Partida Rol por web

Ivalic vio como el tatuaje del león se iba desvaneciendo y eso eran malas noticias porque entonces Tasia se quedaría sin una de sus opciones de ataque. Y sus enemigos no parecían rendirse, ambos seguían dando guerra a pesar de los ataques de todos sus amigos. Ivalic solo esperaba que la inspiración que estaba intentando darles sirviera para inclinar la balanza. Siguió cantando con la esperanza de que sus enemigos fueran definitivamente derrotados.

Parriwimple intentaba liberarse pero sólo lograba complicar más la situación.

Viento al Burgomaestre atrapado y cómo la criatura intenta succionar su sangre, le ataco con furia dos veces, esperando, esta vez sí, desparramar sus entrañas por el suelo.

Helene, viendo que el quelícero caía frente a Urik, se centró en el vampiro, amenazándolo con la lanza y procurando al menos evitar que pudiera realizar un nuevo ataque, al tiempo que el rodillo se alzaba amenazante frente a aquella criatura.

Urik hundió la Espada Solar en el exoesqueleto de la araña. Cuando retiró el filo, Parriwimple perdió el equilibrio y quedó aplastado por el quelícero, golpeándose la nuca y haciéndose un poco de daño.

A su vez, el murciélago terrible quedó atrapado por las telarañas. Viéndose solo, y con la posibilidad de ser atacado en breve por la Espada Solar, el murciélago se transformó en gas... La nube que sustituyó el cuerpo de la bestia flotó en el aire hacia el fondo de la sala, pero en un momento dado descendió y se escoró a la izquierda. Aquella masa gaseosa se filtró bajo la pared, a lo largo de una linea de cinco pies de largo.

¡Otra puerta secreta!-exclamó Firan, entusiasmado.

A pesar de las telarañas que cubrían su cuerpo, Firan se puso en pie y a saltitos trató de llegar hasta la misma zona del muro de mampostería tras el que desapareció el gas. Sabía dónde estaba la puerta secreta, pero no cómo abrirla. Tras unos segundos de duda, señaló a la campana del techo. Para aquel entonces, el ternero ya había atravesado la falsa sala del tesoro de la chimenea, y había llegado hasta ellos.

¡Vjelkus! ¡Haz sonar la campana!

Vjelkus obedeció, y torpemente se agarró a la cuerda. Con el peso del rollizo niño, la campana empezó a balancearse...

¡TOOOONG! ¡TOOOOONG! ¡TOOOOONG!

Las gemelas Weathermay-Foxgrove, que estaban intentando mover el quelícero para que Parriwimple se pudiese levantar, soltaron al arácnido gigante y se taparon los oídos. La campana quedó un estruendo que aturdía a todos los presentes.

Pero la campana también activó un mecanismo... Una sección de pared de cinco pies de ancho y diez de alto se deslizó hacia arriba, dando a la verdadera sala del tesoro: una cámara sin más salida que aquella puerta secreta que habían encontrado. Entre la pila de oro, el gas se filtró hacia abajo, quizás por una pequeña grieta, en dirección a las plantas inferiores del castillo: el murciélago gigante había escapado. Los tañidos de la campana se fueron distanciando en el tiempo hasta volver a enmudecer.

¡Madre del amor hermoso! A juzgar por la proporción de monedas en una sección, extrapolada a las dimensiones de la sala, aquí debe de haber aproximadamente...

5.000 piezas de oro... 4.000 piezas de plata... 300 piezas de platino...

Esa espada bastarda hundida en aquel montículo de ahí tiene aspecto de ser muy cara. El precio definitivo dependerá de si es mágica y los poderes que tenga.

Una hurna de plata que yo tasaría en unas... 850 piezas de oro.

Un pesado ídolo de oro de una figura demoniaca achaparrada-el anciano levantó el ídolo para tantear el peso, y luego lo dejó de nuevo en el suelo-. Diez libras. Con este tamaño y este peso, se trata de oro macizo. Aproximadamente 700 monedas de oro.

