Partida Rol por web

La puerta que unía el desván del ala sur con la azotea del ala oeste se abrió. Un enmascarado vestido de harapos, en lugar de la túnica habitual de paciente (o de guardia) se internó atraído por la luz de la linterna y el fuego de las velas del candelabro. El recién llegado portaba en sus manos un bastón de madera.

Lo que se encontró fue a un grupo de pacientes. Uno de ellos estaba usando unas ganzúas para abrir la pequeña cerradura en el borde superior de la máscara, poco a poco, en cada uno de sus compañeros. Esa cerradura que el Doctor Rehner les había dicho que era falsa (una mentira más). Los rostros que ya estaban descubiertos eran los siguientes:

La cara de Leiath estaba desfigurada por el ácido que usaron para corroer las cintas de cuero, pero en unas horas se le pasaría la hinchazón.

Los locos del desván estaban sorprendidos y espectantes con el recién llegado, esperando a que hablase. En lugar de eso, el harapiento se colocó tras Onfale y hurgó en el ojo de cerradura con un trozo desgastado de hierro.

¡Click!

La máscara de Onfale se desprendió mostrando el rostro de facciones amables y afeminadas del hombre:

El harapiento se dió la vuelta, y señaló a la propia cerradura de su máscara, para que se la abriese. Después de que Onfale usara sus ganzúas, el harapiento resultó ser una mujer...

Continuaron ambos cerrajeros dividiéndose el trabajo. La mayoría de rostros eran desconocidos, pero tras la máscara de Piedmon encontraron una cara familiar, un miembro del Aquelarre de Leiath, Onfale, Alice y Aire...

¡Era Flame! La voz de la espadachina no era la de siempre, y sonaba hasta masculina. Y la personalidad era completamente distinta, seguía insistiendo en que se llamaba Piedmon.

Los diez locos ya habían sido desenmascarados, incluso el enano, tan feo como se lo habían imaginado. La consecuencia más importante era que ya podían beber agua del depósito, e incluso comer, si repartían las provisiones. Quedaba un undécimo loco por desenmascarar, el que estaba atado e inconsciente. También había una duodécima persona: Sunny Rehner, la nieta del doctor.

Sunny Rehner estaba durmiendo, agotada por la experiencia sufrida, y la chica con la cara desfigurada por el ácido no le quitaba ojo. Además de las personas y los seres humanos, un montón de ratoncillos blancos de laboratorio corroteaban por el lugar, así como un pequeño elemental de aire bastante inofensivo:

El desván en sí era bastante amplio, con muchas habitaciones (incluyendo el dormitorio de Sunny o el archivo con los expedientes de los pacientes). Una de las salas tenía puertas dobles abiertas, con una cabeza gargolesca de unicornio y de león de cuya boca salían cadenas que llegaban hasta el conducto por el que se tiraba la ropa sucia. Retirando un panel en el techo encontraron un torno del que salían las cadenas, con lo que era posible encerrarse en la sala del león y el unicornio recogiendo las cadenas. Aún así, encerrarse en la sala del león y el unicornio era peligroso, ya que en el armario de esa sala seguía habiendo un pequeño grupo de conjuros vivientes que en cualquier momento podrían abrir la puerta y hacerles daño.

Derrotar a los conjuros vivientes era necesario. Permitiría hacerse con los objetos de Isabela y el dinero de Rehner, además de que eso obligaba a la magia a volver a sus respectivos libros de conjuros. Onfale y Alice vieron los que les faltaban:

-Alice encontró páginas vacías en lo que correspondía a los conjuros de Abrir/Cerrar, Grasa y Esfera Flamígera.

-Onfale encontró páginas vacías dónde antes estaban sus conjuros de Luz, Manos Ardientes y Partículas Rutilantes.

Por otro lado, en la sala del tesoro habían encontrado siete objetos que todavía no habían sido distribuídos: la pala de Néstor Lármika, la bolsa de contención del granero de la Aldea de la Locura, los guantes de tela, los guantes de cuero, el cinturón de cuero, el cinturón de piel-piel y el yelmo.

