Partida Rol por web

TRIGÉSIMO TERCER DÍA DE LA RUPTURA DE LA ROCA.

AÑO: 4715 RA.

MES: FARASTO (INICIOS DE LA PRIMAVERA, MES TRES).

DÍA: 6, DÍA DEL FUEGO.

HORA: PRIMERAS HORAS DE LA TARDE. - CLIMA: CIELO ENCAPOTADO. TEMPERATURA FRESCA.

―¡Hostigadores! Todo el que no tenga otras órdenes, al campo de entrenamiento. Los heridos a quienes se permita moverse vienen también, aunque solo estén de mirones.

Había dejado la comida lista y repartido a todo aquel que estuviera de guardia o haciendo otras cosas. Reclutó para todo ello a Chamán Rojo. También se habían acercado a la tienda de mando y ofrecido alimento tanto a la prisionera como al nuevo aliado. Después de dejar todo limpio y en orden, Ballestero se había situado en el campo de entrenamiento.

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DÍA: 6, DÍA DEL FUEGO.

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Keropis atendió a las palabras de Capitán apoyado en el borde mellado de su escudo, cuya punta se clavaba en el suelo embarrado. Traiciones y subterfugios. Tal vez la Compañía no se había ablandado tanto como parecía... Cuando Matagatos terminó de hablar y la soldadesca empezó a disgregarse, el eremita buscó con la mirada entre sus hermanos hasta encontrar a su objetivo.

—Sssi no hay órrrdenesss, sssyd, crrreo que un herrrmano infante necesssita apoyo... —le dijo a Barril, señalando con la cabeza hacia la zona de acampada de la infantería.

Con paso sereno se perdió entre los soldados que iban y venían.

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En que Palomita y él terminaron de descargar las cosas que habían comprado, Frontera llevó la manta que contenía las dagas de plata a la tienda de Analista y volvió a cocinas donde, por la hora pero de forma completamente mecánica, se puso a preparar un potaje. Su larga experiencia como cocinero le permitía elaborar el plato casi sin pensar, pero su mirada estaba perdida.

Ballestero había venido hasta cocinas para decirle que se pusiera con lo que ya estaba, aunque después llegaron órdenes de más arriba a las que Frontera no reaccionó hasta que Ballestero le apartó de la perola para ponerse él a mancillar el sacrosanto oficio de cocinero. Otras veces Frontera se habría preocupado más por el futuro de la comida de la Compañía, pero completamente en shock aún por la terrible noticia, simplemente había farfullado dos o tres instrucciones al sombrío Segundo de los Hostigadores.

Pasó junto a los mandos cabizbajo, y gesticuló hacia la salida Este.

—Vamos, Rastrojo...

Estaba tan afectado que ni le importó tener que compartir misión con su descarado ex-amigo.

El Capitán había salido de la tienda y había hablado como si todo el mundo viera como algo normal que Serpejo (o su cadáver) diera un paseo por ahí, lo cual descolocaba algo a Cabo Barril. Por lo que el fornido Oscuro sabía, el ser que iba a sustituir a Serpejo bien podía haberlo hecho con el líder de la Duodécima. Sólo había alguien que podría confirmar si el Capitán era realmente el Capitán, y era Dedos, que seguramente se habría infiltrado en la tienda de Serpejo, ya que no se la veía por el campamento.

— Claro Capitán, pero antes me gustaría hablar con Dedos un momento. Estaba en la torre de vigilancia y seguramente tenía buena visibilidad del combate y por dónde apareció la comitiva de Serpejo. —

Barril sacudió levemente a Sabueso que parecía emitir divagaciones sin sentido.

— Sabueso, quizás cuando Analista lo permita puedas buscar a Dedos para mí. Tu olfato se ha demostrado impecable y creo que serías el mejor para encontrar a alguien. —

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Había hablado demasiado alto y me había alejado demasiado poco como para que nadie se percatara de mi reacción. Y claro, quién lo había hecho mostraba cierta preocupación. ¿O quizá era tan solo curiosidad?

- Seguro - respondí a Lengua Negra - Siempre estoy seguro. Incluso cuando dudo. - añadí sonriente.

Poco después Matagatos emergió de la tienda para soltar algo de información. No fueron más que las migajas justas para que cesarán los intensos rugidos de los estómagos de aquellos más hambrientos por una explicación.

- ¡¡Que viva Serpejo!! - pensé riendo para mis adentros, relamiéndome ante la posibilidad de presenciar la magia que se llevaría a cabo.

