Partida Rol por web

Cuando miro a Arthür, me percato de su profunda desolación, y me siento mal por mi dramática exhibición de angustia. Reparo entonces en que, una vez más, me he dejado arrastrar por lo que yo siento, sin prestar atención al calvario que él está pasando. Me alegra saber que él no se ha visto afectado por lo que sea que ahora está en mí. Me lo quedo mirando a los ojos, en silencio, viendo cómo se esfuerza por ser fuerte, por recomponerse como si nada hubiese pasado, y se ofrece a conducir el coche. Entonces, sin decir una palabra, me acerco a él y lo abrazo.

Y me doy cuenta de que es el abrazo más sincero que le he dado a nadie en años. No es un abrazo enérgico ni efusivo que trate de enmascarar mi vulnerabilidad, sino que, simplemente, lo rodeo con mis brazos y lo sostengo contra mí, firmemente pero con suavidad, al tiempo que permito que mi cabeza descanse sobre su hombro, junto a la suya. Sé que él lo necesita, pero yo también, y desde hace mucho tiempo. En este momento en el que siento que tengo tantas cosas que decir y solo una boca para hacerlo, un abrazo parece menos complicado. Sencillamente, trato de buscar consuelo en el calor de otra persona que entiende cómo me siento, que comprende mi miedo, a quien no tengo que dar ninguna explicación.

Al cabo de unos segundos, deshago mi abrazo, sintiendo el cuerpo laxo y la cabeza ligera, como si no estuviese del todo en mí mismo. Tras pasarle las llaves a Arthür, doy la vuelta al coche y abro la puerta del acompañante, dejándome caer al interior como un saco. Mis ojos perforan el velo de la noche, inexpresivos.

—¿A dónde? —pregunto una vez Arthür ha subido al coche, sin mirarlo. Ya no sé si puedo sentirme seguro solo en mi apartamento—. ¿A nuestra nueva casa?

El repentino abrazo de Mats provocó en Arthür una sensación desapacible y extrañísima. Tras todo lo que acababa de ocurrir sintió como si le hubieran abofeteado y acto seguido abrazado y la confusión de las emociones contradictorias hizo que su corazón se saltara un latido. Ni se movió, temiendo que le flojearan las piernas, desconcertado al sentir la sinceridad del abrazo y agotadas sus fuerzas. Necesitaba salir de aquel lugar cuanto antes y querría haber corrido hasta su casa a meter la cabeza bajo la almohada, pero hoy no podía. Y recordando las últimas palabras de Mats hacia Vendela comprendió que todo había cambiado. ¿Podría volver alguna vez?

Mats le cedió las llaves y una vez dentro del coche la pregunta inevitable «¿a dónde?» se le hizo increíblemente penosa. «Nueva casa», había llamado Mats a la casa Gresta y al escucharlo se dibujo en el rostro de Arthür una sonrisa leve y amarga. Sí... esa extraña casa, un tanto inquietante, destartalada, que nadie había pisado en décadas... Esa era ahora su casa. Apenas se sintió humano. No despegó los labios hasta que salieron del hotel.

—Me temo que sí, que puede ser la mejor opción —respondió con un tono apagado mientras miraba fijamente el camino—. Hay que llamar a Ginouvès y preguntar si hay alguna habitación que ya esté limpia o no podría llevarte allí por la alergia. En caso de que no pueda ser te llevaré a tu casa y esto es lo que vamos a hacer: tratas de dormir cuanto puedas. Yo me quedaré despierto hoy. No quiero dormir y no creo que fuera prudente hacerlo; voy a vigilarte.

Dicho esto sacó su teléfono del bolsillo y, una vez a varias manzanas de distancia del hotel, detuvo un momento el coche para llamar al casero.

Las palabras de Arthür me producen cierto desconcierto. Tardo unos segundos en responder.

