Partida Rol por web

TRIGÉSIMO QUINTO DÍA DE LA RUPTURA DE LA ROCA.

AÑO: 4715 RA.

MES: FARASTO (INICIOS DE LA PRIMAVERA, MES TRES).

DÍA: 8, DÍA DEL SOL.

HORA: PRIMERAS HORAS DE LA MAÑANA. - CLIMA: CIELO DESPEJADO. TEMPERATURA TEMPLADA.

Le molestaba sobremanera que le hicieran salir de la tienda de los heridos, donde debía estar para recuperarse lo antes posible. Mucho más para presenciar un desagradable castigo. Lo sentía de veras por el pobre Reyezuelo, con el que había tenido últimamente bastante contacto, dentro de lo que suponía eso para alguien tan introvertido como Sabandija. Prefería pasar el tiempo en el bosque, aunque ahora ni eso podía.

El pobre es tan orgulloso...- Pensó en el noble de los Tres Castores y lo humillante que era toda aquella parafernalia. Un castigo ejemplar.- Al menos son sólo cinco varazos...- Trató de suavizar la situación, aunque ya conocía el resultado de los castigos ejemplarizantes de la Compañía. Prácticamente acabaría muerto. Y así fue. Ni siquiera aguantó los cinco varazos, pues al tercero ya caía inconsciente. Por mucho que ahora todos parecieran mudos, no tardarían en hablar del poco aguante de su Hermano. Sabandija sabía muy bien lo cruel que podían ser aquellos que se hacían llamar tus "Hermanos".

El pequeño K'Hlata se atusó el pelo, retirando una de las plumas de faisán que lo adornaban, y se escabulló de regreso a la tienda de los Heridos. Allí, lo más desapercibidamente posible, se acercó al cuerpo inerte de Reyezuelo y le colocó la hermosa pluma en su cabello. Era una muestra de respeto, algo que sólo Reyezuelo y él entenderían. Con expresión piadosa se quedó mirando unos segundos a su Hermano.

Mucho mejor. Cuando te despiertes podré lavarte el pelo y trenzártelo para que luzca mucho más lustroso.- El león siempre mostraba orgullosos su cabellera.

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AÑO: 4715 RA.

MES: FARASTO (INICIOS DE LA PRIMAVERA, MES TRES).

DÍA: 8, DÍA DEL SOL.

HORA: PRIMERAS HORAS DE LA MAÑANA. - CLIMA: CIELO DESPEJADO. TEMPERATURA TEMPLADA.

Tras presenciar el castigo impartido a Reyezuelo, Cielo volvió a ayudar con los preparativos de la marcha de la expedición a Cántaro Roto. Básicamente, se trataba de mover fardos, una tarea que no requería pensar demasiado, lo cual, a él, le venía bien en esos momentos. No obstante, reparó en que ya tenían dos degradados, y no pudo evitar pensar que él, posiblemente, también pasase a tal situación, si no conseguía controlar... Bueno, realmente, ser degradado, en su caso, sería el menor de los males.

Eso, digamos que le reconfortó relativamente. Otra reflexión que tuvo, fue sobre el hecho de que había desayunado... no era mal síntoma; si bien no había sentido hambre, sí que por lo menos su cuerpo había aceptado el alimento, el primero que ingería desde... digamos... el incidente.

La lengua, obstinada, salió para relamer su cara, recordándole su situación; resultaba irritante, pero... tendría que aprender a vivir con ello. Una vez terminase la tarea, y partiese la Infantería... ya se procuraría alguna tarea para llenar el tiempo en que no estuviese de guardia. Necesitaba hacer cosas para no pensar.

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DÍA: 8, DÍA DEL SOL.

HORA: PRIMERAS HORAS DE LA MAÑANA. - CLIMA: CIELO DESPEJADO. TEMPERATURA TEMPLADA.

El Inquisidor Fadresh se acercó a Cielo y le dijo:

- "Soldado, quiero hablar contigo. ¿Es posible?" -

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Al escuchar la pregunta del inquisidor, Ballestero se limitó a mirar a Cielo, pero nada más. Siguió con lo suyo, pero no dejó de prestar atención.

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Junto a Lagrimita depositó boca abajo, con sumo cuidado, a Reyezuelo, dejando a la vista su espalda destrozada que el Capitán había tapado con unos paños y vendas para evitar que se desangrara y que las heridas infectaran. Ahora tocarían días de reposo para que estas cicatrizaran y se cerraran adecuadamente.