Ya solo quedaba esperar a esa reunión privada entre los mandos.

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Las ligeras sacudidas del Cabo Barril le hicieron detener los murmullos enfermizos que acompañaban a sus pensamientos y giró la cabeza bruscamente. Los músculos y las venas del cuello se le marcaban en la piel, a punto de saltar. No necesitaba consuelos, pues eran algo propios de los espíritus débiles, pero en esos momentos la manaza del Oscuro le resultó reconfortante, y su terror fue apaciguándose gradualmente.

Cuando alcanzó un estado parecido al de la calma, Sabueso asintió a la petición del Cabo de Infantería, aún con un ligero temblor. Dedos. ¿Dedos se había perdido? La muchacha era curiosa, sí. Recordó su charla con ella. Le extrañó un poco, no obstante, que se perdiera en el Campamento.

— Si Dedos se ha perdido, tal vez la pueda encontrar para el Cabo Barril. El Sabueso conoce bien su olor... — respondió.

Sabueso agachó la cabeza, esperando a lo que dijera Analista, pensando en qué peligrosas confabulaciones estaba participando la Compañía Negra, que le habían provocado esa terrible visión y hacía tambalearse su cordura. Y en los oscuros poderes que habían en juego, que el castigo de la Inquisición le parecía una pequeñez. Había tomado conciencia de que podían haber finales mucho peores que el que las autoridades nidalesas podían reservar para ellos.

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Chamán Rojo había aprovechado el reparto de la comida para contar a Ballestero lo que debía comunicarle. Era su deber. Aun así se había cuidado mucho de que nadie le escuchara, aprovechando los intervalos de tiempo en los que iban de un lado a otro con el apestoso estofado que había preparado su Segundo.

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¡Plof!

Chamán Rojo dejó caer el engrudo en la escudilla de otro pobre incauto que iba a tener que ingerirlo y se alejó junto a Ballestero hacia el siguiente. Aprovechando el interludio empezó a contarle lo que tenía que decirle. Cuchicheaba pues no quería que le tomaran por chivato.

- Tengo aprecio a Reyezuelo, vaya que sí, pero es mi obligación comunicar mis sospechas a los mandos. - De hecho no pensaba que fuera culpa del engreído noble de los Tres Castores.- Verás, Reyezuelo vino a verme para hablarme sobre la prisionera...- Empezó diciendo y calló al ver que otro pobre Hermano se acercaba a por su comida o es que se estaba haciendo el interesante.

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Claro, claro, el Inquisidor Serpejo...-dio Rastrojo la razón al Capitán, como a los locos.

No era por desobedecer a Matagatos pero, si convocaba una reunión, el chamán ya daba por supuesto que se celebraría al alba del día siguiente para no dejarle dormir, muy a su pesar. Era una tradición irrenunciable desde que el chamán entró a formar parte de los mandos, y no tenía pruebas de que se llevaran a cabo en otro momento del día con anterioridad a su ascenso. Así parecía entenderlo también Barril, que tampoco se sintió conminado a reunirse inmediatamente.

Vamos, Frontera. A por ese camino de piedra, que no se diga. ¿Qué te pasa en la cara? Parece que estés en un funeral. Oooooh, cierto, Desastre. No somos nadie. No sé si has escuchado lo último que dijo Analista-prosiguió, como si nada-: que por el hecho de estar en Verdín desde el momento de nuestra llegada, Laura ya no puede ser Enrietta. Claro, claro... porque como no existe un método de viajar instantáneamente por las sombras, ella no pudo teleportarse entre Verdín y el campamento de las brujas durante toda su instrucción. Ni llegar a Carnonegro antes que nosotros. Un cambio de aspecto bastaría para que Analista no la reconociera, porque ese pelo blanco de Enrietta está claro que no es natural, tiene que ser una peluca. Que a mí no me engañan...

Seguía terqueando, defendiendo su teoría, pero ahora era Frontera quién tenía que sufrirle. Fue con él al exterior del campamento, a buscar un camino de piedra lo suficientemente difícil de encontrar como para que Rastrojo se escaqueara de los entrenamientos del resto del día.

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Analista se movió para sujetar a Sabueso que parecía a punto de desmayarse. Su verborrea, repetida como un mantra, hacía pensar que lo ocurrido a Serpiente no era tan inocente como quería dar a entender. Pero no quiso insistir. No era ni momento, ni lugar. 

Y Capitán apareció.