Hermosos recuerdos le vinieron a la mente a aquel enano, cómo se divertía con otros de su condición en su hogar, como correteaban por los prados y jugaban al escondite entre las columnas de los grandes salones. Recuerdos infantiles más propios de un niño feliz que de un amargado, agrio y molesto enano en lo que él se había convertido.

-Runmu... Mushan...Burro... 

Musitaba aquellos nombres entre sus carnosos y agrietados labios mientras continuaba con su plácido sueño, recuerdos de su infancia y de su juventud se agolpaban por aparecer en aquel mundo onírico, mostrarle imágenes y escenas de un pasado ya distante que nunca volverá.

Por paradójico que pareciera, aquellos compañeros que se hubieran despertado antes que él podrían ver como aquel grosero, molesto, egoísta, amargado y agrio enano, se encontraba sonriendo mientras vivía en aquel mundo onírico y recordaba cuando las cosas eran buenas y amables y no había problemas o preocupaciones que a un niño de su edad le tuvieran que importar.

Pese a todo, el sueño ya había finalizado y aquel enano volvía lentamente a la realidad en la que se encontraba, encerrado y atrapado en un manicomio, paralizado de extremidades, dolorido, rodeado de locos y lleno de grandes peligros. Aunque al menos, ahora él podría ser él y no ser esa maldita máscara.

Con las mejillas arrasadas por las lágrimas logro alcanzar el desván sin ser atacada por el flotante constructo. Mi sorpresa es mayúscula al descubrir que el lugar está atestado de extraños de inquietante aspecto que tratan de liberarse de sus máscaras de anónimos pacientes. No tengo inconveniente en prestarles mi ayuda a cambio de la suya y, de este modo, finalmente me encuentro libre de la asfixiante careta.

Lo primero que hago es beber con avidez del depósito de agua. No recuerdo la última vez que pude hacerlo sin la ayuda de una pajita y termino atragantándome. Tosiendo ruidosamente y con los ojos empañados por el llanto, reparo en la figura inocentemente dormida de la muñequita de porcelada de Rehner.

«Por fin una recompensa a tantos sufrimientos —pienso, sonriendo para mis adentros mientras no paro de toser—. Un golpe seco en la garganta y adiós muñequita triste.»

—¿Alguien tiene por ahí un cuchillo? —pregunto con una sonrisa sádica cuando finalmente logro dejar de carraspear y recuperar la voz— No sé cuándo comí por última vez y me apetece mucho ese corazoncito tierno.

Uno a uno iban quitándose la máscara y por cada miembro del aquelarre que se descubría, los ojos de Leiath iban recobrando su brillo. A su creciente alegría se sumó la aparición de Flame. Solo faltaba el rubiales, Jadewo. Deberían buscarle, quizás en el registro de pacientes encontrasen algo.

Lo que no le gustó tanto fue la aparición de aquella mujer tan violenta; Bianca o Isabella o... En realidad que se estaba haciendo un lío con los nombres. Pero algo claro tenía; no era trigo limpio. Cuando, por ende, amenazó de esa forma tan fría a Sunny, la bruja de Hala no lo dejó pasar y se enfrentó a ella.

Mira, siento por lo que has tenido que pasar, y entiendo que estés enfadada, pero la niña no tiene culpa alguna y como se te ocurra hacerla daño te la verás con nosotros- dijo señalando a casi todos los presentes-. Somos 'Los Viajeros de las Brumas'- se acababa de inventar el nombre pero le pareció bastante acorde con la situación-, un aquelarre de la diosa Hala, y la pequeña Sunny está bajo nuestra protección.

Si quieres permanecer con nosotros deberás aprender a controlarte y no dejarte llevar por malos pensamientos. Nosotros te ayudaremos si decides quedarte. Todo el mundo merece una segunda oportunidad.

