Partida Rol por web

-Creo que ninguno de nosotros será un buen cebo para el animalito, como tenga la mitad de olfato que una piedra no querrá darnos un mordisco, pasará de largo.

Chang sale de la bañera y comienza a secarse.

Bill sonrió socarronamente... —Jo, jo jo. Sólo estaba bromeando con esto último de los mordisquitos. Puedo ser un cínico, pero desde que estoy con vosotros me he vuelto mucho menos cabrón.—

Se encogió de hombros —En cuanto a lo otro... sólo daba ideas. Por mi podemos llevar el "asunto" como quieran, muchachos. Ya sabéis que no tengo problema con eso. Mi revolver siempre estará allí para apoyarles.—

– ¡Me cago en tus vivos, Bill! –

Aunque luego explicara que todo había sido una broma, el viejo Bully, todavía sentado, alargó el brazo hacia atrás donde descansaba su rifle apoyado en la pared, se lo dispuso sobre el regazo a modo de amenaza y no perdió ya más de vista al pistolero, atento a sus movimientos con expresión ceñuda.

– Se me lleven los demonios si con todo lo de que fuiste tú quien me mató, no estoy empezando a pensar de que me has cogido una poca mania. Eso, o que tienes cuentas pendientes con el gremio de cocheros...

Pero bueno, – dijo ya un poco más relajado una vez Bill admitió la broma. Aunque no andara lo suficientemente confiado todavía para soltar el rifle – tampoco se puede decir que no tengas una idea buena:

Lo de desenterrar al fiambre y lo de buscar huellas me parece bien. Y también lo que dice el chino de preguntar por los turnos y que si hubiesen venido recién llegados... Y tampoco nos iría mal darnos una vuelta para reconocer el terreno. Pero tenemos que empezar ya, antes de que cayese la noche, porque con tanta cosa, no sé yo si nos dara tiempo a todo.

Pero casualmente tenemos aquí al barbero para preguntarle si en los últimos días llegase algún herido con heridas extrañas no justificadas o... si alguien se afeitase más de la cuenta jejeje

El chino volvía con ropas nuevas.

—Las otras tardarán un rato en estar... errr... presentables. Como pensaba, me queda algo de plata pero tendré que fundirla y hacer el molde. No sé para cuantas... umm... muelas dará.

Las tres dentaduras combinadas de los muertos parecían necesitar más plata que la que se saca en un mes del Gran Laberinto en California.

—Mientras, ¿querían un corte de pelo?

—Ok. ok... ya vamos...— Le soltó al lavandero chino. 

—Pues nada, Chang. Ya que estamos aquí, preguntemos al médico del fuerte, como dijiste...— Se giró entonces hacia Hyeu: —Oiga amigo ¿No habrá venido alguien últimamente a quejarse de alguna herida rara... ¿Como de animal o algo?—

El cirujano-barbero negó con la cabeza.

—Poco trabajo ultimamente. Ninguna batalla ni pelea en dos semanas así que solo he tratado borracheras. Luego están los cadáveres que han aparecido, claro, pero no podía hacer nada por ellos.

Se encogió de hombros y siguió hablando, viendo el interés en el tema.

—Esos cuatro cadáveres sí que parecían haber sido devorados por animales. Un oso, tal vez. O varias. Pero no parecían tan hambrientos, dejaron casi todos los despojos. Lo que no se es cómo un oso puede entrar en el fuerte varias noches seguidas sin que nadie lo vea. Raro, ¿verdad? Además, el coronel me hizo comprobar que estaban muertos dos veces, ¡dos! cuando les habían arrancado el corazón y los pulmones. Está claro que el jefe no sabe mucho de anatomía. Por si fuera poco, mandó enterrarlos en el cementerio fuera, detras del fuerte, que normalmente es el que usan para indios y para enemigos. Habiendo un camposanto dentro de la empalizada... No sé qué le pasó por la cabeza.

Desde luego al chino le gustaba hablar de su trabajo, por truculento y sucio, en varios sentidos, que a veces fuera. Si se había callado, aunque fuera por un momento, seguramente era porque sabía poco o nada más al respecto.

¡Cómo dices! ¡Un cementerio indio aquí fuera! -dijo el cochero poniéndose en pie, y echándose el rifle al hombro.- Lo siento mucho chicos, pero tendréis que esperar a otro momento para ese corte de pelo. Ahora tenemos que ver de qué tribus y en que número han estado viniendo por aquí esos malditos salvajes. Señor eh..u.. Yin. Muchas gracias por sus servicios a la patria. Seguramente que no le tengamos que recordar que todo esto que hemos estado hablando aquí se trata de un asunto de estado, estrictamente confidencial ¿verdad? - Dicho lo cual, el cochero se dirigió a la salida. - Espero que para cuando volvamos esas muelas estén terminadas.

