Partida Rol por web

Everett se acerca a Don con el frasco, se sienta frente a el y se lo ofrece:

- Don, con el frío que has pasado ahí fuera creo que vas a necesitar echar un trago de este magnífico tónico reconstituyente para evitar que cojas la pulmonía que te mereces. Cuando se me picó aquella maldita muela me vino de maravilla, te deja como nuevo.

Estira un poco las piernas y comenta:

- Joder que frío que hace, a ver si amanece de una puñetera vez...

¡No! ¡No te metas tú, muchacho! Esto es entre él y yo, ¿entiendes? Cuando decía "él" agitaba la cadenita con desesperación. ¡Yo misma lo resolveré! Yo misma... tengo que... que... Miró hacia todos lados, como intentando orientarse. ...llegar. Tengo que llegar. ¿Dónde? Verdaderamente parecía husmear, como si buscara la pista por medio del olfato. Era un poco extravagante esto.

¿Dónde está? Sin dejar de olfatear el aire, fue hacia la puerta.

Everett suspira y se levanta del sofá, poniéndose a enredar con la caja de herramientas. Al de un rato vuelve a sentarse.

Everett recoge una llave inglesa, la envuelve en un trapo de cocina grueso y se la guarda en el bolsillo del abrigo.

- Así envuelta no creo que le fracture el cráneo, pero le dejaría inconsciente.

Como empeore la cosa o Don empiece a actuar peligrosamente le va a arrear una ostia con la llave inglesa que ríase usted del meteorito de los dinosaurios...

¿Pero qué? ¿Ahora quiere salir? ¡Al menos ha admitido ser ella! Es un avance...

Miro de reojo a Everett, que se está preparando para noquear a mi otro yo, y me entran las prisas. Me envalentono pensando que aún tengo una oportunidad y levanto mi extremo libre para olisquear lo mismo que ella. Intento identificar el olor, y después buscar de donde viene. Mientras investigo voy agitando mi extremo en el aire hacia el mismo sitio donde está olfateando Don de Aeryn.

La Serpiente de Plata se removió inquieta en la mano de Don. Pareció husmear hacia algún lado.

Don no hizo más caso de Everett del que podría hacer a un gorrino que se revolcara pacíficamente en su cochiquera. Se puso una chaqueta. No había soltado la cadenita. Parecía seguir husmeando hacia algún lugar en particular. Intentó seguir aquella extraña pista en linea recta y, claro, se encontró con un aparador. Repensó su camino y se dirigió a la puerta.

La serpiente olisqueó, vaya que si lo hizo. Pero, a pesar de que si que parecía haber algún extraño aroma en la dirección hacia la que señalaba la ocupante de su cuerpo, el tremendo vacío del Abismo le atraía más todavía. Como si le llamara. Si la dueña de la serpiente, la que ocupaba su cuerpo, venía de ahí, debía tener una tremenda fuerza de voluntad por haber conseguido escapar.

¿LLeva al menos botas y abrigo?

Everett, visilemente mosqueado, le agarra por los hombros y le hace girarse violentamente, gritándole en plena cara:

- ¡Mira maldito imbécil! ¡Ya he tenido que salir a buscarte con una carretilla una vez y no pienso volver a hacerlo! ¡O te pones las botas y ropa adecuada para el frío polar que hace ahora mismo o como hay Dios que de aquí no sales!

Después le lleva, aunque sea arrastrándole, hacia donde sea que esté su ropa y le obliga a ponérsela.