Partida Rol por web

El temporal iba aumentando a medida que se acercaban en dirección al palacio. La ventisca dificultaba la visión y el frío empezaba a helar los huesos a pesar de los abrigos.

Unas pocas horas después, a lo lejos se pudo vislumbrar lo que era una pequeña colina en la que se había edificado lo que la Sra. Hielosagrado había llamado "El Palacio de Hielo". Ahí se encontraba la malvada hechicera que había secuestrado a su hermana y el lugar al que había que dirigirse para rescatarla.

El camino había resultado estar libre de cualquier peligro. Pero aquello no duró mucho. De pronto un fuerte ataque helado golpeó el trineo que lo hizo volcar. Los renos que tiraban del carruaje se habían convertido en verdaderas estatuas de hielo. Algo los había congelado, pero por culpa de aquella horrible ventisca no había forma de saber quién o qué había sido.

- ¡Pobres bestias! ¿Qué os ha pasado? -preguntó sorprendido el Karuth en dirección a los renos congelador antes de mirar alrededor y buscar la fuente del ataque.

Sus manos palmearon su cintura buscando el mango de su puñal, no le fuesen a pillar indefenso.

La nieve lo cubría todo. La pureza del paisaje nevado traía a la mente de Dagmar recuerdos del desierto arenoso. De nuevo, como ya sucedió cuando atravesaba las dunas, se preguntaba cómo era posible que hubiera suficiente sustancia como para cubrir un terreno tan amplio. Y, en ese lugar, era obra de la magia, sin cuyo poder la nieve no tardaría en derretirse y enfangar la tierra. Y a la hechicera capaz de obrar esa magia iban a enfrentarse, con acero y dientes.

El asombro de la aventurera aumentó cuando vio el palacio. Desconocía la nieve, pero había visto el hielo antes. Incluso esculturas, mantenidas mediante conjuros. Jamás, sin embargo, había puesto sus ojos —cuando poseía ambos— en una estructura como aquella. A pesar de la admiración, no le pasó desapercibido un movimiento extraño entre los copos de nieve que bailaban al ritmo del temporal.

¿Lo veis? llamó la atención de los demás. Allí. Arrugó el ojo y extendió el brazo, señalando con el índice un punto entre la ventisca.

    Sorprendido por lo que acababa de acontecer ante ellos, Socar se dispuso presto a tomar su escudo y empuñar su maza, aunque le resulto imposible localizar el origen del ataque ni cualquier otra información útil para saber a que atenerse, por lo que debería de esperar a que el atacante se mostrara o que este fuese localizado por alguno de sus compañeros.

Todo estaba demasiado frío y tranquilo hasta que de repente, y sin saber realmente que había pasado, los renos se congelaron.
Antes de intentar averiguar que o quien había provocado aquello Thorgüs busco a Darko. No sabía si aquello era un ataque a un objetivo o afectaba a cualquier animal.

La mitad de los presentes pudieron ver cuál había sido el motivo del ataque. En lo alto del cielo se encontraba sobrevolando la zona una figura blanca de aspecto reptiliano y con alas. No podía ser... ¡se trataba de un dragón!

Desconocían si aquella bestia podría tratarse de un ayudante de la bruja del hielo o si se trataba de un dragón que había aprovechado el frío del lugar para habitar la montaña y hacer de ella su guarida. Fuese como fuese, aquella bestia no parecía tener intención de dejarles pasar, y el ataque había servido para frenarles. 

El dragón blanco les vigilaba mientras se escondía entre las nubes y la ventisca. En las manos de los aventureros estaba el seguir hacia delante o el volver por donde han venido para buscar un mayor número de compañeros que pudieran ayudarles a vencer a aquella terrorífica bestia.

La mirada de Dagmar se clavó en la silueta que se perfilaba, como una sombra blanca, entre la ventisca. Sus ojos siguieron el vuelo, sin parpadear, ajenos al viento y la nieve que los zahería sin clemencia. 

