Capitulo cuatro - La llama eterna

En algún sitio al norte de Bélgica. 21 de diciembre de 1944

El monasterio Agustino de la Crux Immissa. Una fortaleza sagrada, olvidada a propósito por un motivo particular. Porque aquí se oculta la reliquia prima de todo el cristianismo. La “Vera Cruz”, la cruz de la cruxificcion.

El monasterio se encuentra protegido y nadie puede llegar a él. Aquí la guerra no ha llegado. Ni las bombas ni los conflictos del hombre han llegado a sus muros.

Marcus Longinus

El sendero difícil del bosque termina frente a un valle, oculto por picos nevados, y rematado por un enorme lago congelado en su centro. En medio del lago se alza un pequeño islote donde se erige un castillo modesto. Un monasterio antiguo, anterior a las Cruzadas. Anterior a todo eso, diseñado por los primeros arquitectos especializados en fortificaciones.

El monasterio en tiempos anteriores tenía un puente de piedra, derribado y hundido siglos atrás. Ahora solo es posible llegar a la fortaleza durante el invierno; caminando sobre el lago congelado.

Lo más parecido a una entrada es una arcada protegida por un rastillo, aunque un muro detrás vuelve inútil el acceso. Dos torres custodian la extraña entrada. Una a cada lado.

Desde el fin del camino, y hasta donde el Kubelwagen llega, es posible observar el lago sendero abajo.  El lago, cerca de sus orillas, presenta manchas oscuras a poca profundidad.

-Finalmente hemos llegado- anuncia Marcus al montar su lanza y bajar del vehículo – Vamos. Dejen aquí sus armas. Luego volveremos por ellas. – informa a todos, para luego comenzar a bajar hacia el lago.

El descanso había sentado bien a Franklyn, que se encontraba un poco mejor. No obstante, aún no estaba recuperado del todo. El traqueteo del vehículo, hacía que las tripas se le removieran por dentro activando puntos de dolor. Tanto que agradeció llegar a destino y poder pisar sobre suelo firme. 

Bajó con cuidado y estiró las piernas entumecidas mientras echaba un vistazo al castillo. Instintivamente la vista se centró en las torres y en las ventana, procurando observar si estaba habitado. Utilizó los binoculares para ayudarse.

-¿Así que es aquí?¿El lugar sagrado del que hablabas? No será otro chiste de romanos ¿verdad?

El lugar era hermoso y colmado de blanco parecía sacado de una postal navideña. Nada parecía anunciar que dentro albergase lo que fuese que debían proteger. Lo cual le recordó que debían estar preparados para cualquier eventualidad. Comprobó el cargador de su subfusil, que estuviera cargado con las balas especiales que habían obtenido en la fábrica.

¿Preparado? Y una mierda, preparado. 

-Diría que estoy preparado-dijo finalmente-pero sería más cierto decir que no lo voy a estar más de lo que estoy. Al menos, no sin una semana de descanso de por medio y un baño caliente. Y eso no va a ser posible ¿verdad?

El vehículo se detuvo al llegar al lugar marcado, había sido una agradable travesía si es que podía denominarse así, pero la guerra es lo que tenía que te hacía disfrutar de las pequeñas cosas cuando no había disparos de por medio.

El lugar era frondoso en cuanto a vegetación de igual forma que en la fábrica, el monasterio se alzaba imponente a las orillas de un lago ahora congelado.  Marcus les invitó a dejar sus armas pero Steve no tenía mucha intención de separarse de su sombra a la que consideraba una extensión de su propio brazo.

Si no te importa me siento mejor con esta colgando de mi hombro, antes prefiero caminar desnudo que sin ella.

No me molestó ni el frío. Joder, ni eso. Conduciendo el vetusto automóvil alemán, con todos los camaradas a bordo, por esos nevados paisajes comiéndonos las millas como si fuesen unas alitas de pollo del señor Peabody, dios todopoderoso, me sentí bien.

Fui encendiendo cigarrillo tras cigarrillo, y con una gran sonrisa en el rostro, conduje. Casi parecía que íbamos de acampada. Siete compadres de camino al lago para un fin de semana de pesca. Desde que llegué a Europa, el propio corset militar apenas me permitió manejar nada que no fuera una carretilla en alguna de las bases que dispusimos. Poder conducir el Kubelwagen fue... mágico. 

Y el trayecto se acabó. Llegando a lo que parecía una antigua fortaleza, más que un retiro monástico. Bajé del vehículo y sentí que algo dejaba atrás, pues dudaba mucho que el coche volviera a andar... de hecho... tenía la certeza, pues no pensaba dejarlo ahí para que lo cogiera algún Spiegelei...

¡A la orden, centurión!

Dije, dejando "todas" mis armas en el vehículo pero obviando mi "pequeño" Smith & Wesson bien resguardado en los pantalones.

