Villa de Bishop's Castle

Cada uno de vosotros habéis recibido una carta firmada por Sir William Gloucester, Alto Comisionado de la Corona para asuntos estratégicos o un eufemismo para decir que es alguien que maneja los hilos de la inteligencia británica en el extranjero. A algunos les ha sorprendido en parte esa carta por no esperársela, pero otros entienden los motivos ya que en los últimos meses han detectado extrañas coincidencias.

En la carta os pone a todos una fecha y un lugar:

Taberna de Old Lane, Bishop's Castle. El día 1 de Noviembre a las 16 horas. 

Bishop's Castle queda pegado a Gales, y en esta época del año ya es difícil llegar debido a la meteorología inglesa de nieve y frío. La taberna queda al final de una cuesta llena de nieve pero tiene la chimenea prendida y cerveza tibia para que podáis entrar en calor. 

En los últimos meses has estado persiguiendo a un extraño culto por las áridas tierras de los faraones, el culto está dirigido por británicos y parecen querer traer de nuevo a la vida a Imhotep. No sabemos mucho sobre ellos, porque aquellos que los medjay lograron atrapar se suicidaron con una píldora de cianuro o no tenían ni idea de a quién servían.

En tu carta pone que los sucesos que están sucediendo en tu tierra tienen relación con lo que quieren comentarte en Inglaterra, así que embarcaste en el primer mercante que venía a las islas para poder llegar a tiempo a la reunión. 

El Terra Arcanum te ha solicitado formalmente que asistas a la reunión. Al parecer los sucesos que se van a tratar en mayor o menor medida están relacionados con la Tierra Hueca, según ellos una sombra está creciendo en el Este, una sombra que podría amenazar los intereses de la sociedad en el acceso y control de las verdades que esconde la Tierra Hueca. No te han explicado mucho más, puede que no lo sepan y simplemente les guste seguir siendo crípticos contigo como lo han sido hasta este momento.

A vosotros la carta no os sorprendió porque descubristeis que Watfdord Manor queda a las afueras de Bishop's Castle. Parece que la Corona necesita de vuestros servicios lo cual no es de extrañar por los problemas que atraviesa a lo largo y ancho del mundo. 

La Sociedad Inglesa de Caballeros Exploradores (SICE para abreviar a partir de ahora), te ha solicitado que acudas ya que parece que por fin habrá una misión digna de la sociedad desde hace tiempo. Además para convencerte, y conociéndote ya un poco como te conocen, te han abierto una línea de crédito para que puedas disfrutar un poco de la misión. Lo suficiente para que vuelvas a cubrir algún que otro gasto que empiezas a acumular. Pero por otra parte estás ansioso de demostrar tu valía, al fin y al cabo si logras un pequeño objeto que mostrar en la galería de la SICE podrás aumentar tu estatus y eso nunca está de más.

Un frío de mil demonios -Se me están helando las pelotas, cariño...-Trepamos cogidos de la mano hundiéndonos a cada paso que damos en la blanca y helada nieve. La verdad es que no estoy muy conforme con esta idea de colaborar con el gobierno inglés, con el inglés y ninguno, pero mi dulce esposa era de otro parecer. Siempre tan responsable, tan decidida a ayudad al prójimo...

Diablos de mujer. Supongo que por eso me enamoré de ella. 

Abrí la puerta de la taberna de golpe- ¡Hemos llegado! ¡Buenas tardes! No nos tragó la nieve de milagro.-exageré-  ¡Dos jarras enormes de cerveza, por favor! 

 Casi tropiezo con un americano, con un habla vulgar, que parece liderar un variopinto grupo de personas, cuando me disponía a entrar en la taberna en el que tendría lugar la cita. No obstante, me llamó la atención la hermosa mujer morena que la acompañaba, que rezumaba clase por todos lados. Con un saludo, tocando el ala de mi sombrero, y inclinando levemente la cabeza, le dije, con un tono educado, mientras le cedía el paso para que pasara primero al interior:

 - Buenas tardes, señorita, usted primero, por favor...

