Partida Rol por web

Hijo y nieto de policías, espeleólogo aficionado, Alvin Govier es un detective muy valorado por sus compañeros que comentan en las redes sociales sobre su carisma y astucia. Sus superiores hablan de su eficiencia, tacto y seriedad. Experto en desapariciones y tráfico de personas su perfil en prensa es muy bajo. Incluso cuando resolvió el mediático caso de un famoso empresario informático que mató a sus dos hijos gemelos y denunció su desaparición consiguió alejar su nombre de los medios y su brillante resolución apenas salió del ámbito profesional.

Es inspector al cargo de una unidad especial y todo el mundo dice que pronto será comisario.

Su presencia en las redes es nula. Su uso del correo electrónico es anecdótico, cosa rarísima en alguien de su posición.

Hace cinco años, tras la muerte y desaparición de los detectives que investigaban el caso de la ahogada del estanque solicitó continuar él mismo con el trabajo y fue rechazado a pesar de que había asistido como observador a las primeras pesquisas. De lo que pudo o no averiguar, nada se sabe.

Una intuición acertada destapó una cuenta de correo encriptada a cuyos mensajes no pudo acceder: ni a su contenido, ni a su destinatario o remitente. Por el estilo de los diversos callejones sin salida en que fue cayendo en esos primeros intentos Mats supo que el inspector tenía que tener un colaborador del mundillo hacker.

Sobre el forense Bélanger encontró que era especialista en muertes por sumersión. Había sido buzo y colaborador incansable de numerosos rescates y formó parte del primer equipo que sacó el cadáver del estanque.

Mats encontró publicada -sólo texto- una intervención en unas jornadas de biología forense en que Bélanger había mostrado las fotografías del cadáver del estanque. A raíz de esa publicación, que originalmente tenía las fotografías pero que por orden judicial se habían retirado de la web, fue acusado de sacar archivos sin permiso y expulsado de su puesto en la policía.

Agustín Bélanger sostenía que la teoría de que la hinchazón del cadáver había acabado invaginando la soga no se sostenía, pues había evidencia de cicatrización. Su hipótesis era que la la chica había vivido varios años atada a la cuerda que finalmente se utilizó para ahogarla en el estanque, amarrada a un contrapeso. Las notas bajo el recuadro de las fotografías ausentes describían las partes del cadáver, tan hinchado que apenas debía parecer humano. Se hacía mención a los tatuajes con gran realce que ocupaban la mayor parte de su cuerpo y detallaban el rápido proceso de descomposición que según Belanger ocurrió de forma absolutamente anormal, dejando el cadáver esqueletizado tras apenas seis horas desde que fue rescatado. Tanto fue así que el estudio forense tuvo que hacerse in situ pues fue imposible trasladarlo sin causar daños. “Literalmente se deshacía en las manos”

Tras su expulsión Agustín trabajó como buzo en varias ONG de ayuda a los refugiados. Desapareció con su barco sin más. En esa primera indagación Mats no encontró nada sobre algún posible paradero.

Era divertido ver canturrear a Mats, haciendo tanto de vocalista como de instrumentos. Arthür agradeció el tono distendido que había tomado la conversación:

—Esa versión que comentas no la conozco, pero la canción sí, por supuesto —Se quedó pensativo—. Me parece bien, podemos intentarlo… O mejor dicho, puedo intentarlo yo, porque no soy muy bueno, ¿sabes? Aunque eso suena a eufemismo. Más bien sólo soy un principiante, así que no esperes demasiado; lo de sin expectativas iba muy, muy en serio —sonrió tímido—. En fin, ahora no me queda más que que me oigáis o esperar a que hayáis salido de casa para ensayar. No te creas que no lo había pensado ya —comentó resignado, burlándose de sí mismo—. Aunque quién sabe si en esta casa no hay siempre alguien escuchando… Espero que el avestruz no se enoje si toco mal —añadió esto último susurrando, con cara divertida, como si quisiera evitar que ésta le oyera. Seguía nervioso y le costaba parar de hablar.