A Mike el trayecto se le hizo corto, pese a que había descansado llegó a dormitar un poco mecido por el movimiento del vehículo. Al llegar se dejó impresionar por la imponente arquitectura del monasterio, no estaba habituado a ver ese tipo de edificaciones europeas y siempre le asombraban.

Mientras observaba el lugar Ocon dió la orden de dejar las armas, Mike miró extrañado a sus compañeros. No pensaba deshacerse de su armamento de aquella manera y menos sin reconocer el terreno. Halcón entre otros no estaba dispuesto a abandonar su rifle:

-Cierto, a mi tampoco me molesta llevarlo.- Además también llevó un par de granadadas de cada y su pistola. -Nunca se sabe.- Ahora que tenían armamento y munición le costaba desprenderse de sus cosas, sin embargo, la ametralladora la dejó ya que era más aparatosa.

El viaje hasta el lugar de destino se hizo más corto de lo esperado, pero fue lo suficientemente largo para dormir un poc y descansar. Al llegar salimos de los vehículos y Ocon nos instó a dejar las armas en los vehículos y entrar en el monasterio desarmados, Steve y Mike no querían dejar sus armas, yo en mi caso tampoco así que la eché al hombro:-Coincido con ellos dos, además no sabemos cuanta ventaja podemos tener ante el enemigo así que prefiero llevar mi arma encima.-comenté al legionario y eché a andar detrás de él. 

El examen con binoculares de Franklyn es inocuo. Pues no logra ver a nadie, o es que desde la fortaleza no se dejan ver ya que el grupo de americanos es demasiado llamativo y extremadamente fácil de descubrir.

-Sí. Aquí es nuestro destino final. El viaje ha terminado. – responde a Franklyn, quien le había preguntado en tono jocoso.

-Adentro hallarás un sitio donde descansar y quizás darte un baño caliente, pues el monasterio ha existido por mucho tiempo sin necesidad del mundo exterior. – añade al zapador, dejando entender su conocimiento del reducto que se alza en la distancia.

-Como quieras. Quédate aquí con tu arma, custodiando el vehículo. Porque de ninguna manera dejaran pasar al grupo con sus armas. No la primera vez. – advierte a Steve, ante su negación a separarse de su arma.

-Y para ustedes también va lo mismo. Nada de armas. – repitió, esta vez para Mike y Boris.

Entonces Walter intercede, con su paciencia al límite del enojo. El doc le pregunta al centurión el porqué es tan importante dejar sus armas allí afuera luego de haber arriesgado sus vidas en la fabrica e incluso haber perdido a uno de sus compañeros. Le reprocha el sacrificio de Tala y el peligro sufrido en Oldingham.

También le molesta la poca información de Marcus hacia ellos, y no duda en echárselo en cara en ese momento.

Incluso el doctor le advierte que es posible que hayan llegado tarde, que Zephon y los suyos hayan invadido el monasterio y que ir desarmados podría ser un error fatal.

El hombre milenario escucha pacientemente sus quejas y broncas, porque no tarda en responder a todas ellas.

-Entiendo que albergan dudas en sus corazones. Que teman ingresar a un sitio desconocido sin armas que los protejan.

Les aseguro que si el Grigori y sus huestes hubieran llegado antes el mundo ahora estaría cundido en llamas, porque nosotros no representamos ningún peligro si ellos están allí dentro. De igual manera no hay signos de batalla y tampoco el lago ha sufrido alteraciones – señala a la orilla de la masa de agua congelada, donde al ver de cerca todos pueden ver figuras congeladas bajo el agua.

Decenas y decenas de figuras congeladas por siempre yacen bajo el agua. Y todas ellas relatan el paso del tiempo desde las épocas del imperio romano hasta la actualidad.

Desde centuriones romanos hasta soldados con uniforme americano actual decoran el lago congelado. Cruzados con sus monturas, soldados de la primera guerra mundial, hombres del ejército de Napoleón y otros caballeros con armadura y hasta barbaros nórdicos yacen en su destino final de hielo eterno.

-¿Pueden ver? Eso es lo más lejos que han llegado los Nephilims en su intento de invadir el monasterio. Las propiedades de este lago nos protegen a nosotros pero a “ellos”….les significa la muerte segura, y no veo al grupo de Zhepon por aquí. No. El monasterio no ha sido invadido – tranquiliza a todos con la reciente evidencia.

- Las armas y la munición especial son para los monjes de allí dentro. Para tener mejores oportunidades de defender el castillo cuando el Grigori llegue con sus huestes. No solo para nuestra defensa. También para que el mundo tenga otra oportunidad de acabar con ellos, con su estirpe maldita.