Se encogió de hombres frente a Hyeu: —Es lo que hay. Ya pasaremos más tarde por lo del corte... si es que no se nos cae el pelo antes.— Y salió detrás del antiguo cochero pisandole los pies.

Los tres muertos vivientes abandonaron la tienda del lavandero con un aspecto ligeramente menos horroroso. En todo caso, más que el baño y la ropa limpia valoraban la información. Tras coger unas palas, salieron del fuerte sin que nadie les molestara y se dirigieron a la parte posterior donde, según el chino, estaba el cementerio para los indios, forajidos e infieles varios. Curioso que unos soldados unionistas de provecho acabaran aquí. Estaba claro que el coronel temía que se levantaran de su tumba como hombres-lobo y por eso los mandó enterrar fuera.

No tenía pérdida. Nada más llegar a la parte trasera de la empalizada vieron las lápidas y mojones señalando tumbas. No fue difícil reconocer las de las víctimas del fuerte, porque eran las más recientes y eran las únicas que mostraban cierta señal de deferencia. Sus lápidas, aunque sencillas piedras lisas, tenían grabado el nombre y cargo.

Soldado Ribbons, M. 1851-1876
Soldado Schweiner, H. 1834-1876
Sargento Hut, W.A. 1835-1876
Soldado Mendoza, J. 1849-1876

Hank Bully empezó a cavar, como había cavado en Purgatory para sacar a Bill y Danny. El bandido chino le relevó después de unos minutos y pronto tuvieron al aire libre al primer fiambre.

—¡Cra!— dijo el cuervo tras llegar volando y posarse en el cadáver. Hacía tiempo que no se le veía, pero tenía un olfato envidiable para la carne muerta, lo que no hacía sorprendente que siempre acabase con el trío de pistoleros regresados.

—Hola— profirió, conversacionalmente, mientras picoteaba la mano del soldado muerto.

—Venga, flor de loto. Dile al capitán lo que me contaste.

Los hombres de Rogers no habían quitado ojo de encima, y ahora el teniente Williamson traía noticias en forma de lavandero chino.

Hyeu, el encargado de la lavandería, no era un oriental al uso. Tenía estudios, Rogers había oído, y hablaba un inglés mejor que el de muchos de los soldados del fuerte. Había trabajado en el norte para peces gordos como cirujano barbero y sus variadas habilidades eran de utilidad cada día.

—Los tres muertos vinieron a mi tienda. Querían un corte de pelo, baño, ropa limpia... También han pedido dientes de plata. Me preguntaron si había llegado alguien con heridas de animal ultimamente y les dije que no, pero les conté sobre los cuatro cuerpos que el coronel me hizo enterrar fuera, en el cementerio para bandidos e indios.

La imaginación de Rogers voló a la última, reciente, visita a ese cementerio. A Dakota le había gustado tanto como había esperado. Como decía Hyeu, ese era el camposanto para los desertores, indios y otra escoria. Los buenos cristianos (y también los soldados) eran enterrados con más honores en un lugar destinado a ello dentro de la empalizada.

Rogers había visto extraña la decisión del coronel de denigrar a esas cuatro víctimas enterrándolas fuera, pero poco de lo que hacía el coronel tenía sentido ultimamente...

—Los extranjeros me dijeron que no hablara con nadie de esto— el chino interrumpe la cadena de pensamientos del capitán —pero el teniente me preguntó y... ni siquiera sé quiénes son. Usted paga mis facturas, capitán.

Esto último lo dijo con un asentimiento agradecido, con su sombrero en la mano.

—Están en el cementerio ahora mismo.

Aportó el teniente.

—O'Landy, el de intendencia, dice que le pidieron dos palas justo antes de salir del fuerte. Pensé que querría saberlo sin tardanza, señor.

Con eso, Williamson dio el reporte por finalizado por el momento y miró con ojos fieros, lobunos, al capitán. Como tantos otros de sus hombres, el teniente era una bestia bien amaestrada pero letal. Solo esperaba, deseaba, que soltaran su correa para poder él hacer el resto.

A pesar que Hank y Chang fueron los que hicieron el trabajo duro cavando la tumba, les echó una mano cuando hubo que sacar el cadáver del hoyo. 

