Partida Rol por web

Me muevo cuando Don me manosea. Es un contacto curioso, me recuerda vagamente algo...

De pronto se duermen, ¡al fin! Bien, ya era hora... Esto creo que puedo hacerlo. Don es distinto pero, en cierto modo, también puedo intentarlo con él. Me trae una sensación agradable. Salgo arrastrándome de su bolsillo y repto hasta colocarme junto a su rostro... Intento controlarlo, manejar su cuerpo... ¿podré?

Tienes un sueño. En tu sueño, eres una serpiente de plata. Estás cómodamente instalada en una especie de prenda de tela. ¡Espera! Ahora lo recuerdas. Es el bolsillo de tus pantalones.

Estás en una silla. Ves un cuerpo dormido en un sofá, frente a un fuego que ya se está extinguiendo. Duerme tapado con numerosas mantas de lana, y parece cómodo y calentito, pero según el fuego se apaga, la escarcha entra en la habitación. Está haciendo una noche heladora ahí fuera, para que pase esto.

Narices, qué cosa más curiosa. Ese tipo que está ahí dormido eres tú.

El cuerpo que suele utilizar la entidad llamada Don está tranquilo bajo las mantas. Respira suavemente. Tiene la barriga llena y está calentito. Fuera hace un frío tremendo, ya que el fuego está apagándose, y la escarcha se va haciendo notar en los cristales de las ventanas, por dentro de la habitación incluso.
 

¡Estupendo, Don! ¡Perfecto! No podías soñar con cosas más normales, siempre tienes que tener estas extrañas experiencias oníricas. Maldita imaginación, a veces juega en mi contra.

Me deslizo, enroscándome a la pata de la silla para bajar al nivel del suelo. Una vez allí comienzo a reptar hacia mi propio cuerpo. Tengo curiosidad por si me habré creado de una manera fidedigna. Me acerco a mi cuerpo humano y lo observo desde distintas perspectivas, nunca he podido verme desde abajo, me pregunto como solucionó mi cerebro esa parte desconocida de mí mismo.

Entonces me doy cuenta de la escarcha contagiando todo lo que encuentra en su camino. ¿Todo? Observo mi cuerpo buscando síntomas de congelación. No recuerdo irme a dormir...

La serpiente de plata constató que aquel vehículo, al que etiquetaba como "Don" o, incluso, como "yo mismo", se encontraba cómodo y bien. No era tan raro que hubiera escarcha dentro de una casa. Las mantas de lana y el... ¿Jabalí? La etiqueta "jabalí" evocaba curiosas sensaciones por todo el cuerpo de la serpiente de plata. Eso que llamaban Jabalí había sido devorado por el cuerpo llamado "Don" o "yo mismo" y ahora irradiaba un cálido halo que mantenía el cuerpo caliente. Eso y unas cosas que protegían aquel cuerpo del frío. La serpiente de plata rebuscó en su memoria algo aturdida y maravillada por la experiencia. "Mantas de lana". Eso era. Esas cosas servían de barrera para contener el calor dentro de aquel cuerpo. Desde el suelo veía una mano que asomaba por debajo de una manta, y no parecía que se sintiera mal, aquella mano.

La cara parecía rara. Familiar, pero rara. Esa expresión floja, con la boca abierta. ¡Se estaba baboseando en el almohadón que le sostenía la cabeza! ¿Por qué parecería tan raro visto desde fuera? Se había visto mil veces en un espejo... bueno, cuando encontraba uno. O un escaparate. ¡Claro! Ese pequeño misterio entretuvo a la serpiente de plata durante un buen rato. En un espejo veía los lados de la cara cambiados. Veía la derecha donde estaba la izquierda, y viceversa. Era difícil de pensar en esas cosas. Tenía ganas de reptar y reptar. La luz le hacía cosquillas. Era la luz de la luna que entraba por la ventana. Era molesta. Le gustaba más estar en la oscuridad.

La serpiente de plata sabía que por algún lado había un abismo. También sabía que había una puerta en el lado opuesto al abismo, y que la puerta tenía un guardián.

Raro, rarísimo. Se dijo mientras se deslizaba sinuosa por el suelo y se alejaba de su yo pasado.

De repente su psique se llenó de pensamientos que le apremiaban a reptar hacia la puerta del abismo. Ya poco importaba el antiguo Don, y más cuando estaba disfrutando de un sueñecito a boca abierta y babas caídas. Ahora no había ataduras físicas, o al menos así se sentía. Libre, ligero, omnipresente.

