Partida Rol por web

Tras haber cruzado las puertas de la ciudad era momento de encontrar un lugar donde poder esconderme de miradas indiscretas, pues atraerlas significaría suicidio con el tiempo, más si cabe tras divisar las siluetas de las catedrales y templos que abundaban en la ciudad. Es por ello que rapidamente busqué las sombras y recobecos aprovechando mi pequeño tamaño mientras intentaba localizar una guarida.

Ante ti se alza una muralla de piedra, fabricada con grandes bloques de caliza. La muralla es enorme comparada con el tamaño de la ciudad.

La muralla tiene varias torres que protegen aún más la zona de los posibles ataques.

Una puerta de 18 metros de alto con forma de una gran "H", una pasarela sobre la carretera flanqueada por dos torres. Una gran puerta de hierro está cerrada para controlar el acceso a la ciudad por las noches, pero durante el día permanecen abiertas.

Al llegar justo a la entrada te encuentras con dos centinelas que montan guardia en la puerta. Uno de ellos con una pose rígida y estricta da un paso al frente y te dice.

- Buenas noches, ehm... el guardia te mira de arriba a abajo buscando una palabra adecuada y como se ve incapaz de encontrarla continúa soy el encargado de la entrada de Tormentos Cristalinos, dudo que seais residentes así que será necesario que me paguéis la tasa de entrada. Tan solo son 5 pc, si es que una criatura como tú lleva algo de dinero encima.

Te dice mientras saca un saquillo de su bolsillo y extiende la otra mano.

Mirando con expresion un tanto seca a los guardias, Jorgen habla quedamente.

-¿Tasa de entrada? Vaya, pues si que son estrictos aqui en Tormentos Cristalinos...-Se lleva la mano a su bolsa de dinero, ya menguada por el viaje realizado desde la posicion de su compañia.- Cinco monedas de cobre... ¿Podria darme un recibo? El tesorero de mi compaña se queja de todos los gastos imprevistos que le cargo...Comienza a sacar las monedas, una por una, contandolas de manera lenta y metodica, para estudiar la reaccion del guardia.Mientras, sigue dandole conversacion.

- Mis jefes han oido rumores de que tal vez venga bien un pequeño refuerzo en la guardia de la ciudad, por lo que me han mandado a hablar con alguien que pueda interesarle... Por si alguno sabe algo.- Le ofrece el dinero al guarda que lo ha pedido, mas espera que acerque la mano para darselo.

El guardia toma las monedas que le entregas. Aquello era lo habitual en esa ciudad y no tenía ninguna pinta de haber intención de estafa por ningún lado.

Después sonrió tras escuchar tus palabras, ¿Recibo dices? Pues lo lamento, mi señor, pero si quieres puedes ir a hablar con Iborian, él es nuestro líder, ahora debe estar en los cuarteles, quizá él pueda darte el recibo y ya de paso podrás preguntar si hace falta mano de obra en la ciudad. Aunque sinceramente yo no te lo recomendaría.

Con un pequeño gesto de interes en la cara, Jorgen pregunta

-¿No me lo recomienda? ¿Hay algo que deba saber para no meter la pata?- Su expresion es sincera, pues le interesa saber que bando puede ser mejor para ofrecer sus servicios, aunque el guarda no sepa eso.

- Jajajjaja se ríe tras tu pregunta ¿Algo que saber? ¡Es imposible estar a las órdenes de Iborian! Si tienes suerte te condena a estar aquí aburrido cumpliendo el turno de guardia de la ciudad de esta puerta o de la otra, a las malas, te exigirá acabar con un dragón imposible de vencer. Las tareas que suele mandar son épicas e imposibles de cumplir, y encima exige resultandos! No entiendo de qué va, pero por suerte yo he sido condenado a tener que cobrar la tasa de la ciudad. Dice haciendo un suspiro de resignación y encogiéndose de hombros.

Sonrie un poco para acompañar la risa del guardia.- ¿Entonces por que sigue de jefe? El jefe de la guardia deberia tratarla mejor, pues sin ellos la ciudad seria un caos...- Se encoje de hombros tambien, y da un primer paso para alejarse- Buen servicio y buenas noches, compañero. Ire a ver que puedo sacar de ese ogro- Rie dando otro paso para alejarse, en direccion a los cuarteles.