Sin dar la espalda a Bianca, ya que no se fiaba de ella ni un pelo, alzó su voz para que pudiesen escucharla el resto de los allí congregados.

Eso va para todos los que quieran acompañarnos- refiriéndose también al enano y al saltimbanqui entre otros.

- Os ruego os quitéis todos las máscaras y os presentéis. Si todavía hay algún guarda entre nosotros, no debe preocuparse. No somos los asesinos que Rehner quería hacer que creyeseis. No mataremos a nadie a no ser que nos haga daño.

Me llamo Leiath, bruja de Hala y cuento con diecisiete, o ya quizás dieciocho primaveras- comenzó la joven dando ejemplo de su petición-. Hace menos de lo que parece (he perdido el sentido del tiempo no sabría decir cuánto), salí de mi hogar, un pueblo a los pies de las montañas de Balinok en las llamadas tierras de Ravenloft en busca de algún lugar donde necesitasen de un hospicio. Por desgracia, cayeron las Brumas mágicas y todo se trastocó, el tiempo y el espacio, el mismo Tejido. El destino o quizás la propia Hala me mandó de aquí para allá en lo que parece una misión interminable. En el viaje he encontrado a gente a la que le he cogido mucho cariño y respeto. Juntos hemos creado un fuerte grupo y nos enfrentamos con entereza a cualquier prueba que nos pongan.

Venga, alguien más quiere darse a conocer, os escucho...

Leiath, cuando estaba de buenas, tenía la paciencia de una santa. Escuchó todo aquello que quisieran contarle pero sin apartarse de la vera de Sunny, a la que seguía cuidando como si fuera su propia hija.

Cuando despuntó el alba, se sentó a los pies de la cama con las piernas cruzadas y el símbolo de las trece serpientes enroscadas entre sí, sujeto con fuerza sobre su pecho. Cerró los ojos y accedió al Tejido. Sus manos soltaron el medallón y comenzó a trabajar los Hilos, para el resto invisibles, en donde se concentraba todo el pulso místico de la tierra y sus criaturas. Al contrario que las Sagas (brujas corruptas de mal corazón y peor aspecto), las brujas consagradas, como Leiath veían con claridad el patrón del Tejido y buscaban en él aquello que necesitaban.

Poco después estuvo preparada, y una vez más fue llamando a algunos de los presentes. Empezando por Thimaz.

Aquella mujer lo estaba llamando tras hacer una serie de movimientos aparentemente aleatorios en el aire, algo que, por supuesto, no daba buena espina al Enano, o a cualquiera ajeno a lo que esto podría significar. Este decidió confiar en ella pues, eran pocos y él aún tenía aquella pequeña esperanza de que los pocos que quedaran, fueran de utilidad.

-A mi esos bailes que te traes no me gustan ni un pelo... pero si eres la que me ayudó antes, entonces aceptaré con gusto que me hagas una danza del vientre, aunque no eres mi tipo... 

Unas palabras amables salidas de la boca de aquel enano, o al menos, lo más amable que alguien ya cansado y adolorido por toda esta patética huida podría ser. Teniendo en cuenta que detestaba a la gran mayoría de los que allá se encontraban, el hecho de que confiara en la experiencia bailarina de brazos de aquella mujer, era mucho que decir en su favor.

La llegada de Isabella no suponía más que problemas. Lo veía venir pues había tenido que lidiar con muchas mujeres caprichosas y desquiciadas como gobernante del harén de su Creador. Aún así, no sin cuidado, dejó que la mujer se pusiera a su espalda y le quitara la máscara. Poder ver de nuevo su ovalado rostro, por muy descuidado que estuviera por culpa de Rehner, bien merecía la pena el riesgo de que le cortaran el cuello. En cuanto quedó liberado preguntó a Leiath.

