Sin duda, como bien había supuesto Rhylen, aquel espectáculo de no tratarse de una ilusión indicaría que algo malo había sucedido. El matar a los caballos o los ponis era algo inconcebible para las gentes de Kassen quienes cuando uno de ellos debía ser sacrificado por haberse roto una pata solían aprovecharlos para obtener carne de ellos. Aquello no tenía sentido. 

No tardaron en percatarse de que aquello no era una ilusión. Los cuerpos de los animales, como acababa de comprobar Hostawen, llevaban dos días muertos y las heridas de cortes en sus flancos indicaban que aquello lo había hecho alguien empuñando una espada corta. De pronto , una brazo esquelético llamó la atención de Alétheia. Bajo uno de los cadáveres de uno de los caballos, se encontraba lo que parecía ser un esqueleto que había sido destrozado al caer el caballo sobre él. Vestía con ropas hechas jirones y la espada que empuñaba estaba completamente oxidaba y mellada. El cómo había llegado hasta allí era un misterio pero sin duda pronto lo descubrirían.

La pequeña explanada estaba cubierta por incontables pisadas aunque todas tenían un par de días de antigüedad. Por la distribución de éstas no parecía que hubiesen estado enfrascados en un combate, por lo que supusieron que los caballos se encontraban solos cuando estos fueron atacados. El equipo que los animales portaban estaba disperso por el lugar y aunque mucho estaba inservible encontraron algunas cosas de utilidad en las alforjas de uno de los caballos.

Al parecer las heridas revelaban las certeras puñaladas de una espada corta. ¿Había sido una embosca o acaso simplemente sus dueños quisieron deshacerse de sus caballos? El esqueleto aplastado por el caballo era demasiado extraño ya que por sus huesos limpios debía de llevar muerto mucho años. Estaba claro a juicio de la elfa lo que allí había pasado. Hmmm... meditaba en alto. Esto no me gusta. Terminó diciendo. Seguramente los humanos que fueron emboscados entraron para buscar cobijo. Los asaltantes usaban espadas cortas. No ha pasado más de dos días desde el ataque. Aunque la elfa tenía en la cabeza que criaturas podían haber hecho atrocidad, prefirió reservarse esa información, no quería asustar a la pitonisa. La elfa esperó a sus compañeros, luego dejó que uno de los hombres iniciase la marcha, para escoltarlo con arco en mano. Estaba preparada para lo que quiera que hubiese dentro.

- Discrepo.- Intervino la Pitonisa dando un paso al frente concentrada en la carnicería que tenía delante. De tanto vislumbrar en las entrañas de animales para hacer sus predicciones ya reconocía las marcas de espadas cortas en las heridas de los equinos. Se apretó las sienes con las manos cerrando los ojos, dejándose iluminar por el conocimiento del Viejo Sabio. Su voz sonó entonces profunda y solemne.- Yo creo que en el momento del ataque estaban los caballos solos.- Hizo una pausa en la que su respiración se vio agitada. Continuó en un leve susurro.- El hedor de la Muerte está impregnado en sus vísceras y la carne.- Señaló el brazo esquelético muestra evidente de que no-muertos eran los causantes del ataque.- Cadáveres en movimiento, sacados de sus tumbas por alguna fuerza maligna. Este brazo llevaba muerto mucho más dos días.- Entonces abrió los ojos de par en par elevando el tono.-¡Lo veo!- El asunto no era baladí. Como decía la elfa, ¿se abrían internado los dueños de los caballos en la cripta? La Pitonisa recogió algunas de las pertenencias tiradas por el suelo con la mirada fija en las oscura abertura que daba acceso al interior de la tumba del fundador de Kassen. Tenía miedo a su negrura así que necesitaría más aceite para su lámpara para combatirla. Mientras esperaba las deliberaciones de sus compañeros mordisqueaba de las raciones de viaje encontradas. Le daba igual que llevaran impregnado el olor de la muerte. Estaba cansada y nerviosa y eso siempre le daba hambre.- ¿Y que me dife de efos virotef, Sr. Caffen?- Hablaba con la boca llena.- Pueden que los hayan hecho afí para combatir contra efqueletof. No teneif nada que temer eftando yo con vofotrof.- Tragó con dificultad y se limpió la comisura de la boca.- Su Decrepitud es experto en dominar a estas desdichadas criaturas.