Un escudo decorativo de acero, ornamentado con plata y lapislázuli... 300 monedas de oro.

Oh... ¡fijaos en esa diadema de oro y topacios! Así a ojo rondará las 3.000 piezas de oro.

Esta pareja de pendientes de oro con heliotropos engarzados valdrían 150 monedas de oro en cualquier joyería.

Y calculo que ese laud con incrustraciones de madreperla rondará las 650.

Y un tapiz que muestra una batalla del Conde Strahd, cuando todavía era humano, contra las hordas bárbaras de las tribus Terg... 350 piezas de oro-recordando el cuadro maldito de Tatyana, el Doctor Rudolph Van Richten dió la vuelta al tapiz dejando la escena de lucha mirando contra la pared.

El libro de Strahd...

Firan caminó sobre las monedas de oro hasta coronar un montículo presidido por un atril. Sobre el atril reposaba un libro encuadernado en cuero, sin ningún título ni portada. Firan lo abrió sin moverlo del atril. Pasó sus páginas, solo para descubrir que todas sus hojas estaban en blanco.

¡No es justo! ¡Tenía que ser este libro! ¡El libro de conjuros de Strahd! ¡¿Por qué está en blanco?!

En respuesta a esa pregunta, las páginas empezaron a pasar solas hasta llegar a una nueva página en blanco. Solo que en esta ocasión, letras se empezaron a dibujar en la página, como si alguien invisible estuviese escribiendo. Cualquiera que mirara en dirección al atril, por encima del hombro del bajito niño, podía ver aquel milagro de la escritura.

El motivo por el que este libro está en blanco
es porque debe contener muchísima más infor-
mación que el que pueden contener sus finitas
páginas. Dejando sus páginas en blanco, se
puede mostrar la información que el lector pida
pronunciando la pregunta en voz alta. Tras unos
minutos, las páginas se volverán a borrar, dejan-
do espacio para responder a nuevas preguntas.

¿Qué clase de información contienes?

Las páginas del libro se volvieron a desplazar, hasta una nueva página en blanco. De nuevo las letras empezaron a rellenar los espacios...

Este libro recoge los conjuros que su poseedor, el
Conde Strahd Von Zarovich, conoce. También pue-
de relatar todo suceso ocurrido en cualquier punto
de Barovia desde el año 351 hasta el año 750.

Ivalic se fijó en que tanto el libro del atril como la espada bastarda emitían una especie de aura...

Cuando el murciélago vampiro desapareció, Ivalic dejó de cantar, finalmente todos habían hecho un buen trabajo y habían conseguido sobrevivir una batalla más.

-¿Estáis todos bien? ¿Alguien necesita curación?

Había que reponer las fuerzas antes de la siguiente lucha, que seguramente sería pronto, aquel castillo estaba lleno de trampas y enemigos.
Además la huida del murciélago les desveló la entrada a otra estancia que Vjelkus abrió tocando una enorme campana. Ivalic se tapó las orejas con ambas manos para no quedarse sordo y esperó a decir algo cuando el sonido se atenuó. Aunque más bien señaló con la boca abierta al interior lleno de tesoros deslumbrantes mientras el Doctor Rudolph iba haciendo una valoración por encima. Este tesoro era mucho mayor que el anterior, ahora si que serían realmente ricos.

-¡Habéis visto esto! ¡Somos ricos! ¿Podemos llevarnos algo? No todo de momento, pero... ¡Un recuerdo de nuestra victoria!

Ivalic pasó la vista por varios objetos como la diadema de oro y topacios y los pendientes de oro con heliotropos que quedarían tan bien sobre Tasia, o ese espléndido laúd con incrustaciones de madreperla que estaba deseando que alguien con su talento lo tocara o...
De repente todos los objetos dejaron de tener valor para Ivalic cuando se fijó en el libro que había encontrado Firan. Sin dudarlo se acercó a contemplarlo sin poder creer que al fin lo había encontrado, el sueño de todo pequeño bardo, el libro que tenía todos los conocimientos de su tierra y un montón de hechizos poderosos. Mientras se acercaba le extrañó que la espada clavada en el montón y el libro emitían un extraña aura, algo raro porque conocía otros objetos mágicos y ninguno hacía eso.

