Partida Rol por web

Año 2504 del Computo Imperial.

Zona portuaria de Neues Emskrank, Nordland.

Sin nada que hacer ni previsiones de trabajo a la vista, te metes en la primera taberna del puerto que ves para llenar el estómago y calmar el hambre. El local está abarrotado, el vino y la cerveza encharcan las tablas del suelo mientras que la mujer del posadero solamente ha hecho un caldo de repollo y carne para comer. Miras alrededor. Solo hay sitio en una mesa comunal con varios taburetes libres. Decides que eso es mejor que nada. Te sientas junto a varias personas esperando no tener que aguantar su borrachera cuando un viejo humano, de barba blanca y tez curtida comienza ha hablar. Sin embargo, a cada palabra que dice te interesa más y más el relato.

El viejo remueve con la cuchara de madera el humeante calducho, como si pudiera ver entre el repollo o la carne agria la continuación de sus palabras. 

-Son muchas las historias contadas por los marineros sobre el mar de las Garras. Algunas tan magníficas que son capaces de animar el espíritu de aventura de un viejo inválido como yo.- Dice golpeándose el muslo del que, de rodilla para abajo, se le une una pata de madera. -Y otras historias tan espeluznantes que no te atreverías a pisar un barco en meses. -El viejo alcanzó la jarra y bebió un trago de cerveza tan apresuradamente, que la espuma resbaló por su abundante barba. -Pero esta, es una historia que tiene un poco de ambas, magnífica y espeluznante a la vez. Por las barbas de Manann, hay guerra, oro, muerte, y ya sea por uno u otro motivo….para siempre perdurará en mis recuerdos.

El viejo soldado acabó la jarra de un segundo trago, empapándose la camisa con la cerveza. Después miró instintivamente a un lado y a otro de la posada para ver que no había más oídos escuchando.

-Serví en el ejército durante las grandes incursiones del mar. Las costas de Norsca y las galeras que provenían de los desiertos de caos eran saqueados sin contemplación, arrasando todo aquello que pudiera ser un refugio o esclavos para aquellas malditas bestias. -El viejo levanta la jarra elevándola por encima de su cabeza. A la señal, el posadero se acerca cambiándosela por otra llena que aclare la reseca garganta de vuestro intérprete.

-¿Por donde iba…? ah si. En una de las incursiones encontré un mapa de rutas marítimas. Creí que era uno mas, y no le di ninguna importancia en ese momento arrojándolo al montón de objetos saqueados. Sin embargo, el capitán sí se percató y enseguida que observó la carta llamó a su segundo para que la inspeccionara. Volvíamos a casa con un generoso botín cuando, a dos días de aquí, el capitán nos dijo que haríamos una última incursión en el camino. Una donde el oro se cogería a puñados y las joyas adornarían los brazos de todos los hombres del barco. No tuvo más que decir. Comenzamos los preparativos alentados por la codicia. Afilamos nuestros aceros, remendamos nuestras armaduras, soñábamos en qué nos gastaríamos el dinero. En aquella carta estaba la ubicación de una roca que se yergue en medio del mar, un baluarte del caos conocido como el torreón de la bruma, donde regularmente oscuros poderes ofrecían sacrificios de carne y sangre a los oscuros dioses, acompañados de donaciones de oro y joyas a cambio de poder y fortuna en la batalla.

Cuando llegamos vimos aquélla roca negra en medio del agua engullida por la bruma. No era una niebla normal, hasta los animales sentían el oscuro poder de la magia. El vigía pudo distinguir la cofia de un barco y entonces, su cabeza cayó a cubierta separada limpiamente de su cuerpo. Todos cogimos nuestras armas mirando a un lado y a otro esperando un ataque, pero casi no podíamos vernos entre nosotros, pues la bruma se hacía más espesa cada vez. El segundo de a bordo comenzó a encender antorchas en cubierta, lo recuerdo muy bien, no llegó a encender la quinta cuando se desató el desastre. Una barrera natural de arrecifes que rodea la isla nos hizo embarrancar. Todos rodamos por la cubierta, hombres, antorchas y agua por igual. Nos hundíamos, pero no eran solo los arrecifes lo único que defendía aquella maldita torre. Mientras estaba en el suelo oía a hombres gritar de dolor, de miedo y el batir de alas. Una pluma cayó cerca de mí antes de que el barco se hundiera.

