Partida Rol por web

Habían pasado 20 años y allí estaban de nuevo, siguiendo la misteriosa carta de Tomás que aquel extraño vagabundo les había arrojado en el café. El camino hasta el nido de cuervo se había tornado en pesadilla. El choque con la extraña criatura que apreció de la nada había hecho que Úrsula perdiera el control de su coche, y al salirse del camino y precipitarse por el terraplén acabaron chocando con un árbol. Úrsula había salido casi ilesa, pero Rafa no había tenido tanta suerte, una rama le había perforado el abdomen.

Después todo se volvió confuso. Al llevar a Rafa al coche de Miguel, Úrsula lo encontró vacío, sus amigos se habían perdido en la niebla. Lo dejó allí y se dispuso a buscarlos, los oyó gritar a lo lejos, pero decidió volver al coche para descubrir que Rafa también había desaparecido, un charco de sangre en el asiento como único testigo de que allí había estado su amigo.

Gabriela se había escondido en el bosque, Miguel se enfrentó a la criatura, mitad humana mitad bestia, para descubrir con horror que esta tenía el rostro del padrastro de su amigo.

Al intentar encontrar a Rafa Úrsula también se perdió en la niebla, pero al final, como si una fuerza oscura los guiara, los tres se encontraron frente al nido de cuervo. Gabriela se adentró por la trampilla que habían usado cuando niños, pero Úrsula y Miguel volvieron a intentar encontrar a Rafa, esta vez juntos.

Sus esfuerzos fueron en vano, pues por mucho que lo buscaron, siempre acababan volviendo al mismo sitio. Como si la única opción que tenían era entrar en aquella casa, de la que habían huído cuando eran niños.

Aún con la culpa en lo más profundo de su corazón, Úrsula se había encontrado con Miguel primero y juntos hicieron una promesa que a futuro si era venidero se cumpliría de verdad. Pero ahora esto no era lo primordial, sino tener aquella casa que le dio tantos malos recuerdos pero también una unión que jamás se rompería. 

La idea de ingresar a la casa era escalofriante y no le trajo ningún recuerdo bonito, sólo que la culpa por haber dejado a Rafa solo le carcomía entera y necesitaba ir a por él. No tenía claro que sucedió con Gabriela, también la había perdido de vista a sabiendas de que se había ido sola por libre. Algo no estaba bien, así que buscó la mirada de su amigo y tras apretar su mano, señaló la entrada. 

—No nos quedan opciones, debemos hacer lo contrario a aquella vez... Entrar. 

Sólo por su mejor amigo, lo hacía por él. 

Miguel frunció el ceño, parecía que el destino les estaba jugando una macabra broma. La mano de Úrsula hizo revivir los recuerdos olvidados de la otra vez que estuvieron allí, compartiendo emociones de temor y angustia, como las vividas ahora. Incluso con la neblina helada, su mano era cálida. Su mano era capaz de adentrarse en la armadura natural del hombre y descubrir que por dentro estaba sufriendo, guardando un temor intenso que escondía bajo su traje reforzado.

Miguel frotó su otra mano en la ropa. Por un segundo le pareció que la niebla espesa era oscura en su palma, como las veces que se salpicaba con la sangre de sus adversarios. La mancha no existía o se trataba del recuerdo de una visión que jamás ocurrió.

—Úrsula, ¿aquella vez, qué ocurrió? ¿Dejamos a Tomás olvidado? —su mente de adulto razonaba mejor que la de un niño; empezaba a arrepentirse de lo que hubiese pasado con su otro amigo, teniendo en cuenta que aquella vez tuvo muy claro abandonarlo a su suerte.

Miguel observó de nuevo el ambiente. En el pasado se quedó fuera con Tomás mientras Úrsula, Rafa y Gabriela entraron por un pasadizo que él no llegó a descubrir. Ellos abrieron la puerta desde dentro, después de que Miguel se entretuviera con un coche que “jamás existió”.

—El coche, el que vi la otra vez… está allí —señaló, su mente comprendió.

No sabía si era el suyo propio, el de Úrsula o un tercero, pero la emoción por descubrir un coche que antes no había visto ya no era genuina.

Gabriela se acercó a Rafa, Se puso de rodillas junto a él y miró si tenía pulso. 

