Partida Rol por web

In Hoc Signo Vinces

El águila sobre el nopal

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11/03/2009, 23:49
Director

Tras la masacre de Cholula, los españoles prosiguieron su lenta marcha a través de las montañas. Sobre sus espaldas y sus conciencias, cargaban con la pena de haber cometido tal barbaridad. La enorme ciudad, el más importante centro ceremonial de aquel imperio, había sido convertida en un cementerio. Alvarado, con las riendas de su yegua tomadas en la mano y abrigado de pieles, caminaba con la conciencia tranquila, pero era el único.

Cortés y los demás, solo podían contentarse pensando en que los aztecas le habían preparado una emboscada, y que ellos solo se habían adelantado. Sin embargo, a decir del padre Olmedo y el guía Salazar, nada justificaba aquella matanza salvaje. Hasta que no cayó la noche, la matanza no se detuvo: niños, mujeres, ancianos... todos perecieron bajo el acero europeo y la obsidiana tlaxcalteca.

Las montañas eran escarpadas, y el frío se hacía intenso. Como en el paso de Nombre de Dios, se enfrentaban de nuevo a la naturaleza más inhóspita y salvaje. Cortés miró a aquella enorme cima nevada de la que salía humo, intrigado. Había enviado a tres españoles a explorarla. Al final, solo regresó uno: Montañez. Trajo consigo grandes fardos llenos de azufre, muy necesario para fabricar pólvora. Contó que el resto de sus compañeros habían perecido a causa del humo, pero que él había visto más allá de las montañas un gran valle con un lago y una ciudad sobre él.

Los españoles murmuraron por aquello, pero continuaron su viaje a través del que sería nombrado desde entonces como "Paso de Cortés", descendiendo nuevamente hacia la calidez de un gran valle.

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12/03/2009, 00:02
Director

1 de noviembre de 1519

La hueste cortesiana marchaba a través de aquel cerro, enfilando el camino que daba acceso al valle de México, el corazón del imperio de Moctezuma. Los caballos arañaban el suelo con sus pezuñas, y las ruedas de los cañones se deslizaban pesadamente tiradas por los porteadores indígenas, algunos de los cuales tenían en su cuerpo signos de congelación. El alferez del Corral sostenía la bandera con el signo de la cruz y la vieja leyenda latina que hubiera dado el triunfo al emperador Constantino en la batalla del puente Milvio "Con este signo, vencerás".

Los tlaxcaltecas cerraban la marcha, ordenados, orgullosos y disciplinados. Eran los primeros de su pueblo que habían conseguido acercarse tanto a la capital de sus odiados enemigos.

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12/03/2009, 00:08
Doña Marina

De repente, en la estribación de la loma y la vanguardia de la columna, doña Marina se separó unos pasos, acercándose al borde del precipicio. El viento meció suavemente el pelo de la méxica, y sus ojos refulgieron con un singular brillo de admiración y orgullo. Su dedo señaló al horizonte.

-Tenochtitlán.

En el lago Texcoco, una enorme ciudad se alzaba, conectada a tierra por tres grandes calzadas. La urbe era enorme, mucho más grande que cualquier ciudad europea que los conquistadores pudieran conocer. Parecía estar llena de templos y casas, surcada de canales a modo de Venecia, palacios y otros grandes edificios que no se distinguian bien en la lejanía.

Pero las maravillas no terminaban allí. Más allá de la camina humeante de los teocallis* y las calles de la ciudad, sobre el lago, se alzaban islas artificiales que eran verdaderos campos de cultivo. Y por si fuera poco, en las orillas de aquel lago surcado de canoas, varias ciudades casi tan grandes como la del lago.

Notas de juego

*Templos

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12/03/2009, 00:15
Pedro de Alvarado

Alvarado había besado la mano de su esposa por última vez, antes de picar espuelas y dirigirse hacia la cabeza de la columna, donde se reunió con las siluetas silenciosas y espectantes de Cortés y Sandoval, montadas en sendos corceles.

Miró sus rostros un momento, intrigado por aquel mutismo súbito. Luego, miró en la dirección hacia la que ellos lo hacían, y hacia la que todos los soldados miraban. Apretó demasiado las riendas de su corcel, que manoteó poniéndose de lado. Sus ojos estaban abiertos de par en par.

-Jesús, María y José... -dijo.

