Partida Rol por web

Los acontecimientos de la noche anterior han dejado cierta sospecha en el ambiente. En su paso por Budapest, el tren se ha detenido una hora para que subieran unos policías hungaros a hacer una somera investigación de los hechos. No se  ha encontrado ningún culpable, y un inspector apunta sagazmente que la gran duquesa tenía las uñas cortas y ni rastro de sangre en las manos, por lo que es improbable que fuera ella quien arañara a O'Leary defendiéndose. ¿Quizá algun loco aprovechó algún tramo de poca velocidad para subir al tren y atacar a los viajeros? 

El señor Trubosky se disculpa con el profesor O'Leary, y todo vuelve más o menos a la normalidad.

Mientras cruzáis la llanura magiar en dirección a Bulgaria, meditáis el siguiente paso.

Durante el desayuno, el conde apunta que la criatura que agredió a O'Leary y la gran duquesa era seguramente el alma de algún desdichado torturado por el fez. Algo similar experimentó en un caso en Stuttgart hace unos años, relacionado con la consunción terminal generada en un espiritista zíngaro. Afortunadamente el aristócrata llegó a tiempo de ahuyentar a la criatura. 

Todo ello se comenta mientras, desde la otra punta del vagón, el repulsivo Menkaph sorbe su café con leche al lado de la hundida y desmoralizada señora Myers, que parece estar viviendo su infierno particular al lado de ese tipejo.

—Oh, por favor. Almas en pena... —Casi se retorcía intentando asimilar todo aquello. La necesidad de saber era dolorosa. Necesitaba saber. Procuró calmarse tomando su te, que estaba, como siempre, muy caliente. No parecía quemarse jamás los labios con él.

—Me temo que debo proponer que me dedique a tiempo completo a estudiar esos apuntes que tomamos y que tanto se nos resisten. Ni guardias, ni casi dormir, salvo lo necesario. Me haría traer la comida a mi camarote. Necesitamos saber todo lo posible, amigos, y hasta que no asimilemos la información que ya hemos captado, no podremos saber qué es lo que queda por conocer. Necesitamos siquiera la luz de una pequeña candela en toda esta oscuridad.

-No tiene por qué hacerlo todo usted solo, mi querido doctor Polat -el profesor aún se movía con dificultad. El ataque le había dejado muy dolorido-. Yo le ayudaré en todo lo que pueda. Además, un poco de trabajo sentado a una mesa me hará bien y me ayudará a olvidar, al menos por un tiempo, todo lo que ha pasado últimamente

—Mi querido amigo, doy gracias a Dios porque nos ha reunido en medio de toda esta inquietante historia. Por supuesto que trabajaremos juntos. No me atrevía a pedirle que se me uniera, pues la naturaleza me ha dotado de una cierta timidez, y me aterra sugerir a otros cursos de acción que puedan coartar su libertad de elegir un camino en la vida. —Suspiró. Parecía una persona muy sentida, y un poco teatrera. —Y bien. Antes probamos a emitir esos mareantes sonidos intercalando ruidos guturales. Es obvio que no han sido hechos para una garganta humana. Quizá imiten los cantos de los gules a los que se refieren las historias de mi gente, que tienen, dicen, aspecto perruno. Quizá si probamos a gañir como un chacal.

- Yo puedo ayudarles, si me dejan consultar esos documentos.

Sales para desayunar desde tu camarote cuando te aborda el ubicuo conducteur, Henri:

- Doctor Saroch, buenos días y perdone que le moleste... No pretendo incomodarle, pero necesito su ayuda. Verá usted, el señor y la señora Myers subieron con ustedes al tren en París. Ya entonces el señor Myers parecía enfermo. Pero ayer no salió de su compartimento en todo el día. Ni siquiera comió. Su esposa parece muy preocupada, se la ve muy afectada. Uno de los camareros vio por casualidad al señor Myers en un momento en que había la puerta abierta y me ha comentado que el pobre hombre parece sufrir alguna grave enfermedad. Aunque le hacen llevar un fez... Creo que ese hombre que va con ellos, el señor Menkaph ejerce algun tipo de influencia que cohíbe a la señora Myers de pedir ayuda. Usted como médico, ¿no podría ayudarme a convencerles de llevar al señor Myers al hospital? Podríamos ingresarlo en Sofía o incluso en Belgrado.