Sintió la necesidad de gritar para avisar a los arcontes, pero temía atraer a aquella criatura. Así que intentó practicarle primeros auxilios. 

Las manos de Rafa, temblorosas, comenzaron a explorar su propio cuerpo, con una lentitud que reflejaba tanto dolor físico como el temor de descubrir las marcas dejadas por aquel accidente. Mantenía los ojos cerrados, inmerso en la oscuridad, pero el olor a madera empapada y humedad penetraba en su conciencia. ¿Ese olor era el mismo que percibió junto al cadáver de la rata al entrar la primer vez? Sin abrir los ojos, la certeza de su ubicación comenzó a surgir... ¿Estaba realmente vivo?

Al abrir los ojos, una sensación de languidez envolvía su boca, acompañada por un leve hormigueo que recorría sus extremidades. Sin embargo, aquellos ojos antes cerrados se abrieron de golpe al percibir la figura que tenía al lado.

— Gab... ¿Estás bien? — su voz, cargada de desconcierto, apenas lograba romper el silencio. — ¿Qué... qué estamos haciendo aquí?

-Yo...sí-dijo Gabriela un tanto atemorizada-¿...y tú? Entré en el nido y te ví ahí tumbado. Pensé que estabas herido y quise ayudarte. 

Ver a Rafa herido, vulnerable, hizo que la presencia de su compañero le resultase menos intimidante de lo habitual. Le sonrió incluso celebrando que al menos en apariencia, no hubiese nada grave. 

-Parece que no tienes ninguna herida importante ¿puedes levantarte?

Miró alrededor para buscar evidencias de la presencia de más gente. Que no había nadie, ya lo sabía, pero quizá una mochila, un abrigo...algo que no pareciese el tipo de cosa polvorienta y olvidada hace 20 años que uno pensase encontrar en aquel lugar después de tanto tiempo. 

-Si no viniste por tu propio pie, alguien te tuvo que traer. 

¿Tomás?

— Creo... Creo que estoy bien... ¿Quisiste ayudarme? — se sonrojó. No había notado ningún acercamiento sincero por parte de su amiga y aquello había pillado al cerebrito por sorpresa.

— Esto... Sí — parpadeó en la oscuridad. — Puedo levantarme... — tragó saliva. — Sí, recuerdo que alguien me trajo aquí... ¿Lo viste?

Si su amiga le había lanzado esa pregunta era por qué, realmente había visto algo o alguien llevándole allí dentro.

— ¿Crees que Tomás se quedó aquí dentro para siempre? — preguntó mientras comenzaba a copiar a su amiga, buscando en aquel sótano. — Allí están las escaleras... ¿Vamos? — tendió la mano a Gabriela, intentando ser valiente ante ella.

Todos cargan sobre sus espaldas el peso de una vida impregnada de traumas. Dolía ya con el solo hecho de recordarlo y Úrsula, no solo tenía los suyos, esos gigantes que en más de una ocasión le hicieron hasta replantearse su existencia en esta vida. Pero hallar en Miguel esa misma sensación, le abrió puertas para cobijarse en él y así juntos, salir adelante. No estaban más solos. 

Con una sonrisa cálida en su efecto, buscó aquellos ojos que tanto le recordaron ese lindo momento de niños e intentó darle calma con el roce suave de su mano sobre la de su amigo. 

—Debemos entrar, no tenemos opciones. Creo que es hora de cerrar un ciclo Miguel, aquella vez nos fuimos y lo dejamos solo. Ya desconozco si lo que vimos era en verdad el Tomas que conocemos y por alguna razón, volvimos a ese mismo punto— explicó —. Estamos juntos en esto, pase lo que pase. Ya no somos esos chiquillos, una vida se nos pasó por encima y nos atravesó. Pero le daremos vuelta, te lo prometo. 

Quiso darle una dosis de motivación, cariño y calor, hacerle saber que estaban juntos para esto. 

—Piensa que esto nos va a volver locos. Debemos mantenernos juntos, seremos el faro que nos sostenga, más ahora que nunca—dijo—. Tu tranquilo, enfócate en lo que sientes y está a tu lado, yo haré lo mismo. Así no nos perdemos en esta locura. ¿Vale? 

