Partida Rol por web

Hijos del Kaos

Prólogo: Revolution

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01/10/2019, 04:41
- Narradora -

17 de Septiembre, 2019 - 19:52

 

El fragor de una batalla, eso se respiraba en el ambiente mientras decenas de jóvenes y no tan jóvenes se concentraban en la plaza coreando al ritmo de varios megáfonos. Alguien se había subido a una estatua, colgando una señal donde se leía “revolución”, y Aiden podía sentirla en sus carnes, en el retumbar de su propio corazón que parecía cabalgar queriendo salir de su pecho. Cambio. Derechos. Independencia.

Los coros se extendían como una infección, llenándole la voz de palabras que llevaba sintiendo en la piel desde muy joven, y que por fin podía decir en alto. Era liberador. Era extenuante. Era algo que rugía en su interior con una intensidad inusitada y peligrosa a la que estaba invitando con cada grito. Aiden no lo sabía, pero lo sentía. Desde que se había reunido con sus colegas a media tarde no había hecho más que crecer. Era… difícil de explicar, y desde luego la situación apenas le dejaba espacio para pensar en ello. El grupo se movía hacia el Ayuntamiento por la calle principal, más y más gente adhiriéndose como ríos que confluían en un caudal más grande. El ambiente vibraba, cada vez más vivo conforme la luz caía en el horizonte recortando la silueta de los edificios. La luna se aproximaba. El auge también.

La gente cantaba, recitaba y hacía ruido. Era un sonido ensordecedor que apenas le dejaba escuchar a sus compañeros. Sin embargo, miraba a un lado y a otro y sabía que no estaba solo, podía leerlo en sus rostros, esa Rabia, esas ganas de lucha, de liberación. El fuego que alimentaba cada guerra, cada revolución. El fuego que en aquel instante ardía en su interior con la fuerza de un huracán.

¡Aiden!

Su amigo tiró de su chaqueta para llamar su atención, señalando hacia una de las calles colindantes. 

La pasma.

No. No se iban a mover. Tenían derecho a protestar, a hablar, a exponer sus ideas. No tenía muy claro de dónde nacía aquella valentía, pero estaba ahí, rugiendo con Rabia, rugiendo hacia ellos entre gritos que decían “No nos moverán”. La sentía como un tambor de guerra golpeando en su interior. Y crecía. Y cada vez se sentía más cabreado, contagiado por el espíritu que se respiraba allí mismo, entre sus compañeros, entre gente que pensaba como él. Y a la vez, de alguna manera, a pesar de estar rodeado había algo que le decía que estaba solo en aquella batalla, que lo que se avecinaba, que lo que estaba por acontecer, tan solo le concernía a él…

Y Rabiaba mientras la policía se acercaba.

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02/10/2019, 23:13
Aidan McGuiness

Como el rítmico sonido de un tambor, el corazón de Aidan latía a un ritmo cada vez más acelerado. El ritmo de los gritos de la multitud. El ritmo de los sones de la batalla. Poco a poco, las emociones comenzaban a hervir sobre la fachada de normalidad que sostenía la realidad. Pero incluso esa fina línea parecía desdibujarse ante la voraz hambre de libertad de los reunidos. Ante la incipiente revolución.

-Vamos, gente. –Dijo a sus colegas, apretando los dientes. Había oído lo de las redadas. Como siempre, los policías no eran más que los siervos de los ingleses. -Que sepan que no pueden con nosotros.

Lo cierto es que, aunque no era su primera vez en una manifestación, algo le decía que aquella iba a ser especial. Que sería el principio de algo. Y si querían que sucediera, alguien debía dar el paso. Alguien debía alzar la bandera de la libertad. Con esa idea en la mente, trató de llevar a su grupo hacia delante, pero entonces alguien le sujetó del hombro, intentando frenarlo.

-Aidan, tío, no te vengas arriba. Si acabas a ostias te pueden trincar. –La mano que había agarrado su hombro pertenecía a Brian, uno de sus mejores amigos desde el colegio. Uno con el que había compartido el sueño de una Irlanda única, libre, y justa. En su voz, a pesar de la emoción del momento, se apreciaba la preocupación. –Y eso van a ser líos.

Por un momento, las palabras de su amigo hicieron que se detuviera a valorarlas.

Había mil razones para pararse a pensar y advertir que aquello era una estupidez, ciertamente. El riesgo –muy real- de acabar herido si estallaba una pelea. De acabar detenido, en comisaría, con antecedentes que lo acompañarían toda la vida, cerrándole las puertas que tanto se habían esforzado sus padres en abrir. La decepción que sería para ellos. Las posibles connotaciones con las que mancharía el nombre de su familia.

Por un momento, estuvo a punto de detenerse y hacer caso a Brian, pero entonces se dio cuenta.

No eran más que cadenas.

Excusas.

Mentiras que contarse a uno mismo para convencerse de no actuar.

Y ya estaba harto de esa mierda.

Era el momento de romper las cadenas.

Era el momento de sacudírselas para gritar a las estrellas.

Libre.

-Vamos. –Contestó, por toda respuesta, y después se sacudió la mano de Brian para avanzar, sin pararse a pensar si alguien lo seguía o no.

-¡No vais a callarnos! -Rugió con toda la fuerza de sus pulmones, y mientras lo hacía sintió que no había dicho en toda su vida nada tan cierto. Nunca volvería a doblegarse. Nunca volverían a ahogar su voz. -¡Irlanda es libre! ¡Sois perros de Londres! ¡Is Éire í!