La guardia no aguanta a Iborian... Bien, bien,si esta en los cuarteles vere con quien nos enfrentariamos y de paso, a ver si me dan el resguardo...

Lleváis ya un largo recorrido por los caminos que llevan hacia la ciudad, todos tenéis razones muy distintas para estar allí.

A penas unas millas atrás véis una caravana tirada en el suelo debido a que ha volcado, el grupo que viajaba en ella parecen unos militares o unos comerciantes de armas, pero os dicen que están bien y que continúeis adelante.

Y así lo hacéis. Entoces, aAnte vosotros se alza una muralla de piedra, fabricada con grandes bloques de caliza. La muralla es enorme comparada con el tamaño de la ciudad.

La muralla tiene varias torres que protegen aún más la zona de los posibles ataques.

Finalmente vuestros caminos se juntan en la entrada de la ciudad. Un puerta de 18 metros de alto con forma de una gran "H", una pasarela sobre la carretera flanqueada por dos torres. Una gran puerta de hierro está cerrada para controlar el acceso a la ciudad por las noches, pero durante el día permanecen abiertas.

Al llegar justo a la entrada os encontráis con dos centinelas que montan guardia en la puerta. Uno de ellos con una pose rígida y estricta da un paso al frente y os dice.

- Buenas noches, señores. Soy el encargado de la entrada de Tormentos Cristalinos, si sois residentes mostradme vuestra tarjeta. Sino, es necesario que me paguéis la tasa de entrada. Tan solo son 5 pc por cabeza.

Os dice mientras saca un saquillo de su bolsillo y extiende la otra mano.

Sin mediar palabra me acerco al guardia de la ciudad y deposito el dinero sobre su mano. El viaje ha sido largo y no tengo demasiadas ganas de cháchara si no es indispensable.

La noche se acerca, es más, ya la tenemos encima. Solo los dioses saben lo que podemos encontrar. Habrá que ir con cuidado.

Sin mediar palabra, busco un templo apropiado para rezar mientras aclaro mis ideas.

Buenas noches señor , mi camino me ha traído a esta esplendorosa ciudad – le digo al guardia acercándome mientras meto la mano en la bolsa para pagarle las monedas que pide – no soy residente pero me gustaría llegar a poseer esa tarjeta de la que hablas en algún momento
Mi camino ha sido bastante largo así que me gustaría beber unas cuantas cervezas y comer algo , hay algún lugar que me recomiendes?

- La noche ha caído ya, y aunque no tenemos por costumbre dejar pasar a estas horas a ningún extranjero te dejaré pasar solo por esta vez. Las puertas de la ciudad se cierran cuando se hace de noche, pero por hoy podrás pasar. Para obtener la tarjeta de residencia debería ir al Ayuntamiento, pero lamento decirle que a estas horas ya está cerrado. Así que lo mejor que puede hacer es encontrar una pasada donde pasar la noche, porque Tormentos Cristalinos no dispone de una gran fuente de luz por lo que puede ser un poco peligrosa, así que ande con cuidado y procure no dar muchas vueltas.

gracias amigo

Le respondo mientras atravieso laspuesta de la ciudad , al parecer el guarda tiene bastante razón en cuanto a la iluminación de la cuidad pues al atravesar las puetas me toma un momento para adecuar mi visión a las penumbras en las que se encuentran las calles.
Ando un poco luego me paro frente a un tablón donde hay un papel colgado como anuncio de una de las posadas “La Pezuña en la boca” dice en letras negras
Me encojo de hombros y al no conocer mucho la ciudad hago un pequeño mapa mental según las indicaciones y me voy hacia la posada ....
La Pezuña en la boca será...

Ante vosotros se alzan una muralla de piedra, fabricada con grandes bloques de caliza. La muralla es enorme comparada con el tamaño de la ciudad.

La muralla tiene varias torres que protegen aún más la zona de los posibles ataques.

