Partida Rol por web

No encuentras por ningún lado lo que parecía haber activado la alarma. No sabes qué es lo que podía haber sido, así que aprovechas y te preocupas en buscar algo que te resulte útil. Pero no hay suerte, al menos no encuentras nada relevante en aquella habitación, salvo una pequeña cajita con 23 piezas de oro, que sin lugar a dudas no te vendría nada mal y un montón de joyas dentro de, obviamente, un joyero que, esperabas, pertenecieran a la Señora Licorambarino.
 

Lucrecia gruñó por lo bajó. Las prisas no eran buenas consejeras, y tenía demasiadas. Al menos Lylo, si es que había sido él el causante, estaba a salvo, y con suerte habría encontrado algo más sustancial que ella.

Aunque algo sí era sustancial. La sonrisa que hubiera iluminado con un destello de travesura el rostro juvenil y femenino dede Lucrecia resultaba siniestra en el del maduro Tobías Licorambarino. ¡Oro! No era una fortuna, pero era todo un avance para su economía personal. Ya no haría falta buscar la compañía de caballeros rijosos para asegurarse una cama caliente; ahora lo podría hacer por placer, si le apetecía. Dejó caer la mayor parte de las monedas en su bolsa, reposando su agradable peso sobre su cadera. Ocultó las joyas bajo su armadura y sostuvo seis monedas entre los dedos. Dos a la derecha, las deslizó en una de sus botas; dos a la izquierda, se alojaron a ambos lados del otro pie; y dos donde nadie va a buscarlas, espero, a menos que lo lleve yo, un agradable escalofrío sacudió a Lucrecia cuando las modeas tintinearon brevemente en su ropa interior.

¡Tiempo! ¿Tiempo? ¡Espera un momento!

Lucrecia chasqueó la lengua y pronunció por fin las palabras su último conjuro durante ese día. No puedes marcharte sin asegurarte. Todavía le quedaban los cantrips, y lo que había aprendido aquí y allá, pero se había malacostumbrado a salirse con la suya gracias a la magia, y sin ella se sentía indefensa.

-Oh, vale, discúlpeme señor -dijo Milo mientras bajaba de nuevo con cuidado- lo siento mucho.

Con la tranquilidad que se podía permitir se dirigió hacia la puerta de la casa, donde se preparó para intentar disimular, solo esperaba que no abriera la puerta el mediano que le había pillado dentro. También esperaba ver si seguían allí sus compañeros o ya habían vuelto a la posada.

El acto del Señor Licorambarino te resultó un tanto sospechoso. Por alguna razón tomó una bolsita llena de monedas y puso una sonrisa como si ni siquiera supiera que estaba allí guardado. Luego se llevó la bolsa al bolsillo, pero antes metió un par de monedas de oro en su bota derecha, otras dos en su ropa izquierda y por último en su ropa interior.

Debía de estar a punto de salir, pues Tobías estaba escondiendo parte del botín que poseïa.

Instantes después, sonó la campanilla de la puerta de entrada. Alguien estaba llamando a la puerta.

Justo cuando te acababas de guardar la última moneda pudiste escuchar como sonaba la campanilla de la puerta de entrada. Alguien estaba llamando a la puerta.

El guardia muy amablemente te acompañó hasta la puerta de la mansión y después llamó el mismo al timbre al tiempo que te acariciaba la cabecita. La espera se estaba haciendo eterna, ¿aparecería el mediano que te había descubierto?

¿Qué narices era eso?

A Lylo casi se le salió el corazón del pecho cuando vio al señor Licorambarino pululando por la habitación rebuscando algo... y más aún cuando sonó la puerta. Se llevó las manos a los labios por si acaso se le ocurría la estupidez de inspirar hondo por instinto y se preparó para que, en cuanto saliera el señor de la casa, salir como un rayo de allí.

¡Ñañañañaña!. Nada de nada, hechizo malgastado, pero había que intentarlo.

Más preocupante era el sonido de la campanilla de la puerta de entrada. No podía ser el verdadero, no tan pronto. No, no, no, además, seguro que llevaba sus propias llaves encima. ¿Pero quién podía ser a esas horas, en esa casa, casi de noche?