Me agarré a un barril de manzanas tan fuerte como pude, los gritos de agonía de los compañeros sonaban por todos lados mientras rezaba a Morr para que no me llevara a su reino de muerte. Pero mi destino era otro, y mientras vagaba por las oscuras aguas, tuve tiempo de sobra para memorizar la posición  de ese peñasco maldito. -El viejo soldado calló mientras tomaba otra cucharada de caldo. Parecía que se hundiera en el taburete como el barco que antes mencionó.  

-Nadie, ni siquiera los sirvientes del caos eran capaces de encontrar jamás aquella roca sin el mapa. Nadie me creyó y mi historia cayó en el olvido junto a la leyenda de aquella torre maldita. -El viejo volvió a sorber una cucharada del calducho. Su mirada inquisitiva lo decía todo. Iba a volver a aquella isla y necesitaba que le acompañara gente capaz, sin miedo. -Yo soy viejo para ser avaricioso, pero no soporto la idea de morir sin volver allí y demostrar la veracidad de mis palabras. Podréis coger del botín tanto como os den de si vuestras bolsas, tan solo quiero una cosa, rescatar la placa del “Gruschmitz” el navío en el que serví, para dar veracidad a mis palabras. ¿Qué me decís? ¿Os gusta el oro y la  aventura?.

Neues Emskrank es un pueblo que no tiene mucha actividad para buscar formas de ganar dinero ni de crecer en mi intento de ser digno de entrar en alguna de las escuelas de magia. Entré en el bar sabiendo que ya era una jornada perdida, cuando escucho las palabras del viejo.

Su relato, aunque difícil de creer, suena interesante. Pienso que si fuera mucho el dinero, no solo podría pagarme la colegiatura en una de las escuelas de magia sino que podría darme una buena vida para el resto de mis días.

"Por lo que dice el anciano, suena como si hubiese alguna clase de magia involucrada. Si fuese así, puede que incluso pueda encontrarme algún grimorio que estudiarme."

Así que reúno valor suficiente y levanto la voz:

 - "Es un gusto conocerle, buen hombre. Mi nombre es Leopold y sí que me gusta la aventura y sus recompensas. Si estás dispuesto a ayudarnos a ver como llegar, yo estaré dispuesto a cumplir tu condición."

Algunos de los rostros en la mesa son conocidos y, si se suman, me brinda la seguridad de que no son ni cobardes ni inútiles. Lo que pasamos hace unos días solamente en el Salz no fue un asunto cualquiera. Si pudimos con eso, probablemente podremos con cualquier cosa.

Hårr se encargó de pasear sus vellosidades por cada taberna que se encontraba. Cada día una diferente, si es que había mucho por donde elegir, tampoco quiso moverse de esa zona en donde había conseguido grandeza. Bebida dorada como único alimento.

Miró a los lados, encontrándose con más torsos de hombres que con sus rostros. Había un montón de humanos. El pescador de hace unos días no estaba, pero el anciano le resultó algo familiar. Hoy sería un día más de celebración, o eso creía, hasta que aquél anciano comenzó su locura.

Su enanidad hizo imposible hacer oídos sordos y escuchó al completo su historia, sin enterarse demasiado en algunas partes.  Hablaba de oro y joyas conseguidos sin minar, pero dejando heridas similares en los nudillos. Navegar, escoltar, recoger joyas. Eso lo entendió a la perfección.

—¡Jjjjum! Tengo experiencia en aguas turbias. Tenemos —corrigió al detectar a Leopold.

Como no tenía mucho alcohol en la sangre, no compartió muchas palabras más que para mostrar su interés en la aventura.