A su alrededor, varias voces corearon sus gritos. Lo jalearon. Lo arrastraron con ellos. Había perdido de vista a Brian entre la multitud. Y de pronto, estaba ya en primera línea, mirando a las máscaras negras que ocultaban el rostro de los antidisturbios. Con su cuerpo desnudo frente a sus porras de goma y sus escudos.

Pero no sentía miedo. La euforia lo transportaba, lo elevaba sobre los demás. Sentía que podría ganar esa pelea él solo, si fuera necesario.

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06/10/2019, 21:01
- Narradora -

A pesar de su advertencia, de la amistad que los unía, Aiden era consciente de que aquello trascendía más allá de quién era él como persona. Era mucho más importante, era una causa que necesitaba un líder, una voz, una Rabia que albergaba en su pecho sin saber cuán importante era. Retumbaba en su interior como tambores, a cada paso más pesada, más férrea, más imparable. Y también… incontrolable.

Aiden, en su juvenil lucha por su propia libertad, avanzó sin temor impulsado por una mano invisible que creía suya, y aquel gesto hizo que sus amigos, quizás menos bravos pero no por ello menos leales, lo siguieran coreando gritos a su paso. Aiden no los escuchaba. No importaban. Tenía frente a él a parte del problema, un problema que estaba a punto de transformarse en su problema.

—¡Atrás! —gritó alguien tras la máscara negra. —¡Atrás, chico!

¿Atrás? No había vuelta atrás. No les había dejando más opción que salir a la calle, que alzarse a ladridos y berridos como animales. No había vuelta atrás, y no tenía ni idea de cuánto.

Alguien tiró algo, algo que chocó contra el escudo. Y después algo más que voló por encima de ellos dándole a alguien. La cosa empezaba a calentarse y lo podía ver, lo podía sentir como una olla a presión a punto de estallar y perder el control. Un coche perdiendo el control y desviándose hacia el borde del precipicio sin remedio.

Uno de los antidisturbios no pudo más y alzó la porra contra alguien. Gritos. Aullidos. La vertiginosa verdad devorando su interior como un monstruo revolviéndose a coletazos. Sentía una euforia sin igual, pero sobre todo, bajo aquella piel frágil y aquel cuerpo endeble, sentía Rabia y poder.

La Bestia…

Aquel acto de heroísmo estúpido fue el último impulso que le faltaba para arremeter, para encender la violenta verdad que se escondía bajo la piel, en el fondo de su alma. Una verdad dolorosa, llena de pasión y de terror y de inesperada liberación. Una verdad que iba a cambiar su vida para siempre y que vio reflejada en las pupilas de aquel agente cuyo rostro enmudeció y perdió todo atisbo de color tras la máscara, gesto que Aiden apenas notó. A penas percibió.

Y entonces llegó el primer latigazo de dolor.

Notas de juego

Vale, hora del Cambio.

Lo primero de todo es que es MUY doloroso.

Lo segundo es que no vas a recordar nada una vez cambies, así que tienes cierto rango de acción en el momento de la transformación pero lo que hagas o dejes de hacer durante el Cambio va a quedar en blanco ;) ¿Matarás? ¿No matarás? ¿Qué pasará...?

Así que te dejo libertad para que describas las emociones y cómo el dolor se apodera de ti y notas cómo tu débil cuerpo homínido se transforma en una bestia asesina llena de Rabia. ¡Qué ganas de leerlo! <3

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07/10/2019, 16:01
Aidan McGuiness

Como en un sueño, como si estuviera viendo a través de los ojos de otro, Aidan vio cómo la distancia que separaba a los manifestantes de la policía se esfumaba. Cómo comenzaban a volar cosas que chocaban contra los escudos. Y cómo uno de los perros de negro alzaba su arma para golpear a uno de los suyos. Y eso fue lo único que necesitaba para estallar.

No iba a permitir que los pisotearan. Las palabras podrían combatirse con palabras, pero la violencia sólo se responde con violencia. El fuego se combate con fuego.

Decidido, avanzó hacia los antidisturbios… pero entonces, llegó el dolor, con una intensidad que no creía posible. La primera punzada atravesó su pecho de lado a lado, sacando todo el aire de sus pulmones y dejándolo sin respiración. La segunda recorrió su columna de arriba abajo, provocando que se doblara por completo y cayera al suelo de rodillas, tratando desesperadamente de coger aire. De comprender. Lo que quedaba de su mente racional, cada vez más arrinconada por las pasiones desatadas, aún trataba de recuperar el control.

¿Le habían disparado? ¿Golpeado? Fuese lo que fuese, no lo había visto venir.

Pero no podía quedarse ahí. Eso lo sabía. Debía levantarse. Debía luchar. Y así, mientras confusas oleadas de dolor se extendían por su cuerpo, comenzó a ponerse en pie otra vez.

A su alrededor, el estruendo era ensordecedor. Pero unos gritos de dolor, que casi sonaban como los aullidos de un animal agonizando, se superpusieron a todos los demás, elevándose sobre el griterío y los golpes. Por un momento, Aidan se preguntó quién podría estar gritando de una forma tan salvaje. Por un momento, hasta que logró darse cuenta de que esos gritos surgían de su propia garganta desgarrada.

Y junto al dolor, llegaba la Rabia. Hirviente, imparable, consumiéndolo, convirtiéndolo en combustible para sí mismo. Cubriendo su agonía como si fuese al mismo tiempo una venda anestésica y un chorro de sal en las heridas. Convirtiendo el dolor en algo diferente, elevándolo, utilizándolo para alzarse ella misma en una espiral creciente que parecía poder destrozar su mente, convirtiéndolo en algo diferente. Ningún hombre podía soportar esa ordalía sin transformarse.