Es un dragón, dijo, la voz ronca, trémula por la maravilla y el horror. Su tribu rendía pleitesía al dragón, un gran wyrm de escamas del color de la madera de caoba, tan viejo como las colinas, lo describía la Voz de los Ancestros. Nunca lo había visto, por supuesto. Nadie vivo lo había visto. Estaba dormido bajo las rocas. Una criatura capaz de sobrevivir milenios podía permanecer décadas sumergido en la tierra de los sueños. 

Moriremos si nos enfrentamos a la sierpe, declaró. Debería haberse dado ya media vuelta, sin esperar a que sus compañeros hicieran lo propio. La huida era la única alternativa razonable. Pero ¡ay! Si había de morir, ¿qué muerte más gloriosa que la que le proporcionaría un dragón? Y aún había otra alternativa. Los dragones eran inteligentes, se decía que sus intelectos eran vastos como sus vidas. La Voz de los Ancestros le había enseñado la lengua de los dragones cuando era una cría, y todavía la recordaba. Quizás, el wyrm estaría dispuesto a parlamentar. 

Asintiendo con la cabeza a las palabras de Dagmar le dio a entender al resto que lo que decía era cierto, aquello era un dragón, uno grande y poderoso.

Dejó su ballesta caer sobre la nieve y avanzó unos pasos diagonalmente hacia el dragón, de tal manera que si este le echase su aliento encima ellos no se viesen afectados. Brazos abiertos y manos con las palmas hacia delante, el karuth procuró mostrarse indefenso y desarmado ante la criatura.

- Poderoso dragón, no sea vuestra voluntad convertir nuestros cuerpos en máculas sobre vuestra montaña pues, aunque venimos con acero, es el amor filial el que nos trae hasta vuestra presencia- rogó mostrándose lo menos hostil y amenazador posible, si les había dado un aviso quizás fuera porque no buscaba el enfrentamiento-. A un gesto vuestro daremos media vuelta pero decidnos si hay manera alguna de solicitar audiencia con la hechicera pues nuestro mensaje es para ella.

Tras oír las palabras de Dakar Thorgüs, que estaba agachado al lado de Darko, cayó hacia atrás de manera torpe quedando tumbado sobre la nieve.
Desde esa posición se podía apreciar minimamente la silueta del dragón en el cielo.
-Un Dragón, lo que nos faltaba. Murmuró entre dientes.
Tras esto quedo a la espera de ver si Moris era o no inflamable, cualquier otro final sería una grata sorpresa.

    El puño de Socar se cerro con fuerza en torno al pomo de su maza con resignación. Odiaba tener que retirarse pero estaba claro que aquellos que lo acompañaban no seguirían adelante ante aquella amenaza. Sin embargo, el clérigo hizo algo un tanto inesperado para él, dejando caer su arma y tratando de lograr algo por una vía más diplomática. Sin quitar la vista de él con cierta desconfianza esperó a ver la reacción de la bestia.

El sacerdote se despoja de sus armas y mostraba un valor que avergonzaba a Dagmar. Ella, que en otro tiempo había sido temeraria y había sobrevivido, se había convertido en una cobarde en la derrota. Mas por mucho que le doliera, era incapaz de soltar su arma y avanzar hacia la letal criatura. Habría de conformarse con no haber dado media vuelta para perderse en la ventisca.

Pedimos disculpas por la intromisión no anunciada en sus dominios, dijo, elevando la voz, utilizando la antigua lengua de los dragones, deseando con fuerza que realmente fuera tal, y no un invento de los ancianos del clan, transmitido de generación en generación como una broma cruel. Como expone mi compañero, tan solo buscamos audiencia con la hechicera que mora en aquel palacio. 

El dragón se posó en el suelo al ver a los aventureros desarmados. Efectivamente daba la sensación de que el ataque que había destruido el trineo y congelado a los renos había sido tan solo una advertencia. Agitó las alas al escuchar las palabras y solo respondió en el idioma que era capaz de entender Dagmar, sus palabras iban seguidas de gruñidas y caras de asco y advertencia. Parecía no tener interés en dañarles, pero tampoco tenía interés en que le molestasen demasiado.