Se sentó en otra silla sin soltar todavía el libro:

—Bueno, ¿y esas guitarras? ¿Alguna vez tocas en algún sitio?

Sonrío ante las disculpas adelantadas de Arthür. Conociéndolo, su umbral de lo que está bien es mucho más alto que el de la mayoría. Además, siendo como es una persona meticulosa, no me cabe la menor duda de que tendrá una dedicación implacable para las cosas que le gustan. Y veo que la música es una vía de escape para él, un soplo de alma para calmar su mente, siempre inquieta, siempre buscando respuestas. La música no admite cuestiones: simplemente es, sutil y efímera, un ente ajeno a nuestra voluntad una vez la dejamos libre. Quizá Arthür también sea capaz de darse cuenta de esto, y la música sea para él, como para mí, una manera de volar lejos.

Cuando mi amigo me pregunta por mi faceta musical, respondo con una sonrisa pícara, mirándolo desde debajo de las cejas, y me levanto de la silla. Voy hasta mi cuarto y tomo mi guitarra acústica, que descansa en un rincón, antes de regresar a hurtadillas hasta el comedor y sentarme de nuevo, no sin antes cerrar la puerta para no despertar a Sophie en el caso de que siga durmiendo.

—De crío quería ser una estrella del rock. Estaba como una cabra, y sacaba de quicio a mi padre… —explico mientras coloco la guitarra en mi regazo, asegurándome de que las cuerdas estén bien colocadas, con una reluciente sonrisa que llega hasta mis ojos—. Cuando vine a París por la muerte de mi madre, encontré un grupito que hacía algunas cosas, Spot Noir. Soy el vocalista y hago como que toco la guitarra, no soy tan bueno. El auténtico guitarrista de Spot Noir es Marcel. Ese sí que es un crack. Y bueno, no me puedo quejar. Actuamos en algunos locales, hacemos podcasts, a veces grabamos alguna cosita… Nada del otro mundo, pero lo pasamos de puta madre. —Después de terminar de probar las cuerdas, adopto la posición correcta para empezar a tocar—. Tocaré algo suave, si te parece. No sea que Sophie se despierte…

Después de un segundo que parece suspendido en el tiempo, mis dedos empiezan a tañer los primeros acordes de We Let the Hell Come. Elijo inconscientemente un tempo lento, relajado y espeso, casi pesado, que acompaña a mi estado emocional del momento. Con los ojos cerrados, siento cada nota, cada punteo. Respiro con calma y empiezo a cantar la letra, palabras de espera a la Muerte y al Juicio Final, que en mi voz grave y ligeramente rasposa suenan a sentencia, a la letanía de un corazón cansado. No he vocalizado esta mañana, y tengo algunos quiebros en las partes más agudas, pero eso no hace sino añadir desgarro a la improvisada interpretación. Sin darle la más mínima importancia, continúo abriéndome paso por la canción como si nadara contracorriente, como si caminase por un desierto árido y estéril que castiga mi cuerpo y mi alma. La sección instrumental del final es vehemente, obstinada, repleta de aliteraciones de una poesía descarnada, brutalmente honesta.

La pieza termina sin terminar, como un continuo que se pierde en el infinito. Al fin y al cabo, la muerte solo es el principio, el comienzo de un estado de eterna espera, y eso es lo que nos recuerda esta magistral obra de Scott Kelly. «La muerte lleva la lluvia al río, y yo me alejo de la orilla, esperando».

Dejando la guitarra a mi lado, sonrío, satisfecho.

—Las canciones de Scott Kelly me van muy bien. Tenemos una tesitura parecida* —explico en un tono casual, restándole importancia a mi interpretación.

