Partida Rol por web

JARDÍN INTERIOR ESTE:

INVIERNO, AÑO 4711 RA.

QUINTO DÍA SIGUIENTE AL DESPERTAR. FECHA PROBABLE: 8 DE ABADIO.

POR LA MAÑANA.

Enterrador tornó su atención a Tormento, apercibiendo su pregunta. Puso una mueca y termino negando.

- En grandes cantidades el vapor de azufre produce asfixia. Lo recomendable es salir de ese núcleo de gas y buscar aire fresco cuanto antes. Un paño humedecido en agua haciendo de filtro en las vías respiratorias te puede proporcionar unos momentos adicionales de aguante. Pero por medios naturales, ordinarios o alquímicos... desconozco ninguna manera de obviarlo - manifestó el conocedor de alquimia.

- Por otro lado mira - indicó toda la enorme sala, inundada de nubes amarillas -. A priori nadie parece asfixiarse. Por tanto estas nubes deben ser sobrenaturales y su actual función no parece ser el ahogar a la gente. Mas tarde o en otro lugar... quien sabe - terminó encogiéndose de hombros, dando a entender que aunque la observación de Tormento era buena, por ahora era solo una especulación la cual solo podían desear que no se hiciera realidad.

JARDÍN INTERIOR ESTE:

INVIERNO, AÑO 4711 RA.

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POR LA MAÑANA.

—Las veces que las nieblas me han apresado para venir a este lugar, no he sentido ningún tipo de asfixia. No he sentido nada físico realmente, es complicado de explicar.

Velkan hubiera querido profundizar más en la experiencia, explicar a sus acompañantes como era el viajar de un lado a otro por si alguno con la información podía deducir algo más, pero no iba a ser el caso. Mientras esperaba a que el doctor hablara acerca de los habitos de la presa y las posibilidades de darles algún tipo de material médico Velkan continuó sumándose a la conversación del grupo.

—No sé nada de ese Andrajoso pero no parece que haya muchas opciones. Tampoco sé el tiempo que voy a permanecer aquí pero para matar a cualquiera de los dos voy a ser más útil que Alexei. Así que propongo que nos demos prisa en ir a matar a ese loco.

LA PESADILLA INTERMINABLE:

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MEDIA MAÑANA.

- "Sobre el Hombre Andrajoso puedo deciros que mucha gente por aquí ha estado teniendo el mismo sueño acerca de una cosa esquelética con harapos amarillos que les daba caza. Dicen que si te mata en sueños, te revela quien eres realmente. Algunas veces eso es un cadáver, otras veces es algo peor. En cualquier caso, a todo el mundo le aterra dormir, temiendo las pesadillas. Lo peor es que dicen que el Hombre Andrajoso trabaja para Zandalus. Esa es otra razón por la que nadie se atreve a desafiarle, no sea que les envíe a su asesino de los sueños.

El Oropimente creo que es, en efecto, un mineral amarillento. Zandalus ha llamado a su secta los Apóstoles de Oropimente, son sus seguidores. Algunos se han creído de verdad su credo de que los sueños son profecías y de que las visiones de Zandalus presagian un gran cambio, pero muchos otros sólo están asustados, son antiguos pacientes que necesitan tratamiento.

Los muertos con bolsas en la cabeza son las víctimas de Aggra Loomis. Ella es una de los pacientes del asilo verdaderamente peligrosos. Hace muchos años, asesinó a muchas personas en Rozenport. La llamaban la Dama de la Bolsa, pues siempre envolvía las caras de sus víctimas. Parece ser que estuvo en dfiferentes prisiones y hospitales, hasta acabar finalmente en Briarstone. Ahora debe de tener cerca de setenta años, pero todavía es tan fuerte como un diablo. No la subestiméis si os la encontráis.

La niebla amarilla en sí es inquietante, pero creo que no es peligrosa. Al parecer Zandalus encontró alguna rompa de romper la frontera entre el sueño y la vigilia. La niebla es un resultado. Algo que se derrama desde el reino de sueños al que haya accedido. La niebla no es el problema, sino las cosas que vienen con ella. Cosas extrañas, como sacadas de las pesadillas de la gente. Las peores parecen contentas con permanecer dentro de la niebla, pero he visto algunas formas extrañas deslizarse hacia el asilo, cosas que a duras penas puedo acertar a describir." -

LA PESADILLA INTERMINABLE:

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MEDIA MAÑANA.

