Partida Rol por web

La tensión entre madre e hija era cada vez más evidente desde su última gran desavenencia. No se había vuelto a hablar del tema de los asuntos que debía o no tratar la hija menor de edad de la regente, pero tampoco se habían hablado muchas más cosas. Lo cierto era que la relación entre madre e hija se había tornado en saludos por pura cortesía y encuentros rápidos a las horas de las comidas y cena. 

Maribeth Garlun no se sentía cómoda con aquella situación. No era algo fácil para ella dirigir la casa Greyfus, no había sido criada para ello. Su cometido en la vida debía haber sido la gentil esposa de un poderoso noble y la madre de muchos de sus hijos. Sus planes se vieron truncados mucho antes del asesinado de Theod, pues después de Zanthea, su esposo y ella, pese a intentarlo casi a diario, no lograron concebir a un segundo hijo, el varón que debiera asumir la dirección de su linaje una vez faltara su padre. Ahora ya era del todo imposible.

Si algo sabía hacer Zanthea era esperar. Llevaba toda su vida esperando y desde hacía casi cuatro años, esperaba el momento en que cumpliera lo dieciséis años y su madre se viera obligada a cumplir su promesa de permitirle acceder a la dirección del condado. Pero aún quedaban más de dos largos años para eso. No obstante, Zanthea sabía esperar. No así su madre, que veía que los meses iban pasando y su hija seguía enfadada con ella. 

¿Qué diablos importaba aquella estúpida entrevista con una sacerdotisa de una diosa pagana? Desde luego no importaba demasiado. Eso pensaba Maribeth, aunque en el fondo sabía que aquello no había sido más que la gota que colmaba el vaso, después de todos los feos que le había hecho a su hija apartándola de la vida política del condado, que a la postre de su mayoría de edad, sería su responsabilidad.

Y quizás, sabiendo aquello, Maribeth organizó una reunión entre su consejo privado y su hija. Hasta entonces no se había producido nunca un hecho como aquel y si Zanthea conocía los nombres y los rostros de los hombres y mujeres que administraban su condado, era prácticamente por casualidad. Pero finalmente, su madre cedió y la convocó a una de las reuniones semanales en la sala del trono, donde antaño su padre celebrara ese mismo tipo de reuniones con su anterior consejo del que sólo quedaba un nombre, el del consejero de Guerra Wigdtom From, el más veterano de aquel consejo.

Maribeth se sentaba en el trono de su padre. No era un trono real, pero si era un trono. Su padre nunca había sido tan ambicioso como para soñar con una corona, aunque bien podría haber sido un buen rey de haber tenido la ocasión de nacer en la familia adecuada. Era un trono sencillo, de madera de roble y con algunos detalles en dorado y en plata, pero era el trono de su familia, donde se sentó su padre y el padre de su padre y todo sus anteriores descendientes y donde ahora se encontraba la usurpadora Garlun.

- Me alegra encontrarnos aquí hoy, todos reunidos por el bien del condado. - Dijo la presidenta del consejo. - Baratar necesita de gente preparada para salir adelante. Y vosotros sois esa gente. Sois en quien confío el condado. Y ella... - Señaló a Zanthea con la mirada. - ...será vuestra condesa al cumplir la mayoría de edad. Es por eso que he decidido que presencia alguna de nuestras reuniones y aunque no tenga ni voz ni voto todavía, vaya aclimatándose. - Sonrió a su hija. - ¿Estás contenta pequeña?

Zanthea odió a su madre. Se las había apañado para que pareciera el capricho de una niña que no sabía lo que hacía. La joven heredera hizo acopio de voluntad para no apretar los puños y ponerse roja de la rabia. 

Algún día serás tú la que estés encerrada en la torre.

—No se trata de estar contenta, madre —respondió con frialdad—, sino de la satisfacción de aceptar las responsabilidades de mi posición y mis deberes para con el buen nombre de la familia.

Había escuchado aquellas palabras una vez, de boca de uno de sus tutores. No recordaba quién las había pronunciado, pero le había parecido muy largas y cultas. Esperaba que repetírselas a su madre, delante de su propio consejo, fuera como el bofetón que no podía darle. 

Maribeth sonrió ante las palabras de su hija. Se puso en pie y se acercó a donde ella se encontraba. ¿Qué diablos pretendía aquella zorra ignorante? Maribeth se agachó junto a la pequeña y le agarró del rostro dulcemente con ambas manos. Entonces le besó en la frente y volvió a apartarse mientras le miraba con cariño.

- Muy bien mi pequeña. - Dijo entonces. - Veo que lo has entendido. 

Justo después se dio media vuelta y se marchó de nuevo a ocupar el asiento presidencial de aquella mesa. Se sentó holgada en el butacón y miró de nuevo a Zanthea sonriente. Zanthea conocía a su madre. Aquello no había sido el más sarcástico de los teatros, sino todo lo contrario. Parecía que las palabras que acababa de dedicarle su hija le habían parecido bien. Era evidente que su estúpida madre no había captado el significado intrínseco de las mismas. ¿Realmente podía ser tan ignorante?