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12/03/2009, 00:19
Gonzalo de Sandoval

Sandoval se mantenía callado, examinando aquella aparición. De repente, se sintió muy jóven y lejos de casa. De un modo inconfesable, un escalofrío de pavor le recorrió la espalda. Ellos eran muy pocos, y estaban muy lejos de la costa. Pensó que había muchas cosas que no había vivido todavía, y que podía vivir. Y pensó también que quizá había sido una locura seguir a Cortés en aquella aventura.

Tuvo la certeza de que, si no él, muchos de aquellos hombres morirían... y pronto.

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12/03/2009, 00:26
Hernán Cortés

Solo un español no se estremeció ante la visión de aquel poderío. Solo uno.

Hernán Cortés miraba fijamente a la ciudad que debía ser suya, la ciudad que debía regalar al rey Carlos. Aquella era su oportunidad de llegar todo lo lejos que el gobernador Velázquez había querido impedirle. Aquella era su oportunidad para recibir de un rey agradecido los honores que le había negado su hidalguía segundona.

Tan solo se lamentaba de tener tan pocos hombres para combatir.

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12/03/2009, 00:31
Gonzalo de Sandoval

Sandoval se acercó a la mula, la yegua del capitán general, y miró a los ojos de Cortés.

-Excelencia. Creo que quizá no ha sido buena idea llegar hasta aquí en pie de guerra. Quizá deberíamos... retroceder.

Los capitanes presentes miraron en dirección a don Hernando, que se mantenía serio.

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12/03/2009, 00:32
Hernán Cortés

Cortés miró los ojos de aquellos hombres. Fieros castellanos, conquistadores sedientos de gloria, mercedes y oro. Parecían niños asustados. En ese momento, fue consciente de que había nacido para vivir aquel día. Sonrió de medio lado, pues, con una mueca socarrona, volviendo a mirar a la ciudad.

-Erráis, don Gonzalo. No venimos en son de guerra, sino en son de paz. Iremos a parlamentar con el emperador Moctezuma y le presentaremos nuestros respetos como embajadores de su católica majestad.

Aquellos hombres miraron de nuevo hacia la ciudad. Aquella era una treta, una argucia. La misma argucia que había tenido el emperador disculpándose por la iniciativa de sus súbditos de Cholula, y presentándolos como rebeldes que habían actuado sin su consentimiento.

-Y parece -añadió- Que no estaremos solos.

Todos miraron entonces hacia un camino en las lomas, a la derecha de su posición. Una columna de españoles avanzaba. Todos pensaron en que al fin el capitán Núñez de Oviedo había conseguido unírseles.

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14/03/2009, 23:38
Director

Los españoles miraron hacia los recién llegados, pero no él.

El sargento Carlos Cabal miraba aquella inmensa ciudad con seriedad, mientras el viento desordenaba sus cabellos. Lo hacía con el pecho henchido, sin acobardarse. Él veía, como Cortés, muchas cosas en aquella pavorosa inmensidad.

De repente, recordó su niñez, y el combate contra los caballeros franceses que pudo presenciar en suelo italiano cuando acompañó a su difunto padre. Las picas españolas se abatían para recibir a la gendarmería francesa, que avanzaba haciendo retumbar la tierra con un siniestro rechinar de acero presto para la matanza. Los lansquenetes alemanes huyeron tras la carga, y solo la infantería española, arcabuceando a quemarropa a los franceses y recibiéndoles con las moharras de sus picas, pudo salvar el día.

No sabía por que aquellas imágenes acudían a su mente, pero sin duda le dieron en que pensar. Él había luchado desde hacía demasiados años en aquellas tierras dejadas de la mano de Dios, llenas de indios hostiles y terribles enfermedades. ¿Qué había sacado de todo ello? El oro y los esclavos siempre eran para los mismos: los hacendados, los encomenderos, los potentados. Como en su Córdoba natal, su largo paso por las Antillas tan solo había trocado el calor y el polvo del Norte de África por otra suerte de via crucis.

Recordó a su hermana el día que regresó victorioso de Trípoli. Estaba junto al ventanal, mirando hacia afuera, y apenas volvió el rostro para mirarle. Iba a casarse con un noble y déspota viejo, en un último y desesperado intento por que la familia Cabal recuperara algo de su marchita dignidad y grandeza.