Ya sin más, Úrsula de la mano junto a Miguel, se adentraron en la casa. 

-Tomás...-.

El semblante de Gabriela se volvió triste y oscuro al pronunciar su nombre y volver sobre aquello.

-No sé, ni siquiera recuerdo bien qué pasó entonces-dijo mirando a su amigo-Había algo oscuro en Tomás. Supongo que lo de su familia...pero esto, esto fue diferente. 

De pronto, pareció desorientada. Miró alrededor y de nuevo a Miguel. Como si se acabase de dar cuenta de que estaba a solas con él y que faltan el resto de los arcontes. Miró su mano, pero no hizo ademán de cogerla. 

-¿No...deberíamos avisar al resto?

Todo era muy extraño, estaban confusos, pero al pensar en lo que ocurrió aquella vez los recuerdos volvieron a las mentes de los cuatro amigos, tan claros que parecía que lo hubieran vivido ayer. Esa fue la última vez que vieron a Tomás. Al día siguiente no se había presentado en el lago, como hacían todas las mañanas aquel verano, y fue cuando decidieron ir a buscarlo a su casa. En esa ocasión tampoco se atrevieron a pasar más allá del sótano. 

Al igual que aquella primera vez la puerta de la casa estaba cerrada, y al comprobar la trampilla para la leña, Úrsula y Miguel constataron que era imposible que pudieran entrar por ahí. Tal vez Gabriela, más delgada, que nada más ver la casa se fue directa a la entrada, lo había conseguido. No les cabía otra opción que esperar, o investigar lo que había fuera; el cobertizo y aquel coche desconocido que Miguel había inspeccionado de niño y que, como un eco del futuro, había sido real tan solo unos instantes para él.

Todo era muy extraño, estaban confusos, pero al pensar en lo que ocurrió aquella vez los recuerdos volvieron a las mentes de los cuatro amigos, tan claros que parecía que lo hubieran vivido ayer. Esa fue la última vez que vieron a Tomás. Al día siguiente no se había presentado en el lago, como hacían todas las mañanas aquel verano, y fue cuando decidieron ir a buscarlo a su casa. En esa ocasión tampoco se atrevieron a pasar más allá del sótano.

En cualquier caso, la respuesta para avanzar debía encontrarse en los recuerdos de aquel día.

Al inspeccionar a Rafa, Gabriela pudo ver que este tenía una herida en el abdomen, cosida con unos burdos puntos irregulares que le dejarían una fea cicatriz.

La leñera tenía un aspecto similar a como la habían visto 20 años antes. Allí seguía el hacha, clavada en uno de los troncos. El cuarto de la lavadora olía a decadencia y podredumbre. Allí encontraron un montón de ropa sucia tirada por el suelo. Había prendas de hombre, mujer, e incluso infantiles, y descubrieron con horror que la mayoría estaba desgarrada y manchada de sangre. En el almacén desde el que ascendían las escaleras hasta la trampilla que daba a la cocina había latas de comida en conserva y muchísimas botellas de vodka vacías que impregnaban el ambiente de un fuerte olor a alcohol.

Miguel recibió la sonrisa cálida de Úrsula y sonrió también. Los años trascurridos en los rostros de cada uno no importaron para darse cuenta de que sentía lo mismo por ella, como si la memoria estuviese uniendo los dos puntos entre pasado y presente.

—Vamos. Juntos resolveremos esta pesadilla y salvaremos a Rafa —aseguró.

La endemoniada puerta volvía a estar sellada y sus intentos de abrirla fueron en vano, parecía que el tiempo actuaba de cemento impenetrable. Miguel maldijo la puerta y buscó otras entradas posibles en donde su voluminoso cuerpo pueda entrar.

—Miremos en el cobertizo. Recuerdo que Tomás tomó un palitroque de hierro. Debe haber más allí.

Miguel condujo a Úrsula hacia el cobertizo, resguardado del bosque, en donde también estaba el coche misterioso.

Rafa desvió la mirada hacia el suelo, apretando su mandíbula y sintiendo la tensión en sus puños mientras Gabriela seguía a cierta distancia, como siempre la había sentido.

— Es mejor que abusen de uno que ser amable, ¿verdad? — susurró, sus palabras apenas audibles, cortando el inquietante silencio del lugar.