Oh, vamos, vamos. Concéntrate. Cada instante se sentía más aquí que allí, más Serpiente de Plata que Don de Carne. Intenta evocar la escalerilla. Recuerda el punto más alto de la Cabecera. Quiero reptar, ssssssi, sssseguro que si. Pero la luz de la Luna le provocaba cosquillas y aunque huyó hacia la oscuridad de la sala ya era tarde, y las carcajadas resonaron en su mente y salieron proyectadas en una serie de siseos que le incomodaron. Se quedó muy quieta en un rincón de la cabaña, esperando a que pasara el extraño momento. Después comenzó a reptar por la habitación en círculos, cada vez más rápido, más rápido, más. Arriba, en la Cabecera, ossscuro, alto, abissssmo, abissssmo, abisssmo. El círculo que estaba creando con su rápida carrera se fue estrechando y abombando, mutando de forma con cada movimiento de su alargado cuerpo, hasta transformarse en la silueta de una puerta. Llévame al abissssmo. Rogó. Y como si fuese una cobra asustada defendiendo su vida levantó la parte de su cuerpo que veía y se lanzó en picado al centro de la figura que había creado, dejando flotar en el aire un chasquido de plata.

En el cuerpo aquel, mientras todavía no había probado a mover parte alguna, sintió como la serpiente de plata ahora contenía a aquel que se autodenominaba Don. Comenzaba a moverse, atraído por el abismo. Si llegaba al abismo, ¿qué podría pasar? No estaría siempre en aquel cuerpo. Cuando las sustancias que abrumaban aquella cabeza desaparecieran, la sombra de Aeryn tendría que volver a ocupar la serpiente de plata, y no quería estar en el abismo cuando regresara, ya que el guardián del abismo seguía ahí.

Se removió en sueños, agitado, inquieto. Tenía sensaciones raras. De pronto, supo que era perfectamente consciente, pero aún no había abierto los ojos. Despertaba con los ojos cerrados. Aquellos ojos que sabía que, si los abría, le permitirían ver, pero que aún mantenía apretados. Inspiró. Una bocanada de aire, grande, lenta. Pudo sentir cómo inundaba su pulmones. 

Se irguió en la cama con una extraña sensación, como si ese cuerpo no fuera su cuerpo. Sabía moverlo, sí, pero no estaba a gusto del todo en él. Palpó la suave cadenita de plata que llevaba en el... ¿Dónde estaba? ¿No la había dejado en el bolsillo?

Ya no estaba ahí. Debía recuperarla, tenía que buscar la cadenita. No podía despegarse de ella, eso estaba claro. Tenía la clara idea de que no podía dejarla desaparecer tan fácilmente, así que la persiguió. Abrió los ojos, salió de la cama de un salto y se lanzó tras ella. 

Everett dormía a pierna suelta, tan tranquilo, hasta que le medio despertó un ruido en la sala grande.

Everett se gira en su catre, fastidiado y pega una voz:

- Don ¿Se puede saber qué demonios estás haciendo a estas horas?

Se golpeó contra el suelo sintiendo que algo fallaba en su ritual. Algo estaba olvidando porque no conseguía llegar a su destino. Entonces advirtió un movimiento y de repente Don de Carne se abalanzaba sobre ella. Don de Carne daba mucho miedo, tan largas sus piernas y enorme su cuerpo, y la velocidad de sus zancadas no le ayudaba a confiar en él. Así que comenzó a huir por toda la casa, buscando al guardabosques e intentando despertarlo para que le quitara a su antiguo yo de encima.

¡Ssssssocorro! Siseó.

Saltó rápido como alma que lleva el diablo y, cuando pensaba que por fin atraparía esa cadenita, se le escapó entre los dedos.

-¡No! gritó, pero aquello no consiguió que volviera. 

Escuchó vagamente al guardabosques que le hablaba, pero no le hizo caso, no quiso responderle, estaba concentrado (y enfadado) porque la cadenita se le había escapado...

Pero... ¿Para siempre?

¿Qué hacer? No lo sabía... ¿Podría seguirla?

La serpiente de plata se dio cuenta de que, aunque parecía estar en un sueño, no podía volar, como tantas veces en los sueños. Tenía un cuerpo de serpiente, de plata claro, pero ninguna otra cosa que pudiera pasar por sobrenatural. Estaba condenada a arrastrarse por el suelo como una vulgar culebra. Bien. Para escapar de aquel cuerpo llamado Don bastaba con menear el esqueleto lo bastante rápido. en su nueva condición veía cosas curiosas: el polvo bajo las mesas, la sala como algo enorme y el suelo como una llanura muy extensa, casi hasta el infinito. ¡La puerta! Imposible abrirla, claro está, pero cabía por la rendija inferior de la puerta, sin duda...

Don meneó las manos torpe. Se movía como si estuviera un poco borracho (y, sin duda, en aquel estómago había una buena cantidad de licor de alcachofas aun). La serpiente de plata tenía la ventaja de poder meterse bajo los muebles y entre las rendijas...

¡No! Escuchaste decir a Don, mientras sonaba cómo se movía por la habitación. Tenía una voz extraña, como muy aguda. Quizá había tenido una pesadilla o algo.