El viejo Rhylen escuchó sorprendido las teorías de aquellos nobeles aventureros. Era evidente que algo había acabado de aquella forma tan macabra a esos pobres animales… pero ¿cadáveres en movimiento?, aquello no entraba en la cabeza del viejo guerrero.  

-Shhhm shhhh, calmaos chichos, calmaos… llevan muchos años realizando este viaje otros jóvenes guerreros como vosotros y jamás ha habido rastro de… de “cadáveres andantes”, dijo con cierto énfasis. – Seguramente se trate de un algún grupo de orcos, o asaltantes descerebrados que creen que podrían encontrar algo de valor en la sagrada cripta, dijo tratando de tranquilizarlos. – Debemos entrar y estar alerta, es muy probable que continúen dentro… 

Con cuidado y midiendo bien cada paso que daban, los cuatro peregrinos se adentraron en el pequeño corredor que precedía a la entrada de la cripta. La puerta, yal y como habían visto desde la distancia, permanecía entornada y de su interior no llegaba más que una leve brisa y una profunda oscuridad. Abrieron la puerta tratando de que ésta no chirriase demasiado; si aquel lugar daba cobijo a salteadores, como pensaba el señor Rhylen, o cadáveres andantes, como bien creía la Pitonisa de la achacosa deidad, era importante no anunciarse antes de tiempo.

Una vez la puerta estuvo abierta los compañeros observaron, gracias a la luz que llegaba desde el exterior, una amplia estancia de altos techos,  paredes adornadas con grabados representando a Ekat Kassen y los antiguos aldeanos defendiéndose de hombres enmascarados así como de monstruos. Éstas se encontraban en buen estado pese a la humedad de la sala y al moho que había crecido sobre ellas. Las cuatro grandes columnas y las dos escaleras que daban a las estrechas plataformas que se levantaban por encima del suelo que actualmente pisaban dominaban una estancia que, sino fuese por los dos cuerpos de los aldeanos apilados en el centro de ésta y los esqueletos repartidos por las inmediaciones, se encontraba relativamente limpia. Una cruenta batalla había tenido lugar allí no hacía mucho tiempo.

Junto a la pared de entrada, varios sacos de dormir estaban totalmente cubiertos de sangre lo que indicaba que algunos de los que los utilizaban habían sido sorprendidos mientras dormían. 

- ¿Qué me calme? ¿Y esto qué es? - Decía Alétheia atemorizada adentrándose en la penumbra de la sala.- No voy a dar un paso más sin encender una luz.- Para la Pitonisa sus teorías se confirmaban.- Os lo dije. Más huesitos. El grupo que había dejado los caballos fuera había acampado al refugio de la cripta y, entonces, unos esqueletos les habían atacado. No le daban miedo los no-muertos pues estaba familiarizada, lo que no soportaba era la negrura reinante en la sala.- Ahoora se levantarán y nos atacaran, ya lo veréis.- Agudizó su sentido del oído ya que el de la vista, hasta que no encendiera la lámpara, le era inútil.

- ¡Tsssh!- Mandó callar la pitonisa, aunque la única que hablaba era ella.- Oigo algo.- El problema era que para un clérigo del Débil, a medida que su poder aumentaba, la diferencia entre su mundo, lleno de brumas pero familiar, y la Realidad que su Dios le permitía vislumbrar cada vez con más frecuencia, iba siendo cada vez más difusa.- Alguien está sollozando. Por allí. Tras esa puerta.- Indicó a sus compañeros la puerta más alejada, la que estaba a su izquierda*. Alétheia no se cortó un pelo. Se puso a encender la lámpara antes de ir hacia allí.

No fue hasta que la Pitonisa encendió la lámpara cuando los cuatro compañeros obtuvieron una visión más real de lo que allí había sucedido. Los cadáveres apilados en el centro de la estancia correspondían a Bill Carsera, el lechero de Kassen, y Vernimel Carsera, su mujer. Ambos presentaban profundos cortes en su espalda visibles incluso desde la distancia a la que se encontraban. 

De pronto un ligero temblor en los esqueletos que estaban dispersos por la sala les indicó que no se encontraban solos. Alétheia vio como uno de ellos aferraba una cimitarra con la hoja torcida que estaba justo a su lado. Sus cuencas vacías adquirieron un tenue color azulado y de sus cuerpos carentes de pulmones comenzó a surgir un agudo susurro.

