Partida Rol por web

Elianne se quedó mirando fijamente la fachada del lugar. El edificio era enorme y Elianne no recordaba haber visto tan fina decoración nunca en su vida.-¿Quien va a tocar?- Dijo en voz baja, parada a un costado de la entrada y con la vista fija en escudo de armas. El lugar aunque muy bonito le resultaba un poco intimidante.

Lucrecia, de puntillas, miraba con desagrado la destartalada mansión Andrigal, cuyos pisos superiores eran visibles por encima del seto que rodeaba la finca del alcalde. Demasiado cerca, pensaba, preguntándose si no acabaría entre los muros otra vez, antes de lo que esperaba.

La familia Timertikos, a diferencia de los Licorambarino, debía tener las finanzas en orden. El recinto era ostentoso, y en un estado de conservación envidiable. Era sorprendente que el alcalde no se hubiera congraciado con la ciudad donando a la causa de Pelor, aunque fuera solamente para mantener las apariencias en el emblémático edificio. Quizás su fe transcurría por otros senderos, o era de ese tipo de gente que moría con las manos cerradas.

Se adelantó y golpeó la puerta con el aldabón. Estaba demasiado casada; si se quedaba quieta, corría el riesgo de quedarse dormida allí mismo, plantada como un arbolillo.

Parece que no muerde, musitó, en respuesta a la pregunta de Elianne.

Raellia observó con cierto asombro la casa. Sin duda era impresionante, y alguien tan rico debía de donar mucho a la ciudad. Para ella era evidente, cuanto más se tiene, más se aporta. Por desgracia, la realidad y las ideas de la joven paladín no solían coincidir demasiado, y era muy probable que aquel hombre no aportara demasiado a la caridad. Ante la pregunta de quien llamaría, Lucrecia se adelantó, cosa que la muchacha agradeció. Prefería que fuera ella la que llevara la voz cantante en este asunto, además de que tampoco quería molestar demasiado a los ocupantes de aquel lugar. 

Aire abrazaba a Aristóteles mientras se fijaba en la lujosa mansión. Cuchicheaba con su sapo, pensando qué tipo de personas podrían vivir allí, y si le gustarían los sapos, y si tendrían bichitos para que Aristóteles comiera.

¿Cuánta gente vivirá aquí? pensó en voz alta. Quizá la podían dejar esconderse allí mientras capturaban a Desthen

Un jovencito mediano se acerca hasta la puerta y la abre. Entonces os mira de arriba a abajo y os dice brevemente y de forma seca:

- Díganme, ¿en qué puedo ayudarles?

Pero antes de que nadie pueda contestar, o nadie pueda hacer nada, un hombre gordo y sudoroso llega avasallando a Lucrecia, apartándola con un codazo.

¿Qué le pasa, mi señor, por qué viene usted tan acalorado y empujando a mis invitados?

¿Qué que me pasa? Lo de siempre, lo de siempre. Si es que estoy harto, todos los que vienen son siempre iguales. Al menos por esta vez no perdí el anillo como ayer. ¿Dónde está Erolin? Tengo que contarle lo que ha sucedido.

Pero... señor Flanigan, espere... dice el mediano mientras el orondo hombre avanza por los jardines de la casa y sigue gritando mientras se dirige hacia la puerta. 

- Ya... ya... ya. Ya sé lo que me vas a decir, que nuestro ilustrísimo alcalde está reunido y bla bla bla. De verdad, a mi ya sabes que puedes tratarme con confianza. En fin... y su conversación se corta porque entra dentro de la casa.

- Ehm... vaya, lo siento... ¿cómo me dijo que se llamaba? Le mandaré al alcalde su mensaje en cuanto pueda. Como ha podido comprobar ahora mismo está... dijo el hombrecillo llevándose una mano a la frente y negando con la cabeza.. ... reunido.

¿Reunido? ¿Con quién? A Aire le pareció de lo más graciosa la situación. El gordito había pasado sin mostrar la menor atención a las palabras del mediano, así que eso parecía indicarle que lo de la reunión era mentira.

¿Qué tal si pasamos también con ese señor tan gracioso? dijo a sus compañeros mientras les miraba y pasaba del mediano. ¡Una carrera! ¡Quien llegue al señor Flanigan gana! gritó. Fue corriendo, intentando evitar al mediano y entrar en el jardín persiguiendo al señor Flanigan