- Mi Capitán - se dirigió al comandante -. Pronto partiré con la infantería a Cántaro Roto y desearía llevar conmigo algunas vendas y paños de la tienda. Lagrimita portará uno de los equipos de sanación, pero dada mi movilidad es posible que necesite con urgencia algo de material en momentos en los que él no esté presente o esté muy lejano - comentó a Matagatos, pidiendo permiso para echar mano de algunas vendas sobrantes para poder realizar, aunque fuera, unos primeros auxilios.

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Le sorprendió que el Inquisidor Fadresh se dirigiese a él, y aún más que le pidiese hablar. Desconfiaba de él, eso estaba claro, no tanto por el dominio de sus oscuras artes mágicas, sino por el hecho de que se movía como pez en el agua en el campo de la traición.

Cruzó la mirada con Ballestero, el mando más cercano en ese momento, y no observó gesto que le desaconsejase el intercambio verbal, de modo que respondió al Inquisidor.

-Sí, por supuesto. No estoy haciendo nada que no pueda esperar.

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Capitán escuchó a Guepardo y su petición, no tardando apenas un segundo en asentir, conforme.

-Naturalmente, hazte con algunos vendajes. Ojalá que me los devuelvas todos en unos días-respondió el oscuro, esperando sinceramente que así fuera. No es que se atreviera a pensar que realmente Nidal iba a ser compasivo con ellos, no después de todo lo que aquella maldita tierra les había echado encima... Pero en algún momento tendrían que ser ellos los que salieran vencedores limpiamente de aquello. 

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- "Estás en un proceso de Cambio, Soldado. Notarás que la comida normal te nutre, pero no te satisface. Si luchas demasiado contra tu propia naturaleza, corres el riesgo de perder el control. Pero hay maneras de capear la tormenta de necesidad y deseo." -

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Asintió a las órdenes de las guardias que Ballestero comunicó, y saludó militarmente a su superior. Cuando le preguntó sobre los silbatos y las armas de entrenamiento, se quedó estupefacto.

— Señor, los silbatos los tiene Grito, señor —respondió, y luego titubeó antes de continuar con una mezcla de asombro y nerviosismo—. ¿Cuáles armas de entrenamiento me dice, señor? No me las había encargado nadie, pero puedo ponerme a hacerlas de inmediato. Con la madera suficiente podré hacer una o dos al día, con suerte.

Lo que en verdad sacó de lugar a Gobaldet no fue la pregunta en sí, si no que solo le había contado la intención de hacerlas a Lagrimita dos días antes. ¿Había estado el infante hablando con el Hostigador? Probablemente esa era la respuesta, porque la otra opción se le antojó sumamente aterrorizante: que el puto calvo pudiese leer las mentes.

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- Gracias, mi Capitán - agradeció someramente el hostigador, haciéndose con algunos vendajes y paños, aptos para cerrar hemorragias, doblándolos o enrollándolos, y metiéndolos en su bandolera -. Con su permiso - se despidió del comandante y el resto de reunidos en la Tienda de Heridos antes de abandonarla y dirigirse a abastecerse de comida y agua para el camino que tendría que recorrer con los infantes hasta Cántaro Roto. Entonces los vio. Cielo y el Inquisidor interesado en hablar con él.

Durante un instante el jaguar sintió una tensión al ver la escena y apretó la mandíbula mirando fijamente al infante maldito. Esperaba que recordara las recomendaciones dadas por parte de los mandos con respecto al qué decir o qué no decir ante esos individuos. Y por otro lado tuvo la sensación como que el tal Fadresh se le había adelantado, arrepintiéndose de no haber abierto la boca hará una hora y haber abordado al "realista" con un intercambio de palabras cuando tuvo la oportunidad. Esperaba poder hacerlo más tarde y que la conversación con el nidalés no alterara nada.

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Conforme la mañana avanzaba los preparativos lo hacían también, la carga a transportar se amontonaba en el carruaje que poco le faltaba para estar hasta arriba.  En cuanto el cabo terminara los asuntos que tenía pendie te estarían listos para salir.

Las monturas estaban preparadas, frescas y alimentadas para la travesía, conforme los hombres iban acabando los preparativos Grito los mando a llenar los odres de agua y a comer algo antes de partir, una vez iniciaran la marcha no habría mucho tiempo para descansar así que era importante tener algo en el estómago.

Gobaldet había conseguido hacer dos silbatos, no eran demasiados sobretodo ahora que el grupo se dividía por lo que le inquirio a hacer al menos un par más durante los días siguientes.