Me había acostumbrado a ver los rostros de mis anteriores compañeros de aventura. Sobrevivimos al ataque de la criatura marina y aquello, quieras o no, une un poco a la gente. En aquel mundo cruel aquello era extraño pero no me disgustaba en exceso. Suponía que Renata ya habría dejado de esperarme, pero tenis en mente regresar en algún momento a sumergirme en sus pechos y dejarme arrullar.

Las palabras del viejo me sonaron como fantasía. Delirios de una mente anciana. Pero la predisposición de Leopold y Haré me animaron. No tenía intención de volverme a meter en el agua, pero si la recompensa Dra cuantiosa o al menos aceptable, me uniria a ellos.

¿Más agua? Esperaba no volver a meterme en una barca después de lo último. Pero si ve la conmigo iré con vosotros.

  Kurt llevaba un par de horas deambulando por el puerto desde que se bajó del barco que le había traído desde Norden cuando sus tripas rugieron avisando de que era hora de que las llenase con algo. El joven se detuvo para acomodar el peso de los pertrechos y recorrió con la mirada el lugar. La calle del puerto tenía varias posadas y tabernas y cualquiera serviría para llevarse algo de pitanza a la boca, así que entró en la que tenía justo enfrente.

 Al abrir la puerta de la taberna el bullicio y el inconfundible olor del repollo hervido colmaron sus sentidos; el estómago rugió, impaciente, una vez más. Esquivando, sin mucho éxito, charcos de bebidas derramadas Kurt se acercó a una gran mesa, donde varios parroquianos comían y bebían, y tomó asiento después de dejar sus bártulos en el suelo y el largo arcabuz, que llevaba envuelto en una lona encerada, apoyado en la pared. Con las posaderas ya acomodadas saludó a las personas con que compartía espacio - Señores - y levantó la mano para llamar la atención del ajetreado tabernero.

 Mientras Kurt esperaba a ser atendido, un anciano barbudo comenzó a hablar. A Kurt, como a todo buen nordlandes, le encantaban las historias y los cuentos y enseguida quedó atrapado por las palabras del viejo. El hombre terminó su relato proponiendo un viaje a la isla de su historia y con la promesa de un suntuoso botín.

 El joven soldado palpó la bolsa donde guardaba lo que le quedaba de la soldada; después de que en el viaje desde Norden el cabronazo de Julius desplumara a media compañía jugando a las cartas no le quedaba mucho dinero y con varías semanas de permiso por delante la oferta del viejo resultaba muy tentadora. Seguramente no encontrarán nada de lo dicho por el anciano beodo pero con recuperar algo de carga de algún pecio sería suficiente para agenciarse unos buenos chelines. 

 Cuando tres de los parroquianos, dos hombres y un peludo enano, aceptaron acompañar al anciano, Kurt no necesitó más incentivo. - Podéis contar conmigo, herr Schultz. Me llamo Kurt Boehm. - se presentó mirando a los tres hombres, que parecían ya conocerse de antes. El joven intuía que una terrible experiencia había unido a esos tres.

-¿Cuatro?-. Preguntó al resto de comensales que había en la mesa, y ante las miradas desviadas hacia otro lado, o metiendo las narices en el cuenco, el viejo se dio por aludido. -Cuatro entonces. Mañana saldremos al alba. Buscadme en el muelle, preguntad por mi. Todos saben donde está mi barco.-  

Con la barriga llena Gustav Schultz se puso de pie y se despidió de vosotros ignorando a los demás claramente ofendido. -Iré ha hacer los últimos preparativos para el viaje. Nos vemos.-

Me río de las palabras de Ándor pues la verdad es que opino muy parecido a él. En el fondo, me da gusto de que tanto Hårr como él se apuntaran también al asunto del torreón pues confío en ellos para que me cubran la espalda pues sé que no huirán. No huyeron del temible demonio que casi nos devora hace unos días, dudo mucho de que lo hagan de un par de enemigos insignificantes. 

El anciano no consigue más reclutas por lo que decide irse a hacer los preparativos del viaje. Miro al resto de quienes nos apuntamos y veo que está también el otro hombre que se apuntó y a quien no conozco, por lo que le hablo a él directamente:

 - "Kurt Boehm, ¿No? Mi nombre es Leopold, él es Ándor y ese respetable enano es maese Hårr. Es un gusto conocerte y espero que consigamos llenarnos los bolsillos como el anciano promete."