Después de mi experiencia, tenía mucho en lo que pensar aunque como siempre, suponía demasiado trabajo darle vueltas a las cosas y tomar decisiones difíciles. Me había decidido por un camino y eso, al menos, suponía que podía continuar hacia delante relajado, aceptando lo que se me viniese encima.

Cuando recibí aquella carta tuve la tentación de echarla a la basura. Lo mío no era trabajar para la Corona sino para mí, pero ya habían tomado la decisión de que fuese y mucho me temía que aun a regañadientes, no tenía otra opción que hacerlo. Así que me dejé llevar hasta aquella taberna, en aquel pueblo perdido y gélido. Como me habían dicho que allí hacía frío, fui preparado, aunque quizás me extralimité con las ropas que había escogido.

Apenas podía moverme con todo lo que llevaba y tuve que hacer una buena caminata desde la estación de tren. Además, la gente de por allí no parecía ser muy agradable. Afortunadamente, logré que alguien me indicara por dónde ir a la taberna y conseguí moverme hasta llegar a ella.

No tenía que haber venido... debía haberme negado... ¡total por Inglaterra y esa sociedad!

Si había algo que no soportaba era el frío, así que aquello estaba empezando a entrar dentro de la categoría de un calvario. Menos mal que el "nativo" me dio bien las indicaciones y que al final del camino estaba la tan deseada taberna, en donde al menos esperaba poder disfrutar de calor y una buena bebida.

Cuando abrí la puerta, el humo, el calor y el olor a alcohol y tabaco, aderezados con una buena me llegaron como si estuviesen bombardeándome haciéndome trastabillar unos instantes.

Aquel lugar era un asco.

Pero para bien o para mal, no tardé mucho en descubrir que no me habían llamado a mí nada más. 

-¿Hermanita, eres tú?

Al verla, corrí hacia ella, viendo entonces a Rick a su lado.

-¡Y Rick, tú también! -exclamé, echándome a reír y colocándome entre ambos -. ¡No sabéis cuánto me alegra encontraros aquí! ¡Creí que era el único que había recibido aquella extraña carta! ¡Ahora me siento mucho mejor!

Sobre todo porque desde aquel momento, podía ir siempre detrás de Rick y dejar que él se enfrentase a lo que fuese.

Ardeth siempre detestó viajar a Inglaterra, pero la razón era más que poderosa. Su juramento de preservar a la humanidad de ser asaltada por el malvado Imhotep le obligaba a doblegar su orgullo. Viajó, en compañía de otros dos compañeros Medjai hasta Constantinopla. Desde allí, tomó el Orient Epress para llegar a Paris y desde alli, un coche de caballos les llevó hasta Calais, donde le esperaba un agente del Alto Comisionado, que le acompañó hasta Londres, donde le hicieron entrega de documentación y unas ropas menos llamativas. 

Desde aquel momento, por expresa indicación a sus "superiores", prefería moverse por su cuenta.

Con la apariencia de un viajero de lejanas tierras, vistiendo traje oscuro y portando sus pertenencias y ropas en una maleta, viajó en tren hasta Wolverhampton. Durante el camino se entretuvo leyendo un libro de Julio Verne, un autor recientemente descubierto y que le apasionaba. Cuando bajó del tren, hizo que un coche cerrado le llevase con premura hasta su destino. Había llegado con un día de antelación.

Se registró en la posada bajo un nombre falso y, con todo un día a su disposición, esperó.

Y bueno, por la mañana no pudo resistir la tentación de ayudar a un grupo de niños a hacer un muñeco de nieve. A fin de cuentas, era la primera vez que la veía. Y disfrutó un montón.

Desde una esquina del local, en la penumbra, les observaba un caballero, con un elegante abrigo negro bajo el cual destacaba solo en blanco una camisa de cuello alto. Su piel era oscura y llevaba barba muy bien arreglada, mientras disfrutaba de una copa de vino.