Aquellos pensamientos le arrancaron algunas lágrimas, que sorprendieron a los hombres bajo su mando. Por que, para él, aquella era la oportunidad, su oportunidad. En ese momento, comprendió que todas las lealtades que le habían llevado hasta allí no eran menos importantes que el verdadero objetivo de su vida: el honor y el renombre de su familia. Su honor y su renombre, que podía ser eterno en aquellas tierras. Ahora si, tal y como había dicho Cortés, se le presentaba delante un gran premio, pero era preciso ganarlo con incesante sufrimiento. Todos los indios del mundo se le dieron en ese momento una higa. Comprendió que había dejado de ser un soldado del rey. Ahora era un conquistador, y su meta era ganar aquel mundo, aunque fuera a punta de espada, para entregárselo después a un rey agradecido que le colmara de mercedes.

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15/03/2009, 00:00
Director

Tras un largo camino, las tropas de Cortés se recortaban en el horizonte, frente a la peligrosa visión del valle de México.

Juan Núñez de Oviedo, héroe de las Antillas, lideraba aquel variopinto grupo de españoles. En total, no eran más de 50 soldados, acompañados por un centenar de indios cempoaltecas que tiraban de los pesados cañones y el bagaje que cargaban en abundancia. El de Oviedo frenó su montura, admirando el espectáculo del ejército de Cortés. 500 españoles, acompañados por casi el triple de indios tlaxcaltecas, una fiera tribu que les ayudó a llegar hasta allí en su largo camino.

Alfonso Castellar de Muñéjar se detuvo al lado de su eventual capitán, más serio. Él pensaba en el duro camino que habían recorrido, y en el combate en el paso, donde los indios estuvieron a punto de superarles. Perros méxicas traidores. Agasajaban a Cortés y atacaban a sus compañeros, amparándose en la distancia. Pero a todo cerdo le llega su San Martín.

Carlos Ruíz Mendez e Ignacio Torrejón tenían menos preocupaciones, excepto las médicas. El largo camino había hecho que la mayoría de los soldados sufrieran molestas ampollas en los pies, que precisaban tratamiento. Algunos indios enfermaban también de fiebres, más virulentas contra los españoles que sobre los primeros. Sin embargo, para Torrejón cada jornada era una aventura. Se había propuesto tomar nota de todo cuanto veía y lograba entender sobre la fascinante y peligrosa cultura que estaban explorando. Su diario, hecho de pergamino, tenía ya casi cien folios.

Cuatro soldados se mantuvieron callados, mirando a la enorme ciudad del lago con sentimientos diversos. Para el viejo arcabucero Manuel Tejedor, aquello no era menos impresionante que la vista de la ciudad de Roma remontando el Tíber desde el puerto de Ostia, ni otras grandes cosas que pudo presenciar en su estancia italiana.

Diego Ramínrez pensaba que el destino era un perro traidor. Había trocado la esclavitud en una nave y la prisión en España por una muerte casi segura. Se estaban metiendo en la boca del lobo, y él no tenía ninguna gana de ejercer el papel de víctima en aquella representación. Tal vez bastara la fuerza de su brazo y algo de acero toledano para domeñar aquellas indómitas tierras.

El cabo Loyoza, hidalgo altivo, admiraba el paisaje pensando en que la vida da muchas vueltas. Allí estaba él, tras un naufragio, ante la mayor ciudad del mundo y presto a hacer historia junto a un puñado de españoles. Aunque, pensó, quizá acabaran todos muertos y nadie recordaría sus hazañas. Todo sería cuestión de echar valor y astucia al asunto.

El también cabo Dorantes, se mantenía callado al lado de sus compañeros. Intentaba dárselas de duro, haciendo ver que todo aquello no le impresionaba. En realidad, odiaba demasiado a los aztecas como para admitir más consideraciones. Estando más españoles, la masacre era más que posible. Eso le contentaba.

Fray Santiago de Herrera clavó su cayado en suelo y dió un paso más, fijando las alpargatas sobre la roca del repecho. Marchaba a la derecha de los soldados, con ritmo incansable y guiándose por la fuerza de su fe. Vigilaba de vez en cuando que nada faltara a los hombres, tanto españoles como indios, ya que había bautizado a estos segundos y trataba cada día de instruirles en la verdadera religión y gracia de nuestro Señor. Aquel era un mundo ancho y vírgen, donde era posible difundir la palabra de Dios de modo sincero y sin oprimir a los pueblos. Tan solo lamentaba que tuviera que marchar junto a aquellos soldados, que no compartían sus ideas sobre el reino de los cielos en la tierra. Sin embargo, no podía quejarse. Gracias a ellos estaba vivo, y no martirizado de forma anónima y estéril en un altar pagano como parte de una ceremonia propia de una religión satánica y deleznable.