-¡Cuidado Firan! -Ivalic apartó a su amigo, en parte para protegerlo de una posible trampa y en parte para alejarlo del libro.- Estos objetos emiten un aura extraña. ¡Libro! ¿Que clase de aura es esta?

Había aprendido a manejar el libro viendo como lo hacía Firan, parecía sencillo.

Helene suspiró levemente defraudada. Pese a sus esfuerzos conjuntos y si bien podía decirse que habían vencido en aquella batalla, el resultado era bastante magro y su principal enemigo había huido. Transformado en gas, huyó por un resquicio que desveló a Firan la ubicación de aquella puerta. La campana la ensordeció, pero era un mal que debían soportar tal y como quedó demostrado. Lo que ya vieron más allá, hizo que frunciera el ceño. La inmensa sala del tesoro que se abrió ante ellos, repleta de oro, plata y demás riquezas, refulgían bajo la tenue luz imperante.

No, no era allí a donde deberían haberles conducido sus pasos. Y cuando Firan recorrió la distancia que lo separaba de aquel libro que se erigía en la cima de una pequeña montaña de monedas de oro, sus sospechas se confirmaron. Su hijo adoptivo había antepuesto sus propios intereses al objetivo principal de aquella partida. Había priorizado dar con el libro de conjuros de Stradh a hallar al hijo de Parriwimple. Sintió un inicial enfado que pronto remitió, sustituido por la piedad, un profundo sentimiento de decepción y una dosis importante de vergüenza.

Avanzó para alcanzar a Firan, al tiempo que lanzaba un conjuro de detectar magia y se situó tras él. Posó una mano sobre su hombro y otra en su barbilla haciéndole volverse un instante, instante que aprovechó para lanzarle una profunda mirada de conmiseración. Tras ello, soltó su barbilla y se dirigió al libro.

-Libro, ¿hay alguna forma de trasladarte fuera de esta sala sin peligro? -preguntó.

Tras librarme por fin del maldito arácnido, y observar con frustración que el murciélago vampírico escapa convertido en vapor, regreso junto al Burgomaestre para ayudarle.

- "Vaya, parece que nos han vapuleado pero bien..." -

Después, cuando llegamos a aquella cámara del tesoro sonrío a Herr Malik Bauer y le digo:

- "Tal vez esa brillante espada pudiera serviros, Herr Bauer." -

Aaah... No estoy seguro de eso, Herr Urik. Parece una espada demasiado pesada para sujetar con una sola mano, y si lo hiciese con ambas, no podría sostener el escudo. He de meditar si cambio mi estilo de lucha o me aferro a aquel en el que estoy entrenado.

Mientras, en una nueva hoja en blanco, se iba escribiendo la respuesta a la pregunta de Ivalic...

Si por "estos" te refieres a los objetos de
esta sala del tesoro, ambas auras son má-
gicas. Este libro emite una combinación de
auras: adivinación para mostrar la respues-
ta a las preguntas, transmutación para bo-
rrar las respuestas y conjuración para pa-
sar las páginas, además de las escuelas de
evocación, nigromancia y encantamiento,
por los hechizos que contiene. El libro no
emite auras de abjuración e ilusión, ya que
el Conde Strahd Von Zarovich no conoce
ese tipo de magia.

Al llegar al final de la hoja de la izquierda, el texto prosiguió su relato en la hoja de la derecha...

En cuanto a la esparda bastarda que per-
teneció a Jander Sunstar, es un arma de
toque fantasmal, y por tanto lo que emite
es un aura de conjuración de la magia em-
pleada para darle esas propiedades.

Nada de eso explicaba porqué Ivalic solo veía el aura mágica de esos dos objetos, y no el de las otras reliquias que llevaban encima.