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Tarado se encuentra cada vez mejor, sus heridas van cerrando y mientras no haga grandes esfuerzos ni se infecten, todo va bien.

Plumilla queda a cargo de autorizar a los heridos, por lo que la busca o directamente a Ballestero para pedir permiso y ayudar a Frontera con la comida. Ya lo ha hecho antes y no corre el riesgo de infectarse en las letrinas o con los animales.

Si le sobra tiempo puede iniciar un poco de entrenamiento. Apenas una suave calistenia que no tense la costura de las heridas, algo realmente flojo, para desentumecer un poco los músculos.

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—Tarado, es Plumilla quien tiene que autorizar. —Había que ser pacientes. —No he cambiado la orden. —Si por él fuera todos estarían trabajando ahora. Probablemente por eso sus anteriores mandos habían sido tan desastrosos. Ahora aprendería a contenerse.

Los hombres parecían fastidiados por no poder salir de viaje. A Ballestero le pasaba igual. Ahora el campamento le parecía demasiado grande. Y, de hecho, se encontró pensando que los que eran no iban a poder defender semejante perímetro ni por asomo.

Observó la sorpresa de Gobaldet y se sintió también él un poco sorprendido, porque ahora no recordaba dónde podía haber oído eso.

—Buena idea, Gobaldet. Haz unas cuantas armas de entrenamiento. —El diálogo era como de besugos pero... —Pregunta a Frontera si hay material suficiente. De lo contrario pediré permiso a Ponzoña para que compremos esa madera.

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El tipo ese sabía cosas, eso era indiscutible; sabía del ansia que atenazaba a Cielo, y también de lo que estaba por venir. Ciertamente... ahora mismo no sentía necesidad de comer, pues había desayunado algo, pero poco a poco sentía que en algún momento, aquello que había despertado dentro de él, afloraría para reclamar carne, carne fresca y no de cualquier presa.

Desconfiaba de ese hombre, por supuesto, y no dudaba de que cualquier conversación bis a bis levantaría suspicacias por parte de los mandos, pero...

-Entonces... ¿hay un modo de calmar el ansia?

Había hablado en tono bajo. Se le notaba una cierta esperanza. Acallar la voz que le exigiría a gritos carne sangrante, haría que pudiese refrenar su imparable camino hacia la oscuridad. Tal vez mereciese la pena, a fín de cuentas, escuchar atentamente a aquel tipo.

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- "El Inquisidor Serpejo y yo creemos que tu Cambio es irreversible, que está en tu propia naturaleza. Una naturaleza inhumana que puede devorar a una moralidad humana. Algo así no es necesariamente malo, pero tendería a hacerte perder el control de tus actos y, probablemente, a que tu propia gente te acabara matando.

Debes saciar el ansia devorando carne humana, al menos la cuarta parte de un cuerpo por semana. El cuerpo te pedirá imperiosamente la carne tierna de inocentes, especialmente mujeres y niños, pero debes resistir si no quieres que el hambre te controle por completo y pierdas el raciocinio.

Devora en su lugar enemigos que hayas vencido, en particular en combate singular, y podrás mantener el control. Otro truco es recurrir a los muertos creados por otros, aunque incluso así es mejor evitar la carne excesivamente tierna.

En tu estadío actual no estás todavía preparado para devorar carne que no esté fresca, por lo que debes ser cuidadoso con tu dieta. Dejaré contigo este zombie creado a partir de la carcasa que ya evisceraste. Hiciste bien en devorar las vísceras, pues es lo primero que se estropea. Las energías necrománticas que animan el cuerpo no son lo mejor para tu salud, pero sigue siendo mejor por el momento que comer carne podrida, y mejor para tu autocontrol que comer carne demasiado tierna. Con este cuerpo deberías de tener para comer tres semanas. Mátalo cuando vayas a comer el primer tercio, dentro de una semana aproximadamente, es una criatura especialmente débil por lo que no debería de darte problemas. Para las otras dos semanas, el Inquisidor Serpejo puede preservar la carne con un conjuro. Mejor si la escondes fuera de la vista de tus compañeros.

Eventualmente, necesitarás cazar otra presa. Te aconsejo el sigilo y la discreción, pero también presas que no puedan considerarse inocentes bajo ninguna moralidad convencional.

Mantente alimentado, al menos una cuarta parte de un cadáver por semana, y siempre que puedas de guerreros odiosos por quienes no se te sea posible sentir el menor atisbo de compasión, o culpa, y seguirás manteniéndote estable.