Había sido todo menos claro. Y su mensaje solo podía generar confusión entre la soldadesca. ¿Qué sentido tenía aquel pequeño discurso sin sentido? Y entonces lo comprendió. Los oráculos, que tendrían posiblemente sus sentidos puestos en el Campamento, registrando sus pasos, sus movimientos, sus palabras. Para mantener una sensación de normalidad, una falsa normalidad en la cual Serpejo no hubiera muerto para ser sustituido por un tercero, en la que la comitiva hubiera llegado sin problema, era necesario mentir. 

Las órdenes adelantadas solo eran eso. Órdenes, aunque en aquel momento solo servían para decorar el escenario. 

-Capitán, propondría un paseo. A veces, las mejores ideas vienen cuando se está al aire libre -dijo con cierto deje enigmático, aún junto a Sabueso-. Y la soldadesca agradecerá tener el campamento para ellos solos. 

Los leves, para ser Barril, meneos del cabo, parecieron surtir efecto en Sabueso. Su petición de búsqueda, sorprendió a Analista, pero sus razones tendría.

-Si estás bien, Sabueso, procede como te dice el Cabo -dijo mirándole con preocupación-. Busca a la hostigadora Dedos. 

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Guepardo se giró para observar al recién salido Capitán. Creyó que por un momento parecía deslumbrado y la verdad no le extrañaba ante el tejido sombrío que había encerrado la tienda de Serpejo. Salir de aquella maraña oscura a un día nublado también debía ser un contraste notorio. Y entonces habló, dando explicaciones, indicaciones y órdenes.

El jaguar parpadeó levemente confuso, pero captó enseguida lo que ocurría. Especialmente con lo que revelaban algunos de los comentarios de los mandos y magos. Iban a montar una farsa.

Muchas dudas se apelotonaron en la cabeza del joven. Por un lado quien sería Fodresh o el que se hacía pasar por él. Y qué quería. Parecía evidente que no era seguidor del Dios de la Oscuridad. O al menos de su clero. O quizás lo fuera, solo que los ignorantes k'hlatas comenzaban a descubrir cómo los adoradores de Zon-Khuton se promocionaban y ascendían: eliminando a sus superiores con el beneplácito de la deidad. A saber.

El hostigador asintió con la cabeza, como aceptando que jugarían al engaño para el resto del mundo. Como si nada hubiera cambiado. Se preguntó entonces si el engaño se podría mejorar.

- Cabos, Analista - llamó su atención estando estos dispuestos a hacer diversas cosas y marcharse -. ¿Será necesario dar algún uso a su equipo e indumentarias? - preguntó haciendo un gesto con la cabeza a la fila de cadáveres. Quizás el disfraz sería necesario en algún momento -. ¿Y qué hago con Enrietta? - añadió, alzando su mentón al cielo, hacia las nubes negras que cubrían Carnonegro y traían consigo una palpable humedad y probablemente tormenta con ellas, en un evidente gesto de a donde debía mover a la muchacha.

En ese momento advirtió la aproximación de Piojillo, o en este caso Tío Samuel, que se acercó y le hizo una pregunta a la rea. Por primera vez escuchó su voz, aunque en susurros. Vio en ella una reacción y luego cayó como en un estado paralizado, con la mirada perdida. Apartó sin brusquedad a Piojillo para ver que la chica estaba bien, constatando que respiraba bien, pero captando que estaba como ida. Entonces se giró al antiguo líder de los campamenteros. Había escuchado perfectamente la pregunta de él y le abordó.

- Pioj... Sam, ¿Qué te ha respondido y quién diantres es ese Ernestol para que se haya puesto así? - le preguntó en voz baja.

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Parecía que el mensaje había sido recibido, aunque Capitán observó a Barril con extrañeza cuando mencionó a Dedos. ¿Buscarla? ¿Acaso se había perdido?

-¿Qué ha pasado con Dedos?-preguntó, con preocupación. Apenas asintió ante la sugerencia de Analista, a pesar de estar de acuerdo, centrado en la posible respuesta a su pregunta, cuando se vio sobresaltado por aquel grito.

-Quécojonesquerránahora...-masculló entre dientes, por lo bajo, algo cansado de dar tanta vuelta.

-Daremos ese paseo ahora, y quiero saber qué ha pasado con Dedos-dijo antes de entrar de nuevo a la tienda.

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El Capitán entró de nuevo, no sin dificultad, en la Tienda del Inquisidor.