Si Elianne había quedado abrumada por la fachada del edificio, ahora estaba atónita por la escena que acababa de ver. Un hombre sumamente irrespetuoso acababa de entrar a los empujones al edificio y ella ya se veía venir la negativa del sirviente cuando le pidieran pasar. No iba a tolerarlo, el día apenas empezaba, pero recién llegada le habían cobrado un injusto peaje, ya había tenido que caminarse la ciudad casi de punta a punta buscando infructiferamente un lugar para desayunar y de alguna manera había terminado envuelta en alguna intriga que involucraba magos secuestradores.
Hizo un par de gesto breves con las manos y dijo algunas palabras ininteligibles sin sacarle la vista de encima a quien les había abierto la puerta.* Luego se aclaró la voz y con voz confiada pero suave y casi dulce le preguntó al sirviente -Disculpe a mi compañera, ya mismo iremos a buscarla para que no se pierda.-Un gesto a nadie en particular daba la sugerencia de que alguien detuviera a Aire antes de que se metiera en problemas.-¿Él puede pasar así nomás como si fuera su casa?- preguntó señalando la puerta por donde se había metido el hombre gordo- Supongo que no habrá problemas en que nosotros entremos sin hacer mucho ruido ¿Verdad?- Se acercó hasta él y se agachó para que sus ojos quedaran a la misma altura. Mirandolo fijamente y con la voz aún suave y calma pero quizás un poco aniñada continuó.- ¿O por lo menos podrías ir a buscar al señor Iborian y decirle que queremos verle por algo importante? Podemos esperarlo en la sala... ¿Por favor?- terminó de decirle con una sonrisa que buscaba inspirar dulzura.

Kraken había estado a punto de detener a aquel maleducado que había entrado en la mansión de manera tan irrespetuosa pero recordó que ya no era su trabajo obligar a la gente a comportarse en las tabernas, así que se cruzó de brazos y se limitó a negar con la cabeza con gesto contrariado. Las chicas parecían apañarse bien sin su ayuda, así que permaneció inactivo hasta que no se precisara su colaboración.

Raellia observó toda la escena sin saber muy bien qué decir ni qué hacer. Los malos modales de aquel orondo personaje la habían dejado patidifusa. Por supuesto, no tenía autoridad alguna para decirle nada, además de que, para cuando fue capaz de reaccionar, el hombre se había marchado. Y luego fue Aire la que echó a correr.

-¡Aire, no! ¡No te metas aquí sin más!-exclamó la muchacha, preocupada por las consecuencias que podría acarrear aquello, aunque no echó a correr tras ella.

-Señor, serán solo unos minutos, venimos a informar al jefe de la guardia de sucesos extraños en una casa abandonada. 

Lucrecia estuvo a punto de irse al suelo cuando esa masa de carne la apartó de su camino sin la menor consideración. Estaba demasiado cansada para molestarse en darle el puntapié en la espinilla que merecía, como poco.

Flanigan se precipitó al interior, y Aire se fue detrás de él. Hubo encantamientos y explicaciones, y ella solo quería acabar con todo aquello y sentarse un rato, solamente un ratito, a reposar la cabeza.

Eso es, asintió cuando habló Raellia. Nos enviaron aquí desde el cuartel. Tenemos información sobre las desapariciones en el puente. Será de interés tanto para el señor Iborian como para el señor Timertikos.

Antes de que Elianne pudiera usar su magia, Aire se coló aprovechando el empujón de Flanigan. La muchacha se quedó delante de la puerta, sin llegar a entrar, pues no sabía si seguir adelante o hacer caso de las palabras de sus compañeros. Después, el sirviente que cayó preso de las dotes embaucadoras de Elianne, asintió ante sus palabras y se dirigió al interior de la mansión. Abrió la puerta y no la cerró tras él, dejándola de par en par y a la vista de cualquiera. 

Flanigan ya había entrado bastante antes, y seguramente ya se habría reunido con el alcalde. Así que era cuestión de tiempo que el sirviente le trajera una respuesta, que el mismísimo alcalde saliera, o que simplemente, decidieran pasar por su cuenta y riesgo.

Aire se detuvo y, al girarse para ver por qué los demás no la seguian, se dio cuenta de que el sirviente ya pasaba por su lado como si nada, y que, obviamente, la dejaba continuar.

¡Uy qué bien! Es como si fuera nuestra casa. Me pregunto si nos dejará dormir aquí. ¿Tú que crees, Aristóteles? preguntó a su sapo. Puso cara de entendimiento, como si el croar del sapo significara algo, antes de continuar.

Bueno, ya veremos terminó antes de hablar con los demás.

¿Pasamos o esperamos a que vengan a recogernos?

-¿Estará bien pasar sin más?-preguntó Raellia en general, con cierto tono de duda, al ver como el sirviente se marchaba sin mediar palabra. Lo cierto es que no sabía si se estarían metiendo en problemas al hacerlo, y lo último que necesitaban era más problemas aún. 

Las puertas de la mansión, abiertas de par en par, resultaban tentadoras. Sin embargo, no era el momento adecuado para colarse, y de cualquier modo, no pensaba hacerlo cuando el sirviente los había vist oa todos con bastante claridad como para identificarlos. Ya sa había arriesgado bastante una vez.

Esperemos aquí, replicó. No creo que tarden en venir a recibirnos.

El Kraken comenzaba a impacientarse. Él bien sabía que llamaría mucho la atención si entraba a saco en la villa, así que no esperó a que el grupo se decidiera.

EL KRAKEN EMPIEZA A ABURRIRSE! TÚ, PEQUEÑO SIERVO, LLAMA AL CAPITÁN O ME PONDRÉ A DESTROZARLO TODO!

El sirviente no pudo escuchar a las palabras del Kraken, pues ya se encontraba dentro de la mansión. Flanigan les había interrumpido y se había colado por delante de ellos. Así que, si lo que iban a hacer era esperar, ya les habían dicho que la reunión podría alargarse demasiado.