La voz de Mats sonaba densa, profunda. Las primeros acordes, la gravedad de su timbre y la melodía arrastrada, le recordaron un poco a Mark Lanegan. Cantando aquella canción su amigo tenía porte de outlaw hastiado de huir, resignado al fin a enfrentar la muerte. Aunque la melodía le pareció que tenía aire folk, de estas que te remiten inmediatamente a un paisaje sobrecogedor a vista de pájaro, ciertas notas indicaban que este Kelly debía ser un músico de metal, o eso le pareció a Arthür. La interpretación le gustó mucho y también la canción, aunque le letra le hizo pensar de inmediato en todo lo que les ocupaba: hablaba del río de la muerte, del juicio y del destino que espera a aquellos que quedan en sus «cáscaras». No sabía cuál habría sido la idea del autor al componerla, pero en este momento no pudo evitar que le recordara a todo aquello.

Más que terminar, Mats pareció liberar la melodía, como si dejara que la parte final, que no parecía acabar, continuara su camino en el reino de lo inaudible. Vivía la música con intensidad, eso estaba claro. La verdad que por lo que conocía a su amigo no habría esperado otra cosa.

Cuando terminó, Arthür aplaudió despacito por no despertar a Sophie, pero con gesto vivo:

—¡Bravo! Eres bueno de verdad —sonrió. Tuvo el impulso de decir que estaría genial que Sophie y él pudieran ir a su próxima actuación, pero no se atrevió a hacerlo. No cabía anticipar prácticamente nada ni sabía que pensaba su amigo al respecto de continuar actuando con su banda en este momento.

Ada Bytnar volvió entonces a sus pensamientos. También la chica ahogada, la pequeña Montillet… Tratando de posponer el torrente de preocupaciones aunque fuera sólo unos instantes más, sirvió café en una taza para Mats y en otra para sí y preguntó desviando un momento la mirada hacia la guitarra:

—¿Te apetece tocar otra?

Sacudo la cabeza negativamente mientras hago un gesto con la mano. Siempre me ha costado aceptar los elogios, especialmente los relativos a las cosas que me importan de verdad.

—Gracias, pero no hay para tanto. Me defiendo con la guitarra, y tengo una voz resultona, pero ya está… Aunque gracias, en serio. Estas cosas son las que motivan a uno a seguir. —Hago una pausa, aprovechando para reajustar un poco las cuerdas de la guitarra—. Yo creo que lo importante no es hacerlo bien o mal… Bueno, está claro que si lo haces bien, pues cojonudo. Pero lo importante es hacer lo que a uno le gusta. Lo que uno siente que lo hace feliz. Tardé mucho tiempo en entender eso. —Río abruptamente—. Si por mi padre fuera, ahora estaría trabajando en su petrolera y con una depresión de elefante.

Cuando Arthür me propone continuar tocando, me lo quedo mirando con una ceja levantada y una sonrisa que quiere decir: «¿Estás seguro?».

—Mira que cuando me arranco no hay quien me pare… —advierto en broma, volviendo a subir la guitarra a mi muslo. ¿Cómo le voy a decir que no?—. Hagamos un trato: toco una segunda, y mientras tanto, vete pensando la que vas a tocar tú después. ¿Hecho? —Carraspeo, y anuncio con una voz teatralmente grave, frunciendo el entrecejo—: Señoras y caballeros, en primicia para todos ustedes les traemos una pieza inédita del famosísimo cantautor franco-noruego Mats Bergstrøm. Con todos ustedes, Rolig natt, «Noche tranquila».

Mi rostro vuelve a adquirir una expresión serena. Arthür está a punto de escuchar la primera canción que compuse hace más de veinte años, y perfeccionada a lo largo del tiempo hasta llegar a su versión actual. Podría decirse que esa primera creación, la más ingenua y la menos modificada por toda mi experiencia posterior, es quizá la que mejor refleja quién soy yo en realidad. Por eso, no deja de resultar sorprendente que casi parezca una nana. Una canción de cuna, que sin embargo refleja todo el anhelo y el desconcierto de un alma adolescente que no encuentra su lugar en el mundo.