Bill no tenía muchos escrúpulos en tirotear a los vivos, pero desde que falleciera, empezaba a revolversele el estómago si alguien la tomara con alguno de los muertos. Aquello se había convertido en una especie de "respeto profesional" para con los "compañeros de gremio".

Por ello, cuando el maldito animal se puso a picotear la mano del cadáver, no pudo por menos que indignarse un poco. Era como si picotearan la suya propia:

—Aparta, condenado pajarraco...—Dijo Bill mientras asustaba al córvido sin dañarlo mediante unos aspavientos de la mano. —...Y deja que Hank se encargue de lo suyo sin interferencias. —La pobredumbre debía estar afectándole ya al cerebro si era capaz de hablar a un bicho personalizándole, como si este le entendiera. —Un poco de respeto a los muertos ya, cojones.—

Tras asustar un poco al ave, miro a Hank de soslayo, y se apartó del cadáver para dejar paso al antiguo cochero, remodelado en una especie de soluciona-problemas:

—Hank....—

– Soldado ­Schweiner, – cuando el viejo Hank leyó aquel impronunciable apellido de origen alemán en la lápida del ex-soldado pensó que les había tocado el gordo – parece que estamos de suerte... –

Antes de empezar a cavar Hank se santiguó. Aunque esta no era, con mucho, su primera vez, todavía no se había acabado de acostumbrar al tema de profanar tumbas cristianas. Hablar le ayudaba a espantar a sus demonios mientras cavaba.

– Por lo que yo sé, los muertos del todo son un poco como nuestro amigo el pié tierno; no se les entiende un carajo cuando hablan. Dicen muchas sandeces y nunca hilan dos pensamientos seguidos. Pero siendo este alemán... quizá sea distinta la cosa. Estos tíos tienen una fama de cuadriculados ganada a pulso. –

Si su compañero Chang le había sustituido con la pala para ver si se callaba un poco, el pelirrojo no se dio por aludido.

– Además, que no sé vosotros, pero yo ya estoy harto de hablar con tanto patrono unionista. Este pertenecía a la llaneza, era un soldado raso y además tenía ya cierta edad. Hasta en la muerte hay un rango en la edad. Los jóvenes no sabéis llevar la muerte con dignidad... –

Hank daba vueltas al hoyo, con la manos entrelazadas a sus espaldas mientras el chino acababa la faena. Hasta que la presencia del cuervo no dejó lugar a dudas: el fiambre estaba a punto.

– ¡FUS, FUS, BICHO! – Arrancó un tallo de malvas que crecía por allí cerca y su sumó a Bill espantando al cuervo con el ramo de flores. – ¡Un respeto, coño! –

- Ho- hola. - se dirigió al cuerpo sin vida como disculpándose. – No sabíamos qué flores traerte. - Dijo poniéndole el ramo delante de la cara. Aunque desde luego si el ramo hizo ilusión, el unionista no hizo el más mínimo gesto para demostrarlo. Será por su carácter alemán. - ¿Es ud el Soldado Schweiner, verdad? Tenemos unas preguntas que hacerle...

El cadáver estaba relativamente poco deteriorado. Era más reciente que los que Hank había estado molestando. Por supuesto, quedaba poco de los ojos (son como tortitas con nata para los gusanos) pero por lo demás tenía un aspecto razonablemente sano. Si se obviaba el hecho de que había sido destripado y alguien se había comido las entrañas, claro.

Ciertamente el tipo era un soldado raso, pues había sido enterrado con el uniforme, y era de procedencia germana. Además de ser todo un leño, más de seis pies de altura, tenía un pelo corto rubio peinado hacia atrás. Por lo demás el cadáver era... eso, un cadáver. No parecía ir a imitar a los Regresados y ponerse a caminar por ahí ni tampoco contestó al saludo de Hank.  

—¿Cómo?— fue el cochero el que habló, como dirigiéndose al cuerpo y acercó la oreja a la cara del tipo, como si escuchara un susurro —¡Ah!, claro.

Hank agarró el cuerpo por los hombros y lo incorporó, apoyándole la espalda contra su propia lápida. Ahora el cadáver miraba de frente a los tres visitantes, más digno aunque igual de muerto.

Lo primero que pensaron los Regresados al mirar al tal Schweiner fue que era sorprendente cómo varios días bajo tierra y una exumación no habían estropeado su peinado. ¿Cómo lo harían estos tipos?

—Jaló.

