Partida Rol por web

Hijos del Kaos

Prólogo:

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01/11/2019, 20:03
- Narradora -

Tiempo atrás...

 

El olor de su presa se dispersaba cerca de la rivera, pero la manada no desistía. Los primeros vientos fríos descendían de la profundidad de la montaña como garras gélidas y el hambre de varias semanas los había obligado a migrar hacia los bordes de su territorio. Podían minar su moral, pero no su instinto. Ella iba a la cabeza, siguiendo los pasos ligeros de la acechadora que había dado con el olor de los venados. Era un movimiento arriesgado, demasiado cerca de la tierra de los hombres y sus hogares, de aquellos olores extraños y ponzoñosos que lograban que arrugasen el hocico. Pero el hambre y los jóvenes cachorros…

Mientras caminaban hacia la escasa luz del ocaso, aquella extraña agitación se volvía más y más intensa. Era una sensación inusual, una vitalidad colmada por una inesperada agresividad no solo hacia sus presas, pero también hacia los suyos propios. Se sentía irascible, henchida por una emoción irascible y desmedida que jamás había sentido antes, no con tanta intensidad. A veces, en noches oscuras de luna plena, aquel nervio salía a relucir haciendo que corriese sin descanso hacia ningún lugar. Pero no era eso, era algo mucho más profundo que nacía no sabía de donde, y que los suyos también notaban. Guardaban la distancia, no exactamente temerosos pero sí cautos.

El leve gemido de su acechadora les indicó que habían localizado de nuevo el rastro, y al acercarse al lugar meneando la cola el olor inundó su nariz logrando que lanzase una dentellada al aire. El grupo se ponía de nuevo en movimiento, sobrevolado por un cuervo dichoso que parecía estar siguiéndolos desde que habían partido.

Y entonces uno de sus hermanos se agazapó, completamente inmóvil. Había contacto, algo más allá. Un pequeño grupo de tres venados, dos de ellos relativamente jóvenes. La cacería daba comienzo mientras los más adultos examinaban la situación. Primero, la presa. Después, el acercamiento. Por último, la carrera. Y allí era donde ella brillaba especialmente, con su vitalidad y su energía. Y aquel día, aquel día la urgencia y la necesidad hacía que fuese imperioso no fallar.

Pero aquella inquietud...

Notas de juego

Pañum!

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02/11/2019, 13:13
Segunda hija

Una segunda piel cosquilleaba por debajo de la suya, el anuncio del cambio que estaba por llegar pero que Segunda hija no se imaginaba, porque no sabía aún imaginar. Su instinto la guiaba. El instinto de obedecer a sus padres, de proteger a la familia, de seguir a la línea de cazadores y colocarse a favor del viento. El instinto de aguardar a que las presas echaran a correr, de rodear a la más débil o a la más joven, de morderle los cuartos traseros y el cuello, perseguirla hasta que el agotamiento y la pérdida de sangre les aseguraran el festín.

Pero el instinto era carne. Esto nuevo que sentía era espíritu. Esta ira extraña le daba ganas de brincar, de morder, de aullar hasta desgañitarse. Segunda hija tenía que esforzarse por acallarla. Por eso, cuando empezó la persecución, se derramó la ira. La loba se convirtió en un borrón gris, desviándose hacia la izquierda mientras sus hermanos lo hacían a la derecha. La lengua le bailaba en la boca; corría tan deprisa que tuvo que hincar las patas en la hierba para no adelantar a los venados. El hedor de su miedo le llenó el hocico y el hambre se agitó en su estómago. Imaginó la sangre de las crías en las fauces... ¡no! Aún no podía imaginar. Era sangre, sangre de verdad. Había saltado ya contra uno de los ciervos y tratado de cerrar la boca sobre su cogote. El herbívoro la había esquivado, evitando así que lo inmovilizara, pero sus colmillos habían desgarrado la carne en el proceso.

Segunda hija soltó un gañido desesperado y la ira la inundó por completo. Reanudó la carrera detrás de Primera hija, levantando volutas de tierra y hierba a cada zancada. Los olores la confundían tanto que estuvo a punto de morder a su hermana creyéndola un venado. Aceleró otra vez. ¡Carne! ¡Necesitaban carne!

Se catapultó con un brinco inusitado y, esta vez sí, cerró las fauces en torno a la nuca del venado. La sangre le estalló en la lengua; ella apretó aún más las mandíbulas. El ciervo se tambaleaba.