- ¿Qué tal estoy? ¿Alguien tiene un espejo?- Se dio cuenta demasiado tarde de que había sido descortés, ya que LEiath tenía la cara desfigurada y encima por culpa de creer en las palabras del mentiroso ese.- En cuanto a Sunny...- Evidentemente Onfale se puso del lado de la Bruja de Hala, como protegiendo a la niña, pero tampoco quería pecar de ingenuo, como hacía ella.- ...no dejaremos que la mates, pero tampoco debemos confiarnos en demasía con ella. Tiene un gran poder mental con el que podría jugárnosla. Quizá sería bueno guardarnos una de estas máscaras para ella, Leiath.- Podría entorpecer sus capacidades psíquicas y , en caso de toparse con su abuelo, engañarlo durante algunos instantes.

Aún cuando veía a Flame le costaba creerlo. Siempre había sido una mujer muy masculina, pero el cambio del tono de voz le tenía asombrado. La voz del eunuco, a falta de la hormona masculina segregada por las gónadas, era suave y a veces estridente como la de una mujer. Sabía lo difícil que era hacerla sonar más masculina así que se preguntaba cómo demonios había logrado Flame, o mejor dicho Rehner, conseguir aquello.

Valiente hijo de puta.

Al ver al enano gruñón sin máscara símplemente se le dibujó una maléfica sonrisa en la cara.

Pensaba que no lo habían liberado con ácido...ah no, es que es así su rostro...

Aprovechándose del jaleo  montado en la habitación aprovechó para beber agua y alimentarse de la ración que había o conseguido en la garita de los guardias. En cuanto pudo le pasó  media ración a Leiath haciéndole un gesto con el índice pegado a los labios de la mujer para que no dijera nada.

- Venid un momento.- Onfale les puso al día de los conjuros que les faltaban y de la importancia de recuperarlos, también para conseguir sus cosas, como el preciado cuchillo que pedía Bianca. Seguramente los limos en los que se habían convertido tuvieran caractewrísticas de los conjuros perdidos.- Así que los resbalones, la ceguera y el fuego estarán asegurados.- Miraba sobre todo a los miembros de su Aquelarre, esperando que Leiath, Alice y Aire pudieran hacer algo al respecto. Con Flame no contaba pues aún seguía anonadado por lo suyo.

Tras el descanso con Aristóteles entre sus brazos, Platón dando vueltas alrededor de su cabeza, y sin máscara, Aire pudo descansar sin apenas soñar, o al menos sin recordarlo. Cuando abrió los ojos, parecía que habían quedado lejos los días sin magia, y sin aquel sueño de Aristóteles que le hablaba, aunque en realidad era un mago de lo más extraño.

Sintió la magia dentro de ella, incluso dejó que la poseyera brevemente. Sus ojos se tornaron negros y sonrió con malicia, antes de volver a su color natural. Ya se sentía completa, aunque su magia exigía una venganza por aquella situación.

Yo me llamo Aire, tengo 18 años. Éste se llama Aristóteles dijo señalando a su oso y el de aquí arriba Platón la piedra que orbitaba a su alrededor. Soy amiga del grupo "Los viajeros de las brumas" y pertenezco a él nunca había escuchado ese nombre, pero le gustaba. Y puedo hacer mucha magia, y es muy divertido terminó dando unos saltitos hasta el montón de peluches que tenía Sunny, cogió uno y se lo acercó. No quería que le volviesen a quitar a su preciado osito.

Tras su presentación, escuchó a Onfale. Le parecía fascinante que los conjuros hubiesen cobrado vida, pero se preguntaba qué podía hacer para acabar con ellos. Dudaba que la fuerza sirviera, así que tendrían que hacerlo con conjuros.

¿Cuánta resistencia crees que tendrán? Me imagino que lo mejor será atacarles con hielo, ¿no? ¿Pero a qué potencia?

—No he oído hablar de Hala, ni había conocido nunca a una bruja de verdad, aunque por tu cara debes serlo —afirmo con infantil entusiasmo—. Las brujas de los cuentos siempre son... así. Si hubiera sabido que la muñequita era amiga de los famosos Viajeros de las Brumas nunca hubiera tratado de hacerle daño, estoy segura de que he oído hablar mucho de vosotros aunque ahora mismo no consigo recordar dónde.