—Claro, claro. Vamos a necesitar mucho té y quizá... —Había un lujo que todavía no se había acostumbrado a tener a discreción. —Quizá alguien nos pudiera traer una tacita de... —Su mirada, por instinto, se posó en la única mujer del grupo, pero sobrevoló sus proximidades huyendo en seguida, espantada, sabiendo que a ella no se le podían pedir esas cosas. — ...café. ¿Henri? ¿Dónde andará ese buen hombre? Necesitamos un estimulante.

El Doctor indicó a Henri que trajera a la Señora Myers y que si ella quería él mismo revisaría el estado de su marido para descartar una enfermedad grave, tras ello lo comentó al resto de sus compañeros.

El Dr. Saroch indicó a sus compañeros en un momento en el que se encontraban en el camarote - Recordad que no podemos dejar el camarote sin viglancia. Tenemos lo que desea Menkaph y no me extrañaría que intente entrar si ve el camarote sin vigilancia.

- Por cierto Henri me ha comentado que el señor Myers ayer no salió de su compartimento en todo el día y ni siquiera comió. Parece ser que uno de los camareros vio por casualidad al señor Myers en un momento en que había la puerta abierta y le comentó que el pobre hombre parecía sufrir alguna grave enfermedad y que le hacían llevar un fez. Cree que Menkaph ejerce algun tipo de influencia que cohíbe a la señora Myers de pedir ayuda

—Necesitamos aprender ese ritual. Enseguida. Intuyo que, sin nosotros, ese hombre está perdido.

La joven no entiende mucho de estudio y disciplina sentada a una mesa, pero sí que entiende una cosa: los caballeros con los que está trabajando actualmente no sabrían distinguir un extremo de un arma del contrario.

-Si quieren yo podría protegerlos mientras ustedes estudian.- Comenta con un tono de voz completamente educado.- Cuando mi padre todavía salía en las expediciones yo solía acompañarlo, y no me tiembla el pulso si tengo que disparar un arma de fuego...pero mucho me temo que no soy la persona adecuada para sentarme hora tras hora tras una mesa.

El profesor O'Leary, el doctor Polat y el conde Von Holfner se encierran en un compartimento a profundizar sus estudios. Ordenan que les traigan el desayuno. Amelia queda de guardia cerca con sus armas preparadas en los profundos bolsillos de su abrigo.

Aprovechando un momento en que Menkaph no está rondando la señora Myers, Henri y el doctor Saroch se acercan a la desventurada señora Myers, que se encuentra en el vagón-restaurante contemplando su desdicha reflejada en una taza de café que apenas ha probado.

- Señora Myers, buenos días... ¿Podemos importunarla un momento? Gracias. El Orient-Express se preocupa hondamente por el bienestar de sus pasajeros, y me ha parecido percibir que su marido el señor Myers sufre algún percance de salud. Este caballero, el doctor Saroch, se ha ofrecido a asistirlo, si acaso lo necesita.

El Doctor Saroch asintió ante las palabras de Henri - Si me permite unos momentos Señora, puedo examinar a su marido -

La señora Myers os mira con ojos enrojecidos por el llanto.

- Bueno, verán, yo no sé si es buena idea...

La relectura del Apócrifo del fez resulta tediosa, y tras un par de horas de comparar notas, el conde von Holfner 

Tras tres horas de releer tediosamente el Apócrifo, os dáis cuenta de que no hay nada que hacer, estáis atascados...

- Señores, sólo veo dos formas de profundizar en los misterios del fez... Que alguien se ponga el fez rojo. Se que es un sacrificio, pero podemos detener la degeneración con lo que hemos aprendido hasta ahora. Y con lo que consigamos en Estambul podremos salvarlo. Sin esa información, estamos perdidos.

Este conde quería... ¿Que alguien se pusiera el fez? ¿Realmente? Polat entrecerró los ojos con súbita sospecha.

—¿Y si simplemente preguntamos a quien ya hemos visto que lo tiene puesto? —Preguntar para ganar tiempo no estaba mal, mientras observaba al conde con suspicacia secreta.