La verdad es que también espero otra cosa pero no se la quise mencionar: Espero de todo corazón que le vaya mejor que a nuestros anteriores compañeros pues la mayoría de ellos murieron brutalmente cuando el demonio destrozó su embarcación y sus cuerpos. El resto se ahogó y Gorst perdió el brazo. Solo el alguacil de Stavern sobrevivió bien como nosotros.

Pido un poco del guiso que sirven con un poco de agua para así no irme a la cama con el estómago vacío. Este parece un sitio tan bueno como cualquier otro para dormir hasta mañana. Planeo hacer unas pequeñas compras pero nada que me tome demasiado tiempo.

El enano sonrió entre pequeñas risas y fuertes palmadas en la espalda. Estaba contento. Eran cuatro, pocos en comparación a la anterior vez, pero también pocas manos que pudieran acaparar sus joyas.

—¡Señora aquí! —exclamó a la camarera que paseaba la jarra de cerveza y volvió a darles palmadas. Tenía ganas de celebración—. Je je je je je.

Bebió y ya tuvo la soltura suficiente para comunicarse mejor.

—Señor del mar, me imagino —indicó a Kurt—, ¿no? Bajo sombrero de plata. Su sombrero me recuerda a los navíos, incluso de capitanes pirata. ¡Pero qué sabré yo, si odio el agua! —rio de nuevo. Salvo el cuidado de su pelo, el resto de su higiene olía a palabras certeras. Odiaba el agua, pero ahí estaba, dos misiones seguidas relacionadas con ella.

Tuvieron tiempo de contarle las anteriores aventuras. El terror en el río Salz, aquél horrible gusano y el mago adorador de dioses perversos. Al contarlo, apreció su aguante por no abandonar la recién aceptada misión, no muchos querrían surcar olas después de tal historia.

Hårr se quedará en esa taberna el resto del día y de la noche su puede. Dormirá en una habitación si ofrecen el servicio, en ese mismo asiento o incluso en el establo tapado con el heno, servido con las últimas gotas de alcohol.

Saludos. Supongo que sabrás donde te metes - reí al dirigirme al tal Kurt que se había ofrecido a acompañarnos. - Sólo que sea la mitad de peligroso que la anterior, cualquier huiría con la cabeza metida en el culo a refugiarse en los brazos de mamá. Espero al menos que regreses de una pieza. Que todos regresemos de una pieza.... Pobre Gorst.

Apuré la jarra de cerveza y me acomodé en la silla pidiendo, igual que mi compañero Harr una nueva jarra. Me dirigía a Leopold, también sentado con nosotros.

Además. ¿Por qué siempre tiene que haber magia por enmedio, amigo Leopold? Podrían ser unos piratas normales de carne y hueso. Algo donde poder hundir un acero. Incluso alguna criatura extraña, vampiros, trolls, súcubos, no sé, algo tangible que atacar. Pero me temo que volveremos a ver criaturas mágicas o peor, espectros o vete a saber qué.

- Entonces al alba, señor Schultz. Que Morr* guarde sus sueños - el soldado se despidió y observó como el viejo se alejaba con su peculiar andar cojitranco. 

 Cuando el tabernero dejó comida y bebida en la mesa, Kurt dio buena cuenta de ellas; el guiso de carne y repollo resultó ser todo un manjar después de meses a base de gachas aguadas y galletas duras. 

 Kurt respondió con una inclinación de cabeza, cuando el llamado Leopold hizo las presentaciones - el gusto es mío maese Leopold y si, espero que Ranald nos sonría y hagamos algo de fortuna. Mi bolsa a perdido mucho peso en estos días - 

 Con una risa franca acompañó la ocurrencia de Hårr - No, mi respetado señor enano. Sirvo como arcabucero en el IV Regimiento de Norden. Pero alguna experiencia en el mar tengo; la suficiente para asomarme por la borda y no vomitarme las botas.terminó riendo animando por el talante del jocoso enano. 