Finalmente vuestros caminos se juntan en la entrada de la ciudad. Un puerta de 18 metros de alto con forma de una gran "H", una pasarela sobre la carretera flanqueada por dos torres. Una gran puerta de hierro está cerrada para controlar el acceso a la ciudad por las noches, pero durante el día permanecen abiertas.

Al llegar justo a la entrada os encontráis con dos centinelas que montan guardia en la puerta. Uno de ellos con una pose rígida y estricta da un paso al frente y os dice.

- Buenos días, jóvenes.  Soy el encargado de la entrada de Tormentos Cristalinos, si sois residentes mostradme vuestra tarjeta. Sino es necesario que me paguéis la tasa de entrada. Tan solo son 5 pc por cabeza.

Os dice mientras saca un saquillo de su bolsillo y extiende la otra mano.

-¡Vaya! ¡Es realmente imponente! -comentó Lydia con una sonrisa cuando se acercaron a la ciudad y la altura de la muralla se hizo patente- Siento una gran curiosidad por ver la ciudad por el interior. -agregó con mirada soñadora y sin dejar de caminar.

El guardia les salió al paso repentinamente y Lydia le miró con sorpresa.

-M-mi nombre es Lydia Lannister. Y no soy residente de la ciudad, pero vengo a serlo. He sido llamada desde Tismirr para servir en la catedral de Pelor. -dijo con una mueca compungida- El sacerdote que vino a mi pueblo para hacerme venir no me comentó nada de las tasas... y dado que yo he hecho voto de pobreza me temo que todo lo que llevo ahora mismo encima son mis ropajes, éste símbolo de Pelor y un poco de comida... -sacó de un saquillo del cinto un poco de carne seca, la suficiente para comer. La miró un momento antes de seguir hablando- Lo cierto es que ésta carne bien puede valer las cinco piezas de cobre. Y puede hacer más servicio a unos soldados que deben pasar tantas horas en la entrada de la ciudad. Yo ya no la necesito, he venido a quedarme, pero si le parece bien, acéptela en concepto de tasas.

¡Por fin Tormentos Cristalinos! No sé a quién se le ocurrió el nombre, seguro que hermanito lo sabría: “en el año 740, durante el otoño, los pupúes establecieron el asentamiento de costero de Pupushore. Provenientes de los climas cálidos de la región suroccidenal de Lalalá, estaban precariamente preparados para un invierno que, incluso para los nativos de la zona, fue excepcionalmente largo y duro. Asombrados no solo por el frío, sino por su efecto en los líquidos, incluidos los corporales, llamaron a esos primeros meses, que prácticamente provocaron la extinción de esa gente, el periodo de los Tormentos Cristalinos, y bla bla bla...” o algo similar, y no se lo tendría que inventar. En realidad no me importa demasiado. No fue el nombre lo que me atrajo, y en todo caso, una vez te acostumbras al concepto, percibes su agradable sonoridad. Y no lo pienso solo porque en las dos últimas semanas he pasado noches en Villagorrino, Corcojón de la Garbanzada o Flatulencia de Tempus.

Tras dejar al grupo de aventureros, antes de lo previsto, pues empezaba a sentirse como una pobre ovejita en medio de una manada de lobos hambrientos, había vendido su parte del minúsculo botín a un mercader ambulante que pasaba por Villagorrino, y se había puesto en marcha.

El dinero había durado tan poco que se preguntó si no habría sido una ilusión. Afortunadamente, no tardó en encontrar un voluntario para prestarle unas cuantas monedas. O algo así. No lo recuerda bien, probablemente porque es joven, y lo ocurrido unos días atrás parece cosa del pasado remoto, como las ruinas, o como la vieja Yona, de quien ancianas de pieles tan acartonadas que parecía que iban a estallar en nubes de polvo si las tocaban, aseguraban que ya era vieja cuando ellas era mozas lozanas de carnes prietas y mejillas rubicundas. Todas habían sido mozas lozanas y hermosas, por cierto. Las feas, las desgarbadas, las gordas, esas ya se debían haber muerto. Pobres desgraciadas.

Tras varias jornadas de camino, un par de días atrás, había parado en la posada Flatulencia de Tempus, un edificio sorprendentemente agradable construido junto a un cráter sulfuroso. No preguntó la historia del cráter, pero se la contaron de todas maneras. Era justo lo que imaginaba. Allí, además de conseguir direcciones para la ciudad, había conseguido una compañera de viaje.