Miraba la ciudad, pensando en que había muchas más almas que el cielo podría ganar.

Juan Quiralte Veguer, tesorero y experto en leyes, marchaba junto a los gastadores que manejaban las piezas de artillería. Tras la muerte de su esposa por unas malas fiebres, las tensiones con el gobernador de Cuba y la pretensión de este de casar a un malvado encomendero con su hija le habían impulsado a unirse a aquella partida de conquistadores, llevándose consigo a su hija Mercé. Esta, miraba la ciudad, fascinada. Era demasiado pequeña cuando abandonó su Yucatán natal como para recordar los enormes templos y la grandeza de una civilización en apogeo, que había tomado el relevo a sus parientes mayas. Para ella, aquel viaje era una aventura, la aventura de su vida, y no quería perdérsela por nada del mundo.

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15/03/2009, 00:30
Javier Núñez de Oviedo

El capitán se giró hacia el noble don Alfonso Castellar, capitán y miembro de pleno derecho de su expedición. Él había sufragado parte de los gastos que implicaban el armar a tantos soldados, conseguirles pertrechos y fletar los buques que les llevarían a tierra. Sabía que para él era una inversión, y que esperaba ganar mucho más conquistando aquellas tierras. Podía leer en sus ojos el fuego de la codicia.

-Será mejor que nos acerquemos a presentar nuestros respetos a don Hernando -le dijo- Eso animará a los hombres.

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15/03/2009, 00:33
Director

Juan Miguel de Quart comprobó que las cuerdas de su ballesta se hallaban secas, metódico.

El veterano ballestero era uno de los hombres de confianza de Carlos Cabal, y su puntería se había hecho famosa en aquella expedición. Miraba la ciudad azteca, pensativo. "Que problemático", solía decir ante los problemas. Ahora, lo había mascullado. Se fijó entonces en la bendita aparición de aquellos compañeros españoles, que relajó un poco sus ánimos.

Luego, vió como el capitán Sandoval se acercaba hacia su compañía, con un trote corto de su corcel.

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15/03/2009, 00:37
Gonzalo de Sandoval

El capitán refrenó su montura frente al meditabundo sargento Cabal, llevándose dos dedos a la visera de la borgoñota, a modo de saludo.

-Sargento, será mejor que mande formar a la compañía para rendir honores a los recién llegados.

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15/03/2009, 00:51
Fray Santiago de Herrera

El joven fraile contemplaba asombrado el tamaño de Tenochtitlán. Nunca antes había visto una ciudad tan grande, ni siquiera su Toledo natal. Y que cantidad de personas, infieles que requerían del bautismo y la predicación de la Palabra de Dios para salvar sus almas de la inminente condenación a la que serían sometidos si hubiesen llegado más tarde. He llegado justo a tiempo, parece que en la otra delegación no hay ningún Hombre de Dios que pudiera llevar el Santo Evangelio a estos desventurados salvajes...Aunque bien pudiera equivocarme. Señor, perdonadme, estoy pecando de soberbia. Os suplico, dadme fuerzas para acometer la misión que ante mí se expande. El viento sopló sobre su cabeza tonsurada, y le produjo un escalofrío que recorrió toda su espina dorsal. La voz de Don Javier le sacó de sus cavilaciones y le devolvió al mundo real, donde se aprestaban los gentileshombres de la expedición a saludar a la expedición que se les había adelantado y que finalmente lograban alcanzar.

Cita :

Será mejor que nos acerquemos a presentar nuestros respetos a don Hernando. Eso animará a los hombres.

Si vuesas mercedes me lo permiten, yo quisiera formar parte de aquellos que presentarán honores a la expedición de don Hernán. Pues es mi deseo agradecer a Dios y a la  Divina Providencia tan grato encuentro, que llena de nuevos bríos nuestros corazones.

Notas de juego

El editor está poniendome problemas....