- ¿Habéis visto que lista es mi pequeña? - Le preguntó al consejo.

- Mi señora... - Intervino Arnuel Tryli, consejero de la moneda. Uno de los más leales consejeros de la regente y también uno de los más lameculos. - ...creo que lo que su hija ha tratado de decir es... - En ese momento fue interrumpido rápidamente por otra de las consejeras.

- ¡Lo que ha querido decir es lo que la regente ha entendido! - Intervino rápidamente la consejera de magia. 

Shaha Mara era sin duda una de las más inteligentes mujeres ya no sólo del consejo, sino de todo el condado. Con ella realmente Maribeth había acertado. También era una mujer que se había dado cuenta de las serias limitaciones semánticas que poseía la regente y ya que tras las afiladas palabras de la chiquilla había entendido lo que había querido entender, era mejor dejarlo así. Si se tenía que estropear de alguna manera, que fuera Zanthea la que volviera a meter baza en el asunto.

- Estamos muy contentos de la inteligencia de su hija... - Le desveló a Maribeth. - Es por ello que es todo un acierto que haya decidido que pueda acudir a las reuniones de este consejo como oyente.

Barton Chaurleon miró a Shaha Mara con expresión de alivio. Parecía evidente que no deseaba que se desatase la tormenta en medio de un consejo. Tenían asuntos más importantes que tratar que las rabietas de la futura condesa y los enfados de su madre. Barton suspiró, habían salvado la primera estocada, aunque era evidente que llegarían más.

- Seyran nos llena de luz y hace que crezcan las plantas y florezcan las rosas. - Soltó de golpe y porrazo. - Veo que su hija y la futura condesa se ha convertido en una dulce florecilla. Eso no quita que tenga un carácter fuerte y decidido. Zanthea, si me lo permitís, estoy seguro de que seréis una gran condesa. Tan grande como lo fue vuestro padre. Así que debéis aprovechar esta oportunidad y aprender todo lo que podáis.

Barton era un clérigo del dios Seyran. Si, el dios principal del condado era una garganturesca bola de fuego que flotaba en el aire orbitando alrededor de Gea e intercambiándose el puesto con Mahaan para que los geasianos pudieran gozar del día y de la noche. Si bien era cierto que la luz del sol calentaba Gea y hacía crecer las plantas, no dejaba de ser una enorme bola de fuego. ¿Tenía voluntad propia? Era algo que mucho ponían en duda, pero no en aquella región.

- Que bonita la niñita... - Bertza le dedicó una sonrisa falsa como ella misma a la pequeña Zanthea.

Un sonrisa que no pudo cambiar cuando Maribeth le dio las gracias por el halago con un leve cabeceo. Por suerte para ella, Maribeth no se percató de nada. ¿En qué estaba pensando aquella zorra? En menos de tres años ascendería al trono del condado y sería ella quien ordenaría y dirigiría sobre aquel consejo y sobre toda la región. ¿Creía a caso esa mujer que Zanthea no olvidaría aquella mirada? 

- ¿Por dónde íbamos? - Preguntó entonces desviando la atención de la niña

- Si... - Dijo entonces el consejero de Guerra. - Teníamos sobre la mesa varios asuntos. El primero y creo que más importante es el de las pérdidas de los campos de cultivos de la zona del valle, tras las inundaciones... - Hizo una pequeña pausa. - Pero antes de eso... - Se puso en pie, se acercó a Zanthea y se arrodilló realizando una reverencia hacia la pequeña de forma muy respetuosa. - Le doy la bienvenida a éste consejo, señorita Greyfus. Es un honor servir a su condado en su nombre y en el de su madre, como ya serví a su difunto padre. - Se puso en pie y miró a la pequeña con orgullo. - Os habéis hecho grande. Ya era hora de teneros en éste consejo.

Zanthea aceptó los saludos con un ademán que esperaba que fuera regio, inclinando la cabeza con dignidad.

—Me honra estar aquí entre vosotros. Os conozco de vista a la mayoría, y me he ocupado de aprender lo que podido sobre vuestros méritos y función en el condado. Sois sin duda grandes profesionales, renombrados en vuestro campo. Tenemos suerte de teneros aquí.

Preparó la daga entre los labios.

—Pero jamás he oído hablar de esta mujer —le dijo a su madre, lanzando la daga en dirección a Bertza—. ¿Quién es y qué servicios nos presta a nosotros y a nuestros súbditos?

Bertza miró a Maribeth Garlun escandalizada. Abrió la boca de par en par y miró incrédula a la niñata que tenía frente a ella. Era evidente que el comentario de Zanthea le había incomodado en gran medida. Podía ser la futura condesa, pero no dejaba de ser una niña malcriada. Giró la cabeza hacia la regente  buscando en ella complicidad y la encontró. 

- iMi señora! - Exclamó asombrada buscando en la madre de la pequeña, una respuesta contundente y proporcional a la ofensa que acababan de realizar contra ella.