La joven se llamaba Lydia, Lydia Lannister. A Lucrecia le perció un nombre adecuado para la villana de la epopeya de un bardo, y la chica, si hubiera sido algo más alta, hubiera dado el pego, tan hermosa en la plenitud de la juventud, quizás un par de años mayor que ella. Pero algo no encajaba, sus ropas eran prácticamente harapos, y era pobre como una rata. Y voluntariamente. Incluso mamá se permite algún lujo, y es la maldita campeona de Santa Rodelia.

El sacerdote que acompañaba a Lydia se largó con viento fresco en cuanto se enteró de que Lucrecia se dirigía al mismo lugar que su protegida, probablemente a buscar niños, se le notaba en la mirada. Hermanito sabía bien lo que escribía sobre los clérigos. Las dos jóvenes partieron por los solitarios caminos, expuestas al posible ataque de bandidos, lobos, o amenazas similares. Demonios no, afortunadamente, esos solían atacar a gente más experimentada. O quizás es que solo la gente experimentada sobrevivía a sus ataques.

Lucrecia pasó el rato hablando de su madre. No tenía la mejor de las relaciones con ella, y sus puntos de vista eran casi tan divergentes como las manillas de un reloj a las seis en punto, y no pensaba perdonarle lo que le hizo a su hermanito, pero en el fondo estaba orgullosa de ella. Lydia era una chica simpática, pero religiosa, y Lucrecia suponía que sería un tema en el que podrían encontrar algún punto en común. No estaba segura de cómo reaccionaría si hablaba con ella como lo hacía con sus antiguas amigas, y en todo caso, ya tendría tiempo de hacerlo.

De algún modo se las arreglaron para llegar frente a las puertas de Tormentos Cristalinos sin percances. Lydia exclamó que estaba impresionada, y Lucrecia asintió. Era bastante más grande que su ciudad, se extendía incluso más allá de la otra orilla del río. Probablemente tuviera el doble, o triple de población.

—No puedo esperar —confirmó Lucrecia, devolviendo la sonrisa.

Cuando las jóvenes se acercaron a las puertas, no había más que un puñado de gente en las inmediaciones, y no tuvieron que esperar más que unos instantes antes de que uno de los guardias de la muralla les saliera al paso, exigiendo la identificación o el pago de una tasa.

Lucrecia escuchó con la boca abierta cómo su compañera de viaje explicaba sus razones para entrar en la ciudad, así como su voto de pobreza, y ofrecía al guardia una ración de tasajo como alternativa a la tasa. Consideró la posibilidad de unirse a la propuesta de Lydia, y ofrecer alguna nadería llamativa, puede que un pellizco de arena de colores, en lugar del pago. A diferencia de la asceta, llevaba encima armas, y se protegía con una armadura, pero el guardia no parecía demasiado espabilado, y en todo caso, estaba acostumbrada a que los hombres no se fijaran demasiado en sus ropas o sus cosas, sino que se esforzaran en imaginar lo que había dentro. Sin embargo, cinco monedas de cobre no iban a ninguna parte, y no dudaba que pronto conseguiría más. Aún no conocía lo bastante a Lydia como para saber cómo reaccionaría ante algo así, y de momento, ganarse su confianza era más útil, y más agradable, que conservar media plata.

—Yo también he venido a quedarme —dijo Lucrecia, sacando las monedas de cobre del saquillo y entregándoselas al guardia—, al menos una temporada, ¿qué tenemos que hacer para conseguir esa tarjeta de residencia?

El guardia rechazó un cara de asco la carne que le entregaba Lydia. ¿Acaso piensas que necesitamos algún tipo de limosna a cambio de la tasa? ¡Iborian nos mataría si permitiésemos esto! No, muchacha, no. Aquellos que quieran atravesar estas puertas deberán pagar la tasa. El dinero es para la ciudad, no para nosotros. Así que de nada nos vale ese cacho de carne.