Cada movimiento le recordaba los puntos de sutura que ahora adornaban su abdomen, tirando con cada paso, pero necesitaba salir de allí. La posibilidad de que aquel psicópata, Tomás o lo que fuera que estuviera suelto aumentaban su miedo. En su mente, Tomás empezó a adquirir forma: cómo se burlaba de él, cómo lo desafiaba para exponerlo como un cobarde ante todos.

— Estoy... Estoy harto ya... — no respondió a la pregunta de Gabriela y se fijó en los restos de ropa manchados, reconociendo con horror su naturaleza. — Joder... ¿Qué ocurrió aquí? — arrugó la nariz ante el penetrante olor a alcohol. — Tenemos que irnos... Maldita sea... Maldita sea... — sin esperar a Gabriela, comenzó a subir rápidamente las escaleras.

Las palabras de aquella cosa resonaban en su mente mientras cerraba la herida con movimientos toscos. Entonces, independientemente de si Gabriela lo seguía o no, se dirigió hacia la cocina, siempre y cuando la puerta estuviera abierta.

Gabriela observaba con horror las pruebas de que algo terrible había sucedido en aquel lugar en algún momento pasado. Aquel lugar que de algún modo parecía vinculado a ellos. Quizá les había estado esperando todo aquel tiempo, como si tuviese algo pendiente con ellos. Pero los lugares no piensan, ni sienten, ni padecen. Pero sí quienes los habitan. 

La cabeza de Gabi funcionaba de prisa, divagando sobre diversas posibilidades, sobre Tomás, fantasmas, maldiciones...los arcontes...

Y entonces Rafa estalló. 

-Tranquilo, Rafa. Estás herido. Deberíamos ir a un hospital. Esa herida...

Aquel lugar también le estaba afectado. Pero Rafa no iba a demostrar debilidad. De pronto, su amigo se fue hacia la cocina y Gabi salió detrás de él. 

-¡Espera!-dijo a la par que le seguía. 

De alguna manera Úrsula sintió que todo estaba destinado para que Gabriela y Rafa estén allí, la casa tenía su poderío o al menos eso le pareció a ella. Era extraño que al ser tan vieja y con la fuerza que tenía Miguel, era imposible siquiera romper la puerta, todo parecía extraño, maldito y supo que al menos de momento, el destino no los quería dentro de ese lugar. 

—Venga, vayamos si—dijo sonriendo apenas—. Todo parece que nos aleja de esto, así que mejor te sigo y ya hallaremos la forma de entrar o que ellos salgan, es una locura la situación y ridícula...

La mujer había ingresado cuando era pequeña junto a Rafa, incluso Miguel cuando le abrieron. Pero ahora la casa parecía no aceptarlos, sin importar lo que hicieran o a dónde fueran. Así que la opción de su amigo era la única viable, aunque si fuera por la mismísima Úrsula, tiraba todo abajo hasta poder ingresar. La culpa que sentía por dejar a Rafa solo le carcomía entera. 

Lo que vieron al entrar en la cocina confirmó que la casa parecía estar habitada. El fregadero y las encimeras eran un caos de cacharros sucios, platos con restos de comida en diversos estados de putrefacción se amontonaban sobre la mesa, y el suelo no presentaba un aspecto mejor. Lo único que parecía estar fuera de lugar eran los cuchillos – de diferentes formas y tamaños – que colgaban encima de la cocina, pulcramente limpios y afilados.

El cobertizo parecía hacer las veces de almacén y taller. En una pared había una mesa de trabajo, y en la pared opuesta colgaba una gran cantidad de herramientas. Al revisarlas, entre elementos comunes como destornilladores y martillos, pudieron ver otros utensilios desconcertantes; como cadenas con grilletes, cuerdas manchadas de sangre, e incluso una especie de jaula para colocar en la cabeza. En un rincón, entre otros trastos, había una barra de hierro como la que Miguel había arrebatado a Tomás cuando se encaró con él. Estaba algo doblada y la superficie se notaba deteriorada, llena de arañazos y abolladuras . En uno de los extremos se podían apreciar las huellas sanguinolentas de unos dedos… Miguel tuvo la sensación de que alguien, seguramente Tomás, la había utilizado a consciencia, y no precisamente para abrir puertas.