Estuvo observando a los recién llegados, sin inmutarse hasta que estuvieron todos ellos. Levantó una ceja cuando vio a un desconocido y como movido por un resorte, se puso en pie y se aproximó a la mujer, tomándola por la mano e interponiéndose entre ella y los demás.

- Mi querida Evelyn... que la luz de tus ojos nunca deje de iluminar la tierra de los mortales. Estás más bella que nunca -dijo, llevando la mano de la joven a su rostro, sin llegar a tocarla-. ¡Rick, Jonahthan, me alegro de veros! Venid a mi mesa.

Más en todo momento, aquel hombre de piel tostada no dejó de mirar al tipo elegante que había franqueado el paso a Evelyn.

Creo que intente un par de veces sacarle a Rick de la cabeza trabajar para el Imperio, pero me di cuenta que al Imperio eso le iba a importar bien poco. Así que al regresar y no tener noticias, algo me decía que se podían haber olvidado. No, no había sido así y además nevaba. Me había abrigado para no pasar mucho frío y había obligado a Rick a ponerse también algo más. 
Casi me resbale un par de veces al subir la maldita cuesta helada y encima tenía la nariz helada, la frote un par de veces con el guante a ver si entraba en calor. Asiento a la cortes presentación del caballero que me deja pasar, acompañado de una sonrisa que oculta levemente mi bufanda de color negro.
—  Muchas gracias caballero. —  me quito los guantes  y descubro mi cabeza al notar el calor en mi rostro por fin. Por eso al ver quien entra y como entra, me deja en un estado de shock que no esperaba. Porque no sabía nada de mi hermano desde hacía un tiempo.  — Jonathan ¿qué haces tú aquí? Tenías que...

Mi frase se ve cortada al notar como cogen mi mano y la besan. Nuestro viejo amigo Medjai, creo que el único que no conozco aquí es el caballero que me ha cedido el paso al entrar.

—  La última vez que los cuatro estuvimos juntos, se alzó ... ¡Oh, Dios! al final lo de esos piratas iba a ser solo la punta del iceberg de mis peores pesadillas. —  me giro a Ardeth y me sereno solo unos segundos  - Rick me cuida demasiado, me alegro de verte, aunque  —  miro al otro caballero y voy a ser la educada de este grupo —  ¿Porque no nos acompaña? Creo que todos estamos en el mismo barco, soy Evelyn Carnahan. Bueno O'Connell ahora está casada, ellos son mi esposo Rick, mi hermano Jonathan y este caballero educado es Ardeth Bay, un muy buen amigo.  

 Le dediqué a la hermosa dama una educada reverencia, mientras le respondía, amablemente:

 - Yo soy Don Drac Nomdedeu, Conde de Vasconcellos. A su servicio, Doña Evelyn. Será un honor y un placer estar en su compañía.

 Mentiría si dijera que me sentía decepcionado y sorprendido de que esta hermosa y elegante mujer estuviera casada con este grosero norteamericano, pero supongo que es cierto lo que dicen, que los polos opuestos se atraen. Supongo que el tal Rick O'Connell tendrá virtudes que no resaltan a simple vista.

 Acompañé al grupo al interior del establecimiento, tras cerrar la puerta, y fuimos a la mesa donde se había encontrado sentado el amigo de la familia, el tal Ardeth Bay, y procedimos a esperar a ser atendidos por el dueño. Mientras esperábamos, excñamé, de buen humor:

 - A fe mía que somos un grupo variopinto: Un beduino, un norteamericano, dos británicos y un español. ¿Puedo preguntar como se conocieron, si no es indiscreta la pregunta?.

Parece que empezáis a poneros al día o a conocerlos, en el caso de Drac Nomdedeu. En la barra el cantinero de aspecto serio con un bigote bien poblado parece estar atento a vuestra conversación. Justo cuando el reloj de la iglesia dan las cuatro de la tarde, toca una pequeña campana. Los lugareños se levantan y salen todos por la puerta quedándoos solo vosotros en todo el local. Todos los que salen saludan con el sombrero al cantinero, en un gesto que podéis comprender como militar. 