Por el momento, sólo puedes comer carne que lleve poco tiempo muerta, escasamente uno o dos días. Puede que más adelante desarrolles capacidades que te permitan disfrutar de festines más decaídos. Hasta entonces seguramente te vendría bien aprender a preservar la carne, o conocer a alguien que pueda mantenerla incorrupta con un conjuro llamado Gentil Reposo." -

Después le ordena al zombi incompleto que siga a Cielo.

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La mañana iba pasando con lentitud mientras los movimientos se suceden en el campamento. En particular me quedo observando la conversación entre Cielo y el supuesto inquisidor resucitado. Y el que este se lleve a los nueve zombus que tiene como escolta no me gusta nada. Pero son cosas de ellos.

Miro fuera de nuestra empalizada hacia el mundo que nos rodea. Todavía me cuesta comprender que este no es nuestro mundo, que de algún modo hemos abandonado la gran sábana, las Arenas Ardientes e incluso la ciudad desde más allá.

Podría pensar que estamos muertos, que nunca conseguimos escapar de la destrucción en los reinos pastel, que nos hemos movido como esos espíritus poderosos que los otros llaman dioses, pero si así fuera ¿por qué seguimos sufriendo y muriendo? No tiene sentido. Nada de esto tiene sentido. Y yo solo sé que ahora incluso las Arenas ardientes que me hacen más acogedoras que este mundo.

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Observó parte de la charla que mantenían Cielo y el Inquisidor y fue hacia donde andaba Ponzoña meneando la cabeza.

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Saludó al cabo. —Señor. Supongo que Cielo tiene permiso para hablar con Inquisidor. ¿Cierto? Porque —señaló a ambos charlando largamente en un aparte —está charlando con él delante de todo el mundo a pesar de tu discurso de ayer por la tarde. Deberías haberme avisado. Podría haber intervenido y... —Movió la cabeza hacia un lado y hacia otro. Estas situaciones le ponían muy incómodo.

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Desde su postura de recelo, escuchó atentamente las palabras del Inquisidor Fadresh. Progresivamente, para quien supiese leer el lenguaje corporal y facial, su postura mudó hacia la de respeto. Ese hombre, definitivamente, sabía cosas, cosas que concordaban con viejas leyendas que le contaron de niño, sobre maldiciones y efectos que tenían en la gente, y la forma de convivir con ellas el mejor modo posible.

Miró la carcasa, pues así podría definirse a un cuerpo eviscerado, a la cual ordenó seguirle, o al menos, mantenerse cerca de él, como una especie de despensa andante. Desde luego, en ese momento le parecía lo más asqueroso que podía imaginarse... salvo claro está, tener que comer mierda reciente de vaca diarreica... Demonios... todavía hasta tendría que dar gracias por que la maldición no requiriese ese otro tipo de alimento.

Pero en su fuero interno, sabía de sobra que ese hombre le decía la verdad, y no solo eso, sino que le estaba facilitando la siguiente comida, tal vez las siguientes, y que le abría el camino hacia cual podría ser do forma de supervivencia a medio plazo... Cazar. Pero un tipo de caza distinta.

Se quedó pensativo unos momentos. Si tuviese al menos libertad para salir del campamento cuando fuese necesario... Tal vez, quizá, podría planteárselo al Capitán a su regreso. La situación era clara: si no se alimentaba, posiblemente perdería el control y se acelerase su degeneración; para alimentarse, necesitaría presas frescas. Tal vez, se temió por un momento, tuviese que abandonar la Compañía y empezar un camino separado, quizás en paralelo. Todavía no sabría asegurar si tal sería su destino.

Asintió al Inquisidor Fadresh; desde luego, entre eso y las palabras de Keropis... veía una esperanza.

-Se lo agradezco, Inquisidor. Lo que me va a suceder, sé que es irreversible. En mi tribu no es algo desconocido. Es un camino que no querría recorrer, pero que me ha tocado en suerte. Su ayuda para mantener la humanidad que me queda es inestimable. Seguiré sus consejos en la medida que me sea posible. Si pese a todo, termino perdiendo esta batalla... espero que mi final sea rápido.

"El Inquisidor Serpejo y yo"... ¿Acaso la forma en que le había revivido, le había devuelto a un estado de consciencia en que su lealtad hubiese cambiado, pero manteniendo su lucidez?... Extraño y poderoso era este hombre, pensó.

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El Inquisidor Fadresh se despidió de Cielo con un leve asentimiento y dejó a su cuidado al zombi eviscerado. Seguidamente se fue a la Tienda del Inquisidor a terminar de preparar su equipaje para el viaje a Cántaro Roto.