Firan movió el hombro para que Helene le quitase la mano. Todos estaban haciéndole preguntas a SU libro, sin ni tan siquiera pedirle permiso. El joven mago, lo único que quería era preguntar por conjuros que no conocía, y los demás lo estaban estropeando todo.

Las páginas del libro se desplazaron a una nueva hoja en blanco, para contestar a Helene...

No hay trampa alguna, ni en este libro
ni en el atril ni en la cámara que supon-
ga un peligro para sacarlo fuera de ella.
Los únicos peligros son las propias cria-
turas del castillo y la ira que ese robo
desate en el Conde Strahd Von Zarovich.

¡Libro! ¡Responde!-exclamó Vjelkus-¿Dónde está el cuerpo de mi hermano Jeff y dónde está mi padre?

Las páginas volvieron a ser pasadas por una fuerza invisible, para contestar a Vjelkus.

No se puede saber el paradero ac-
tual de nadie, ya que mis adivina-
ciones solo alcanzan hasta el año
750. Tu hermano no estaba en Ba-
rovia. Tu padre estaba en una ca-
verna la última vez que el libro te-
nía acceso a los dones adivinatorios.

En la página de al lado se dibujó un mapa del valle, señalando con una equis un lugar próximo a las Cataratas del Tser. La ilustración cobró movimiento, mostrando la entrada de la cueva bajo la catarata, mostrando un oso sobre sus dos patas y una mesa de taxidermia. Jereff Maurgen estaba a un lado de la mesa, en posición heroica sobre una peana, sujetando su espada. Helene recordó que cuando estuvo en esa cueva, en el lugar ocupado por Jereff en la ilustración solo había una marca de polvo, como si alguien hubiese quitado de allí una peana. Lo más irónico y macabro era que Helene había guardado las herramientas de taxidermia que había sobre la mesa, y eso es lo más cerca que llegó a estar de su marido desaparecido.

Ivalic atendió a las respuestas del libro, las que él había hecho lejos de aclararle las dudas que tenía le dejaron más confuso, quizás era que había hecho mal la pregunta. ¿El libro lo sabría todo? No perdía nada por probar.

-¿Y porqué solo veo un aurea alrededor del libro y de la espada? No veo ninguna en otros objetos mágicos...

Estaba realmente intrigado con aquello, pero tras la respuesta del libro a Helene estaba claro que no había ningún peligro por llevarse esos objetos valiosos.

¿La ira de Strahd? ¡Ja! ¡Como si ahora no quisiera matarnos!

Además aquellos objetos estaban mejor en manos de los aventureros que en las del Conde, al menos ellos podrían usarlos para vencerle. Ivalic puso las manos sobre el libro para cogerlo.

-Creo que es mejor que nosotros tengamos el libro, podemos usarlo contra Strahd y aprender muchas cosas.

Esperó a que los adultos decidieran que hacer con el resto de objetos de la cámara para poder continuar y sanar a los heridos, sobre todo a Herr Urik y él mismo que eran los más perjudicados por el último combate. No dijo nada sobre el destino del padre de Vjelkus, acababa de perder a su hermano y ahora se enteraba que su padre podía ser un muñeco expuesto en algún sitio...

En respuesta a la pregunta sobre nuestro estado de salud respondo:

- "La verdad es que me encuentro bastante vapuleado. Entre las arañas y el murciélago siento que me han drenado de todas mis energías." - *

En contestación al caballero respondo:

- "Creo que se trata de una espada muy valiosa, y además encantada posiblemente para afectar a criaturas fantasmales. Incluso si no encaja plenamente con vuestro estilo de combate, Herr Bauer, mi consejo es que la toméis pues quizá sea la única forma efectiva de que podáis dañar a ciertos tipos de criaturas con las que nos podemos encontrar en este Castillo." -

La visión de la última localización de su marido, hizo que Helene cerrara los ojos y negara con la cabeza. Al menos, en aquel último instante registrado estaba vivo. Volvió a abrirlos, con respuestas a su pregunta.