 Kurt prestó mucha atención a los hechos acontencidos en el negro Salz y de los horrores que el singular grupo había pasado. El joven soldado miró a los tres hombres con renovado respeto pues el Caos no era desconocido para él, un hijo de Nordland, ya que los incursores norse llevaban acabo sus sangrientas razias bajo el estandarte del temible Dios de la Sangre. 

 Kurt también les hablo de los largos y frios meses de este ultimo invierno defendiendo las atalayas de las colinas de Bramble contra hordas de hombres bestia que el Bosque Negro parecia vomitar sin fin.

  - Ulric vela por nosotros, maese Andor. Respeta el valor y nos dará fuerza y coraje cuando confrontemos a los poderes ruinosos. - Kurt alzó su jarra y con un brillo de determinación el ojos respondió al hombre de aspecto peligroso. 

   Tras el almuerzo y la amena charla, Kurt se despidió del curioso trío y se retiró a la habitación que había alquilado. Aún quedaban algunas horas de luz y el joven quiso aprovecharlas para la limpieza y el mantenimiento de sus armas. Luego se echaría un buen sueño disfrutando de una cama de verdad; solo los Dioses sabían cuándo volvería a catar alguna.

El sol casi ha salido por completo cuando llegáis hasta el barco que os han indicado como el de Gustav. Allí en el muelle, amarrado con dos maromas, se hallaba una carraca larga y estilizada, de unos quince metros de eslora por dos de manga. La mesana era de vela triangular parcheada y remendada en mas de un sitio, así como la cangreja y alguna de las tablas laterales, las cuales todavía eran de color claro por el poco uso. La carraca tenía poco calado y en la proa el nombre del barco llamó vuestra atención, La Roca Maldita.

 -Ah, veo que decíais la verdad y estáis preparados para una aventura de las grandes.- Dijo el señor Schultz asomándose por la borda. -Subid os enseñaré el barco.

Tras una breve visita a la bodega donde había comida almacenada, mantas, cuerdas, aparejos y demás útiles, os menciona que tiene ese poco calado para superar la barrera de los arrecifes cuando lleguéis. En cubierta cuatro candiles de aceite, uno a cada lado del palo de mesana, proporcionan luz a toda la cubierta, aunque haya niebla o temporal fuerte, y un barril de manzanas permanece cerca del puesto de timonel.

 -Hace un buen día. Nos marcharemos enseguida aprovechando la marea.- Dicho y hecho, la carraca comenzó a deslizarse por el ancho mar de las garras en cuanto la vela mayor fue desplegada. Con habilidad cruzó el puerto hacia el norte, fijando rumbo noreste en cuanto dejó de verse la ciudad.

Tan solo mar os rodeaba. Kilómetros y kilómetros de vacío mar. La Roca Maldita se deslizaba con rapidez, fabricada así de estilizada para surcar las olas sin ofrecer resistencia y escapar de barcos más grandes y peligrosos también, como os explicó el viejo. También os dijo que el viaje eran cinco días rumbo noreste y luego tres más rumbo este. Durante ese tiempo poco podía hacerse en un barco de este tamaño. 

Compartir la comida con el grupo fue agradable, a pesar de ser el único disonante sin probar gota alguna de alcohol. Llenar el estómago y reírme un poco era suficiente para amenizar lo que queda de jornada. Respondo a la pregunta de Ándor acerca de por qué siempre tiene que haber magia con un encogimiento de hombros antes de hablar:

 - "Supongo que al final son menos amenazas mágicas que mundanas las que uno puede encontrarse, solo que las primeras tienden a hacer más ruido y crear más mito alrededor."

Kurt indica ser arcabucero, lo que podría significar que es versado en el uso de armas de fuego, lo que es muy interesante. Siempre me ha causado cierta curiosidad el como se consigue crear aquella pólvora que estalla y expulsa las balas con tan potencia. Diría que es cosa de magia si no fuera que es famosa precisamente por no serla. De cualquier manera, creo que el soldado será sumamente útil cuando nos encontremos algún peligro.