Cuando la luz de su lámpara lo inundó todo, pudieron ver lo que realmente se escondía en la cripta. Era de mala educación hacerlo, pero Alé no pudo contenerse y les hizo ver a sus compañeros que tenía razón.

- ¿Veis? Os lo dije.- No disfrutaba con ello, ¿o si? El caso es que frunció el ceño y se preparó para enfrentarse a los no-muertos.

Con paso cauteloso el joven soldado se adentró en la cripta después de escuchar las conjeturas de la exploradora y pitonisa acerca de que había ocasionado la muerte de los caballos, ciertamente la idea de muertos vivientes cobró sentido al ver al esqueleto que sujetaba la vieja espada oxidada. Con estos pensamientos en su mente se iba adentrando de a poco, encabezaba al grupo junto al viejo Rhylen mientras apretaba fuertemente los gruesos eslabones de su cadena, la oscuridad reinaba en e lugar y sólo la tenue luz que se filtraba por la entrada permitió distinguir un par de cuerpos unos pasos más adelante. -Manténganse alerta- susurró a medida que avanzaba, entonces la joven robusta empezó con su palabrería, ciertamente se había percatado de la cantidad de esqueletos que había alrededor, pero no contenta con eso, decidió encender la linterna para alumbrar el interior. De inmediato varios esqueletos empezaron a moverse y salir de su letargo, el corazón del joven soldado empezó a latir con más rapidez, era la primera vez que se enfrentaría a aquellas criaturas antinaturales. -Detrás de mi!!!- Ordenó a sus protegidas mientras se preparaba para hacerle frente a aquellos engendros.

La gorda pitonisa parecía que tenía el mismo ritmo que una liebre. Su lengua parecía el corazón diminuto de estos seres, bombeando a una velocidad que producía rechazo entre sus congéneres. No hacía más que hablar sola y darle a la sin lengua. La elfa podía imaginarse el odio que podía acumular en su persona aquella mujer. De los pocos que eran amable con ella era Hostawen y por pena. Incluso podía conseguir que Hostawen desease que el episodio con los lobos hubiese acabado de otra manera, o que se hubiese despeñado bien por el barranco y no ese resbalón que tuvo. Cállate. le dijo a la gorda, pero parecía que no se podía controlar. Incluso encendió una lámpara. Dioses... protestaba al oír su voz de pito, tan aguda como un alfiler y ocasionaba el mismo pinchazo cuando te acercabas demasiado. Sin duda la elfa quería acabar ya la misión. Y para colmo la gorda tenía razón y ahora para aguantarla todo el día "Os lo dije, os lo dije, os lo dije". La elfa resopló al escucharla y se preparó para atacar.

TURNO 1

El sonido del hueso desnudo golpeando la piedra con cada paso que los esqueletos daban en dirección a los compañeros hizo que éstos últimos entrecerrasen los ojos intentando obtener una visión clara de lo que se les venía encima. Pronto distinguieron las viejas osamentas de cuencas azuladas moviéndose a gran velocidad por las plataformas laterales y entre las columnas de la zona central de la estancia. Los esqueletos vestían cotas de malla completamente oxidadas en las que faltaban multitud de eslabones; podía distinguirse en ellas los agujeros que en su día dejaron las espadas que los envió a la tumba. Las cimitarras que portaban no eran muy distintas en cuanto a estado de conservación de la espada corta que habían encontrado en el exterior. Aquellos seres debían de haber estado allí durante decenios. ¿Se trataría de los cadáveres que en su día fueron enterrados junto con Ekat Kassen tras la famosa batalla que tuvo lugar en aquella zona? Todo indicaba que así era pero, ¿qué les había hecho alzarse tras tantísimos años de descanso?