El cantinero se levanta y pasa a poner el cartel de cerrado en la puerta. Se gira hacia a vosotros y se presenta:

- Mi nombre es James Japp, inspector jefe de Scotland Yard. Estoy aquí por su seguridad, por favor, si hacen el favor de levantarse y pasar al comedor. Allí les explicarán el motivo de su visita.

El hombre es serio, pero educado. Lo notáis nervioso, siempre pendiente de lo que sucede. 

- Mis hombres custodian tanto el exterior como el interior del local. Pueden dejar aquí sus objetos personales, así como las armas que suelan portar. - mira para Rick, Ardeth y Drac especialmente. - En cuanto salgan podrán recogerlas sin ningún problema. 

Dos hombres salen de la cocina, tienen el mismo semblante serio que el inspector pero son más jóvenes que él. 

¡Reunión de amigos! Estreché la mano de Ardeth, sonriéndole -Me alegro de verte, amigo. ¿alguna hazaña en este tiempo? -Me giré hacia Eve - Si me preguntan a mí, responderé que eres tú la que me cuida y me mima. En exceso. Estoy engordando.

También tuve que "soportar" al exasperante Jonathan allí, de pronto. Oh, dios mío- Un placer insospechado, ladronzuelo. -Apreté con un puño entre sus costillas- Igual de flojo que siempre. ¿De qué diablos vas disfrazado? -Y, por último, reparé en la presencia del estirado conde. Le ofrecí un apretón de manos.

-Aventuras, amigo. Salvamos al mundo. O algo así. Nadie nos lo reconocerá, pero es tan cierto como que el Mal existe.

Pillé las cervezas, le pasé una jarra a Evelyn. El escenario cambión, lugareños que no son desaparecieron y el cantinero se transforma en policía. Muy peculiar. Aunque arrugué la nariz ante su petición.

-Señor Japp. Encantado. Creo que hay una confusión. Mis armas y mis objetos personales van conmigo sea donde sea. No se preocupe, no voy a dispararlas contra usted. Soy muy desconfiado.

Rick me saludó y me preguntó por mi vestimenta. Indignado, me la coloqué un poco mejor de lo que estaba.

-¿Por qué lo preguntas? Me dijeron que hacía frío por estos lares así que cogí todo lo que tenía a mano. ¡Ya veremos quién ríe el último!

Para mi sorpresa, hasta Ardeth estaba allí, lo que significaba o certificaba más bien que no era una casualidad sino una causalidad. El viejo equipo estaba de nuevo reunido y eso era sinónimo de que algo grande... y, para mi temor personal, terrible, nos esperaba por delante.

-Vaya, vaya. Pues sí que es una sorpresa que estemos todos juntos -les dije, siguiendo a Ardeth hasta la mesa. Me senté y levanté la mano para pedir algo, aunque por lo que estaba viendo, iba a ser complicado que me atendiesen. Aquí no hacían caso de nadie -. Bueno, no me apetece nada, gracias.

Así que me encogí de hombros y me volví hacia los demás.

-Estáis contemplando al nuevo miembro de la Sociedad Inglesa de Caballeros Exploradores -les dije en voz baja,c como si fuese un secreto -, que me ha enviado como su representante a... lo que quiera que vayamos a hacer aquí.

Fue en ese momento cuando apareció aquel otro hombre, ese desconocido que se presentó a sí mismo como alguien de la nobleza. El hombre era muy educado, demasiado para mi gusto, de la clase que le solía gustar a Evelyn.  Pero bueno, ahora que estaba casada con Rick ya no había peligro de que un besamanos como aquel consiguiese nada de ella.

-Mucho gusto, señor Conde "Nombrededo". Es un nombre curioso, la verdad. Por cierto, ¿de qué español habla?

Y mientras hablábamos, todo cambió. De repente todo el mundo que estaba en la cantina salió como si hubiese entrado un león y el cantinero cerró y se dirigió hacia nosotros. Yo le miré, temiéndome lo peor.

