Partida Rol por web

La sacerdotisa se encuentra al compañero justo al regresar, ya que este, ante la repentina partida de esta, la siguió, con las intenciones y siguiendo las instrucciones encomendadas. Además, este bosque lo llaman PTEREG por algo.

La patrulla, tras la marcha de ambos, sigue su camino. Ni piden ni dan explicaciones, ni se despiden, al igual que el resto ha hecho.

Observo a la sacerdotisa cuando regresa, con curiosidad. Si queremos seguir entonces al animal, igual podríamos hacerlo a caballo. Cabalgando con cuidado creo que podríamos atravesar esa maleza digo, ofreciéndole la mano para que suba.

Ante su siguiente pregunta, me quedo pensativo. Si mal no recuerdo, creo que ese es uno de los animales de Ithlarion. Si estaba herido igual deberíamos encontrar a su propietario. Pero tampoco quiero que te retrases en tu viaje. Así pues, ¿qué quieres hacer?

Acepto su mano para montar. Señalo luego en dirección suroeste. 

—No soy buena siguiendo rastros, la maleza lo dificulta. ¿Podrías hacerlo tú? Me preocupa si hay alguien herido. Eso podría afectar nuestro camino.

Me temo que yo tampoco soy capaz de seguir un rastro en una vegetación tan espesa. Quizá lo mejor sería que siguiéramos por el camino y estuviéramos atentos a ver si escuchamos o vemos algo, ¿no te parece?

Espero su respuesta mirando en esa dirección. ¿Qué habrá sucedido? La verdad es que me preocupa, sí, pero bueno... no es que pueda hacer mucho, no soy un montaraz.

Sopeso las distintas opciones y finalmente me decido por seguir en la dirección en que ha marchado el animal. Miro a Gilúvatar y le indico que vaya delante, abriendo paso.

—Existen medios mágicos para localizar a ese animal. Se ha marchado en la dirección en la que tenemos que avanzar, así que iremos con cuidado y trataré de ver si consigo encontrarlo. Voy a estar bastante concentrada en ello, por lo que me encomiendo a tus sentidos para movernos. No temas por los animales, soy sanadora- concluyo con una sonrisa-. No obstante, me gustaría conocer tu opinión. Antes actué de manera muy impulsiva. Suele pasarme cuando creo que alguien me necesita, así que tal vez te toque ser mi conciencia a veces. 

Me acerco a ella, poniendo mi cabalgadura a su lado. Te propongo algo. Yo sujeto las riendas de tu caballo para que siga el camino y tú te concentras. Si crees que vas a estar tan concentrada que no vas a poder equilibrarte si algo hace trastabillar al caballo, tengo unas cuerdas que uso normalmente para atar las cosas que cazo a mi caballo, pero que podemos usar para atarte a la silla mientras estás concentrada, ¿qué te parece?

Y, por supuesto, en este caso ese método de actuación está más que justificado. Si existe la posibilidad de alguien herido, debemos auxiliarle.

Analizo la situación. Las cuerdas me pueden proporcionar estabilidad, o ser un impedimento en un momento de necesidad. En este caso, no voy a entrar en trance, así que rechazo amablemente ser atada.

—No es necesario llegar a ese extremo, pues no se trata de ningún trance. Con que lleves las riendas de mi animal será suficiente.

Me concentro entonces, evocando en mi mente la imagen del mastín que salió huyendo de nosotros, confiando en que esté dentro del alcance de mi magia.

Asiento y sujeto las riendas de su caballo, lo que provoca que vaya casi a la par que ella, mientras observo con curiosidad lo que hace.

Luego, voy poniendo los caballos al paso mientras sigo sus indicaciones.

No te indica nada … más que sigas la misma ruta.

Teniendo en mente el rumbo que debemos seguir, me mantengo concentrada durante el tiempo que me permite el conjuro, avanzando con cuidado, atenta a ruidos a nuestro alrededor. Doy instrucciones a Gilúvatar para que esté también atento, pues no se sabe nunca lo que se puede encontrar cuando se abandona el camino principal.

Intento permanecer yo también atento a cuanto me rodea, pero no es fácil tener cuidado del terreno que pisan los caballos, sus riendas y también el entorno. Aún así, pongo toda la atención que puedo, buscando que nada nos asalte. Sería extraño aquí, pero nunca se sabe.

Miro a mi compañera, siguiendo sus instrucciones, alejándonos cada vez más del camino principal, buscando a alguien que puede estar herido, a alguien que sé que, si quiere, no se dejará ver.

Tras poco más de un cuarto de hora la sacerdotisa regresa de su trance, sin más atención que las dudas que ya desde el principio ya portaba. No había gran cosa por allí. Los mastines eran animales fuertes en varios sentidos, y estos, adaptados a la vida salvaje, cazando y correteando montaña arriba o montaña abajo, eran de lo más. Incluso su grueso pelaje les hacía resistente a las inclemencias y a las penurias de la supervivencia.