»De hecho, no recuerdo casi nada; creo que es por este maldito zumbido —me golpeo repetidas veces la oreja izquierda con la palma de mi mano abierta, sin lograr mitigar en modo alguno el molesto ruido—. ¿Dónde habéis estado? ¿Habéis estado en Teufeldorf? Porque yo soy de allí y no sé dónde estamos ahora. ¡Ay, qué maleducada! Perdonad, me llamo Isabela y... —me rasco la cabeza, confundida. Mi pelo está áspero y sucio. Me encojo de hombros— Y la verdad es que no sé qué más, no consigo recordarlo.

»¿La muñequita de porcelana también es una bruja? —pregunto interesada, cuando ello afirma que es una poderosa mentalista— ¿Es ella la que ha creado esos conjuros vivientes? Porque parece una habilidad de los más interesante. Claro que si pudiese convocar comida sería todavía mejor. ¡Estoy muerta de hambre!

Repasó con mimo el rostro de Onfale por si pudiese tener alguna herida. Gracias a Hala el perfumista solo estaba algo descuidado, pero a ojos de Leiath estaba tan hermoso como siempre.

Estás perfecto- quiso tranquilizarle la bruja.

Entonces fue cuando le tendió parte de su tesoro escondido; el poco de comida que había encontrado quería compartirlo con ella. Los ojos se le llenaron de lágrimas aunque no lo aceptó; era lo más bonito que le habían querido regalar nunca. No pudo evitar sus sentimientos desbordados y le besó en los labios.

Sabía en su fuero interno que no debía hacerlo, que Onfale tenía otros gustos, que él era diferente (ni si quiera era un él propiamente dicho). Pero entre ellos la conexión era tan intensa que no pudo refrenar su impulso. Se dió cuenta de que le amaba, en cierta forma pero plenamente sin duda.

Tan pronto había empezado se retiró con la misma rapidez, avergonzada por sus actos. Su primer beso había sido robado.

Queriendo quitar hierro al asunto se volvió hacia el resto.

- Hambre? Tenéis hambre? Pues no se hable más...

Con las palabras mágicas adecuadas y un movimiento de manos, apareció de la nada un enorme caldero con algo que parecía puré de guisantes dentro. A su lado un cazo y unos cuencos. En verdad que no tenía muy buena pinta, tampoco sabía a nada específico, pero sentaba de maravilla y llenaba bien el buche a quien quiera que se lo comiese.

Había suficiente para nueve personas. Leiath empezó a repartir los cuencos.

Onfale, Alice, Aire, Flame, Thimaz, Bianca, el tímido saltimbanqui, ella misma se sirvió uno y dejó otro para Sunny.

Tengo un conjuro que quizás funcione con los de la otra puerta, algo que deshace la magia. Creéis que podría funcionar?- comentó mientras se llenaban la panza.

En todo momento evitó mirar a Onfale, se moría de vergüenza y temía haber estropeado su amistad por no haberse controlado a tiempo.

Gadchet se despertó agotado y mirando a su alrededor. No conocía a nadie de los que estaban frente a ellos pero estaría dispuesto a adivinar quién serían. Después empezaron todos a presentarse y él se dio cuenta de que no recordaba casi nada de su pasado. Mi nombre es Gadchet, dijo con una voz ronca aunque ligeramente afeminada, soy detective, pero no sé cómo he llegado hasta aquí. En su espalda sintió varias armas que al palparlas notó como su afilado filo le hacía un pequeño corte en su dedo. ¡Auch! Sin poder evitarlo llevó su mano a su boca y en ese instante sintió una sed imperiosa. Debo de llevar mucho tiempo sin beber porque me muero de sed. Y antes de que nadie le dijera nada se acercó a la fuente y dio un largo trago. Después sintió el rugido de su estómago comprendiendo que tampoco había comido.