Porque allí dentro los devotos hombres de Dios protegen la “Vera Cruz”, la misma cruz donde remate a su hijo con esta lanza. La cruz que en manos del Grigori puede generar el apocalipsis. ¿Comprenden la importancia de nuestra misión ahora? Ese fue el mandato de Tyrael, aquel que les regalo su esencia para que pudieran sobrevivir y llegar hasta aquí. – revela a todos, lo que había comentado poco antes de llegar.

-La importancia de anunciarnos sin armas es un acto final de fe, es el último requisito, porque sin el todo su esfuerzo habrá sido en vano – finaliza su discurso y aguarda por los demás para adentrarse en el lago congelado, cruzarlo y llegar al monasterio.

Franklyn tragó saliva al escuchar las palabras de Ocon. A pesar de todo lo visto, no se había acabado de creer la historia de Ocon hasta ese momento. Por momentos había pensado que se trataba de un pirado que se había creído su propia mentira a base de ver cosas que era incapaz de asumir. Pero aquel lugar, los muertos que se podían ver a través del hielo con sus rostros desdibujados en una perpetua mueca de horror y la serenidad conque contaba su relato, le resultaron convincentes. Pero...¿la vera cruz estaba allí? Se santiguó ante tal revelación antes de recuperar la compostura.

-Sin armas, de acuerdo. Todo sea por un baño caliente ¿A qué esperamos, señoritas?

Tras las palabras de Ocon, Mike accedió a dejar sus armas sin remilgos. Allí se despojó de todo su equipo, puñal incluído, mostrando una fe ciega a lo que Ocon aseguraba, sobre todo después de ver lo que el lago escondía.

Miró los cuerpos congelados a traves de los tiempos y su mente divagó unos instantes imaginando antiguas batallas, solo esperaba no acabar de la misma manera.

Una vez desarmado siguió a los demás al monasterio ilusionado por ese baño caliente. -A estas alturas creo que podemos confiar en ti.- Aseguró.

Steve dejo su arma, no le gustaba tener que ir desarmado pero todo aquello sin duda les quedaba grande y había fuerzas que sobrepasaban su entendimiento.  Lo quisieran o no sus vidas estaban en manos de Ocon y toda aquella historia parecía que llegaba a su fin... fuera cual fuese aquel fin.

-Sí, seguro que eran todo pecado, sin posibilidad de redención -se refiere a las terríficas figuras congeladas al fondo del lado-. Igual que nosotros somos hombres sin mácula- la actitud de Walter sigue siendo desafiante y molesta. El brevísimo sueño que ha descabezado en el trayecto estuvo plagado de imágenes de muerte, fosas comunes y demonios enterrando heridos gimientes.

Sin pensárselo saca de la cartuchera la Walther P38 y la deposita en el asiento del vehículo, junto con el MP44, que Brannagh le había proporcionado (*).

-Imagino que la munición también, ¿no? -No espera respuesta y también la coloca en el interior del Kubelwagen.

Antes de comenzar a seguir a Ocon se detiene... están dejando lo que tanto les ha costado conseguir allí, indefenso.

-Sería conveniente ocultar el vehículo y dejar un retén. ¿O también está a salvo aquí de los Grigori? 

Es evidente que Walter teme que la impaciencia de Ocon, que ha esperado dos milenios, les arrastre a un callejón sin salida.

Pues nada...

Dije, cuando todos mis compañeros, sin excepción, iban dejando de mejor o peor gana sus armas. Todas. ¿Iba a ser yo el único que colara de strangis una pipa? Así que, sin que se notara demasiado, me acerqué nuevamente al coche y arrojé dentro, bajo el asiento del piloto, el revolver. Ahora si que estaba desarmado, solo llevaba mis puños y mi lengua afilada. Tal vez las palabrotas no mataran, pero desmoralizaban.

Y me sumé a la columna tras Ocon hasta que Walter dijo algo sobre dejar alguien de guardia en el coche. En ese momento me detuve, como si me hubieran pegado los pies con cola. Miré al doc y luego a Ocon. Si, joder, ¿cómo no se me había ocurrido a mi? Supongo que por eso estoy bajo su mando... Lo que es... es.

A fin de dejar conforme a todos Marcus utiliza una red de camuflaje y algo de nieve. Rápidamente, en apenas algunos minutos, el automóvil todoterreno y su carro de tiro quedan ocultos de los ojos curiosos.

Así está bien por ahora. Vamos – comenta y vuelve sus pasos hacia el lago congelado.

Al llegar a la orilla avanza con paso cauto, tanteando la fragilidad del hielo y buscando zonas más gruesas por donde avanzar.

-Síganme en fila de a uno, despacio y con distancia de un hombre – indica al adentrarse en el sendero congelado.