Una Rabia que manaba de algún lugar dentro de su propia alma, de una puerta cerrada que siempre había sentido, pero a la que nunca había llegado a asomarse jamás. La misma puerta de la que surgía su rebeldía. Su necesidad de libertad. Pero en ese momento, esa puerta se había abierto. No, más bien algo la había reventado desde dentro.

Fue entonces cuando, por vez primera, Aidan se asomó a la asfixiante oscuridad que había al otro lado. Y la Bestia le devolvió la mirada, y se asomó al exterior a través de él.

Sus ojos fueron lo primero que Cambió verdaderamente, convertidos en involuntarias ventanas de lo que estaba surgiendo de su interior. Y esas pupilas rasgadas se clavaron en el antidisturbios que tenía frente a él. Mirándolo desde una altura que nunca había tenido.

Entrecortadamente, como si la realidad se encendiera y apagara con cada dolorosa respiración, vio cómo el hombre descargaba su porra de plástico contra él, e interpuso el brazo. La porra se estrelló contra su mano, destrozando sus huesos. O tal vez ya se hubieran quebrado antes, Cambiando hacia otra forma. El dolor del golpe llegó hasta él, pero no era nada en comparación con el dolor que surgía de su propia alma. Así que logró agarrar la porra antes de que la retirara, sintiendo cómo el plástico y el metal que lo reforzaba se doblaban como un juguete ante su fuerza.

Se irguió en toda su estatura, sintiendo el olor del sudor, de la ira y de la sangre, y bebió del miedo que se reflejaba en los ojos del policía. El dolor que lo recorría era tan intenso que parecía que nunca podría librarse de él. Su pecho estalló hacia fuera, con sus costillas haciéndose pedazos para albergar la inmensidad de su nuevo cuerpo. Al ver cómo otro policía interponía el escudo entre él y su presa, apretó los dientes y golpeó con Rabia el metacrilato blindado. La fuerza del choque entumeció su brazo, pero observó satisfecho cómo los restos de plástico destrozado caían al suelo. Su mirada los siguió en su caída, hasta que algo llamó su atención.

En el suelo, junto a unas zarpas tan grandes que podrían haber pertenecido a un oso, había jirones de ropa destrozada. A pesar de que no eran más que trozos de tela reventada, los reconoció. Era su propia ropa. Y por un instante, lo último que quedaba de él fue consciente de que algo no iba bien.

Asustado y eufórico a partes iguales, trató de gritar una vez más. Algo. Cualquier cosa. Un mensaje con palabras. Porque eran las palabras las que lo hacían humano. Palabras que llevaban ideales. Ideales, que lo separaban de la simple brutalidad. Que justificaban el fuego de la revolución. Él no era una bestia. Él era un luchador de la libertad.

Aidan lo intentó, sí, con todas y cada una de sus fuerzas.

Pero fue la Bestia la única que aulló, sin palabras, bajo la luz de la luna gibosa, en esa noche de revolución y fuego.

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14/10/2019, 21:53
Cambio

La Bestia emergió de las profundidades como un kraken que había permanecido dormido en la oscuridad durante un siglo entero, todo Rabia, desespero. Una Bestia que yacía latente en su interior, esperando a ser liberada igual que sus propios ideales. Liberada de las ataduras de su propia mente, pero también de su enclenque cuerpo, el cual se retorció desgarrándose a sí mismo para dar parto a un horror que igualaba su propia desesperación. Sus huesos crecieron, se rompieron y rehiceron a sí mismos, cubriéndose de músculo y pelo, dando forma a una pesadilla que durante breves instantes pudo ver reflejada en las pupilas dilatadas de aquel policía y el resto de personas a su alrededor. Una monstruosidad velluda con unas fauces diabólicas que deseaban arrancar y mascar la sangre de sus enemigos. Un nuevo yo que nacía de un parto abnormal y horrendo poblado de terrores.

Aidan no lo recordaría más tarde, tan solo el dolor y fragmentos rotos de un espejo que formaba su propia imagen, la del monstruo en que se había convertido. La del monstruo que siempre había sido. Dolería como una paliza que jamás había sentido, pero sobre todo como si alguien hubiese plegado las páginas de su mente para después arrancarlas sin piedad, estrujándolas y garabateando en cada recuerdo para tintarlo de un rojo escarlata que sólo podía significar una cosa. Nada tendría sentido y, sin embargo, algo dentro de su interior gritaría que aquello era lo que realmente había estado esperando. Toda la Rabia, desatada.

El Cambio se había producido y ya nada volvería a ser igual, ni los gritos de libertad, ni su vida…

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14/10/2019, 21:55
Firenze

El ruidoso tintineo de la lluvia sobre la chapa atrajo su atención desde algún lugar oscuro y corrupto por el dolor. Poco a poco la consciencia regresó a él junto a esa sensación de estar. Estaba tumbado, sentía, con el estómago dándole vueltas a pesar de que nada se movía. Había algo suave y cálido bajo él, envolviéndolo, identificó. Pero el dolor… El dolor llegó de forma sorda y creciente como nunca antes lo había sentido. Eran las peores agujetas de su vida, impidiéndolo y logrando que incluso abrir los párpados fuese una tortura absoluta.