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15/03/2009, 03:22
Carlos Cabal

Nubes grises se marchan pasando sobre las cabezas de nuestros hombres. Nubes que tan pronto podían traer consigo agradable sombra como descargar despiadadas tormentas. En esta ocasión parecían solo pasar de largo sin llegar a alzar la voz para decir aquí estamos pero tampoco sugiriendo allá nos fuimos definitivamente. El clima en estos lares era simplemente incierto. Por aquel entonces mi verdadera preocupación recaía ni más ni menos que en rezar por las dos almas perdidas en la montaña de azufre, rezo que no lograba alzar al cielo dado el continuo ataque de los recuerdos que ni siquiera me concedieron cuartel para abrumarme ante la imagen de tan inmensa ciudad. Me place apuntar que la situación no llegó a prolongarse pues junto con la llegada de los nuevos españoles se dispusieron nuevas órdenes. Piqueros, rodeleros, ballesteros y arcabuceros se amontonaban desordenados para observar tanto la urbe como los tan ansiados refuerzos. El aire está lleno de murmullos políglotas de unos y otros, además del aroma inconfundible del azufre, el sudor de los hombres y la carga de los porteadores. Se diría que un recibimiento así no era adecuado para buenos caballeros españoles.

-Como ordene, mi capitán.- contestó el sargento.

Aquel día los españoles una vez más logramos crear expectación frente a aquellos que nos contemplaban. Un par de órdenes concisas bastaron para cuadrar a cada hombre en el lugar que le correspondía. Dos hileras de soldados españoles formaban a un lado y a otro abriendo un solemne corredor. Picas atrás, rodelas al frente, tiradores dispuestos a su modo intercalado. La cruz de San Andrés hondeando al final en lo más alto de la loma, con dos cojones. Corrían tiempo de sufridas vicisitudes para estos hombres, pero por mucha tragedia que se padeciera y habiendo sobrevivido a las continuas batallas recientes, cualquier soldado por muy mermado que este estuviera no podía dudar al ver llegar a otros compañeros. Los cabrones no se lo pensaron ni un instante, nada más recibir las órdenes, y encontrarse frente a estos inocentes que poco o nada habían vivido, todos comenzaron a blandir sus armas con sumo orgullo y a sacar pecho a modo de palomo.

-¡Vista al frente!- la voz se muestra bronca y firme.

Y ahí estaban. Quinientos señores soldados. Y casi dos millares de indígenas flanqueándolos en su recién formado camino. Que planta, que porte, que donaire. Todos erguidos como águilas reales. La mirada severa, el rostro orgulloso, pose valentona. El silencio sepulcral toma posesión por un instante. Los recién llegados miran asombrados y sus bocas se abren con gesto un tanto bobo. Hasta las monturas callan. Todos llevaban calados cascos y tocados, sería imperdonable que en este momento se les confundiera con sencilla villanía. Aquel pasillo que se abre está compuesto por los seres más temidos de la vieja Europa y ahora también del Nuevo Mundo, los despiadados demonios, la infantería española. Grandes barbas cerradas, anchas espaldas, piel cetrina. Estos son los llamados a sostener por todo el orbe el nombre de su majestad Carlos I, semper agusto.

-¡Cinco arcabuceros junto a las banderas! ¡Prestos para salvas!- esta orden es dada con autoridad pero tras la misma se oculta el desencanto. Dos buenos compañeros han caído hace a penas nada, ¿acaso no son ellos más merecedores de honores que estos recién llegados? Seamos cumplidos pero roguemos al cielo por no olvidar a los que cuidaron nuestras espaldas para permitirnos llegar hasta aquí.

Pronto el conjunto se haya encomiablemente dispuesto, la marcialidad y el orgullo que portan estos señores es el recibimiento que merecen los caballeros españoles. Una cosa es el luto y otra las buenas maneras, no debe ser menester que las unas rompan con las otras. Es bueno tener esto siempre presente. Pronto muchos caeremos pero no por ello cesará la actividad cotidiana de otros, todo un mundo aguarda a ser conquistado. Eso sí, hay que reconocer que ver la cara de aquellos compañeros pasando entre nosotros no se podría pagar con todo el oro de las Indias. Somos los hombres de Cortés, somos aquellos que entregaremos un imperio a nuestro Emperador.

-Ordenes cumplidas, mi capitán.- estas son las sencillas palabras esbozadas por el sargento al presentarse junto al señor Sandoval. Este y los demás capitanes aguardan juntos a Cortés bajo las banderas ondeantes. Son ellos los que encabezan este ejército de valientes, ante ellos deberán presentarse la nueva expedición. Cabal se limitará a caminar hacia los arcabuceros formados, ellos con sus mechas encendidas y el arma apoyada en tierra aguardan, en cualquier momento pueden ser dada la orden de lanzar una salva de bienvenida. Gran honor este, más aún hayandonos tan mermados de polvora, pero jamás olvidemos las buenas maneras.