Al terminar de comer, me dirigí a una pequeña tienda de objetos varios para comprar unos pocos de esos dardos pequeños que siempre llevo, pues son una excelente manera de canalizar la magia de forma un poco más fácil. Eso puede salvar la vida en un momento crucial.

Duermo en la posada si encuentro un cuarto pues puedo permitirme ese gasto, aunque considere que es un poco un derroche.

Al alba, me reúno con el grupo y encontramos la embarcación del anciano. Abordamos sabiendo que será un viaje de varios días pero con las esperanzas puestas en conseguir nuestras ganancias. El mar puede ser una experiencia fuerte para algunos, pero consigo dominar mi mente y mi estómago lo suficiente para no vomitar ni sentirme mal, a pesar de nunca haberme subido a un barco como este.

Después de pagar por la habitación y el desayuno, llegué al puerto donde nos esperaba una tartana que dudaba que fuera capaz de navegar si quiera. Ya me sorprendía que se mantuviera a flote. Suspiré sonoramente simplemente imaginando los días que habría que pasar a bordo de eso, pero necesitaba mantenerme activo. Mis vicios no se pagaban solos.

¿8 días dentro de esto vamos a pasar? ¿Ya aguantará tanto sin desmantelarse?

Ahora lo único que podía hacer era sentarme en un rincón e intentar mantener el desayuno y lo que comiera durante la travesía en el estómago sin tener que sacar la cabeza por la borda.

-Señor Ándor, esta embarcación está hecha de madera de roble de los bosques de Reikland. ¡La mejor madera del mundo!- Afirmó completamente convencido. -Y esta mañana hice una ofrenda a Mannan, señor que cabalga en las espumosas olas, por lo que nos brindará su protección hasta que decida que no somos dignos de ella.- El viejo marinero se puso a canturrear una conocida canción, emocionado de iniciar esta aventura que restauraría su honor entre las gentes del mar.

Despertó tranquilo en la posada. Había dormido poco, pero el día amaneció glorioso. Ni rastro de lluvias, brumas, tempestades ni mocos ruinosos. Así, cualquiera empezaría una aventura por difícil que fuere, incluso pensó en tomarse unas horas de vacaciones mientras cruzaban los mares. Asistió al punto de encuentro, topándose con un navío como nunca antes había visto. La carraca parecía un yate a sus ojos. Él estaba acostumbrado a raíles y vagonetas, como mucho ponis amarrados, no a tablones flotantes.

—Mmmmmm bonito navío. "La roca maldita". No he viajado por mares, pero se nota su valía desde fuera.

Por dentro también se apreció su valor. El dueño había preparado sus enseres para que no tuviesen que preocuparse en buscar alimento. Aunque tuviese que alimentarse de manzanas, en vez de bueyes, lo agradeció.

Sus deseos de tomar unas mini vacaciones dentro del barco se esfumaron cuando atravesaron las olas costeras. El mar no era como creía. El sol arrollador calentaron en exceso sus antenas y los vaivenes de las aguas hicieron el resto.

 —Demasiado lejos de la tierra... Gluuh

La fuerza del hábito hizo que Kurt se despertara cerca de una hora antes del amanecer. El sueño había sido reparador y el joven se levantó de buen talante. Se aseó un poco con el agua de una jofaina que había en una pequeña cómoda, se vistió, recogió sus cosas y bajó a reunirse con los demás. 

 No tardaron en encontrar el barco del viejo. El señor Schultz parecía ser un tipo conocido y eso dio que pensar a Kurt. - Quizás debería de haber husmeado un poco sobre el anciano.  - Igual es un pobre loco y nos arrastra a todos a la ruina en su demencia - pero ya no era momento para dudas, se había comprometido y por Ulric que no faltaría a su palabra.

La visión del bajel de Gustav Schultz impresionó a Kurt, que a pesar de haber crecido en una ciudad portuaria no estaba muy versado en asuntos del mar y las únicas embarcaciones que había pisado eran los lentos y enormes transportes para la tropa o las gabarras de río. La Roca Maldita parecía un barco veloz y de seguro, tan resistente como su capitán.

