Partida Rol por web

Había que pensar algo rápido -Eric ve a la habitación rápido coge la reliquia, limpia la habitación de todo rastro de ella y deja la pisto -en su mente una idea -este lugar ya no es seguro, hay que salir de aquí corriendo -alzo el martillo -si algo sale mal nos veremos en las puertas del jardín* -se limpio la mano con la que había sujetado la reliquia de toda suciedad y comenzó a gritar oraciones a Sigmar -!!!Sigmar acoge a este loco entre tus brazo y perdona su locura¡¡¡ -hizo bien en no deshacerse de ese martillo con símbolos de Sigmar, camino tras el rezando -Un loco en la ciudad que incluso ha llegado a derramar la sangre de un fiel sirviente de Sigmar -alzo mas aun el martillo -este símbolo religioso este martillo símbolo de nuestra deidad el magnánimo Sigmar -gritando mas alto todavía y revisando que no tenia nada que mostrara su culpabilidad nada de fluidos de la reliquia, salio a la calle que dándose en la esquina con callejón vigilando la pistola -¡¡¡Un sacerdote de Sigmar pide ayuda a la Guardia!!! -señalo al portero -ese hombre ha intentado asesinarme su locura le invade -se toco la herida con la mano limpia para aprovechar la sangre como muestra de inocencia, mostrando la mano a todo el mundo -en ese callejón esta la pistola con la que me ha disparado mirad la sangre de un sacerdote roja igual que todos -hinco con falsedad una rodilla en el suelo -!!!Que la guardia me ayude¡¡¡

EH EH EH?.-Dijo atropelladamente Eric sin entender las palabras de Felix que poco tardó en correr tras el tipo, el mismo aprovechando decidió entrar en la habitación de Felix y comprobar que demonios había pasado en la habitación y como solventar el maldito entuerto.

Corrias dando voces por la calle a una veintena de metros del portero de la Luna Roja cuando un hombre bien vestido y escoltado por casi 9 hombres armados se acercó a él y lo asió por el brazo. Con firmeza, pero sin ninguna violencia.

Tranquilizaos buen hombre, somos gente de honor, soy oficial del Ejército Imperial y estos son mis criados y guardaespaldas. Decidme, ¿Qué es eso de la peste?¿Donde se ha manifestado?. Ayudadnos y prestaréis un gran servicio al Emperador y a la buena ciudad de Middenheim. Nosotros reestableceremos el orden.

Le dijo con la mejor de sus sonrisas. El hombre se zafó violentamente del noble, hasta el punto de desgarrarle la manga de la camisa. Retrocedió. En la Luna Roja. Están en la Luna. ¡No vayan! ¡No! Retrocedió algunos pasos más, antes de salir corriendo de nuevo al ver que se acercaba su perseguidor con aviesas intenciones. Felix casi le habia dado alcance y llegó junto a los 9 hombres armados.

Desconcertado por las voces que provenían del exterior de la posada subiste los escalones de dos en dos y entraste en la habitación donde Félix había estado guardando el objeto. De normal la esfera era dura, del tamaño de un balón, y del color del vidrio, pero lo que viste... te dejó sin palabras. El objeto estaba en el suelo y la habitación olía a peste pura. Lo notaste nada más acercarte al umbral y al entrar en la estancia iluminada pudiste ver la causa. El objeto ya no era duro como el vidrio, sino jugoso, supurante, como si de un trozo verde de carne putrefacta se tratara. Se encontraba en el suelo y la mesa donde Félix lo había depositado estaba empapada en un jugo de aspecto pastoso que goteaba hasta el suelo. El objeto, a los pies de la mesa donde había quedado al caérsele a Felix de las manos, estaba rezumando ese líquido pastoso y ya se había formado un pequeño charco debajo. La mochila donde había estado "alojado" hasta el momento estaba empapada igualmente en líquido pastoso.

El grupo recorrió los caminos de vuelta hasta la posada y no vio nada raro tras el incidente con aquella mujer. Estaba ya muy próximos a la posada cuando vieron que había jaleo en la calle que llevaba hasta su alojamiento. El trió se fue aproximando a la posada esquivando a la gente que corría en dirección contraria gritando y dando voces. Algo de lo que decían llamó la atención de los compañeros. Una palabra. ¡Peste!. Se les puso los pelos de punta. Aquello no era una buena señal, supuestamente la peste había pasado ya en aquella ciudad, y estaba controlada, y toda aquella gente despavorida...

     Un escalofrío me recorrió la espalda cuando un claro presentimiento se apoderó de mi. Otra vez no... Maldita esfera. Tenían que deshacerse de ella cuanto antes. - Esa cosa va a maldecirnos con la desgracia allá donde vayamos. La avaricia nos llevará a la perdición. Dije casi en un susurro mientras continuaba camino hacia la posada. Debíamos cerciorarnos de que nuestros compañeros estaban bien.