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15/03/2009, 13:51
Alfonso Castellar de Muñejar

Don Alfonso, pensaba en los Índios que les habían asaltado en el paso. Sin duda, habían muerto como merecían. Poco a poco, la gran urbe azteca se dibujó en el horizonte, pero el señor de Muñéjar estaba absorto en sus pensamientos. Su mente le devolió a la realidad, y la ciudad sobre el agua fue lo primero que vieron sus ojos. 

-Dios Santo...- Exclamó el noble, sin poder evitar que aquellas palabras escapasen de sus pensamientos. En un primer momento, aquél impresionante despliegue de ingeniería y arquitectura le sobrecogió, y por unos segundos le invadió el temor, pero pronto la sed de poder y riquezas invandieron su codicioso espíritu. Imaginó los tesoros que se escondían entre los fastuosos templos y las ocultas cámaras de entre aquella ciudad. Empezó a pensar en su consquista, y en la gratitud del su majestad imperial, Carlos I. "Esto me podría llevar lejos, sin duda...". Una sonrisa se dibujó en su rostro, mientras en su mente se dibujaban metas cada vez más altas, y por un momento imagino incluso un hueco la corte imperial... Pero el capitán de su pequeño grupo le devolvió de nuevo a la realidad. 

-Sin duda capitán-. Dijo Don Alfonso, mirando a Javier Núñez de Oviedo, mientras fingía una amable sonrisa.-Le acompañaré con gusto- extendió su mano invitando al capitán a pasar primero. Hizo que su caballo, cansado ya por la larga marcha adoptara una postura más erguida y elegante, digna de su posición. Se presentó ante el Hidalgo extremeño, pero espero que hablara primero. Había tenido ocasión de comprobar que la primera impresión era la más importante, y quería analizar cada palabra antes de contestar lo más adecuado. 

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15/03/2009, 22:02
D. Felipe Gonzalo de Adeva y Lozoya

Felipe, al detenerse la marcha, se apolla en un árbol cercano y se seca el sudor. Las fiebres que le han atormentado parte del viaje le han dejado algo débil. Contempla impresionado la ciudad que se encuentra bajo sus pies, en vuelta en la bruma y no puede por menos pensar que, envuelta en aquella manta gris y encontrandose en aquel lugar, podría ser perfectamente un sueños.

Precisamente para esto eligió la vida de soldado y colgó los hábitos. Conocer las maravillas del mundo. Y está ciudad era sin duda, una de ellas.

Los caminos del Señor son inescrutables.- murmura para así.

Y es que había llegado al nuevo mundo para vivir y hacer fortuna como mercader o terrateniente, no como soldado. Pero aquella espantosa tormenta que hizo naufragar el barco que lo llevaba, lo dejó de nuevo pobre y sin otro oficio que el de la espada.

Miró a sus compañeros, los cuales observaban la ciudad . Muchos de ellos eran soldados viejos que habían batido el cobre por media Europa. Sobre esas espaldas descansa el imperio del Rey Carlos y a Felipe le embraga un sentimiento a camino entre el orgullo y la desazón de compartir su destino de nuevo con esa gente.

Notas de juego

 El primer apellido del personaje es de Adeva ;)

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16/03/2009, 00:09
Ameyal Tonatzin

Levantó la vista, estaba exhausta pero al fin habían conseguido llegar. Miró al indio que la acompañaba y le sonrió, aún la trataba como a una princesa y ella estaba muy lejos de serlo, movió la cabeza ligeramente, quizás ahora obtuviera su libertad y podría volver a su vida. Hizo un alto en sus pensamientos con gran pesar: ¿su vida? ¿Y cuál era? Sintió un nudo en la garganta pero se obligó a no derramar ninguna lágrima, sabía que encontrarían algo así. Los relatos de su padre eran muy cercanos a lo que estaba viendo. A los lejos vio al sargento y nuevamente aquel nudo se hizo presente en su garganta. Luego bajó la mirada y se sentó en una piedra, a pesar de no tener a dónde ir, quería su libertad.

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16/03/2009, 00:32
Omecihuatl

El viejo siervo sonrió ante la vista de aquel esplendor. Aquel era su hogar, y ahora regresaban a él como hombres libres.

-Mirad, mi señora. Ixtapalapa. Vuestros tíos se alegraran de veros de nuevo.