Luego sintió su cabeza muy pesada y agotada, y entonces empezó a analizar todo, el lugar donde se encontraban y la gente de su alrededor. Y cuando la bruja de Hala se presentó y se ofreció a curar sus heridas se acercó a ella. Se lo agradezco, pero siento que en mi cabeza algo no anda como debería*.

Los expresivos y grandes ojos de Onfale se abrieron como platos ante lo inesperado del beso de Leiath. No era un mojigato pudoroso que se arrebolara por un beso, ni mucho menos, pero sí que le pilló totalmente por sorpresa. Ni siquiera le dio tiempo a responder al beso con sus carnosos labios, tan sólo a enarcar una ceja, extrañado. No es que las mujeres no le atrajeran sexualmente, sino que su apetito sexual era casi nulo, cercenada como estaba su virilidad, tanto con hombres como con mujeres. Sin embargo, éstas solían considerarle un juguete roto, lo que unido a su apetito sexual claramente inferior al de los hombres y su posición social inferior a la de éstos, hacían que pocas pidieran a su Creador pasar una noche con su esclavo eunuco. Lo que sí que había tenido que hacer era acostarse con muchas de las concubinas de su Amo con el fin de enseñarles cómo hacer cuando se encontraran con un hombre entre las sábanas. El caso es que lo que atraía al eunuco, tanto en un hombre como en una mujer, era el poder. ¿Tenía Leiath ese poder? Desde luego que sí, como había podido comprobar a lo largo de las peripecias vividas juntos. Desde luego le convenía complacerla.

Dejando cierto tiempo de intimidad a la mujer para que recuperara el aire, Onfale se acercó distraído a los cuencos que la Bruja repartía con algo de comida conjurada con su magia. Cuando tomó su ración, evitando el contacto visual para no hacerla sentir incómoda, rozó su mano con la suya.

- Gracias a Hala por esta comida que vamos a compartir.

Aire, tras no recibir respuesta de sus compañeros sobre los seres de magia, decidió desviar la conversación hacia Aristóteles. No pudo ver el beso fugaz entre Leiath y Onfale, lo que seguramente sería una suerte, porque tener a Aire detrás de ellos diciéndoles que eran novios no ayudaría nada a la tensa situación.

Ya, Aristóteles, jamás me he enfrentado a magia de esta manera, pero ¿se te ocurre alguna otra manera? Si la magia no se destruye con magia, ¿qué puede vencerla? preguntó mientras se rascaba la cabeza.

El conjuro de Leiath, acompañado de un sonido atronador de su estómago, le indicó que ese era un problema para más tarde. Con los ojos como platos, se fue corriendo a lavarse las manos para volver a por la comida.

¡Muchas gracias, Leiath! dijo, antes de abrir la boca para comerse todo lo que había en el cuenco.

Cuando Leiath animó a los demás a presentarse, los tres nuevos locos también lo hicieron.

Me llamo Rachel. Y... y me gustan los gatos. Pero no me gustan las personas. Las personas son más tirando a perro. Los gatos son más mejor que los perros. Tampoco me gusta el contacto físico. No quiero que nadie me toque.

Rachel acercó la mano al cuenco que le tendían, pero al principio no parecía que se fuese a atrever a cogerlo. Finalmente tuvieron que dejar el cuenco en el suelo, y Rachel lo recogió para poder comer.

Yo... Yo me llamo Dan. El Doctor Rehner dice que mi mente no está bien, que tiendo a imaginar cosas que no son. A veces me cuesta... No. A veces yo... No sois reales. Ninguno de vosotros lo sois. Estáis en la cabeza de otra persona, no, otras personas. Es como si una inteligencia colectiva estuviese diciéndoos qué hacer, qué pensar, qué decir... A cada momento, sois vosotros y no sois vosotros.

Pero...

Pero aunque sé que esa comida no es real, me gustaría comer un poco-dijo, cogiendo otro cuenco.