Dolía, aunque no sabía exactamente por qué. Dolía pensar y dolía su cuerpo como si le hubiesen propinado la paliza de su vida pero… ¿no había sido él? Los recuerdos no parecían querer acudir a él, como después de una borrachera muy mala. O algo peor. Estaban ahí, velados por sombras y mentiras, observando desde la esquina de sus ojos pero sin llegar a él. No supo cuántos minutos se deslizaron en aquel estado de sí y no, alejándose para no volver jamás. Recordaba brevemente la euforia, la Rabia de aquel instante. Recordaba los colores de su país y los cantos. Recordaba haber estado allí, ardiendo en medio del vendaval. Recordaba la policía y...

La voz llegó en algún punto; un eco perdido que parecía querer encontrar su camino de vuelta a él. Estaba ahí, pero no comprendía exactamente lo que decía, aunque parecía... cantar. Quiso abrir los ojos, pero sus párpados pesaban como persianas de metal. Aun así, hizo el soberano esfuerzo hasta vislumbrar una silueta recortada por una luz mortecina sentada a su lado, una silueta de pelo besado por el fuego y unos ojos verdes como los tréboles de su país que cantaba quedamente para sí mientras con un cuchillo tallaba una figurilla en madera. No pareció percatarse de que estaba despierto.

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16/10/2019, 23:13
Aidan McGuiness

Fue la voz, finalmente, la que lo arrancó de la semiexistencia en la que se había sumergido y de la que no era capaz de encontrar fuerzas para salir. Atrapado entre la parálisis del agotamiento más absoluto y una suerte de bizarro regodeo en su propio dolor, Aidan escuchó la melodía que llegaba acompañando a esa voz, y se aferró a ella como un náufrago se aferraría a un salvavidas. Y así, arrastrado por las notas cada vez más nítidas en sus oídos, logró alcanzar la superficie de la consciencia.

Con lo último que le quedaba de voluntad, forzó a sus ojos a abrirse y pudo ver la fuente de la canción que lo había traído de vuelta.

Una nube entre cobriza y naranja enmarcaba a alguien, y pasaron aún unos segundos hasta que se dio cuenta que ese color pertenecía a la larga melena pelirroja de una joven de la que no era capaz de ver sus rasgos. Trató de enfocar su mirada, y por fin sus iris decidieron responder. La imagen cobró nitidez en los hermosos rasgos de una joven de ojos tan verdes como el corazón de los bosques, que tallaba algo en madera. Y por un momento, el joven no fue capaz de saber si lo que veía era real o una ensoñación.

Al menos, hasta que otro pinchazo de dolor le sacó de dudas y puso en marcha otra vez su mente. Había estado en la manifestación. La policía. El dolor. Y ahora estaba allí. No era necesario ser un genio para saber que alguien lo había sacado de ahí, o estaría en un hospital o en un calabozo. Y que por lo menos, debía agradecerlo.

-Agh…-Su primer intento de hablar se saldó con un fracaso en forma de un ahogado estertor. Sentía la garganta rasgada como si algo hubiese estado arañándola por dentro, pero su segunda prueba fue algo mejor. Estaba ronco como en su peor resaca, pero al menos fue capaz de hablar. –Hey… gracias. No sé quién eres, pero si me sacaste de allí te debo una.

-Yo… -Aiden habló según su mente ordenaba sus ideas. –La cosa se calentó demasiado, y la poli cargó y… supongo que me dieron bien. Por cierto, soy Aidan.

-¿No tendrás mi móvil por aquí, verdad? –Preguntó en un reflejo, pero de pronto varias imágenes fragmentadas pasaron por su mente, y palideció.

 La ropa hecha jirones. El escudo hecho jirones. La luna en el cielo.

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22/10/2019, 19:27
Firenze

La mujer se volvió hacia él ofreciéndole una sonrisa cálida y desarmadora, diciéndole con sencillez que no era ningún fragmento de su imaginación sino una criatura viviente y sintiente que se encontraba allí por algún motivo que Aidan todavía no alcanzaba a comprender. Fue al moverse cuando se percató, no solo del dolor y las nauseas, si no también de que estaba completamente desnudo bajo las mantas que le protegían del frío y la oscuridad nocturna. Eso desató un latigazo de vergüenza aterradora, sobre todo porque alguien había tenido que traerlo hasta aquel lugar. Sintió hacerse pequeño.

Mi nombre es Firenze y no, no tengo tu móvil, lo siento —se excusó con un hilo de voz, poniendo cara de circunstancia.

Después dejó a un lado la figurita tallada, un lobo o algo similar, para acercarse gateando levemente hacia él. De cerca resultaba obvio que era una mujer de gran belleza incluso sin poner esfuerzo en ello. Llevaba el pelo revuelto, desordenado con gracia, nada de maquillaje y unas ropas holgadas que desdibujaban su voluptuosa figura. Se tumbó allí, a su lado, a una cercanía demasiado familiar y ligeramenete incómoda.

Ey, tranquilo —susurró, y algo en su voz resultaba increíblemente tranquilizador, un tono tan agradable que hacía que Aidan se olvidase de la Rabia y la desesperación que había sentido no hacía tanto. —Escucha mi voz, ¿vale?

Su mano se extendió hacia él, quizás en un además de acariciar su rostro, pero quedó ahí suspendida a escasos centímetros para dejar que fuese él quien decidiera si quería aceptarla o no.

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23/10/2019, 11:41
Aidan McGuiness

Todo era real, claro.