Lo que supondría un cruce de algunos minutos se transforma en una caminata de quince o veinte minutos sobre el lago. De algún modo las distancias sobre la superficie congelada parecen estirarse debajo de los pies de los soldados. Finalmente llegan al suelo firme del otro lado, donde un terraplén marca en breve camino hasta lo que parece ser la entrada. El muro protegido por un rastrillo con forma de pequeñas cruces.

En el centro del muro una mirilla circula es todo lo que hay. Marcus se detiene un par de metros frente al muro para anunciarse.

-Soy yo, Marcus Longinus. Vengo con la lanza, porque la espada ha caído – anuncia y muestra la lanza con su punta sangrante.

Entonces el rastrillo se levanta lentamente para luego la falsa pared abrirse por la mitad, dejando una entrada amplia hacia el interior del monasterio fortaleza. Una entrada hacia la oscuridad, en donde solo es posible ver un par de metros su interior por la luz del  día.

 El grupo ingresa hasta donde la luz alcanza y se detiene allí. Con algunos segundos sus ojos se acostumbran a la penumbra y entonces pueden ver un poco mejor el interior.

Parece ser un recinto amplio y abovedado, donde un centenar de monjes encapuchados esperan entre las sombras. Solo uno se aproxima hacia Marcus y los americanos. Los demás sacerdotes llevan ballestas en sus manos.

El sacerdote llega donde el centurión y con un trapo limpia la sangre de la punta de la lanza, la cual poco después vuelve a su estado anterior, llena de sangre. De la sangre divina.

-Bienvenido centurión. Bienvenidos todos sean – saluda el sacerdote.

-Estos son vuestros hermanos de armas. Ahora estamos donde debemos estar y haremos lo que el destino nos manda. El día ha llegado. – añade.

Entonces los ventanales internos se abren al izarse las cuerdas y el recinto se ilumina por completo. El recinto posee una solo entrada al interior de la fortaleza, la cual se accede por una escalera y se encuentra protegida por saeteras internas. Todo el diseño y arquitectura medieval tiene un único propósito allí, y es proteger el interior a costa de otras funciones.

-Vengan conmigo. El sumo sacerdote espera por ustedes – informa al grupo mientras los demás van en busca del vehículo y su preciada carga.

-Nuestros hermanos se harán cargo de todo. No tienen que preocuparse por eso. – agrega, con intención de quitar obligaciones a los curtidos soldados.

-Claro, si me reciben unos tipos armados con...¿ballestas? no tengo que preocuparme de nada-dijo Franklyn que miraba con suspicacia a los hostiles frailes que habían salido a recibirlos. Una hostilidad fría y formal que le inquieataba.

Echó mano a su cartuchera instintivamente, como queriendo apoyar la mano sobre su arma, descubriendo que, como ya sabía, no estaba allí. 

-No reciben muchas visitas ¿verdad?¿Y a qué se dedican por aquí?

Un poco a regañadientes, acabé dejando el rifle y los explosivos en el vehículos por orden de Walter. Acabamos de esconder los vehículos bajo unas redes y arbustos y nos dirigimos hacia las puertas del monasterio. Metí las manos en los bolsillos, dado que no tenía que llevar arma y me sentía desprotegido, había pasado mucho tiempo cargando un arma que ahora que estaba sin ella no sabía muy bien como caminar.

Ocon nos explica que el monasterio está protegido por unas aguas mágicas y la verdad es que se veían todo un reguero de cadáveres a lo largo y ancho del río y daba la impresión de que así era. Al ingresar en el monasterio nos recibieron cerca de un centenar de monjes con ballestas y tan sólo uno se acercó para hablar con nosotros, la verdad es que pareció cosa de magia el ver como vuelve a sangrar la lanza que acababa de limpiar con un trapo:-Vale eso si ha sido impresionante.-comento al ver la sangre otra vez.

Esperé a que el resto dijeran algo y estuvieran listos para seguir al monje. 

Bran no dudó en dejar la ametralladora, ya que la pistola, al tenerla siempre así, pues ni se molestó en quitársela. Ni recordaba que la llevaba encima. Ya era ... parte del decorado. Tras eso, sin dudarlo, dejó el espacio de un hombre y en cuanto pudo meterse en la cola, se puso en el hilo de acceso. Lo del baño le venía bien, pero, lo que les interesaba eran las cosas que les tenían que decir, los datos para seguir con su misión adelante. Su "gente" era medio pagana, con sus propias creencias, pero, cristiana. O sea, mezclaban ambas y las seguían todas sin dudarlo. Él, como cristiano obediente, aunque rebelde en algunos aspectos, siguió las instrucciones del "Romano". Además, era su guía.

- Si este tipo es una muestra viviente de la realidad. De lo que cuenta la Sagrada Biblia. No es que fuera ... una verdad absoluta, pero lo seguiría sin chistar demasiado.