—¿Vigilarme? —repito, con aprensión. De repente me he convertido en una carga—. ¿Realmente crees que pueda…? —No termino la frase. Arthür tiene razón, pero detesto la idea de que él no pueda dormir por mi culpa. Además, mañana íbamos a visitar a la doctora Gibran. El trayecto será largo, y si ahora no soy un conductor fiable, es Arthür quien más necesita descansar—. Arthür, creo que tendrías que intentar dormir. Mañana tenemos un viaje. Siempre puedo atarme al cabecero —digo con un encogimiento de hombros. Suena realmente extremo y hasta absurdo, pero realmente no se me ocurre nada mejor. Hago una pausa, pensando en lo que nos ha pasado, y me acuerdo de Sophie—. ¿Crees que deberíamos contarle a Sophie lo que nos ha pasado, o le damos un poco de cuartelillo? Podríamos explicárselo todo mañana, cuando vayamos a recogerla…

Cojo mi móvil y empiezo a teclear un recordatorio para Sophie para el viaje de mañana, pero me detengo a la mitad. Realmente me preocupa Arthür. Nunca lo había visto así, tan a punto de derrumbarse, lo que me sorprende, pues hasta ahora su aplomo parecía inagotable.

—Eh —le digo, con una voz serena—. Tranquilo. Ya sé que todo esto es una mierda, pero seguro que le podemos dar la vuelta. Tú lo dijiste. Nada es una casualidad, y si estamos aquí es por un motivo.

Realmente me habría gustado que esta noche hubiese transcurrido con normalidad. Ahora me gustaría estar preguntándole qué le habían parecido mis compañeros, mi discurso, si se lo había pasado bien… Pero por un desafortunado giro de los acontecimientos, nada de eso es posible. Suspiro por la nariz y termino el mensaje para Sophie. Escueto, solo le digo la hora a la que mañana iremos a recogerla. Luego, guardo el teléfono y adopto mi acostumbrada posición de brazos cruzados.

Solo quiero que esta noche termine y volver a ver la luz del sol.

—No, no, Mats. No creo que pueda haber viaje para visitar a la doctora Gibran— Arthür comprendió que no había llegado a las mismas conclusiones que él. Aprovechando que había detenido el coche, se giró hacia su amigo para tratar de poner en palabras lo que tanto le desasosegaba:

—Pienso que es posible que Vendela haya utilizado la magia de que nos habló Sophie para condicionaros. Concluyó de tus palabras retadoras que sabías que Montillet estaba vivo y que probablemente también sabías dónde se esconde, e imagino que supuso que entonces Jérôme también. Tejiendo sus gestos y palabras creo que os condicionó para que, si llegáis a verle, tratéis de asesinarlo, no como sonámbulos tal como hizo el hombre que visitaste en la cárcel, sino condicionados, conscientes y sin poder evitarlo, como le ocurrió a Sophie. Debes avisar a Jérôme para que no se ponga en contacto con él hasta que no sepamos más. Si existe alguna forma de liberaros... No sé, ¡no sé nada!, pero, ¿sabes?, con todo el efecto de ese hechizo tal vez pueda evitarse si no veis a Montillet. Pero la cosa no queda ahí, Mats— le miró con ojos vidriosos—. Ella os lanzó el hechizo para convertiros en sus esbirros y esperar a que se desencadenara todo. Hasta ahí eras una víctima más y parte de sus planes. Pero le dijiste,«¿qué me has hecho?, ¿qué quieres de mí?» ¡Eso dijiste! ¿No lo comprendes?, ahora no eres una víctima más, eres un enemigo, alguien que sabe, que sabe quién es ella y lo que es capaz de hacer. Eso lo cambia todo. Nuestra estrategia se basaba en el anonimato para con ella... Y Gibran es muy posible que esté escondiéndose, no podemos aparecer ante su puerta y llevar a Vendela hasta allí. No podemos contactar así, habrá que pensar un modo diferente de hacerlo... Si es que hay un modo de que confíe en nosotros y no piense, si sabe de qué va todo esto, que somos soñadores tendiéndole una trampa —Respiró hondo por un instante, recuperando su tono la calma—. De ahí que sea buena idea ir a la casa Gresta, esperando que de alguna forma pueda protegernos de Vendela y los soñadores. Ahora todo ha cambiado. —y tras decir esto bajó la cabeza, con un nudo en la garganta, con un millón de cosas que añadir y sin ser capaz de decir más.

El coche se detuvo un momento en segunda fila y Arthür llamó por teléfono.