Aidan era terriblemente consciente de ello. Se lo aseguraba el dolor de su maltratado cuerpo, el picor de su garganta, el frío que se colaba entre las mantas y hacía que su piel desnuda se erizase, aterida. Se lo afirmaba el cansancio que se negaba a desaparecer, la confusión de los recuerdos de una noche que parecían querer esconderse de él. Se lo insinuaba el miedo a un vacío que de alguna forma sabía que no había sido agradable.

Y sin embargo, al mismo tiempo, todo era irreal.

Era irreal el escenario, ese lugar desconocido en mitad de ninguna parte, como si el mundo se hubiera reducido a un lecho de mantas y un techo de chapa. Un mundo cuya única relación con el exterior era el sonido, monótono y agradable, de la lluvia golpeando suavemente el metal. Y, sobre todo, era extrañamente irreal la presencia de Firenze, que parecía volverse más hermosa cada vez que la miraba. Y había algo en ella… algo que sentía, pero a lo que no era capaz de poner palabras.

Fue entonces, mientras aún estaba tratando de encajar todas las piezas del fragmentado camino que le había llevado hasta allí y pensaba cómo hacer para contactar a sus amigos y familiares, cuando ella finalmente dejó la talla en madera en la que había estado trabajando y se movió hacia él, gateando de una forma en la que resultaba imposible no fijarse en la forma en la que las curvas de su cuerpo se movían bajo sus ropas. Era imposible, y además él tampoco hizo ningún intento por evitarlo.

Sólo cuando ella se tumbó a su lado, más cerca de lo que hubiera esperado, Aidan se sintió algo incómodo. Al menos, hasta que ella le habló de nuevo. Su voz era como un bálsamo para su estremecido espíritu, suave y cálida, e invitaba a dejarse llevar por ella. Cuando Firenze extendió la mano hacia él dudó, pero sólo por un momento. Estaba en una situación extraña, sí, pero siempre había tenido claro que la vida estaba para vivirla. Que la vida era fuego. De modo que fue él quien terminó de acortar la distancia que los separaba, dejando que su mano lo tocara, y acercando aún más su rostro al de ella mientras clavaba su mirada en el brillante verde de los ojos de la mujer.

-Te escucho. -Contestó en un susurro. La Rabia, aplacada, se había replegado tras la misma puerta quebrada de la que había surgido la noche anterior, aunque otras emociones la habían reemplazado.

-Oye… ¿tú y yo…? -Se atrevió a preguntar Aidan, dejando sus palabras colgar en el aire en una mezcla entre una pregunta y una invitación. Había dado por hecho que le habían dado una paliza, porque el dolor que lo consumía parecía más bien fruto del maltrato que de una resaca o de haber consumido algo raro. Pero al fin y al cabo, ya había tenido algunas noches de desenfreno y lagunas antes, y estaba desnudo, y ella actuaba con una familiaridad desconcertante. La idea de que, a pesar de todo, puede que hubiera llegado vestido hasta allí se le pasó por la cabeza, a pesar de que su instinto le decía que no era así.

Notas de juego

A ver si luego te subo la ficha pero por si te arregla algo.

 

-Pura sangre (2)

-Afinidad espiritual (fuego o revolución o similar) (1o2)

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23/10/2019, 18:36
Firenze

Cuando Aidan hizo aquella pregunta, le quedó claro al momento que sus entrañas le decían la verdad. El rostro de la chica se contrajo en una mueca dolorida y cargada de compasión, un gesto que entristeció su rostro hasta un extremo incomprensible mientras sus dedos le acariciaban la mejilla. Cuando retiró la mano, dejó un hueco helado allí donde había habido contacto.

Ojalá hubiese sido eso, Aidan —suspiró, y nada de la forma en la que lo dijo tuvo tinte de seducción o añoranza por un deseo anhelado. Volvió a suspirar, y fue suficiente para hacerle saber que lo que venía a continuación no era algo fácil de digerir, ni para ella ni para él. —Has Cambiado, Aidan, delante de toda esa gente. Eres… Un hombre lobo. Y has despertado.

Algo dentro de él registró las palabras, pero no su significado. ¿Qué era aquello, alguna clase de broma pesada? Y sin embargo, su voz resultaba un susurro velado que apaciguaba las dudas, que le decía que no había razón alguna para mentir. Y los recuerdos empujaron por hacerse sentir, por hacerse presentes en su mente. Recordó el golpe de aquel policía, y la Rabia latiendo como un tambor de guerra en su interior. Y no solo eso, también estaba la sangre reseca, aquel sabor metálico y repulsivo en su propia boca. Y sus ojos, aquel océano verde que solo parecían sentir compasión por su estado.

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24/10/2019, 15:43
Aidan McGuiness

La reacción de Firenze no gustó en absoluto a Aidan, en más de un modo.

El primer modo era muy básico, y casi hasta pueril, y es que al joven no le gustaba sentirse rechazado. Su habitual carisma, y su agraciado aspecto hacían que el rechazo fuese una emoción desagradable a la que no estaba acostumbrado. No era como si esperase que Firenze se echara a sus brazos… pero tampoco una ausencia absoluta de reacción, sin siquiera un atisbo de sonrojo.

Pero únicamente eso no lo hubiera molestado. No, el modo que verdaderamente disgustó a Aidan fue la condescendencia y la lástima que reflejaron los hermosos ojos verdes de la mujer. Para alguien como él, un inconformista revolucionario, esa mirada era casi inadmisible. Nadie debía sentir lástima por él. Él era un luchador. Y la chispa de fuego prendió de nuevo en su espíritu.

