Partida Rol por web

Sin pensárselo dos veces, salió corriendo. Sabía dónde iba la cadenita y, si ella lograba llegar allí, todo estaría perdido. Así que corrió, corrió como alma que lleva el diablo, corrió sin importarle el frío en el cuerpo o los pies húmedos. Tenía que cortarle el paso, debía lograrlo... a cualquier precio. 

Don, haciendo caso omiso a las palabras de Everett, completamente a lo loco, se lanzó a correr hacia la Cabecera de Kingsport, por entre los árboles.

- ¡Maldito lunático!

Everett sale corriendo detrás con la intención de agarrarle y hacerle entrar en razón, volviendo a la cabaña.

Don se lanzó a correr por entre los árboles desnudos y lóbregos. Everett se lanzó tras él. El deshollinador era ágil, y Everett tuvo que esforzarse mucho para seguir su ritmo. Ambos en calzoncillos largos, ambos descalzos, tiritaban bajo el frío helador de aquella noche. Para más guasa, hacía bastante viento, y se estaba preparando una buena tormenta.

Los dos cuerpos vivos que había en la cabaña casi pasaron por encima de la serpiente, que se había acomodado a la sombra de uno de los Dioses de Madera. Pasaron de largo sin darse cuenta de que había unas palabras escritas sobre la escarcha.

Pronto la serpiente se encontró sola entre los Dioses. Todavía se escuchaban las pisadas de las criaturas calientes persiguiéndose por el bosque. El llamado Don había tomado, qué inquietante, justo el camino que deseaba tomar la serpiente. ¿Qué haría? ¿Le estaría cortando el camino?

Pero la serpiente era pequeña. Puede que lograra despistarle.

Malditos seres, no se podía confiar en ellos. Me había dañado para darles un mensaje. Pero ellos siempre caminan mirando hacia delante. Nunca al cielo, nunca a la tierra, siempre al frente. ¿Acaso no merecemos consideración el resto de criaturas? Pero ahora era yo quien estaba arriba, muy arriba. Desde la copa del Gran Dios de Madera, protegida por su manto verde y esquivando los huecos por donde se colaba la luz, los observé. ¿Qué estaban planeando? ¿Interferiría con mi plan de saltar de manto en manto?

Poco más pudo ver la serpiente de aquellas criaturas. Los demás Dioses le tapaban la visión, y el viento escondía los sonidos de sus pasos, pero sabía que la criatura Don iba en dirección al abismo, seguramente para cortar el paso.

¡Allá voy! Pensé saltando de manto en manto.
 

Con el tiempo y una caña, Everett logró alcanzar a Don. A pesar de que le llevaba delantera por haber tenido antes que vestirse, pillar a un tío en calzones y descalzo por el bosque, con la que estaba cayendo, era cosa sencilla. Cuánto más que Everett conocía bien los alrededores de la cabaña. Pronto estuvo tirando de Don en dirección contraria al sentido de su marcha inicial, cuyo recorrido apuntaba a la Cabecera de Kingsport.

Los Dioses de Madera estaban demasiado separados unos de otros como para viajar de rama en rama, así que la Serpiente tuvo que bajar de nuevo al suelo. Pronto el Guardián de la Cabaña de Madera, vestido con unas buenas botas, adelantó a la Serpiente subiendo cuesta arriba por entre los pilares del Templo a la Madre, los que el Cielo sujetaban.

La necesidad de ir de sombra en sombra retrasaba el camino de la Serpiente. El Ojo Blanco espiaba desde el Techo del Templo, y sus miradas eran dolorosas. Así que se resignó a tardar un tiempo todavía en alcanzar su meta.

Más delante sintió de nuevo a las criaturas de carne. Estaban fundidas en un curioso abrazo. El Guardián de la Cabaña tiraba del llamado Don hacia atrás. Don se resistía, pero no podía evitar ser llevado. Sus pies estaban morados. Dejaban huellas rojas en el suelo del Bosque Oscuro. Parecía no adaptarse bien al aire gobernado por el Ojo Blanco.

- ¡Don coño, deja ya de hacer el imbécil y volvamos a la cabaña!

Everett, a quien la impresión de pasar de la relativa comodidad de la cabaña al gélido ambiente del exterior le ha dejado pálido, se afana en tirar de Don y devolverle a la seguridad de la cabaña.

Sin embargo, Don no dejaba de forcejear en dirección contraria. No le estaba resultando muy efectivo su movimiento, a decir verdad, pero no podía hacer otra cosa. 

-¡No lo entiendes, Everett! ¡Tengo que coger esa cadenita! ¡Me va la vida en ello! ¡¡¡¡Ayúdame!!!!

Mientras tironeaba y se retorcía para soltarse, intentaba convencer al guardabosques de la urgencia de su necesidad.

-Y tiene que ser antes del alba... ¿Cuánto queda para que amanezca? ¡¡Respóndeme de una vez!! -terminó, tirándole de las solapas del abrigo capaz de detener el impacto de un obús de la guerra francoprusiana. 

Por un momento te parece estar escuchando la voz de una mujer cuando Don casi te suplica que le dejes seguir. Recuerdas esa voz. Recuerdas esa voz de algún lado. De algún lado...

¡Esa chica que acabó en el manicomio! ¿Aeryn? ¡Aeryn, se llamaba! Atacó a uno de los chicos, con un... cuchillo, o con una pistola o algo así. Atacó a Jimmy y casi lo mata.

Don se retorció entre los brazos de Everett, intentando soltarse y, al mismo tiempo, convencerlo de que lo soltara. 

-¡¡Que me sueltes, carajo!! -gritó casi sin aliento.

Sin embargo, sentía que, a pesar de sus denodados esfuerzos, parecía como si el guardabosques se enrollase a su alrededor cada vez más y más...

- Bueno mira, tu sabrás, que ya eres mayorcito, pero así vestido no vas a durar ni media hora con este frío.

Everett suelta a Don, se da la vueta y regresa a la cabaña murmurando imprecaciones y sin mirar atrás.

Te invadió una cierta sensación de inquietud. Quizá... quizá... Ese cuerpo de carne, quizá era el camino de regreso de tu proyectado viaje al Abismo. Estaba empeñado en permanecer en el Templo de Invierno, con sus Dioses de Madera, bajo la mirada del Ojo. Y parecía que no le hacía bien. Te daba la sensación de que si le ocurría algo verdaderamente malo, tu viaje al Abismo sería en un único sentido. Te invadió la preocupación. Además... además ese Don te resultaba familiar. Muy familiar.