Salió de la habitación cuando se aseguró de que no había criados por los alrededores y se deslizó en silencio hacia la entrada, sin acercarse lo bastante como ser visto desde la puerta. Uno de los criados abriría. Solo necesitaba oír la voz de quien se encontrara en el umbral, escuchar sus palabras.

Muy pero que muy nervioso, Milo esperó delante de la puerta, tendría que disimular y esperar a que el guardia se fuera, puede que cuando apareciera quien apareciera se fuera, entonces solo tendría que disimular, y eso siempre se le había dado bastante bien.

-¿Es amable el señor de esta casa? Es que estoy algo nervioso por si me echa mucha bronca -intentó poner su mejor puchero- ¿qué podría decirme de él?

No te preocupes por él, el Señor de esta casa se llama Tobías, Tobías Licorambarino y es un buen hombre. Posee una gran extensión de viñedos al oeste de la ciudad y su familia siempre se ha dedicado a la elaboración y distribución de vinos.

No te preocupes por él. Y segundos después, aquel sirviente que ya abrió en su momento la puerta volvió a abrirla.

- Buenos tardes, dice mirandoos. ¿Podría decirme quiénes son ustedes y en qué podría yo ayudarles?

Mira pequeño, no tendrás ni que tratar con él. Díselo a este joven sirviente.  Buenas tardes. Dice sonriendo a Milo para que fuera él el que hablase.

En cuanto sonó el timbre, el señor Licorambarino se marchó de la habitación con movimientos silenciosos. Daba la sensación de que quería ver quién había tras aquella puerta, pero no quería abrir él.

Tu sirviente abrió la puerta y pudiste escuchar una desconocida voz de un hombre que decía: Mira, pequeño, no tendrás ni que tratar con él. Díselo a este joven sirviente, buenas tardes.

Salió todo lo sigilosamente que pudo, con la oreja puesta a cualquier movimiento ajeno a él, escondiéndose tras las cortinas o donde buenamente podía para evitar los posibles encontronazos no deseados y regresó al despacho donde había entrado por la ventana con la intención de pisar por fin la calle y regresar con su hermano.

-Verá, señor -dijo intentando parecer un niño pequeño de verdad- mi hermano y yo estábamos jugando por la calle con una pelota y se nos coló por una ventana de uno de los pisos de arriba, el se asustó y se fue hacia casa, pero yo quería recuperar la pelota y este señor guardia me dijo que el dueño de esta casa era buena persona y que me dejaría entrar a por ella.

¿Pequeño? Recordó la conversación susurrada a distancia con Milo. Lylo se había colado en la casa, mientras que habían pillado a Milo, que se había librado con alguna excusa. Pero si estaba en la puerta —¿y qué otro podía ser ese "pequeño"?— quería decir que el rubito seguía dentro de la casa.

El falso Tobías se alejó de la entrada de la casa y se alejó hacia el fondo del pasillo, abriendo cuidadosamente la primera puerta que encontró. Una vez comprobó que el cuarto estaba vacío, llamó al mediano con un susurro.

—¿Lylo? Sal si estás ahí, soy... —hizo una pausa— ..."Comeogros".

El dueño de esta casa, se llama Señor Licorambarino. Dijo mirando al "niño". Y me temo que no se encuentra en estos momentos en casa. Ha salido. Dijo el sirviente. Además, ya es tarde, me temo que tendrás que volver a por tu pelota en otra ocasión. Mañana por la mañana quizá le encuentres.

Si, además, ya no son horas para que un niño esté jugando por aquí. ¿Qué tal si te llevo a casa? ¡Se hace tarde y esta ciudad es bastante peligrosa de noche! ¿No te lo ha dicho nunca tu madre? Venga, que te acompaño.  Concluye al tiempo que el sirviente cierra la puerta y el guardia te acompaña hasta la salida.

¡Lo habías conseguido! Lo que en un principio había parecido una tarea sencilla, se había convertido en una gesta digna de contar en la Gesta de los Hermanos Pelacebollas. Habías logrado escapar de allí sin ser visto. Aunque quizá no hubieras encontrado toda la información que necesitabas.

En cuanto saliste de la mansión pudiste ver a tu hermano acompañado de un guardia de la ciudad. Él no te había visto todavía.