Aunque ya era tarde, Ginouvés contestó ràpidamente, se oía música y risas de fondo. Le explicó que durante el día de hoy habían vaciado la casa, pero todavía no habían limpiado más que un cuarto pequeño, que era el que estaban utilizando para embalar los objetos antes de llevarlos a que los tasaran y restauraran.

A parte de que encontrarían la casa vacía, en su mayor parte llena de polvo, sin luz ni agua -el electricista y el fontanero iban a ir mañana a primera hora- ni ningún mueble usable, no había mayor impedimento a que fueran esa misma noche. Ya tenía preparadas las copias de las llaves, así que podían pasar primero a por ellas.

Tras tener la conversación por teléfono, Arthür puso el intermitente y continuó su camino. Debían de ser las doce de la noche.

Antes de llegar al primer semáforo, otro coche, un todoterreno ligero color negro estacionado en un vado, se puso en marcha.

Era un coche que había visto antes de detenerse para hablar con su casero. Quizá les estaba siguiendo.

Estoy a punto de responder, pero me muerdo el labio, bajando la cabeza con gesto compungido.

Lo he echado todo a perder.

—Mierda… ¡Mierda! —Golpeo el salpicadero con ambas manos—. Soy un bocazas. Creía que si desafiaba a Vendela, les daría a los demás la fuerza para resistirse a lo que fuera que ella estuviese haciendo. Solo quería…

No me lo puedo creer. ¿Tan fácil ha sido? ¿Ya está? Ahora, de repente, ninguno de mis amigos puede confiar en mí. Ni siquiera yo mismo. Joder, por lo que sé, podría abrir la puerta del coche y tirarme en marcha en cualquier momento. Me quedo con la vista clavada al frente, sin atreverme a mirar a Arthür. Seguramente ahora estará enfadado conmigo, y con toda la razón del mundo. O quizá me tenga miedo. O las dos cosas. Siento la necesidad de volver a pedir disculpas, pero ya sé lo que él va a contestar, y que no va a servir de nada.

—Lo hecho, hecho está —concluyo finalmente, apesadumbrado—. Avisaré a Jérôme, pero no ahora. Probablemente aún siga con Vendela.

¿Y Ada? ¿Sabía Ada todo esto? Una parte de mí sigue queriendo pensar que ella es ajena a todo, que está tan asustada como nosotros, y que nos necesita. Más adelante intentaré ponerme en contacto con ella. Podría ser la clave que nos falta para alcanzar a comprender algo que se nos escapa. Hasta ahora, solo he tenido la sensación de ir deambulando de un lado a otro, recopilando datos, sin acabar de entender nada y tropezándome con horrores a cada paso. ¿Es esto lo que se supone que tenemos que hacer? De hecho, ¿se supone que tenemos que hacer algo? ¿Que podemos hacer algo? Me niego a pensar que no.

—Bueno, sea como sea, seguro que hay algo que podamos hacer.

Arthür llama al señor Ginouvès para informarlo de nuestra intención de pasarnos por allí esta misma noche. Por lo visto, solo hay un cuarto limpio, donde han estado embalando las cosas de la casa; no sé si esa habitación va a estar muy practicable. Cuando Arthür cuelga el teléfono y me cuenta la situación, tuerzo la boca.

—¿Cómo lo ves? —le pregunto—. Quizá sea mejor ir a mi casa…

—Sí, sí... Creo que es mejor que vayamos a tu casa... —contestó cambiando repentinamente el gesto a uno suspicaz, frunciendo el ceño y mirando fijamente el retrovisor—. Mats, cuando paramos a llamar a Ginouvès vi ese todoterreno negro que tenemos detrás. Debería habernos adelantado pero acaba de ponerse en marcha tras nosotros; estaba detenido momentáneamente frente a un vado... Creo que nos están siguiendo. No podemos llevarlos hasta la casa Gresta y tampoco está en condiciones para quedarnos allí... No te gires bruscamente pero, ¿reconoces ese coche?

—¡No me…! —Reprimo el impulso de girar la cabeza como si me hubieran dado una bofetada, y en vez de eso, miro discretamente por el retrovisor. Como Arthür ha dicho, hay un todoterreno negro siguiéndonos. No lo reconozco—. No, no tengo ni idea de qué coche es ese. Dios, ¿es que no nos van a dejar en paz ni un segundo?