Julia se queda pálida, ya antes de escuchar a su marido. ¿Otra vez? ¡Como si no hubieran tenido suficiente con la desgracia en la posada de sus padres!

- Hay que deshacerse como sea de esa cosa... si no es vendiendola pronto... destruyamosla. Busquemos otra forma de ganar dinero. O vayamos a por lo que escondimos. No tenemos que seguir con esto encima más tiempo... - susurra, quejándose atemorizada. 

Yo... esto... No se... ¿Donde están Felix y Erick? ¿Estarán...? Dejó la pregunta en el aire. Ultimamente Mannfred parecía algo ausente. Seguía a la pareja desde atrás mirando hacia delante con cara preocupada, como perdido en sus pensamientos. Tenemos que ir a ver donde están. Se mordía una uña con gestos compulsivos nada tipicos de el. ¿Que hacemos Alfred?

     Tomó a su esposa de la mano para infundirle algo de fuerza, aunque el mismo se sentía cansado de todo aquello con el recuerdo de lo ocurrido en casa de sus suegros aflorando de nuevo por culpa de los nuevos acontecimientos Debía estarlo pasando mal y tenía que apoyarla. - No podemos irnos sin asegurarnos de que ambos están bien. Dijo apretando algo el paso. - Deberíamos marcharnos de esta ciudad y desacernos de esa maldita cosa cuanto antes. No vale todo el oro del mundo lo que estamos pasando por su culpa.

Felix siguió a los hombre -No mi señor no se separo de usted, ese hombre puede volver y para dispararme y matarme de nuevo -se acerco corriendo a la pistola y la tomo entre sus manos -con este arma me disparo -se la mostró sin soltarla -tengan cuidado hay muchos hombres alterados, con el ruido del disparo puede que alguno este recogiendo sus cosas y salga corriendo y al ver mas hombres armados les asuste -le puso la mano en el hombro son suavidad -la mayoría de los hombres que esta ahí dentro alguna vez me han visto -señalo hacia el callejón por donde había huido el hombre -fue él quien monto todo este problema -intentaba darle algo de tiempo a Eric -incluso si quiere puedo entrar por delante de ustedes -se agarro la pierna -si me ven a mi es posible que estén menos alterados -se todo el pecho a si mismo -Sigmar me protege -y así lo hizo intento curarse un poco las heridas con su magia para demostrar la protección de un dios, la herida dejo de sangrar delante de los ojos del oficial del ejercito imperial

Mientras Félix seguía a aquellos hombres y recuperaba la pistola arrojada al suelo, varios de ellos se dispusieron a entrar en la posada. El que iba al mando, el que le había hablado, ahora que la cosa estaba un poco más calmada pudo ver el sacerdote que iba vestido como lo haría un noble, sin peto ni armadura la vista. Con el iban el resto de hombres, cinco bien armados y con buenas corazas que mostraban semblantes duros y disgustados, y otros dos con unas pintas un tanto más peculiares. Uno era bajo y parecía que tenía un problema de pie, pues se veía muy clara, y otro era un hombre que parecía portar una incómoda joroba.

El noble sonrió. La suerte estaba totalmente echada y no había vuelta atrás. Aquel tipo NO iba a acompañarles y entorpecer sus objetivos, y mucho menos iba a ser testigo de nada de lo que hicieran ahí dentro. A donde yo voy no puedes seguirme. Le dijo al sacerdote.

Luego pulsó el botón de su inseparable bastón que se convirtió en un estoque de primerísima calidad al caer la fina vaina de madera que lo ocultaba y atravesó de parte a parte al sacerdote de Sigmar y ordenaba a los mercenarios: ¡Matadle! Los sujetos que había a su alrededor se giraron al oir la orden.

El sacerdote simplemente no duda -Malditos Sigmar os maldecirá -invoca una nueva bendición sobre si mismo para intentar protegerse de los ataques de sus enemigos. Invoca unas palabras para que sus enemigos no puedan atacarlo una bendición que anula la voluntad del enemigo para atacar -Malditos Sigmar os castigara a todos

Las cosas en la calle están muy pero que muy agitadas, la gente corre en dirección contraria y cuando estáis por mitad de la calle veis que en el suelo hay una mujer. Es una visión horrible y por un instante lo que os evoca son los acontecimientos de la posada de los padres de Julia. La mujer se encuentra sobre un charco, que no es de sangre ni de agua, sino de unos fluidos viscosos que manan de unos supurantes granos como patatas que han reventado dejando a la visa el musculo y el hueso. Nada de su cuerpo que está a la vista se ha salvado, y por lo que muestran las manchas en su vestido, tampoco lo que está oculto por la ropa. A su alrededor hay cuatro personas que están de rodillas, tosiendo y jadeando, agarrándose la cara con las manos mientras se retuercen de dolor. Son gentes que nada tienen que ver entre sí por lo que sus ropajes muestran. Probablemente solo habían ido a atender la muchacha.