- Azufre...- murmura con el ceño algo fruncido el nigromante, sabiendo que debía haber conocido la respuesta. Después de todo, sus conocimientos alquímicos no son precisamente escasos. Debo estar más despistado de lo que creía. Piensa para sí, para luego asentir- Gracias, Anselmo, tienes razón. No se como he podido olvidar algo tan básico. En todo caso...- vuelve a mirar al doctor- creo que no tenemos más remedio que intentar eliminar a Zandalus y, probablemente, a sus seguidores más fanáticos, Dama de la Bolsa incluida. Y para eso debemos llegar al piso superior, preferiblemente, evitando combates innecesarios y llamar la atención. Vos lleváis algunos días aquí. Abusando de vuestra bondad, ¿alguna idea de cuando y por donde acceder al piso superior sin llamar la atención y sin tener que combatir?

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MEDIA MAÑANA.

- "Lo cierto es que tengo un plan, aunque es un plan peligroso. Vosotros parecéis lo bastante fuertes como para eliminar a algunos de los guardias de Zandalus, pero hay demasiados. Incluso si acabarais con todos, el propio Zandalus se encuentra a salvo en un laberinto de niebla escaleras arriba. Así que, en mi opinión, el único modo de salir de aquí es librarse de esa niebla, y tengo una pista de cómo hacer eso.

Zandalus llama a sus más devotos acolitos sus oneirogens. La mayoría están encerrados con él arriba, pero al menos uno de ellos vigila la torre noroeste. No sé lo que hace allí, pero creo que está solo. Si vais a por él, posiblemente podáis obtener de él algunos de los secretos de Zandalus, puede que incluso averigüéis cómo libraros de esta horrible niebla. Una vez que no haya más niebla, lo que hagáis con Zandalus ya es cosa vuestra." -

El Doctor os indica en vuestro mapa, dónde está la torre noroeste. Por lo que véis hay unas puertas al noroeste de esta gran cámara donde está el campamento principal de los Apóstoles. Luego es cruzar el Ala Norte, que sin duda no estará exenta de peligros, hasta llegar a la torre noroeste.

- "No tengo demasiados suministros de los que pueda desprenderme, pero si pretendéis acabar con esta pesadilla puedo daros una Poción de Curar Heridas Moderadas y una Pocion de Extirpar Enfermedad. Vuestro anciano clérigo parace febril y enfermo." -

El Doctor suspira y finalmente dice:

- "Os puedo acompañar hasta las puertas que conducen al oeste, pero no más allá. Habrá que actuar con disimulo y cruzar cuando los fanáticos no estén mirando en vuestra dirección." -

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MEDIA MAÑANA.

Sebastián Moro cerró los ojos y agradeción a Farasma la ayuda con una plegaria silenciosa. Cuando más perdidos estaban, el doctor Elbourne les indicaba el rumbo. Debían resistir como aquel doctor había resistido. Tomó las pociones que les tendía y asintió. - Gracias por su ayuda. Necesitaremos todo cuanto nos pueda ofrecer. Ahora guíenos hasta las puertas e indíquenos como llegar a la torre.

El sacerdote tenía motivos adicionales para agradecer su ayuda al doctor, ya que comenzaba a sentir el avance de la fiebre y dudaba si podría aguantar mucho más antes de sucumbir. Cuando cogió las pociones su pulso tembloroso delató los estragos que estaba causando la enfermedad en él.

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MEDIA MAÑANA.

Enterrador asintió conforme Elbourne iba dándoles más información y desgranando un posible plan de acción. Finalmente otorgó dos pociones de curación que Anciano Sabio tomó.

Anselmo enarcó una ceja al viejo clérigo cuando este tomó los frascos con lamentable pulso y sin dudarlo le quitó uno de las manos, el de curación de heridas, sosteniéndolo y dejándo al sacerdote solo con una poción.

- Padre Moro, no esperéis eternamente. Bebeos la poción del doctor para erradicar vuestra enfermedad - dijo el enterrador. Durante el paso de los días la enfermedad adquirida por Anciano Sabio había hecho empeorar su estado de salud de manera evidente. Si aquella poción lo devolvía a un estado de normalidad sería de gran ayuda.