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Era evidente que Sabueso no estaba bien, pero aún así asentía repetidamente:

— Sí, Amo Analista, bien. — dijo con la voz algo temblorosa, sin darse cuenta de haber utilizado en voz alta la palabra que intentaba no pronunciar desde que el propio Analista le diera la libertad. Tragó saliva. — El Sabueso escucha y obedece. Buscará a la hostigadora Dedos.

El monje retrocedió unos pasos de los oficiales sin darles la espalda, cabeza inclinada en señal de respeto absoluto. Luego se echó al suelo apoyando manos y rodillas y empezó a olfatear sonoramente la más que pisoteada tierra del campamento. Gateaba hacia aquí y hacia allá, con la nariz pegada al suelo, buscando concienzudamente el rastro de la hostigadora desaparecida. Era muy extraño que se hubiera perdido en el campamento y que le ordenaran a él buscarla. Seguro que los árboles habían tenido algo que ver, y eso le helaba la sangre.

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Sabueso percibía los olores de los conocidos flotando en el aire sin necesidad de echarse al suelo, pero esta vez quería asegurarse. Olfateó la tierra una y otra vez. Avanzaba y retrocedía a gatas, aunque sin alejarse demasiado. Unos momentos después levantó la cabeza, confuso. Dedos no estaba. No es que no estuviera en el campamento, era que no estaba en ninguna parte. Como si Dedos no existiera más... Eso no se lo dijo su fino olfato, el cual no detectaba nada de la hostigadora, sino una nueva punzada en el interior de su cabeza.

Pero eso no era posible. Sabueso volvió a agachar la cabeza, arrastrando su nariz por la tierra en dirección a la tienda del Inquisidor, pasando muy cerca de los pies de los oficiales, y siguiendo los pasos del Capitán. Sabueso volvió a erguir el cuerpo, todavía de rodillas, junto a la lona oscura de la tienda de Serpejo. Se volvió hacia el corrillo de mandos, algo extrañado.

— Analista, Cabo Barril. — les llamó, titubeante — Dedos está dentro...

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Escucho a Enrietta manteniendo una cínica sonrisa en la cara. Interesante, falta saber si se van a vengar los muertos que ha tenido la Compañía, los que ha tenido Carnonegro, los de las brujas o los de Nidal. O quizás todos a la vez. Entonces sí que sería una auténtica fiesta.

Cambio de postura mientras me muerdo el labio inferior. Eres tan sumamente hermosa... Ojalá pudiera...

En ese momento la voz de Piojillo vuelve a escucharse claramente. Ya está bien, Samuel. Te recuerdo que conozco tus pensamientos. Pediste hablar con la chica y ya lo has hecho, así que se acabó.

Luego me levanto y camino hasta Ponzoña al que saludo con el saludo de la compañía. Señor, creo que deberíamos empezar a pensar en cavar una tumba para nuestro compañero caído. Si me dice donde yo mismo puedo ocuparme.

No sabía si había sido el tono perentorio que había surgido de dentro de la tienda de Serpejo, o quizás el hecho de que la voz del Capitán sonara preocupada por demás al preguntar por Dedos, pero Cabo Barril ya había dado paso y medio hacia acceso de la tienda cuando Sabueso habló. Sus breves palabras solo hicieron que inflamar una llama que había prendido ligeramente, así que siguió al Capitán como sólo una mole de doscientos kilos puede hacerlo, con inusitada rapidez para su tamaño.

— Mecagoenlapenanegra... —

La voluminosa y acorazada figura del orondo Oscuro apenas bregó con la tela de la tienda por unos momentos. Luego desapareció. Aunque si alguien podía agarrar esa tienda y arrancarla de sus cimientos, sin duda era Barril. Puede que incluso comérsela.

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Espera, Plumilla digo, levantándome con menos agilidad de la que me gustaría, pero bastante más que otros días anteriores, cuando veo entrar a la pequeña gran curandera cargada con el agua. Seguro que entre los dos es más fácil añado, agarrando una de las partes del recipiente mientras ella lo hace con otra.

Una vez asegurado en su lugar me vuelvo a dirigir al camastro. Me pareció ver bastantes heridos de esta vez. El Capitán no va a estar solo en la tienda.

Pero me parece que somos todavía muy orgullosos como para aceptar lo heridos que estamos en algunos casos. Igual podrías plantearte revisar uno a uno y mandar aquí a quiénes peor estuvieran, como ya hiciera el Capitán antes. En cualquier caso, si necesitas ayuda solo dímelo.