En cuanto empiezo a tocar, la tonalidad menor deja claro el ambiente melancólico de la melodía. Con sus frases musicales reiterativas, sus idas y sus vueltas, es una canción que siempre me ha recordado a las olas de un mar en calma. Es una paradoja. El océano siempre me ha provocado un temor incomprensible, un miedo sin nombre ni forma que nunca he llegado a poder explicarme, pero en las cuerdas de mi guitarra, el mar se convierte en un bálsamo reconfortante, en una madre protectora. Mi voz es un murmullo monótono en la parte grave de mi registro, calmo, sin tensiones. Hay momentos en los que las sílabas salen susurradas, quedando opacadas por las consonantes, claras y sonoras como el crujido de un glaciar. La pieza es sumamente sencilla, con estrofas que no son más que una misma línea musical repetida cuatro veces, y un estribillo algo más emotivo, más vibrante, compuesto de otras dos líneas más dinámicas que contrastan con el resto de la canción. La letra está en noruego, pero es una música que apela más a la comprensión espiritual que a la intelectual.

Se crea un silencio cuando las últimas notas pianísimo se desvanecen en el aire. Todavía sigo con los ojos cerrados durante unos segundos, hasta que las cuerdas han dejado de vibrar y el silencio es absoluto. Solo entonces abro los ojos, enfrentándome a la mirada de Arthür.

«Este soy yo —le digo en mi fuero interno—, y te amo».

Mats le decía con la música cosas que no se puedne nombrar con palabras.
 

Cuando Mats aceptó seguir tocando con un trato, Arthür negó que lo aceptara con un gesto de la cabeza, sonriendo, pero su amigo lo dio por hecho sin hacerle mucho caso y tomó la guitarra de nuevo. Esta vez se trataba de algo compuesto por él mismo y el chico escuchó con mayor atención todavía, valorando que tuviera la confianza de mostrarle algo así.

Fue realmente emotivo. Sonaba como una nana y, aunque no entendió la letra, la interpretación de Mats y la melodía eran tan elocuentes y estaban tan cargadas de emoción que le transmitió una sensación de búsqueda, de anhelo fundamental, de esperanza. Había dicho su amigo que no era tan importante el hacerlo bien o mal, pero aquella interpretación, además de sacar todo aquello a flor de piel, le pareció preciosa. Pues sí, dijera lo que él dijera en su modestia, le pareció que era bueno de verdad.

Al terminar, después de dejar que los últimos sonidos se desvanecieran por completo, Mats le miró fijamente, sin decir una palabra. Pero si Arthür hubiera tenido telepatía no habría oído con más claridad lo que su rostro le decía, o eso le pareció. Supo que se había sonrojado mucho. Muchísimo. Se sintió tan superado que ya no le pareció mala idea salir en busca de su chelo, aunque fuera sólo por abandonar el comedor unos momentos y tener tiempo de recuperarse del impacto que le causaba aquella mirada. Tanto se impresionó que se olvidó de decirle a Mats nada acerca de su canción y, levantándose, dijo con un hilo de voz y unos gestos tan aparatosos que resultaban cómicos:

—Voy... por el chelo.

Y salió de la habitación.

Sophie sonrió al ver los regalos que les había dejado Mats, junto al desayuno. El día anterior, el pelirrojo se había mostrado agotado y mentalmente exhausto, lo cual no había pasado desapercibido a la joven. De hecho, había previso preguntarle, y a Arthür también, cómo se encontraba, pero se fue rápidamente a dormir, con lo que no tuvo mucha oportunidad. Al final, Sophie se había ido a dormir tan abstraída como parecían estar sus compañeros, pensando tanto en los nuevos datos de los que disponían como en los nuevos caminos que se abrían ante ellos.

Recordó la reconfortante presencia de Jovanka a su lado la noche anterior, y lo que había disfrutado con los niños en la excursión. También se había alegrado de conocer a Estelle y la Doctora. Sonrió al recordar cómo ahora esta última había recuperado cierta esperanza e ilusión al recibir la noticia de que Montillet seguía vivo. Sin duda, la visita a las marismas había sido productiva y reconfortante, o al menos para ella.