El viejo sacerdote no se demoró y así lo hizo. Con expectación, sin duda como el resto, esperó los resultados de mejoría en el anciano.

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MEDIA MAÑANA.

Silencioso y paciente, Velkan escuchó todas las palabras del Doctor y pese a que puso mucho interés no fue capaz de entender todas aunque sí las que consideró más importantes. Había varios enemigos que abatir y algunos de ellos eran peligrosos, lo bastante peligrosos como para que sufrieran en combate. Aunque el grupo estaba mejor equipado que la primera vez que las nieblas le llamaron, no se podía decir que fueran un grupo de choque. Quizás ese fuera el motivo principal para que él estuviera allí, necesitaban su hacha y él no iba a contenerse.

—Estoy listo. Vayamos a ver a ese acólito y saquemos toda la información que podamos.

El salvaje apoyó el hacha sobre su hombro izquierdo mientras se cruzaba de brazos esperando al resto. Se encontraba algo más perdido que de costumbre pues al haber llegado por las nieblas, desconocía la correcta disposición del lugar y por eso al ver el mapa tardó algo más de lo previsto en situarse y entender el camino que iban a seguir.

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MEDIA MAÑANA.

Palabras, palabras, palabras. El tiempo discurría y ellos permanecían allí, quietos, sin moverse, quizá sin un destino claro pese a que su objetivo sí lo era. ¿Qué nuevos peligros les quedaban? ¿A qué nuevas amenazas deberían enfrentarse? Lo ignoraba, pero sí le quedaba algo claro. Cuando cruzaran aquel campamento para avanzar hacia su enemigo, no habría vuelta atrás, no habría refugio al que regresar a restañar sus heridas.

Aquella era su realidad presente. Y no le importaba. Estiró el cuello y lo giró a un lado y a otro, haciendo que sus vértebras crujieran, relajando la tensión de su cuello. Tras ello, y con un gesto de cabeza a sus compañeros, avanzó hacia su nuevo destino, a la que sin duda era una nueva boca de lobo, de fauces oscuras y colmillos afilados.

Se fundió con las sombras y se hizo uno con el silencio y como una voluta de niebla amarillenta recorrió la distancia marcada. Cuando llegó, suspiró quedamente. Echaba de menos su cilicio, echaba de menos el dolor autoinfligido que lo conducía al equilibrio, a la frialdad mental, a la pureza.

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MEDIA MAÑANA.

Gracias a la inestimable ayuda del doctor Elbourne cruzaron el campamento sin incidentes. Al otro lado se encontraba la amplia cocina del sanatorio. El lugar que antes bullía de actividad entre calderos y alimentos, ahora presentaba un estado de abandono. Sin duda la cocina había sido el primer sitio en ser saqueado y el botín de alimentos el tesoro más preciado tras el terremoto. Y sin embargo podía notar en la estancia una presencia. Sebastián Moro se detuvo en seco y dio el alto al grupo. - ¿No lo notáis ? No estamos solos. - dijo señalando el extremo oeste de la cocina, por el que tenían que pasar obligatoriamente. Trató de agudizar los sentidos sin que sus ojos ni oídos pudieran percibir una persona o animal en aquel lugar. Aún así, podía sentirlo de algún modo. Una presencia sobrenatural era algo que no podía sorprenderle después de todo lo visto, así que lo planteó sin ningún reparo al grupo. - No sé qué es compañeros, pero sé que no está vivo y tampoco está muerto, al menos no ha alcanzado el descanso que le corresponde ni ha acudido a su cita con Farasma. Temo que sea hostil, preparémonos. 

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MEDIA MAÑANA.

Siguieron al Doctor Elbourne entre las nieblas sulfúricas y trataron de evitar contacto visual con otros cultistas, especialmente los más beligerantes. Enterrador tenía cierta habilidad en ello. Tal vez por su experiencia ocultándose y emboscando seres vivos o muertos durante las nieblas nocturnas en su cementerio de Karkau, aunque no lo recordara.

Casi a la salida el grupo fue interceptado por uno de los cultistas violentos.

Maldición, pensó el enterrador, temiendo que tan cerca de la salida iban a tener que terminar por combatir. Afortunadamente el bueno del doctor logró confundir al fanático, dando tiempo para que el grupo se alejara. Anselmo torció el gesto y asintió en gratitud, a lo lejos, al sanitario que tan bien les había ayudado. Le hubiera gustado darle la mano y despedirse de una manera aceptable, pero no había opción. Tendría que esperar a más tarde. Si sobrevivían.