Pero entonces, las palabras de ella, extrañas y carentes de todo sentido para él, lo despistaron lo suficiente como para evitar que reaccionara. Su primer pensamiento fue dirigido hacia las drogas. La noche anterior se habían metido algo fuerte, y a ella aún le duraba el viaje. Y sin embargo… la claridad de su voz, y la profunda tristeza que la llenaba parecían desmentir esa idea.

Así que cerró los ojos y trató de encontrar en sus emociones lo que sus recuerdos se negaban a devolverle. Lentamente, se relajó hasta dejar que sus emociones fluyeran y echó un vistazo a su propio interior. No se sentía tan diferente, al fin y al cabo. Salvo quizás…

Por la Rabia. Su sangre ya no hervía, su corazón latía despacio, y sin embargo… algo era sutilmente diferente. Incluso con el bálsamo tranquilizador de las palabras de la pelirroja, había una cierta tensión, un punto de agresividad contenida extraño. Trató de seguirlo, de entender qué era lo que lo provocaba, y entonces lo encontró. La puerta abierta. Y el calor que emanaba como un horno al otro lado, latiendo al mismo ritmo de su corazón. Pero no pudo, ni quiso, creérselo.

-Estás de coña. ¿Es tu forma de decir que se me fue de las manos, no? -Dijo, intentando ser firme, pero su voz tembló, sin que estuviera claro si ese temblor era enfado… o miedo.

-¿Pegué a algún policía o algo? ¿O me estás diciendo que me he comido a alguien? -Insistió, burlándose de lo que acababa de escuchar, pero incluso mientras lo decía el ritmo de sus palabras se ralentizó, y el tono de burla se convirtió en una apagada duda. De pronto, la boca le sabía a sangre. A caza.

-Explícate, Firenze. -La urgió.

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25/10/2019, 12:39
Firenze

La expresión de su rostro permaneció con una sonrisa angustiada de las que no auguraban nada bueno. De nuevo, tomándose licencias de más, la mujer se acercó para besar su frente con un cariño inusitado, dejando una entrañable caricia en su rostro. ¿A qué venía aquello? Casi tenía sabor a despedida, a despedida de algo que no había llegado a ocurrir del todo. Aidan no lo entendía, pero inconscientemente algo empezaba a encajar en su memoria.

No grites, por favor —dijo, como si ya hubiese pasado por aquello alguna que otra vez.

Y entonces ocurrió.

Fue un instante de plena confusión, de irrealidad latente, de descubrimiento. Fue algo que se grabó a fuego en su retina y que no olvidaría jamás. La silueta de la mujer se desdibujó ante sus propios ojos, alargándose hasta deformarse en una retorcida pantomima donde el vello y los colores se confundieron. Sólo quedaban sus ojos, unos ojos que perdieron su fulgor tornándose marrones. La confusión duró apenas un segundo y medio, y de repente delante de él ya no estaba aquella belleza sino otra mucho más feral: una loba de pelaje cobrizo y ojos castaños que lo miraban con la misma tristeza que la anterior. No era, era imposible y, a la vez, era verdad.

Suavemente, el animal se agazapó a su lado echando las orejas hacia atrás, gimoteando suavemente en lo que parecía una angustiosa petición para poder acercarse. Era enorme, mucho más grande que cualquier perro que hubiese visto jamás, y había en ella algo primal y amenazador a pesar de aquella postura tan sumisa. Pero Aidan estaba demasiado absorto y confuso como para reaccionar con propiedad a esa o a cualquier otro estímulo de su alrededor.

Donde antes había estado ella, ahora había un puto lobo. Qué. Cojones. Estaba. Pasando.

Ni sus dudas, ni su ego importaban. Ni la pelea, ni la revolución, ni sus ideales. Le acababan de decir que los hombres lobo existían y, en efecto, allí estaban. Y aunque parte de él quería gritar y salir huyendo, había otra mucho más enterrada, aletargada por los años de sueño, que rugía en una acompasada melodía como si su corazón la conociese bien. Entonces lo supo, que estaban unidos por un destino mucho más intrincado de lo que había podido imaginar jamás, y que las mentiras, si es que alguna vez lo habían sido, estaban a punto de convertirse en su nueva realidad.

Notas de juego

Tienes la foto de ella en loba en la descripción.

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25/10/2019, 13:02
Aidan McGuiness

Notas de juego

¡Qué mona!

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25/10/2019, 16:34
Aidan McGuiness

-No me trates como a un… -Comenzó a protestar cuando ella se adelantó para besar su frente, algo que permitía únicamente a sus padres, y con no poca desgana. Pero entonces, su garganta se cerró de golpe por la sorpresa.

El ser humano, que había inventado el lenguaje oral miles de años antes del momento exacto que estaba viviendo Aidan en ese momento, lo había ido enriqueciendo hasta que cada idioma sobre la faz de la tierra contaba con infinidad de formas de expresión. Y si bien ese hecho era innegable, el joven sólo encontró una para expresar lo que sentía en ese momento.

-Fuck. -Dijo, y el torbellino en el que se había convertido su mente intentó con todas sus fuerzas dar algo de coherencia a sus pensamientos, hasta que pudo añadir algo ligeramente más elaborado. -Fuck, fuck, fuck.

La tía se acababa de convertir en lobo. En un puto lobo. En un enorme bicho entre cuyas fauces cabía perfectamente su cabeza.

Las ideas pasaban por su mente como si tratasen de huir despavoridas de su cabeza, apareciendo y desapareciendo en un instante. Firenze era un lobo. Es posible que no saliera vivo de esa. Pero su ropa había desaparecido, se había convertido en pelo. ¿De verdad él era como ella? Su ropa se había roto. El escudo se había roto. ¿Cómo podía romperse un escudo de esos? ¿En qué maldito agujero estaban? ¿Qué había pasado el día anterior?