Por la mañana, tras disfrutar de los pastelitos y probarse el pañuelo (el cual agradeció a Mats con una sonrisa y un suave beso en la mejilla), decidió que haría como Mats y empezaría su búsqueda de información en internet. Rescató de su memoria las bases de datos y bibliotecas virtuales donde se almacenaban periódicos y notas de prensa, y empezó a realizar búsquedas que, si todo iba bien, podrían llevarle a pistas de otros sacrificios como el de la chica de los tatuajes.

Al menos, se mantedría ocupada hasta que decidieran el siguiente movimiento, que como ella propuso tras el desayuno, podría ser viajar al lago donde encontraron el cadáver.

Cuando Sophie llega al comedor, me encuentra sentado en una se las sillas, punteando suavemente las cuerdas de mi guitarra acústica. Sonrío al verla, dejando la guitarra a un lado, y llamo a Arthür, que acababa de salir a buscar su violonchelo. Observo con anticipación cómo mi amiga abre su regalo, un bonito pañuelo cuyos colores elegí expresamente al recordar el mechón azul eléctrico que lucía Sophie en el «otro» hospital Saint Jean de Dieu. Le queda muy bien. Mientras empieza a abrir el envoltorio de los pasteles de limón y merengue, le explico que Arthür y yo estábamos a punto de montar un concierto improvisado. Entonces, parezco acordarme de algo:

—Ah, por cierto, mientras dormíais he estado investigando un rato acerca del poli y el forense. —Casi me resulta doloroso tener que volver al mundo real y continuar con el caso en el que estamos metidos—. He encontrado bastantes cosas de los dos. Si te parece, cuando vuelva Arthür os lo cuento a los dos.

Me levanto de la silla como si me hubiese picado una serpiente y me dirijo a la sala de estar, para llegar segundos después con mi portátil. Lo dejo sobre la mesa, sonriendo.

—¿Qué, cómo están las tartas de limón?

Sentado en la cama de su habitación, Arthür se quedó unos instantes mirando la funda del chelo, meditativo y casi como recuperando el aliento después de una carrera. Cuando se decidió al fin a cogerlo y habiendo escogido qué pieza tocar para cumplir con su parte del trato, escuchó la llamada de Mats desde el comedor: Sophie había despertado y era el momento de iniciar los planes para el día. Respiro hondo. Entonces la pequeña Montillet volvió a sus pensamientos y se dio cuenta de que había una pieza que debía aprender. La música podría crear algún tipo de vínculo y hasta el bulldog la había empleado en el sueño en que ayudó a sus amigos. En cuanto tuviera tiempo comenzaría a ensayarla.

Dejó el instrumento en su sitio, un poco aliviado de haber pospuesto el momento de tocar delante de sus amigos, y volvió al comedor donde Sophie ya había abierto el paquete de los pasteles. Sonrió dándole los buenos días. Tenía aspecto de haber descansado bien y se la veía disfrutar de los dulces. Mats ya tenía el portátil sobre la mesa y miraba concentrado la pantalla; era el momento de saber qué había averiguado de sus posibles nuevos aliados.

Retomó su taza de café sentándose a la mesa y esperó en silencio la exposición de su amigo.

-¡Delifiofiof! -respondió Sophie con la boca llena entre risas, justo cuando entraba Arthür en el salón. Tragó aún riendo y bebió un par de tragos de café para aclarar la garganta -Venga, probadlos los dos, veréis como ya nunca queréis desayunar otra cosa.

Cada vez que Sophie hacía alguna tontería, o broma, o simplemente sonreía, y veía como Arthür y Mats sonreían y reían también con ella, sentía como si hubiese ganado una pequeña batalla a las oscuras fuerzas contra las que estaban luchando. Ella siempre había sido así, la risa contagiosa que espantaba las malas noticias, y desde que conoció a los niños, se había dado cuenta de lo importante que era aquello. "No hay que huir, hay que enfrentarlo de cara" les había dicho Estelle, y era lo que hacían los niños, mirarle al peligro sin miedo en su mirada. Cada vez que los tres, juntos, estuvieran riendo, nada malo podría pasarles.