Las criaturas rodearon a los dos guerreros que abrían la marcha y descargaron sobre ellos numerosas estocadas. El anciano Carsson, perro viejo en estas lides, reaccionó como sólo los años de experiencia pueden preparar a una persona para un encuentro semejante. Con su gran espada junto con un poco de fortuna logró desviar cuanto ataque se dirigió hacia él. Sin embargo, a su derecha, Sigmund estaba a punto de conocer lo que era el auténtico dolor. La primera estocada golpeó la esquina de la puerta lo que hizo que diese un respingo al ver las chispas que brotaron de la hoja de metal en su contacto con la roca. No obstante, con tan poco espacio y tan poco tiempo para prepararse, dos de aquellos herrumbrosos filos encontraron un hueco en sus defensas. Ambas hojas atravesaron la cota de malla por la zona bajo las axilas perforando ambos pulmones. El joven sólo pudo dejar escapar un grito sordo antes de buscar apoyo en la pared para evitar caer al suelo.

El viejo Rhylen no podía estar más equivocado en sus divagaciones y con un intenso suspiro lo hizo notar al divisar un grupo de esqueletos que en pocos segundos ya estaban delante de ellos. - ¡Atrás, atrás!, gritó a sus compañeros

El guerrero sacó a tiempo su espadón y gracias a él y sus sabios movimientos en combate consiguió repeler cada uno de los ataques que le caían, tratando incluso de lanzar alguno aunque sin fortuna al tratarse de un enemigo tan numeroso.

-¡Sigmund!, aguantemos con firmeza y contraataquemos juntos…¿Sig...?¿Sigmund?...¡Mierda muchacho!

Alé no tardó en obedecer las indicaciones de sus protectores y se colocó detrás del Sr. Carsson. Protegida por su poderoso guardaespaldas podría comunicarse con el Débil con mayor seguridad. Y pronto fue necesario. Los "huesitos" rodearon en un abrir y cerrar de ojos al inexperto Sigmund y al anciano Rhylen. La Pitonisa estaba preocupada por las armas que empleaban todos ellos, incluso la elfa.

- Usad armas romas.- Una cosa era decirlo y otra hacerlo. Ella portaba su sencilla pero efectiva maza que no dudaría en usar si la cosa se ponía fea como así pasó. Cuando vio a Sigmund buscando apoyo, el rojo líquido manando de su cuerpo a la luz de su linterna, el corazón le dio un vuelco.

- No.- Dijo con tranquilidad y saber estar.

Verdad Infalible en quien creo. 
Clemencia Infinita a quien espero, a quien amo 
sobre todas las cosas. Te doy 
gracias por haberme redimido y conservado; 
Te ofrezco todos los pensamientos, palabras, obras y sufrimientos
de este día con intención de ganar tus indulgencias y aplicarlas
sobre las almas de mis protectores.

La oronda mujer elevó los ojos al techo, dejándolos en blanco, sintiéndose zarandeada por el tembloroso pulso de su Divina Senectud. Entonces alargó el brazo y canalizó todo su poder sobre el cuerpo del valiente Sigmund.

No pasó ni un segundo cuando los esqueletos ya se les habían echado en cima. Sigmund apunto estuvo de caer al suelo. La elfa dio un paso hacia atrás* para poner distancia, pero a gorda pitonisa volvía a dar una orden.¡Cállate! le repitió la elfa que ya preparaba una flecha, por suerte también curaba al niño. Su flecha voló en dirección al esqueleto a la izquierda de Sigmund.  La elfa dejaba caer su arco tras lanzar la flecha, no tenía armas romas, pero al menos dificultaría que llegasen hasta ella.

El inexperto y joven soldado había aprendido una dolorosa lección, había que mantener los ojos en el combate y evitar distraerse pase lo que pase, a punto estuvo de desfallecer, sus visión se nublaba y un punzante e insoportable dolor inundaba su cuerpo. -¿Esto es todo?... Noooo!, no puedo caer aquí!...- Su determinación se mantenía firme a pesar de que las fuerzas abandonaban su cuerpo, en la lejanía se escuchaba la aguda voz de la Robusta pitonisa de cabellos rojizos cuando una cálida y agradable sensación inundó su cuerpo, con un sonoro suspiro volvía en si, la situación en combate era comprometedora y veía como aquellas horrendas criaturas se agolpaban al frente suyo. -Gracias!...- le dedicó aquel agradecimiento a Aletheía, avergonzado por sentirse protegido cuando el debería ser el protector. - Ahora debemos seguir retrocediendo... Son demasiados.- Exclamaba agitado mientras intentaba golpear con un cadenazo a uno de aquellos esqueletos y se alejaba poco a poco de ellos.