Partida Rol por web

Maribeth se puso en pie acercándose a su hija. La miró seria y fijamente. 

- Ya ha sido suficiente por hoy. - Le dijo a la niña. - ¿No lo crees? - Le preguntó. - Vamos... - Le dio un pequeño empujón en dirección a la puerta. - Vayamos a realizar nuestras labores y dejemos al consejo que haga su trabajo. - Le sonrió sin maldad alguna. Parecía segura de que Zanthea habría quedado contenta con aquella breve introducción del consejo. - Podemos bordar algo bonito...

¿Bordar algo bonito?

Zanthea miró a su madre con expresión incrédula, pero se cuidó mucho de responder con sarcasmo o una autoridad que aún no tenía. Había aprendido la lección en su último encuentro. De modo que dijo con suavidad:

—Me encantaría, madre. Pero la costura puede esperar un momento, ¿no creéis?

Y entonces se dirigió al consejo.

Zanthea creía que no estaba entendiendo del todo la complejidad de la situación. Pero le parecía obvio que sus consejeros sí y su madre no. No tenía los recursos para ofrecer una solución, pero tal vez podía hacer las preguntas adecuadas.

—Entiendo que el dinero se ha gastado de manera inadecuada en el pasado —aventuró, con algo de timidez—. Pero eso no se puede cambiar, lo que importa es el ahora. ¿Qué podemos hacer ahora para obtener algo de dinero para solucionar nuestro problema y cómo podemos evitar que esta situación se repita en el futuro?

- Siempre se puede quitar dinero de una partida para meterla a otra... - Intervino entonces el consejero de la moneda. - Tenemos reservados fondos para las fiestas de fin de año. - Anotó algo en un papel. - Con eso no será suficiente desde luego, pero si recortamos en otras partidas... - Alzó la mirada brevemete para mirar hacia el consejero de guerra. - ...como en las dotaciones a la mili...li...cia. - Dijo aquello con serio temor. - Igual...

- ¡Otra vez con éstas! - Alzó la voz el ministro de guerra golpeando con ambas manos contra la mesa. - ¿No quedó claro la última vez que propusiste tal atrocidad? - Apretó el puño y el ceño mirando con rabia al ministro de la moneda. - ¡Maldición Arnuel! ¡La seguridad del condado no se toca! ¿Me has oído? ¡No se toca!

- Ya estamos otra vez... - Dijo entones fastidiada la consejera de magia. - Siempre que tocamos ese tema, empiezan los gritos. 

Aquella mujer se puso en pie y se dirigió hacia la salida. Parecía que aquello no iba con ella. Al menos eso hacía entender con su actitud desinteresada. 

- Ésto puede durar horas, cariño... - Le dijo a Zanthea al pasar por su lado.

- ¡Señores, señores! - El consejero de fe trató de mediar entre el consejero de guerra y el de la moneda. 

Arnuel se había escondido en su silla. Parecía mucho más pequeño de lo que era protegido por el respaldo y los brazos del sillón. Aguantaba estoicamente todos dimes y diretes como si una torre de defensa se tratara. Mientras tanto Wigdtom, escupía lagartos por la boca terriblemente enfadado con la situación. Estaba fuera de sí, rojo como un tomate y su peluquín se movía de un lado para otro y de arriba abajo con cada uno de sus aspavientos.

- ¡Por favor, compórtese como caballeros y no como caballos! - Intentaba el pobre Chaurleon poner orden. - ¡Por Seyran y por la futura condensa aquí presente, compórtense!

- Deberíamos pedir un receso... - Sugirió la consejera de Territorio. - Como bien dice Shaha, tienen para rato. - Sonrió. - Vayamos a las cocinas. Igual allí tienen un buen vino con el que poder embriagarnos y que esta estúpida riña cobre cierta gracia. - Miró entonces a Maribeth. - Después de ti, querida...

- No me gusta que tengas que presenciar este tipo de... - Resopló. No encontraba las palabras adecuadas para calificar toda aquella sarta de gritos. Y entonces llegó la propuesta vinícola de Bertza. - Será mejor sí... - Sonrió complacida. - Vamos, Zanthea. Te dejaré probar el vino. ¿No querías jugar a ser mayor? - Le preguntó con cierta guasa.

Zanthea hizo varias notas mentales para su futuro yo. Una, que la animosidad entre el consejero de guerra y el de la moneda venía de lejos, y había que atajarla. Dos, que la maga parecía tener su puesto subido a la cabeza si abandonaba su asiento sin pedir permiso a su madre. Tres, que a la consejera de territorio parecía gustarle mucho el alcohol. Cuatro, su madre era idiota de remate.

—Está bien —dijo Zanthea, viendo que nada útil para su posición podría sacar de la situación—. Juguemos a ese juego, madre.

Fue así como Zanthea probó el vino por primera vez (al menos de manera oficial, pues ya conocía su sabor desde hacia un tiempo), al lado de su madre y de hipócrita de Bertza Ulhim.  Y sí, Bertza era una zorra, pero a decir verdad, no lo pasaron mal durante la hora y media que pasaron en los salones bebiendo vino y tomando un buen aperitivo servido por las cocineras de palacio. Zanthea no era estúpida, aunque aquella rubia encorsetada ganase en las distancias cortas, pues tenía mucha labia y sabía dirigir una conversación hacia su terreno, seguía siendo una mala puta. Y lo que tampoco era Zanthea, era olvidadiza, no señor...

FIN de la viñeta.