-Venga Mats, cuéntanos qué has encontrado. Todo han de ser buenas noticias si acompañan a un buen desayuno.

—Bueno, a ver. Vamos a empezar… —Mis dedos comienzan a golpear rítmicamente el teclado de mi portátil, recuperando los datos que he logrado recopilar hasta el momento—. Primero os hablaré de Alvin Govier. Un poli de pura cepa, de los que lo llevan en la sangre, y al parecer de los buenos, o eso dicen sus superiores. Siempre ha sido muy profesional, y se ha mantenido alejado de la fama. ¿Os acordáis de aquel caso tan sonado de un empresario informático que asesinó a sus hijos? Fue él quien lo resolvió. ¿A que no lo sabíais? Pues a eso me refería. —Continúo navegando entre las diversas ventanas que tengo abiertas, tratando de ordenar la información del modo más comprensible posible—. Se dice que pronto será comisario, pero el tío no usa las redes sociales. Bueno, a lo que vamos: hace cinco años, tras la desaparición de los agentes que investigaban el caso de la muerta del lago, pidió continuar él con el caso. Adivinad: no le dejaron. Y eso que ya había asistido a los primeros pasos de la investigación… —Chasqueo la lengua, encogiéndome de hombros—. Pero no he podido descubrir nada acerca de lo que averiguó. Lo siento, chicos. Lo que sí he descubierto es que Govier no utiliza apenas su correo oficial, pero tiene una cuenta de correo encriptada. Aunque no he podido acceder a ella, todo me dice que un hacker lo ha ayudado a crearla.

Cierro las ventanas en las que he reunido la información relativa al inspector Govier, y empiezo a teclear para recuperar lo referente a Bélanger.

—Bueno, de Govier no tengo nada más… —asevero, casi disculpándome—. Vamos ahora con Agustín Belanger. Aparte de forense había sido buzo, y era especialista en casos de muerte por sumersión. Formaba parte del equipo que pescó nuestro cadáver del agua. Ahora viene lo interesante —anticipo, mirando alternativamente a Arthür y a Sophie—: Bélanger utilizó las fotografías del cadáver del estanque en unas jornadas de biología forense. Su intervención está colgada, por escrito, eso sí, en internet. Las fotos han sido retiradas, pero parece ser que Bélanger fue expulsado de la policía por ello. —Vuelvo a mirar a mis amigos con insistencia—. Bueno, sea como sea. Esto es un poco complicado, así que intentaré resumirlo sin hacerme un lío. En primer lugar, parece que había habido una teoría de que el cuerpo había acabado «invaginando» la soga con la que lo ataron, pero Bélanger desmintió tal teoría, pues había cicatrización. En su opinión, la chica había permanecido atada durante varios años, con la misma cuerda que luego usaron para ahogarla, usando una piedra pesada como contrapeso. A ver… —Hago un repaso rápido por algunas de mis notas—. Luego hablan de que el cadáver estaba anormalmente hinchado, que casi no parecía humano… De los tatuajes, que tenían un realce inusual… Bla, bla, bla… Vale. Y esto es lo más raro de todo. —Hago una pausa, asegurándome de tener la atención de Sophie y Arthür. Espero no amargarles el desayuno—. En opinión de Bélanger, el ritmo de la descomposición a partir del momento en que sacaron el cuerpo del agua era absolutamente anormal. Textualmente, dice: «Literalmente se deshacía en las manos». Solo tardó seis horas desde el rescate en quedar esqueletizado, o sea, en los huesos. —Cierro la última ventana—. Tras ser expulsado, Bélanger trabajó como buzo en varias ONG de ayuda a los refugiados. Un día, su barco y él desaparecieron sin más. No se sabe nada de a dónde pudo haber ido.

Cierro la tapa del portátil, como dando carpetazo a mi primera sesión de investigación. Después de unos segundos, dirijo mi mirada a mis amigos. Pues sí, parece que les he jodido el desayuno.