Nada más abandonar el campamento se adentraron en unas grandes cocinas. A pesar de estar dañadas por los derrumbes y los fuegos apagados, a pesar de aparentar estar todo abandonado... no pudo por menos que sentir la presencia de algo maligno que allí moraba, asintiendo con la cabeza al aviso de Anciano Sabio que también debía haberlo percibido.

- Es un ambiente opresivo y frío. Propio de lugares donde moran fantasmas, espectros y apariciones - afirmó el hombre con conocimiento de causa, aunque no era capaz de recordar sus experiencias pasadas -. Se nota ira y odio en el ambiente. Probablemente no haya opción de poder pasar sin combatir - opinó temiéndose lo peor.

Desenfundó su daga mágica y caminó situándose delante de Nigromante, demasiado adelantado para su gusto. Aunque si de una aparición se trataba... podía manifestarse donde se le antojara ya que las barreras físicas, por lo general, no suponían un gran impedimento para dichos seres.

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MEDIA MAÑANA.

Tormento respiró para después directamente husmear como un perro de caza. Conocía aquel olor. Era el olor de la ira, del deseo de venganza, del sentimiento de traición. Su mirada aparentemente ciega atravesó la oscuridad y alcanzó a vislumbrar lo que ni siquiera era visible salvo para el ojo de la mente.

-Hubo una muerte. Violenta. Un asesinato. Allí, al noroeste -dijo señalando con un dedo en aquella dirección-. El espíritu del hombre asesinado aún mora aquí, devorado por el sentimiento de traición, peligroso, letal -la voz del mortiifcador resonaba grave entre los ecos de aquella cueva de escombros que en un día fue una cocina-. Ese modo de aferrarse a este lugar... intuyo que era uno de los cocineros. No uno cualquiera. El que ostentaba al posición más alta. Si avanzamos hacia la puerta del oeste, nos atacará. Yendo al máximo de nuestra velocidad, nos expondremos a un único ataque. La dureza del mismo... dependerá del peso de la maldición que recae en ese espíritu vengativo. Si halláramos su cuerpo y le diéramos sepultura, reposaría en paz y su triste sino desaparecería. Pero ignoro dónde puede hallarse el cuerpo y si tal cosa pueda ser una tarea sencilla de acometer.

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MEDIA MAÑANA.

No lo tenía nada claro el nigromante y lamentó, por un instante, no haber memorizado esa mañana el truco de detectar muertos vivientes. Ya era tarde para llorar por lo que no tenía remedio, sin embargo, y tras un gesto de rabia y fastidio logró controlarse y mirar a sus compañeros, mientras se ponía en guardia, preparado para lo que pudiera venir.

- Si es vuestro deseo, a pesar de no escuchar nada ni sentir nada, puedo preparar mi magia para intentar ahuyentarlo cuando aparezca- indicó- Pero es dudoso que funcione, y tampoco tengo nada claro que pueda hacerlo antes que ataque a cualquiera de vosotros.

LA PESADILLA INTERMINABLE:

INVIERNO, AÑO 4711 RA.

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MEDIA MAÑANA.

Gabriel era metódico en el análisis. La observación de los detalles, las inherentes conexiones entre datos aparentemente inconexos. Él era, había sido, seguía siendo... un Buscador de la Verdad. Una verdad que ahora resultaba esquiva y carente de forma, como un espejismo. La locura de este lugar se estaba apoderando de sus compañeros. No cabía duda. Antes había visto al Anciano detenerse sin motivo aparente. Ahora varios señalaban un lugar del cuarto... 

-No sé qué ven vuestros ojos, dijo con suspicacia en su voz. -Allí no hay nada. Dudaba de si alguno ya estaba afectado por algún hechizo o maldición. O peor. Que tal vez alguno de ellos era en realidad parte de este grotesco entramado que les mantenía presos de una demencia que desembocaba en la muerte y en la locura. 

El Buscador se aferró a sus armas, pero en aquel momento temía más a los que le acompañaban que a cualquier enemigo invisible que ellos eran capaces de imaginar. Aún así, no iba a quedarse atrás. No podía enfrentarse a los horrores de aquel lugar solo. 