-Eh... tampoco hacía falta que se pusiera así, hombre. Si no quiere servirnos nos marchamos y en paz -le dije, antes de que pudiera informarnos de quién era.

Un policía.

Al oírlo, me aflojé el cuello de la camisa.

-Seguro que podemos arreglarlo tranquilamente, Inspector -le dije, mientras me levantaba. Pero entonces me di cuenta de que aquello no iba conmigo. Nos habían estado esperando como parte de aquella carta y nuestro destino no tardaría en quedar expuesto.

Preocupado, miré a los demás y comencé a caminar hacia el comedor.

No estoy preocupado. ¿Miedo? ¿Quién tiene miedo? Un caballero explorador nunca tiene miedo.

-Aventuras, amigo. Salvamos al mundo. O algo así. Nadie nos lo reconocerá, pero es tan cierto como que el Mal existe.

 Con una sonrisa, respondí:

 - Parece una historia interesante y digna de ser escuchada, si les apetece contarla, naturalmente.

 Entonces Jonathan habló y le respondí, no ofendido porque hubiera dicho mal mi nombre:

- Es Nomdedeu, mi buen amigo, y el español del que hablo soy yo, por supuesto.

  Entonces todo cambia y el inspector habla para decirnos, para pedirnos que entreguemos las armas. Con una sonrisa amistosa y un tono educado, le respondí:

 - No deseo causar problemas, pero soy de la misma opinión de mi nuevo amigo americano. Soy una persona muy apegada a sus objetos personales y que le duele separarse de ellos, así que, por favor, le ruego que reconsidere su postura.

El hombre suspira, parece que hay dos que no quieren dejar sus armas, pero el inspector tiene que cumplir con lo que le han solicitado sus superiores de Scotland Yard.

- Caballeros, debo insistir en que dejen aquí sus armas. Como les indiqué, aquí no corren peligro. Pero debido a que se van a reunir con ciertas personalidades de la nación deben acceder sin armas. Por favor, les ruego que dejen aquí todas sus armas y en cuestión de minutos podrán recogerlas. 

Hace un gesto a uno de sus hombres que asiente y desaparece a través de la puerta que da a la cocina. Al momento aparece y asiente afirmativamente. El inspector Japp sonríe, parece que son buenas noticias.

- Indicarles que en el caso de que no deseen desprenderse de esas pertenencias la reunión se suspende. Como comprenderán, no podemos correr riesgos...

En ese momento una voz suena desde el reservado, es una voz que algunos habéis escuchado en la radio del país. 

- Si no quieren dejarlas, dígales que si eso traeré las mías que son muchas y más grandes...

La voz es de Winston Churchill sin lugar a dudas, antiguo ministro del Interior y canciller de Hacienda. Actualmente sin cartera, pero sigue siendo miembro del parlamento por Epping y un hombre poderoso dentro de la nación. Si está ahí es que el asunto es importante.

— Jonathan estoy muy orgullosa que seas parte de la Sociedad, aunque deberían también incluir a mujeres. —  niego poniendo los ojos en blanco y suspiró al ver como se marchan todos dejándonos con el que no era el tabernero por que parece que es un policía. Inspector jefe nada menos, creo que he oído ese nombre antes —  Creo que conozco a alguien que le conoce y me habló de usted en nuestro último viaje a Egipto, todo un caballero ese belga. 

Ahora es cuando yo debo ponerme seria y ser sensata en este matrimonio, aunque a veces no lo sea, aunque haya reconocido esa voz que nos habla desde el reservado.
—  Rick cariño, por favor deja las armas. Sabes tan bien como yo que puedes usar cualquier cosa para defenderte o has olvidado aquel gato blanco en El Cairo. Por todo lo sagrado, crei que te había civilizado un poco —  niego poniendo los ojos en blanco mirando al techo y termino de quitarme el abrigo dejándolo en el respaldo de una silla, alisandome la ropa de debajo —  ¿Vamos a ser civilizados o voy a tener que comportarme como una institutriz azotados a todos con una vara para que os comporteis?