—¿Qué pensáis? —pregunto, en tono de intriga—. Yo tengo mis propias opiniones, pero antes me gustaría oír las vuestras. A ver si tenéis la misma impresión que yo.

Varios años atada a una cuerda. Después de eso Arthür tuvo que hacer un gran esfuerzo para ser capaz de escuchar lo que Mats dijo a continuación. Sintió una repulsión tal que no pudo seguir desayunando, por mucho que trató de evitar pensar en imágenes los datos que su amigo iba exponiendo. Tenía rabia por encima de todo. Rabia y miedo por la pequeña Montillet; ¿era así como la tenían si todavía continuaba con vida? Nunca había odiado nada tanto y sintió estas noticias y ese odio como una sacudida física.

Cuando Mats terminó de hablar preguntándoles si sacaban alguna conclusión tardó en poder reaccionar. Esta mañana mismo deberían tratar de averiguar más y cualquier aporte o detalle todavía suelto podía hacer cobrar sentido a todo lo demás, así que más valía estar atento y centrado. Miró a sus amigos por si ellos deseaban decir algo primero y más que nada para encontrar las fuerzas que necesitaba en sus estimados rostros.

-Algo que parece claro —comenzó— es que a la chica del estanque no la secuestraron sólo para el ritual, a no ser que éste debiera extenderse durante años. Podría ser que la usaran para otros propósitos hasta que decidieron emplearla como sacrificio al final. Para qué, es algo que no podemos saber todavía, creo, con la información de que disponemos. Al descomponerse el cuerpo tan rápido no pudieron investigar si los tatuajes fueron hechos en poco tiempo o la lo largo de los años, pero dado que estaban dibujados muchas veces sobre cicatrices no es ilógico pensar que seguramente estuvieron haciéndolos durante mucho tiempo, de modo que ciertos ritos, si no el rito final, podrían haberlos estado llevando a cabo sobre ella o a través de ella, y esos símbolos que vio Sophie en su sueño formaran parte de aquellos dibujos —hizo una pequeña pausa como para tomar aliento en todos los sentidos—. Si todo un experto en muerte por inmersión como Bélanger encontró algo antinatural en la velocidad de la descomposición, es que lo había. Eso me parece que refuerza nuestra teoría de que se trata de un ritual y la descomposición puede ser un efecto de la magia. Tal vez un efecto buscado para evitar que, de ser encontrado el cadáver, pudiera ser investigado. No dice nada en los datos que nos has dado pero sería extraño también que las carpas del estanque no hubieran comido parte del cadáver si llevaba un tiempo allí. Y más raro todavía que nadie lo hubiera encontrado antes que el detective Barret siendo que estaba en un parque público; pienso que el ritual debía incluir también alguna forma de ocultación -ya sabemos que son expertos en eso- que él fue capaz de ignorar dado que también tiene dotes oníricas.

Respecto a Govier, me gusta lo que nos has contado, que sea tan celoso de sus descubrimientos y su vida. Es importante que nos desvinculemos de Estelle por completo al tratar con él o no confiará. Tampoco creo que confíe porque sí; sería importante tal vez poder compartir con él algo significativo de lo que hayamos descubierto y que, aunque no delate datos que no deseamos, justifique que nuestro interés es genuino y legítimo. Dudo que quiera hablar con la prensa per se, pues no gusta en absoluto de la difusión. Sin embargo tal vez colabore si nos ve como buenos aliados.

Sophie escuchó la narración de Mats y, pese a sus palabras, al final no le quedó más remedio que dejar de lado los pastelitos. Con el disgusto reflejado en su cara, trató de no imaginar a qué tipo de horror habrían sometido a aquella chica si había estado atada a una cuerda durante años. "Aquella chica". Ni siquiera sabían su nombre. La pena y el asco comenzaron a invadirle a partes iguales, y aquel sentimiento que le había estado rondando ya desde hacía días volvió a visitarle. Las ganas de hacer pagar a Vendela y los suyos por todas las vidas que habían destruido. No había causa en el mundo que justificase aquello.