Cerró los ojos y se obligó a intentar calmarse. De sus labios comenzó a salir el apagado murmullo de una canción, mientras trataba de concentrarse únicamente en la melodía para expulsar el resto de pensamientos de su maltrecha cabeza. Y aunque le costó unos momentos, logró serenarse, y abrió de nuevo los ojos para mirar a la bestia que estaba a su lado. La bestia que un minuto antes había sido una chica pelirroja y ahora gimoteaba, sumisa, como si le pidiera algo.

Aidan, aún estremecido, adelantó una mano hasta colocarla sobre el pelaje de ella, justo entre sus orejas, sintiendo el calor y la fuerza que emanaban de ella. Con cuidado, la acarició, intentando que su mente racional aceptara algo que su corazón empezaba a dar por cierto.

-Vale… vamos a pensar que no estoy loco. -Comenzó a decir con un hilo de voz, intentando encajar la revelación en sus fragmentados recuerdos. -Dices que yo hice esto anoche, en la manifestación…

Pero no, algo faltaba. La ropa en el suelo. El escudo hecho trizas. La altura. La fuerza. Incluso la enorme loba a su lado no podría destrozar el escudo de un antidisturbios.

-Si me convertí en lobo delante de la poli, supongo que ahora mismo somos portada en todas partes, ¿no? -Preguntó, sin esperar realmente respuesta, pero frunció el ceño. -Recuerdo la luna… Pero no… yo… agarré una porra con la mano… creo. Los lobos no agarran porras. Yo las tenía.

Suspiró. Casi daba igual lo que le respondiese, o si le respondía o no. La certeza de que su vida acababa de irse a la mierda comenzaba a afianzarse en la mente de Aidan. Y no pudo sino preguntarse qué era lo que podría hacer a continuación.

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01/11/2019, 11:13
Firenze

Hubo un momento de duda, de confusión absoluta y distorsión de la realidad que abnegó su corazón y sus sentidos. No tenía sentido y, sin embargo, allí estaba, delante de sus ojos tan real como las mantas que lo cubrían o el dolor que atravesaba su cuerpo con rápidos latigazos cuando menos lo esperaba. No puso sino sumirse en aquello que más calmaba su alma, aquello que le reportaba tranquilidad en cualquier situación: cantar.

Y entonces ocurrió algo que sólo podía describirse como mágico. Mientras tarareaba, también lo hizo la loba, como si conociese aquella canción. Lo hizo con suaves aullidos, alzando la cabeza todavía tumbada a su lado, como si deseara acompañarlo de algún modo en todo aquello. Y cuando paró, su mano se alzó para rozar el denso pelaje del animal, que lo recibió con profusos lengüetazos en el rostro mientras agitaba la cola, exactamente igual que un perro pero de manera mucha más estremecedora. A pesar de todo, seguía habiendo algo primal en ella, en su figura, en la profundidad de aquellos ojos castaños. Solo pareció detenerse cuando se animó a hablar de nuevo, sentándose erguida e inquieta como si le costara contener la excitación del momento.

Su cuerpo volvió a mutar en un instante, retorciéndose como si aquello fuese algo normal hasta dar nacimiento de nuevo a aquella mujer cuyo pelo parecía besado por el fuego y el bosque.

Es más complicado que “soy un lobo”, Aidan —explicó brevemente con un suspiro escondido en aquella trémula sonrisa que esgrimían sus labios—. Tenemos más de una forma. Sabes, ¿has visto Underworld? También nos transformamos en algo parecido a eso. Esa forma se llama Crinos, y es nuestra forma Guerrera. Normalmente no perdemos los estribos ni la consciencia, pero el Primer Cambio es siempre… Bueno, nunca se sabe del todo cómo va a salir.

Su mano se extendió hacia él de nuevo con esa cálida familiaridad que empezaba a ser parte de su carácter. O quizás algo más. Ladeó la cabeza ligeramente.

Mañana serás portada, me temo que sí. Estoy segura de que los Moradores del Cristal ya están en ello haciendo todo lo posible por, bueno, confundir las cosas. Pero… Ha sido una situación muy complicada.

El pulgar acarició el dorso de su mano.

Vas a tener que ser paciente, Aidan.

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04/11/2019, 14:47
Aidan McGuiness

Aidan se relajó inexplicablemente ante el entusiasmo de la enorme loba. Allí, viéndola seguir el ritmo de su propia canción, experimentó una sensación agridulce de armonía y calma acompañadas de una infinita pérdida. Era como una isla soleada en mitad de un océano oscuro, al que sabía que terminaría entrando.

Cuando ella cambió de nuevo para responderle, él se limitó a asentir regularmente, tratando de memorizarlo todo pero entendiendo únicamente fragmentos. No tenía la más remota idea de quiénes eran los Moradores del Cristal, ni porqué usarían un nombre tan extraño, pero era capaz de captar lo esencial. Eran gente que intentaría que un lobo gigante apareciera en todas las redes sociales, y con algo de suerte que no lo relacionaran a él con el monstruo.

Eso, y que definitivamente estaba jodido. La llamada de Firenze a la paciencia tampoco ayudó a animarlo en absoluto, pues su voz hablaba más de aceptación que de espera.