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MEDIA MAÑANA.

- "Aún sigo bastante herido por el ataque de ese espantoso bicho volador sin rostro. No me gustaría volver a sufrir daño si puedo evitarlo, puede que esta vez no sobreviviera.

¿Y si exploramos primero las puertas que dan al Sur?" - Señala con el pico y un ala a las dos puertas al sur de la cocina. Tal vez den a las despensas o a algún otro lugar.

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MEDIA MAÑANA.

No dijo nada ante la ceguera de los otros ni sus reticencias. Las palabras del cuervo poseían cierta sensatez y antes de enfrentarse a una batalla de desconocidos resultados, no sobraba una labor de investigación que quizá diera con el cuerpo del cocinero jefe.

-Investiguemos pues esas puertas.

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MEDIA MAÑANA.

Enterrador observó las puertas que indicaba el cuervo de Nigromante. Tal vez sirviera para atajar y bordear el lugar donde se sentía la presencia atormentada o tal vez les condujera a una comprensión y solución respecto al espíritu. Fuera como fuese, el vigilante, haciendo caso del pájaro parlanchín, se aproximó a la puerta sureña más cercana, junto a Tormento, realizó un gesto mudo pidiendo silencio, y trató de percibir cualquier tipo de sonido, olor o sensación captable.

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MEDIA MAÑANA.

El Buscador apretó con fuerza su daga. La puerta estaba a punto de abrirse, y al otro lado les esperaba una nueva lucha. Un nuevo desafío. Solo en el combate podían sentirse libres de la locura que les acechaba en este lugar, precisamente porque en la contienda se olvidaban de la razón y se dejaban llevar por sus instintos. Aún sin recordarlo, todos habían luchado y habían matado antes de despertar en este manicomio.

-Listo, Anciano, asintió con la cabeza a su compañero que se preparaba para abrir la puerta. Gabriel estaba rodeado de grandes luchadores, y confiaba en Tormento para llegar a los posibles rehenes lo antes posible. Sintió el subidón de la adrenalina en el instante previo al comienzo, cuando la puerta comenzaba a abrirse...

Ahora...

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MEDIA MAÑANA.

Aún Dyonisius estaba dudando cual era el mejor rumbo de acción. Lo cierto era que cada combate innecesario los retrasaba. Sin embargo... era indiscutible que su cuervo precisaba ayuda. Acarició, distraído, la garra del córvido, pretendiendo darle seguridad, y asintió, más para sus adentros que de otra forma. Quizás en esas puertas al sur estuvieran los restos del cocinero y, dándoles paz, pudieran calmar su espíritu atribulado.

Eso para el caso que existiera el mismo, cosa de los que el nigromante no tenía la menor prueba, hoy por hoy.

Herido como estaba, no se ofreció a cargar, ni a abrir la puerta, esperando en su posición retrasada hasta que Hombro Izquierdo le avisó de la probable intención de uno de esos cultistas bastardos. Sin dudar se movió hasta la puerta que daba al oeste y que hubiera servido para entrar en la estancia desde allí. Había que evitar que buscaran refuerzos y, con todo lo que ocurría en este lugar demente y horrible, confiaba que los gritos y sonidos de lucha fueran obviados, o tragados por la niebla.

ALA NORTE, LA PESADILLA INTERMINABLE:

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MEDIA MAÑANA.

Una vez el cultista superviviente fue atado y amordazado, Sebastián Moro trató de transmitir a la joven cocinera que esto no iba con ella y no tenía nada que temer. La invitó a sentarse para que estuviese lo menos incómoda posible. También hizo uso de "Buen descanso" para ayudarla a relajarse.

-Perdone que hayamos irrumpido de esta forma tan violenta señorita Garidine. Como podrá entender, las circunstancias son extremas y no podemos correr más riesgos que los necesarios. Intentamos acabar con esta pesadilla y para ello tengo que pedir tu colaboración. Sabemos que hay una aparición, ya nos hemos encontrado con otras antes y en cada caso había una forma de devolver la paz al espíritu y, por decirlo de algún modo, romper el encantamiento. ¿Qué puedes decirnos de la aparición?¿Cómo era en vida y qué era lo que más temía? Quizá hubiese algo a lo que tenía gran apego.