Mirabais todo aquello sorprendidos y asqueados cuando os disteis cuanta de que los últimos grupos de gente ya han abandonado la calle y que tan solo queda una figura que llega corriendo a toda velocidad, espantada. Cuando se va acercando, sin aminorar la marcha cuando llega a 20 metros de vosotros, os dais cuenta de que se trata de Hannes, el portero de la Luna Roja. Viene acalorado y con la cara desencajada por el miedo. Conforme se acerca a vosotros parece que también os reconoce y frenando la carrera recula hasta una pared donde se pega y os mira con ojos como platos. !VOSOSTROS! !OH NOOOO! Mira hacia atrás dudando de si darse la vuelta y volver por donde ha venido o seguir adelante pegado a la pared a buena distancia vuestra.

     La visión de aquella mujer hace que todas las campanas de alarma de mi cabeza suenen a la vez. Problemas y de los grandes. Algo como ésto podría extenderse por una ciudad así como la pólvora y ser una auténtica catástrofe. Sigo sin enteder el porqué éste fenómeno infeccioso no parece afectarnos, aunque no pienso correr riesgos por si nuestra misteriosa inmunidad desaparece. - ¡No los toquéis. Apartaos de ellos! Digo con firmeza a mi esposa y amigo, aunque imagino que no pensaban hacerlo. De repente aparece el portero de la posada y parece asustarse de nosotros. No entiendo el porqué de la alarma de Hannes por nuestra presencia y solo espero que Erik no haya hecho otra de las suyas de chico necio. - ¿¡Hannes, que ocurre aquí!? ¿¡Que le pasa a ésta gente!? Le espeto sin saber muy bien a que atenerme.

El hombre estaba aterrado, y recorría la pared pegado a ella. No os quitaba unos ojos muy grandes y abiertos de encima mientras se alejaba. Cuando Alfred habló, el hombre se encogió un poco y unas lágrimas bajaron por sus ojos. !No diga mi nombre hereje! !Todo es culpa vuestra! !Todo! Gritaba a pleno pulmón con voz aguda y aterrada. Ahora había llegado a vuestra misma altura en el otro lado de la calle y seguía moviéndose con toda la espalda y las manos pegadas al muro, como si de un barranco con una pequeña cornisa de tratara.

El hombre vestido con ropas de noble te lanzó otro ataque, pero no parecía muy diestro con el arma, pues el estoque que empuñaba ni se acercó a tu cuerpo en un burdo movimiento. Otros dos de los hombres que lo acompañaban se encontraban también por la proximidad en combate contigo, y el resto, siguiendo las órdenes del hombre del estoque se retiraron al interior de la posada rápidamente. ¿Que podían querer de aquello posada infecta por la corrupción esos 9 hombres armados hasta los dientes? Era todo un misterio…

-Tranquilos, pero que os he hecho yo soy una victima y vosotros... no sois del ejercito imperial soy unos simples mercenarios -para protegerse a si mismo de los ataques de aquella gente invoco los poderes de la magia una palabras de los humanos allí presentes no entendieron la lengua de la magia la lengua arcana, surgió una leve luz como un destello que al instante de surgir desapareció, los supuestos soldados del ejercito imperial menearon su cabeza como algo afectados por aquella magia.

Parecía que había funcionado la bendición que lanzaste, al menos por el momento. Dos de tus contrincantes se quedaron bloqueados con las armas en alto, sin saber qué hacer. Pero el otro... el noble... ese era otra cosa. Su determinación era férrea y torciendo el gesto te lanzó otro ataque con su estoque que te dio de lleno, aunque no te causó algún daño. En el cuerpo tenías cierta protección, y por tanto solo notaste una punzada ligera proveniente del estoque. ¡Pero qué demonios! dijo el hombre que te había atacado. ¡Muérete ya cerdo! y volviéndose hacia sus compañeros les gritó ¡Ayudadme a matar a este perro!

-Malditos asesinos, eso es lo que sois -intento seguir la tapadera que se había montado -sigmar os castigara a todos vosotros -desenvaino la espada para poder defenderse de sus asaltante e invoco de nuevo los poderes de la magia arca de nuevo un lenguaje el los enemigos no entendieron -están son las palabras arcanas de la magia que Sigmar me concede -un ruido como el de un trueno pero el sonido era mucho mas bajo y menos sonoro que tan solo escucharon los allí presentes, rugió al terminar las palabras Felix el efecto no fue visual pero ahora ya podría correr y huir de los enemigos con mas facilidad