Partida Rol por web

Hombre, yo si no hablan muy rapido puedo seguir conversaciones en catalan. Parece que Andrei no, segun la tirada XD

Fernando observo a sus compañeros con inquietud. - Esta noche hemos echo demasiado ruido, lo mejor es lamer nuestras heridas y reanudar nuestro cometido otro día más propicio - expresó con algo de desden en su voz - luego dió media vuelta y sin esperar respuesta desapareció entre los callejones sucios y oscuros de la ciudad.

Mortal e inmortal se perdieron en la noche, el primero con una carrera precipitada, el segundo gracias a la sangre de su estirpe. Atrás quedaron tres de los inmortales, el monje, la filofa y el casto guerrero, este último maltrecho y herido.

El primero en llegar fue el pelirrojo, Michel LeCour, fiel criado de Aspasia. El vaho de su respiración, junto con el subir y bajar de su pecho, daban testimonio de su premura a la hora de cumplir los deseos de su ama.

Al hombro en un gran morral abultado,de él sobresale unas calzas. En su diestra un jubón de cuero.

-Domina- saluda con la cabeza -esto es todo lo que he podido conseguir para Don Aymar- añade enseñando el morral y el jubón.

Al poco aparece el picaro, en sus brazos porta un perro, famelico, callejero. El animal, a diferencia de Michel no respira, su sangre aunque nutritiva, carecera del gusto apropiado.

Un grito en la noche vuelve a romper el silencio -¡Fuego!, ¡fuego!, ¡el call judio arde!- una luz, un antorcha gigante, se enciende en la noche, una columna de humo comienza a elevarse hacia el cielo.

Respetuosa y más por costumbre heredada de sus tiempos como humana Aspasia se apartó del cruzado mientras este se cambiaba y se limitó a observar la salida del callejón, atenta a cualquier indicio de estar siendo espiados, escoltada en silencio por su criado. El caballero cruzado apenas había tenido tiempo de soltar el cuerpo inerte del perro cuando la voz de alerta se extendió como la pólvora en una batalla. Alzando el rostro a la nueva iluminación noctura, la erudita sonrió desapasionada y se volvió hacia sus compañeros cainitas.

- Bien, maeses, creo que una vez más los hechos se precipitan y nuestros hilos tiran de nosotros...¿iremos pues a investigar qué es lo que realmente está sucediendo en ese call?- les preguntó esbozando una sonrisa helada y escalofríante pues mostraba toda ausencia de emoción.

Andrei sonrío ante el comentario de Aspasia, como el lobo al ver como la oveja muestra sus dientes en gesto desafiante. No merecía replicar, era una batalla que ya había ganado.
Los minutos transcurrieron en silencio. En varias ocasiones pensó en romperlo, tratar de temas mas banales mientras esperaban, pero no lo hizo; quizás la actitud menos abierta ahora de la Brujah, le hizo retraerse.
El humano regreso; poco después lo hizo Fernando. Apenas era un tentenpie, pero era mejor que nada, dado el estado del cruzado.
Nuestra señorita parecía dispuesta a meterse en la boca del lobo, sin mirar dos veces por seguridad o la nuestra, y sin saber bien que esperar allí. ¿Cuales eran sus opciones? Fray Luis y el Call. 
- Mi señora, el call arde hasta los cimientos. Cuanto mas nos acerquemos, más imprebisibles serán nuestras Bestias. Ademas, aquello será un caos de humanos corriendo para salvar sus vidas o intentar apagar las llamas. Poco en claro, creo que sacaremos de visitarlo ahora.  - guardo silencio unos instantes - Por otro, sabemos que la relación del aprendiz con esa iglesia falsa, era fuerte y nuestro hilo para llegar allí es Fray Luis, como ha averiguado Don Fernando. Este humano estará en peligro, como lo estaba anoche su maestro carpintero. En mi opinión, deberíamos visitar primero a este humano, antes de que u a desgracia le acontezca y nos quedemos sin esta pista. 

Una vez más los hechos se precipitaban y nos engullían sin respiro. El call ardía, estaba claro que el enemigo nos llevaba una ventaja cada vez más amplia. - Mis señores, soy de la opinión de desaparecer por hoy, pues mucho ruido hemos hecho, pero el incendio del call... esto precipita mucho los acontecimientos. Debemos encontrar al muchacho cuanto antes, pues si perdemos esa pista no tendremos nada. - Miró con seguridad hacia el guerrero herido esperando que pudiera continuar - El problema que nos encontramos es que Fray Luis es un dominico y va a ser difícil llegar hasta él- exhalo de forma despreocupada - Posiblemente Fray Luis haya instigado contra los judios del call, podríamos interrogar a las grandes esferas del call, y ver si ellos nos pueden acercar a Fray Luis o al muchacho- Su vista descendió hacía el guerrero abatido y lo que vio le llenó de desdicha.

Aymar había permanecido en el suelo durante todo el rato, tendido entre el barro y la mugre de aquel inmundo rincón de la ciudad, convertido en uno más de los cientos de despojos anónimos y olvidados que alimentaban las entrañas de aquel monstruo llamado Barcino. Había cerrado los ojos, y parecía dormir el sueño de los Eternos. Inconmovible. Sereno. En paz.

Solo las frías voces de sus compañeros conseguían romper el tenso silencio que se había adueñado del lugar, aunque no parecían tan poderosas como para perturbar el reposo del guerrero. En todo caso, no más que la infecta suciedad en la que se había revolcado. Nada parecía importar al caído, y si realmente podía escuchar a los otros cainitas, el cruzado no hizo el más leve esfuerzo por intervenir en su velada disputa.

Debía ser por las heridas. O eso es lo que pensaría cualquiera. Después de todo, había recibido una paliza terrible, y hasta un duro y curtido guerrero como aquel debería de tomarse un buen tiempo antes de recuperarse del todo.

Sin embargo, todos los integrantes de aquel sombrío cónclave pronto empezaron a sospechar que podía haber algo más. Algo más profundo que las contusiones y los cortes. Más acuciante que lo falta de Vitae.

Aymar solo despertó de su sueño por unos pocos instantes, justo lo necesario para vestirse con sus nuevas ropas y alimentarse con el roñoso cuzco que le tendían. Sus movimientos eran torpes y desganados, como los de una marioneta a la que le hubieran cortado los hilos. Seguía sumido en un profundo silencio, y su otrora ardiente y resuelto temperamento se había apagado por completo. Ya no quedaban rastros de aquella punzante mirada que parecía capaz de detener en seco a una horda de infieles.

Luego de exprimir al pobre bichejo, sin manifestar el menor atisbo de éxtasis o alivio mientras lo hacía, volvió a su rincón mugriento de antes. Aunque, esta vez, permaneció sentado sobre el suelo, apoyado contra una pared cercana. Sus ojos habían vuelto a cerrarse.