-Si nos llevamos ahora el libro, posiblemente Strahd sepa que lo hemos cogido y aceleraremos un encuentro para el que no estamos preparados. Apuesto por dejarlo aquí. Firan -se volvió hacia su hijo-. Nuestra prioridad era el hijo de Parriwimple y, confiando en tu palabra, hemos venido hasta el que es tu sueño. Un libro que te dará poder, pero no amor. Sé que no puedo pelear contra el muro que estás alzando entre nosotros. Ni quiero. Crees que el amor es debilidad, dependencia, que hace sufrir. Y es verdad. Pero solo en parte. También da fuerza, es generoso y es más poderoso que cualquiera de los conjuros que halles ahí -se inclinó y le besó en la mejilla con todo su amor de madre-. Pero es algo que debes aprender por ti mismo. Recuerda a tu abuelo y piensa en ello. Ahora deberás decidir y respetaré tu decisión. No es un ultimátum ni un blanco o negro. Decide si quieres acompañarnos en la búsqueda del hijo de Parriwimple o quedarte aquí aprendiendo esos conjuros que tanto crees necesitar -le sonrió y los ojos de Helene brillaron. Había tantas cosas que decirle, que explicarle. Pero no había tiempo para ello, para que supiera que si ella seguía en pie pese a la muerte de Jeff era por su amor hacia él y Vjelkus-. Sea lo que sea que hagas, lo aceptaré y respetaré y quiero que sepas, que ocurra lo que ocurra y decidas lo que decidas, yo, Helene, te quiero y te querré. Porque soy tu madre aunque no te haya parido y eres hermano de mis hijos -revolvió un tanto sus cabellos, antes de volverse hacia los demás.

Los miró, tranquila por primera vez en muchas horas, con una serenidad inesperada y les sonrió.

-Bien, hay una clérigo a vuestro servicio. No quiero agotar mi poder en previsión de nuevas amenazas, pero haré cuanto esté en mis manos para sanaros y restableceros. Contamos con pergaminos que deberíamos usar. Mejor ahora que más tarde. Urik, acércate -cuando Urik así lo hizo, posó sus manos sobre él y le lanzó un conjuro de sanación.

- "Os lo agradezco, Frau Helene. Los mordiscos diversos de esas criaturas me han dejado bastante afectado, me temo. Aun así, si diéramos de nuevo con ese vampiro y no tuviera a su lado otras arañas gigantes, creo que podría consumir su negro corazón con la pureza de mi espada." -

Justo antes de curar las heridas de Urik con una magia equivalente a un hechizo de escudar a otro, el detectar magia le confirmó a Helene la existencia de dos auras mágicas (además de las reliquias que ya llevaba el grupo). Tal y como indicó Ivalic: la espada era mágica, y el libro también. Al manipular otras energías, el conjuro de detectar magia finalizó.

El libro pasó sus hojas para dar una respuesta a Ivalic.

Para el libro es imposible saber el mo-
tivo por el que algunos objetos mági-
cos no emiten auras mágicas, pero
hay una posible explicación. Existe al-
go llamado "perla del diablo avaro". Es
un objeto con el que se puede ver el
aura mágica solo de los objetos desa-
tendidos.

Herr Bauer asintió a las palabras de Urik y tomó la espada de Jander Sunstar. En cuanto lo hizo, Ivalic dejó de ver el aura de la espada de toque fantasmal. Al poner la mano sobre el lomo del libro, este también dejó de emitir su aura. Al alejar la mano, el libro volvío a brillar para Ivalic.

Helene estaba muy tranquila con lo de Jereff, pero Vjelkus no quedó del todo convencido. Intranquilo, el ternero hizo otra pregunta más...

En la... En la ilustración que mostraste de mi padre... ¿Estaba vivo o disecado?

Y el libro pasó sus páginas para escribir en ellas un lacónico...

Disecado.