo que las Cat Queens aún no saben apreciar.
La escena se salva así:
+ Talina es la Cat Queen que tiene más claro lo chungo que es el trabajo del señor Doomvault. Quizás Lord Daigneault sea bastante más astuto de lo que imaginabas.
+ Te propongo añadir al PJ una nueva complicación para justificar el duelo de Tali por su tío. Tú decides cómo la denominamos, pero se traduce en que hasta en tres ocasiones durante la noche, el Señor de los Goblins puede realizar un estallido de Magia Salvaje (una tirada al azar en las tablas, para entendernos). Efectos aleatorios garantizados. ;-D
+ El Estallido de Magia Salvaje activa nuevas complicaciones para las Cat Queens y para Talina en particular. Nuevos e hilarantes villanos calientan en el banquillo del Señor de los Goblins, listos para aparecer en próximos capítulos.
Chester parpadeó. Dos, tres veces.
Lo que acababa de ver —¡de sobrevivir!— no cabía en ninguna de las muchas vidas que le atribuía la superstición felina.
La sala estaba vacía. Vacía… salvo por las brasas de un piano muerto, un tocado chamuscado y el cuerpo sin vida de un mediano inolvidable.
Y Talina.
Talina, en el centro. Erguida. Helada. Silenciosa.
Chester no se atrevía a acercarse del todo. Ni a hablar. No todavía. Porque algo había cambiado.
No en el aire. No en la magia. En ella.
La escarcha que cubría la sala no era real. Ni el hielo en los cristales. Era un reflejo de algo que se había roto por dentro, y que nadie, ni con el mejor conjuro de reparación, podría volver a ensamblar como antes.
Y entonces… La vio.
La Muerte.
Sencilla. Imponente.
Más que huesos o túnica. Era presencia. Una sombra con ojos de estrella.
Chester sintió que su pelaje se erizaba como una escoba de abedul en celo. Por primera vez en mucho, mucho tiempo, no tuvo palabras.
Talina, sin embargo, sí.
Cuando la figura se desvanecía, cuando esa voz cavernosa diciendo:
"—VOLVEREMOS A ENCONTRARNOS."
Talina ni pestañeó.
Su voz fue baja. Áspera. De esas que nacen en el estómago y no en la garganta.
—Te aseguro que antes de venir a por mí… te haré trabajar bastante.
El eco no respondió. No hizo falta.
Chester trago saliva. Si es que los gatos hacen eso. Porque por Tymora, esa no era la misma Talina que había entrado a la Canción Élfica riendo, ironizando y coqueteando con el caos.
Esta Talina no reía.
Esta Talina se había quedado muy quieta.
Esta Talina parecía haber dejado de ser una bruja traviesa para convertirse en algo más…
…más peligroso.
Más frío. Más gris.
De hecho…
—¿Te ha salido un mechón blanco en el pelo o es cosa mía? —aventuró Chester, con una mezcla exacta de temor, sarcasmo y necesidad felina de volver a la normalidad.
Talina no respondió.
Solo extendió el brazo, y la escoba —esa maravilla voladora llamada Arachne— vino a su encuentro con un susurro mágico.
Montó con un solo gesto. Su túnica ondeaba como un estandarte vencido, pero aún en pie.
Chester dio un saltito elegante y se colocó tras ella, como tantas otras veces. Pero esta vez, con la cola recogida. Por si acaso.
—¿Alta Ciudad? —preguntó con un hilo de voz.
Talina asintió.
Y entonces partieron. Un rugido mágico rompió el silencio, la escoba vibró con furia contenida y se dispararon al cielo.
La ciudad ardía en rumores.
Y ahora… también en luz.
Porque dondequiera que aterrizara esa bruja…
…iba a temblar el mismísimo destino.
Llamaremos a esta nueva complicación, "La Herida Octarina". Y así se ve Talina, después de lo ocurrido esta noche:
Excelente. Sencillamente excelente.
Todos echaremos de menos la sonrisa de Talina.
Puedes cambiarte de avatar cuando gustes, aunque intuyo que causará gran efecto cuando te reúnas con las Cats. ;-)