Una vez a bordo Gustav les enseñó el barco; quedó claro que el anciano había pensado en todo y que se tomaba muy en serio la expedición. Cuando Kurt vio el barril de manzanas se lo señaló  a Hårr - ¿Creéis que es el mismo con el qué salvó la vida la otra vez? -

Cuando el barco se hizo a la mar Kurt se acerco al anciano - Herr Capitán, ¿donde puedo dejar mis cosas? Me vendría bien un barril o caja sellada para guardar el arma y la pólvora -

El movimiento del barco en el mar no es nada complejo de soportar aunque a algunos de mis compañeros parece no sentarles muy bien. Los veo vaciar sus tripas por la borda y tener ese rostro que no te deja del todo convencido de que desee seguir vivo. "La Roca Maldita" es una nave imponente y cuya calidad se nota en el movimiento que produce. Creo que es un muy buen barco y estoy convencido de que nos llevará bien a destino.

Escucho el comentario que hace Kurt del barril de manzanas y me acerco al enano para responderle:

 - "Si yo fuera él, lo habría conservado. Seguro que le daría buena suerte."

Pongo la mano sobre el hombro de Hårr antes de hablarle:

 - "¿Estás bien? Se te ve... indispuesto."

La verdad es que tiene un pésimo aspecto, al igual que Ándor. Dicen que el mar puede jugar malas pasadas pero me gustaría que pudieran recuperarse de aquí a que lleguemos a destino. Faltan hartos días pero, si llegan con ese aspecto y se sienten la mitad de mal de lo que se ven, no serán de mucha ayuda en una batalla como la que el viejo augura.

Ocho días de viaje calculó el viejo Schultz que tardaría La Roca Maldita en llegar al torreón, pero la mañana del séptimo día ya se divisaba una neblina en el horizonte que cubría el mar como si de un telón se tratara. La niebla humeaba y se movía con el oleaje, el viento soplaba pero la niebla no cambiaba de posición ni se dispersaba. Era ciertamente, una niebla peculiar.

 -Hemos llegado-. Dijo el viejo marinero mientras manejaba el timón virando casi noventa grados. Ciertamente la embarcación era rápida y os había ahorrado tiempo. -Entraremos a la tarde.- Continuó. -Y lo haremos por el oeste, donde hay más calado entre los arrecifes, y donde encalló el Gruschmitz.- Esta última frase la dijo en un tono mas bajo de lo normal, rememorando algo que estaba fuera de la comprensión de todo aquél que no hubiera estado aquél día en el Gruschmitz.

Todos os pusisteis manos a la obra preparando vuestro equipo para el momento. A medida que os acercabais la creciente sensación de algo maligno acechando se incrementaba. La antinatural niebla no dejaba ver nada más allá, guardando sus secretos contra forasteros como vosotros. Ningún pez se aventuraba a entrar y el corazón os decía que dierais media vuelta, que olvidarais la promesa de oro, pues de nada sirven la plata y los diamantes a los muertos. Pero no había lugar al que huir mas que el despiadado mar. Y el viejo no cedería ahora que estaba tan cerca.

***

La tarde se acercó lenta e inexorable, el viejo había hecho los preparativos previos encendiendo los faroles y armándose con sendas pistolas. Hasta que al fin, la proa de La Roca Maldita acuchilló la bruma y penetró rápidamente siendo engullidos por esa niebla antinatural. Entonces se hizo el silencio. Un silencio incómodo, amenazador. No podían oírse las olas batir contra el casco de la nave, ni la respiración de quien tenías al lado. Las lámparas de aceite tan solo iluminaban unos metros a su alrededor, cuando en una noche oscura habrían servido para iluminar una calle entera. 

De pronto se oyó un sonido crepitante. Un chasquido. Y luego otro más, y otro. Una vaga silueta negra se difuminaba a babor sobresaliendo del agua cual serpiente marina dispuesta a atacaros.