Criaturas insignificantes. No sé de qué o de quién me habláis. Pero no podéis seguir avanzando sin pagar un diezmo de paso. Quiero plata, cualquier cosa que brille con el reflejo del sol y la nieve. Si queréis pasar y entrar en mis dominios tendréis que enfrentaros a mi. En ese momento lanzó un bufido. O entregarme todas vuestras pertenencias de plata. Y espero que sean suficientes, o de lo contrario, no volveré a fallar. 

Mis compañeros no conocen la lengua, respondió al dragón, en su idioma. Les transmitiré vuestras palabras. 

De algún modo, cuando la bestia habló, rompió el embrujo de su presencia. La ruindad de sus palabras, sus mundanos deseos, colisionaban de frente con la majestuosidad de su forma. Aun así, sabía que no eran capaces de enfrentarse a ella y sobrevivir. Y en ese momento más que en el instante anterior, Dagmar deseaba sobrevivir al encuentro. 

Dice no saber de quién hablamos, dijo a sus compañeros, volviendo a la lengua común de aquellas tierras. No estaba convencida de la sinceridad de las palabras del dragón. Los trataba de criaturas insignificantes, pero hablaba con ellos, les pedía un diezmo. Era improbable que no se hubiera topado con la señora del palacio de hielo. No podremos pasar si no le entregamos tributo: "cualquier cosa que brille con el reflejo del sol y la nieve". O la plata que llevemos con nosotros, si es que es bastante. Si seguimos adelante, sin cumplir sus condiciones, seremos nosotros quienes acabemos como los renos y el trineo. 

No era necesario decir que Dagmar tan solo poseía un puñado de monedas. Cantidad sin duda insuficiente para apaciguar a la criatura. 

Thorgüs quedo asombrado al ver como esa criatura y un humano podían entenderse, pero parecía que así era. Un poco más tranquilo tras saber que la intención del dragón no era eliminarlos.

Se giro hacia Dagmar y muy despacio y sin movimientos bruscos dejó su cimitarra en el suelo.
¿Esto podría servir como un objeto brillante?. Nunca se había visto tan ignorante ante la vida como al momento de hacer esa pregunta.

Pese a lo terrorífico de la situación, el estar presente para aquel momento de providencia en que la última en unirse a su grupo fuera quien supiera hablar el idioma de los dragones de hielo, hizo sonreír a Moris con una felicidad interna enorme; la de la fe recomensada.

- Tengo este puñal, nada más en mi nombre o persona -reconoció el Karuth- ¿servirá?

    Socar se mantuvo firme un paso por detrás de Dagmar siendo testigo de la escena, le llenaba de ira y frustración el ver lo rápido de la capitulación de sus compañeros y aún más el saber que era la única salida posible, al menos por el momento. No obstante, se negó a hincar la rodilla u ofrecer sus armas, eran de acero negro, acordes a la tradición, y aunque no lo hubiesen sido tampoco las habría cedido, en su lugar hizo un esfuerzo por mantenerse en silencio a la espera de hacia donde les llevaría aquello.

Dagmar no llevó las manos a la funda de su arma. Si aquel era su último día sobre el gran mundo, no iba a afrontarlo con las manos vacías. Estaba rota, pero no hecha añicos. 

No lo sé, confesó. Conocía la lengua, pero no sabía nada de las criaturas. En particular de una cuyo hábitat le era tan extraño. Sin embargo, podía tratar de ponerse en el lugar de la bestia. Si a ella tal tributo le hubiese parecido ridículo, por más que fuera todo lo que podían ofrecer, qué iba a suponer para un dragón. Mas lo dudo. Me parece una ofrenda insultante. Y sin nuestras armas, qué opción tenemos frente a lo que encontremos más adelante. Retrocedamos. O... 

No lo dijo en voz alta. Retrocedamos o luchemos. Y caigamos aquí, seamos máculas minúsculas en la blancura. 

El dragón blanco bostezó ante lo aburrida que parecía resultarle la conversación que tenían los humanoides que tenía frente a él. Si les entendía o no, eso no lo sabían, pero desde luego que cuando los aventureros sacaron sus armas, el dragón no hizo ningún gesto de aprecio. Tal y como había dicho Dagmar, quería plata, y esas armas no lo eran ni de lejos.