Mi corazón empieza a latir con fuerza. Jamás esperaba tener que pasar por esto. ¿Qué es lo que quieren?

—Intenta despistarlos. No podemos dejar que sepan a dónde vamos.

Me revuelvo incómodo en mi asiento, consciente de que eso solo nos daría algo de tiempo. Tienen muchas maneras de saber dónde vivo. Para empezar, soy el cuidador autorizado de Sophie. Solo tendrían que ir a la clínica Saint Jean de Dieu para averiguarlo. También podrían sonsacárselo a Jérôme, o visitar la oficina de L’Hexagone y rebuscar entre mis cosas.

No, mi casa ya no es un lugar seguro.

—Mejor pensado: vamos a un hotel. Mi casa ya no es segura. Yo pagaré la habitación.

Arthür obedeció la sugerencia de Mats, y giró en una calle sin poner el intermitente, acelerando para intentar alcanzar un nuevo giro lo antes posible. Comenzó a moverse un tanto al azar, pensando más en tratar de encontrar una ruta que pudiera confundir a su perseguidor que en una dirección concreta a la que dirigirse. Si conseguía librarse de ellos sería el momento de buscar ese hotel.

El brusco acelerón de Arthür me sobresalta, haciéndome dar un bandazo cuando gira de repente, sin avisar. Torcemos unas cuantas intersecciones de modo totalmente aleatorio, a una velocidad que se me antoja peligrosamente elevada. Sin embargo, miro por el retrovisor, y veo que el otro coche continúa detrás de nosotros… Aunque al menos no ha acortado distancias.

—Vale. Ahora ya saben que nos hemos dado cuenta de que nos siguen. Ya no tienen por qué ser discretos… —murmuro—. Así que acelera y dale duro.

Espero que ahora no se sume la policía a la persecución. No me gustaría pasar la noche en comisaría.

Su intento de zafarse en un primer momento aprovechando que tomaba a sus perseguidores por sorpresa no había funcionado. Ahora, tal como observaba Mats, ya no cabía forma de hacerlo disimuladamente, aunque tampoco habría sabido cómo en una ciudad casi sin tráfico debido a la hora. Aceleró aún más, concentrándose sobre todo en no cometer un error que pudiera provocar un accidente.
 

Tres calles más allá tuvieron que pegar un fuerte frenazo ante un semáforo en rojo que daba a una gran vía en la que se cruzaban coches a toda velocidad. Si cruzaban ahora, las posibilidades de causar un accidente muy grave eran altas.

El todoterreno negro se detuvo junto al Renault de Mats y ambos coches quedaron detenidos en paralelo. El cristal de la ventanilla tintada bajó y pudieron ver a su único ocupante, el conductor, que se giraba para mirar hacia ellos portando una inquietante careta de bulldog iracundo que le cubría toda la cabeza.

Desesperado por dejar atrás el todoterreno que nos persigue, Arthür se dirige a toda velocidad a una intersección. Apenas tengo tiempo de ver que el semáforo está en rojo, y que los coches vuelan de un lado a otro en sentido perpendicular.

—Arthür… ¡Para! —exclamo, tan solo fracciones de segundo antes de que Arthür pise el freno a fondo y la inercia me lleve hacia adelante, haciendo que mi cinturón de seguridad se tense de golpe, deteniéndome en seco. El coche negro se sitúa junto al nuestro. El conductor baja la ventanilla y mira en nuestra dirección. Lo que veo me deja completamente desconcertado.

La cabeza de un perro.

Los nervios hacen que tarde un par de segundos en darme cuenta de que se trata de una máscara. El conductor nos mira con una horrible máscara que representa el rostro de un bulldog, o algo parecido. En ese momento, me vienen a la mente esas películas de atracos donde ladrones enmascarados con caretas de animales disparan a todo lo que se mueva con escopetas. Espero que ese tipo, sea quien sea, no vaya a dispararnos… Mientras me encojo en mi asiento, tratando de dejar la menor parte de mi cuerpo expuesta, no puedo evitar recordar los «lobos a dos patas» mencionados por Julius Bacrotel, el Asceta, el camarero sonámbulo que apuñaló a Montillet. ¿Serían hombres con máscaras de animales?