-Vale, entonces… -Dijo a media voz, llevando las rodillas cerca del rostro hasta que pudo apoyar la barbilla en ellas. Al hacerlo, la manta resbaló, dejando al descubierto casi todo su cuerpo, pero Aidan no hizo ademán de recogerla. El frío ejercía un efecto revitalizador al erizar su piel, y por otro lado cualquier vergüenza por su desnudez había quedado atrás. Era un monstruo e iba a reventar Instagram de un momento a otro. Su última preocupación era estar desnudo con una pelirroja cambiaformas. -Dime… ¿He hecho daño a alguien? ¿Me han reconocido? ¿La poli me está buscando ahora mismo? Puedo… ¿puedo contactar con mis padres? ¿O qué es lo que va a pasar a partir de ahora?

Las preguntas comenzaban a acudir a su mente poco a poco, pero en una retahíla que parecía no tener final, aunque se resumiría en una, que no se atrevió a decir en voz alta. ¿Qué va a ser de mi vida ahora?

-Entonces… ¿voy a tener que quedarme contigo? ¿Hasta cuándo? Y… ¿quién eres? Además de Firenze, quiero decir. -Dijo, clavando su mirada en el brillante verde de los ojos de Firenze, pero el silencio fue demasiado para él y siguió lanzando preguntas. -¿Se supone que puedo cambiar a voluntad como tú? ¿O es algo que pasa sin avisar? ¿Si es así… cómo evito que me pase lo de anoche? ¿Tengo que ponerme plata encima, o algo así? ¿Puedo… puedo curarme?

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05/11/2019, 13:30
Firenze

Wow, wow, wow —respondió la chica, alzando las manos ante la avalancha de preguntas y exigencias por parte de Aidan con los ojos muy abiertos. Lo que era más que comprensible dado el estado en el que se encontraba, tan perdido y fuera de lugar. —Vale, a ver. Yo… soy tu prima de sangre. Somos parientes, y los garou, los hombres lobo, vivimos en el Clan. En un Clan, lejos de las ciudades. Tenemos que ir allí antes de que la situación se descontrole, pero por ahora estamos toreando la ventisca aquí, hasta que vengan a buscarnos. Necesitábamos un lugar tranquilo en el que pudieses despertar y, bueno, empezar a digerir todo.

Firenze trató de sonreír brevemente en un intento vano de confortarlo. Era consciente de que, sencillamente, era demasiado. Podía sentir su cabeza hervir bajo la marea de preguntas que se le ocurrían y que acosaban sus sentidos sin descanso. Era un momento difícil, y se lo habían encomendado a ella por algo.

Inspiró profundamente, haciendo un gesto calmado con las manos, quizás más para ella misma que para él.

Tus padres… Ellos sabían que esto podía pasar, pero lamentablemente… No. No puedes hablar con ellos ahora mismo. Es peligroso que nos encuentren, y es peligroso para ellos estar cerca tuyo ahora mismo, porque ellos no son como tú y como yo. No sabemos si has salido delante de las cámaras, así que la prioridad es ponerte a salvo, Aidan.

Intentó abarcar cuanto pudo, cuanto le pareció razonable. El resto… Bueno, el resto podía esperar. No era su trabajo instruir al cachorro, tan solo cuidarlo hasta que la caballería llegase, y fue en ese instante cuando ambos pudieron escuchar el frenazo de un vehículo en lo que debía de ser la entrada.

Firenze se puso en guardia, olfateando el aire de una forma muy singular que solo se podía describir como “animal”. Entonces se puso en pie y dijo:

Vale, hay que moverse. Lo siento pero no tengo ropa para ti. Abrígate con eso —dijo, señalando las mantas.

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06/11/2019, 08:35
Aidan McGuiness

Aidan, que había logrado detenerse después de que Firenze alzara las manos para tranquilizarlo, guardó silencio mientras escuchaba las respuestas que la pelirroja comenzaba a ofrecerle. No eran las respuestas a todas sus preguntas, desde luego, ni todo lo que dijo respondía directamente a sus dudas. Pero de una forma u otra, sirvió para que pudiera comprender un poco mejor el escenario de locura que lo rodeaba. Comprenderlo, sí, pero lo que escuchó no mejoró nada lo que ya sabía.

Los lobos vivían en un clan. Lejos de las ciudades. Apartados de la gente, claro. De los bares, de la universidad, de todo. Apartados de lo que había sido su vida. Y todo eso, sus padres… lo sabían. Lo sabían, pero no eran como ellos. ¿Qué sentido tenía eso? ¿Había caído sobre él alguna maldición? ¿Por qué él, entre todos?

Pero aún más reveladores que sus respuestas fueron sus silencios, las preguntas que quedaron huérfanas y que, sin embargo, ya eran en sí mismas suficiente contestación. Aidan había tenido ya suficientes líos como para saber que cuando alguien se niega a contestar, no hay buenas noticias detrás.

El rostro del joven se ensombreció, y el resto de preguntas se ahogaron en su garganta. Firenze no había contestado nada sobre si había hecho daño a alguien… ni sobre si podía curarse.

Fue entonces cuando el ruido del coche lo arrancó de la oscuridad que comenzaba a apresarlo, y se giró de inmediato, en un instintivo gesto de autodefensa que activó su cuerpo y su mente.

-Vale… vamos. -Contestó a Firenze, agarrando los dos extremos de la manta y rodeando con ella su cuerpo. Con suerte, quedaría lo bastante cubierto como para que nadie se diera cuenta de que estaba desnudo. Aunque dudaba mucho que ése fuese el mayor de sus problemas.

-¿Y quién se supone que ha llegado? -Preguntó, mientras seguía a la pelirroja.