-Estoy de acuerdo con Arthür, no creo que podamos sacar mucho más desde aquí. Grandísimo trabajo Mats, eres increíble. Propongo que nuestro siguiente movimiento sea visitar el lago donde encontraron a aquella pobre chica. Tal vez, si averiguamos algo, podamos usarlo después para entablar relación con Govier. Si intentó investigar el caso y no le dejaron, saber algo al respecto puede ser un buen punto de partida para acercarnos a él. Si es la mitad de buen policía como parece, no creo que lo haya olvidado. No voluntariamente, al menos...

Mats, te diría que no intentes acceder de momento a su cuenta de correo. Si está encriptada, tendrá cierta seguridad y alarmas, y aunque no dudo de tus habilidades, corres el riesgo de que te detecte sin que siquiera lo sepas. Sin saber nada más de él, un intento frustrado de leer su correo no creo que sea la mejor forma de ponerle de nuestra parte.

Muy buen trabajo, en serio.

Sophie le dedicó una sonrisa de ánimo. Sin duda eran los dos unos investigadores increíbles. Después esperó a sus opiniones, aunque esperaba que estuviesen de acuerdo con ella en empezar por el caso del cadáver en el lago. Empezaba a sentir que le debían a aquella chica el destapar su pasado, darle un recuerdo digno y que, al menos, alguien supiese su nombre y todo lo que sufrió. Una vida más que no debía haberse perdido en vano.

Conforme llegaban las nubes se iban agrupando como en filas sobre la explanada del parque.

Era media mañana y el bullicio se oía incluso antes de subir las escaleras que habían nada más pasar las rejas de la entrada.

Debía ser alguna actividad escolar dedicada a la naturaleza porque un montón de chiquillos corrían en torno a  los grandes árboles.

Camino al lago artificial, una columna de niños de guardería cogidos de la mano se cruzaron con ellos. Unos hicieron constar su interés por la silla de Sophie, otros llamaron la atención sobre la barba de Mats.

Una vez en la orilla, el lago parecía enorme.

Tras atravesar la verja y subir sus escaleras se adentraron en Montsouris. Entrar a un jardín siempre tenía algo de ingresar en otro mundo, dejar atrás el tráfico y la premura de la ciudad y entrar en un lugar aparte, como una burbuja de paz donde hasta la luz es diferente. Las nubes que empezaron a encapotar la mañana hacían contrastar más fuertemente el verde de la vegetación contra el cielo y hasta el bullicio de los niños sonaba diferente en un lugar así, casi como un rumor de fondo adormecedor. Todas estas impresiones llegaron hasta Arthür quién no se cerró a ellas, más bien al contrario, quiso dejar que sus pensamientos se detuvieran y centrarse lo más posible únicamente en contemplar. ¿Qué sensación tendría Sophie en un sueño lúcido? Sería algo así como ser el único espectador, pensó, el ojo privilegiado que se pasea sobre el mundo que se despliega lleno de símbolos y significados ocultos. Lleno de mensajes. Miró a su amiga unos momentos. No se había parado a pensar si esas experiencias suyas habrían cambiado la forma en que la chica entendía la vigilia, la vida, el mundo.

Dándose cuenta entonces que volvía a indagar y razonar, retomó su contemplación del paisaje, esta vez atisbando el estanque que ya quedaba a la vista. Era como un enorme espejo verde empañado. Tan calmo... No pudo dejar de imaginar el terror que habría sentido la chica al final, cuando la introdujeron en el agua atada a aquella cuerda que casi formaba parte de ella misma y que la sujetaba al fondo. O tal vez se habría sentido liberada, deseando morir para escapar al fin de sus captores. Deseó que así fuera y se encontrara en paz. Junto a la orilla se quedó observando el entorno. El agua siempre tenía algo que remitía a la muerte, a la entrada en lo desconocido. ¿Qué haría de aquel lugar un punto especialmente propicio?