Había sido Hank el que había hablado, poniéndole voz al cadáver con su mejor acento alemán. El cochero hacía como que repetía lo que este le iba diciendo. Una explicación más plausible para Chang y Bill era que a Bully le faltaban varios tornillos.

—Hola— siguió Hank — Soldado Erik Schweiner, de la segunda. ¿He sido herido?

Alguien podría haberse imaginado al cadáver dirigiendo una mirada de confusión a su entorno pero no lo hizo porque, por supuesto, estaba más muerto que un picaporte. En su lugar, fueron Bill y Chang, siempre atentos, los que miraron la situación como si no entendieran un carajo.

No les costó mucho esfuerzo.

Al principio a Bill aquello le había parecido una muy buena idea. Pero ahora que tenían al cadáver del susodicho Yanki asesinado delante, más tieso que una mojama, recordó que nunca había visto a ningún cadáver responderle a Hank ni hacer gesto alguno, si no que simplemente el cochero se liaba a hablarles como si estuvieran vivitos y coleando.

Vamos, que bien podía ser que el viejales se hubiera vuelto tarumba con lo del regreso de la tumba y todo eso, y que se creyera que hablaba con los fiambres, cuando no era asi (clara excepción de sus charlas con Chang y Bill, por supuesto).

Bill se maldijo a si mismo por haber dado pie a seguir tan ingeniosa ocurrencia. Bien podía ser que estuvieran perdiendo el tiempo ante los desvarios de Hank, aunque bien mirado, ellos mismos eran Walking Deads contantes y sonantes, así que vete a saber. Cualquier cosa era posible.

Joder. La vida era más sencilla cuando podías disparar a alguien y estar seguro que no iba a volver de la tumba. Pero ahora ni siquiera uno se podía fiar de eso. Vaya cagada. El mundo estaba cabeza abajo. Y aunque eso le permitiera a Bill seguir pululando por ahí cuando no deberia y toda esa jodienda, seguía sonando a jodido.

Podía llegar a entender lo de los fantasmas, lo de los muertos que caminan e incluso lo de los jodidos hombres lobo. Pero lo de las calabazas parlantes y los piojos equinófagos había sido ya demasiado. 

Le pidió a Hank que hablara en su nombre al cadáver del soldado: —Anda Hank. No preocupes innecesariamente al hombre y dile que ha sido un rasguño "naa" más.— En ese momento Bill se sentía como un auténtico payaso. Si lo de Hank resulta que era una ida de olla total, lo que estaban haciendo era como hablarle a una piedra. Y Bill no sería más que el loco que sigue al loco. —Si a fin de cuentas va a dar igual.—

Aun así Bill se quitó el sombrero de la cabeza para ponérselo contra el pecho, en clara señal de respeto al fiambre. 

—Mira a ver si sabe algo de quien le atacó, y acabemos cuanto antes con esto.—

Claro. - replicó el cochero con normalidad. - ¿O crees que acostumbro a ir regalandoles flores a todo los maromos rubios que me salen al paso? - El cochero fue a dar un par de codacitos complices en el costado del exsoldado para rebajar un poco la tensión, pero luego se lo pensó un poco mejor. Aunque el alemán parecía bastante entero tampoco quería forzar. Además, si los golpes en las costillas de normal ya joden un rato, al vivo ya... -  No te preocupes, ya ha pasado lo peor. Ahora toca descansar y a esperar a las medallas. Pero antes de eso el coronel quiere que le escriba un informe sobre lo que ha pasado. Hubiera venido a preguntarte él mismo pero ya sabes como están las cosas por aquí últimamente. Entre los indios y la guerra... no le sobra el tiempo.

La cabeza de cadáver cayó un poco hacia un lado y Hank se apresuró a devolverla a su posición inicial. Aunque habían convencido al cuervo de que no le masticara, por el momento, poco podía hacerse respecto a los gusanos que ya habían hecho sus casas en el señor Schweiner. Uno asomó por su oreja, como preguntándose a qué venía tanto follón, y luego volvió a esconderse.

—Es como un lobo con piel de cordero en medio de un rebaño... pero al revés.

Hank habló de nuevo, mirando fijamente al soldado muerto.

—No, no quiero decir un cordero con piel de lobo. Quiero decir al revés al revés?

El tono de pregunta al final de la frase había sido cosecha de Hank, a juzgar por su cara extrañada.

—Ese cuervo me recuerda a un poema que leí, cuando estaba en Europa. Él también habla. ¡Eh, cuervo!, di "nunca más".