- La información para poder tener permiso de residencia en la Ciudad de Tormentos Cristalinos es entregada en el Ayuntamiento. Cualquier duda que tengáis con el papeleo o sobre lo que necesitáis os la podrán resolver allí.

A los pocos minutos otro aventurero recién llegado se aproximaba a las puertas para poder entrar.

Ante vosotros se alzan una muralla de piedra, fabricada con grandes bloques de caliza. La muralla es enorme comparada con el tamaño de la ciudad.

La muralla tiene varias torres que protegen aún más la zona de los posibles ataques.

Finalmente vuestros caminos se juntan en la entrada de la ciudad. Un puerta de 18 metros de alto con forma de una gran "H", una pasarela sobre la carretera flanqueada por dos torres. Una gran puerta de hierro está cerrada para controlar el acceso a la ciudad por las noches, pero durante el día permanecen abiertas.

Al llegar justo a la entrada os encontráis con dos centinelas que montan guardia en la puerta. Uno de ellos está hablando con dos señoritas.

El guardia rechazó un cara de asco la carne que le entregaba Lydia. ¿Acaso piensas que necesitamos algún tipo de limosna a cambio de la tasa? ¡Iborian nos mataría si permitiésemos esto! No, muchacha, no. Aquellos que quieran atravesar estas puertas deberán pagar la tasa. El dinero es para la ciudad, no para nosotros. Así que de nada nos vale ese cacho de carne.

- La información para poder tener permiso de residencia en la Ciudad de Tormentos Cristalinos es entregada en el Ayuntamiento. Cualquier duda que tengáis con el papeleo o sobre lo que necesitáis os la podrán resolver allí.

Después te miró cuando las alcanzaste.

- Buenos días, jóven.  Soy el encargado de la entrada de Tormentos Cristalinos, si sois residentes mostradme vuestra tarjeta. Sino es necesario que me paguéis la tasa de entrada. Tan solo son 5 pc por cabeza.

Te dice mientras saca un saquillo de su bolsillo y extiende la otra mano.

-Sean 5 piezas de cobre, hay que mantener en buen estado estas impresionantes murallas... ¿Sabe de algún lugar en el que un bardo pueda ganarse la vida? -pregunto con buenos modos, procurando no interrumpir la marcha del acceso a la ciudad.

Creo que es la primera vez que me encuentro un guardia escrupuloso. No son más que unos pedazos de cecina. ¿O solo come verduras? ¿Cómo se llamaba? Como sea, no importa. El caso es que ese extranjero vagabundo extraño solo comía vegetales. Pero era un extranjero vagabundo extraño, y sacerdote de la diosa comosellame. Este no es más que un guardia normal y corriente, que seguro que no tiene ni nombre. Cualquiera diría que en lugar de salir de sus madres, los hacen ya creciditos en una manufactura.

Lucrecia sacó de la bolsita una moneda de plata, a la que miró como una madre a su hijo, y se la cambió al guardia por las de cobre que le había entregado anteriormente. No sufras por ella, Lucrecia, que antes de que te des cuenta estarás tan cegada por el brillo de sus parientes doradas que ni te molestarás en mirar a las de su clase. La joven sonrió al guardia, le dio las gracias por la información, agarró de la mano a Lydia y tiró de ella hasta sobrepasar el umbral de la ciudad.

Un par de grandes edificios rodeaban la entrada, uno de ellos de aspecto marcial, y otro quizás la casa de un gremio o algún departamento gubernamental. La brisa, junto con olores no muy diferentes a los que Lucrecia ya conocía, traía un leve aroma a cerdo y sangre desde el sur. Probablemente un matadero, parece mentira la peste que echa la carne hasta que no la pasas por el fuego.

—Si vuelves a ver a tu clérigo—dijo Lucrecia, guiñando un ojo a su compañera de camino—, dale una buena patada en las pelotas. Si no se cae al suelo gimoteando y hecho un ovillo, sigue dándole hasta que te canses. ¡Condenado irresponsable! Pero en fin, ya estamos aquí, tras las murallas de la gran ciudad. Querías ir a la iglesia de Pelor, ¿cierto? No tengo prisa por buscar alojamiento o hacer papeleos, así que te acompaño. ¿Sabes dónde queda?