- ¡Zanthea! - Reaccionó rápido al comentario de su hija. - ¿Quién te ha enseñado a ser tan impertinente? - Preguntó de forma retórica, pues no le dejó responder y continuó con su alegado. - Bertza Ulhim es una importante miembro del consejo. Es la consejera de Territorio y sus funciones son de los más variado. Desde temas de organización territorial, pasando por conflictos entre vecinos o inversión en infraestructuras urbanas... - Hizo una pequeña pausa que utilizó para lanzar una severa mirada sobre su hija. - ¡Su labor es de las más importantes dentro del condado! No sé que haríamos sin su sabiduría. - Miró a Bertza y le realizó una ligera reverencia con la cabeza. - Pídele disculpas, Zanthea... - Le ordenó.

Zanthea sonrió para sus adentros, pero se cuidó mucho de que se trasluciera en su expresión. La daga había acertado en su objetivo.

La joven heredera parpadeó en un gesto de incomprensión.

-No era mi intención ofenderla-mintió Zanthea-. Al contrario, confesaba mi ignorancia y mostraba interés en nuestra querida consejera.

Y ahora sí, miró a la mujer que había tratado de ningunearla.

-¿Sería tan amable de saciar mi curiosidad, señora Ulhim, por favor?

- Acepto sus disculpas, Zanthea... - Le dijo a la chiquilla y aunque sonaban sinceras, en su tono de voz todavía se notaba algún ligero resquemor. - Soy la consejera de Territorio. Escucho al pueblo y trato de solucionar los problemas que tienen los ciudadanos aportándolos a éste consejo y debatiendo con todos los consejeros. - Hizo una breve pausa. - Como bien ha dicho tu madre, la regente del condado... - Puso énfasis en aquello. - ...algunas de las áreas a las que me dedico son las infraestructuras, la planificación y organización del territorio y los conflictos entre ciudadanos. Espero haber satisfecho tu curiosidad, pequeña...

No te he pedido disculpas —se refociló en su interior Zanthea—, sólo he expresado lo mismo que he dicho antes en otras palabras.

La mujer no se había dado cuenta de la sutileza de su maniobra, lo que significaba que su inteligencia no estaba a la altura de su orgullo. Repasó con la mirada al resto del consejo. ¿Alguien se habría dado cuenta de su jugada? Su madre no, desde luego. Quizá la señora maga.

—Habladme de las inundaciones del valle —dijo, cambiando bruscamente de tema y con el propósito de demostrar lo preparada que estaba para asumir el cargo guiando la conversación.

- Pues veras... - Respondió rápidamente aquella impertinente mujer. - ...esa es una de mis atribuciones. - Sonrió con cierta prepotencia. - Consejera de territorio... - Sonrió de forma más amplia mientras levantaba ambas cejas y entrecerraba los ojos. - Pues bien, sabíamos que con la temporada de lluvias, era muy posible que se desatasen tormentas fuertes y elevaran el caudal del río. - Miró entonces al consejero de la moneda. - Lo advertí y quise que se construyera una presa, pero...

En ese momento intervino el consejero de la moneda. Aquel hombre que se había mantenido clamado hasta entonces se puso en pie y golpeó furibundo con las dos manos planas sobre la mesa. Encaró con su cuerpo a la consejera de territorio y clavó sus ojos llenos de ira sobre ella. 

- ¿Qué vas a decir? - Le preguntó a gritos. - ¡Vamos! ¿Qué vas a decir? - Le preguntó terriblemente enfadado y lanzando saliva cada vez que abría la boca.

- ¡Señores, por favor! - Se interpuso entonces el consejero de Fe y Dogma. - Tengamos la fiesta en paz. Ya sabemos lo que sucedió. - Miró a uno y luego a la otra. - ¿Pudo evitarse? Si. ¿Pudo preverse? También. ¿Había capital para las obras? No... - Miró en esta ocasión a Bertza. ¿Verdad que no?

Ella asintió y el consejero de la moneda, algo más calmado y con los brazos cruzados se sentó de nuevo. Seguía enfurruñado, pero ya no escupía su ira por la boca.

- Por lo tanto... - Fue a concluir algo, pero no le dejaron. Otro de los consejeros tuvo que lanzar su opinión.

- Por lo tanto... si se gastase menos en festejos. - Soltó un leve gruñido. - Y más en infraestructuras y en ejército. - Meneó la cabeza de lado a lado. - Igual otro gallo cantaría. Es más, si hubiéramos tenido más guardias en vez de tanto vino, puede que el señor todavía estuvie... - Miró a Zanthea y se contuvo. - Está claro que si se gastan cuatro de cada diez monedas en celebraciones, luego no da para otras cosas...

- Y así se pasan toooodo el día. - Dijo la consejera de magia. - Perdemos mucho tiempo en menudeces. A los hechos me remito y bueno... - Se frotó las manos. - Lo hecho, hecho está. Ahora toca buscar soluciones. - Miró a Maribeth. - La magia puede jugar un buen papel en este sentido. Puedo hablar con la cofradía. Supongo que estarán dispuestos a ayudar al condado. - Se puso más seria. - No será barato, pero si efectivo y desde luego si será barato en comparación con lo que podría costar solucionar el problema de otra forma...