Partida Rol por web

TRIGÉSIMO QUINTO DÍA DE LA RUPTURA DE LA ROCA.

AÑO: 4715 RA.

MES: FARASTO (INICIOS DE LA PRIMAVERA, MES TRES).

DÍA: 8, DÍA DEL SOL.

HORA: DESPUÉS DE MEDIA MAÑANA. - CLIMA: CIELO DESPEJADO. TEMPERATURA TEMPLADA.

Ante la voz de Barril, Analista montó en Beltza, con la fluidez de quien pareciera había nacido con un caballo entre sus piernas. Sonrió ante las palabras del Cabo, comprendiendo la esencia de las mismas. La Compañía no solo debía de ser orgullosa, debía parecerlo, lo cual le condujo a una reflexión súbita. La ausencia de un estandarte, algo que debía corregir lo antes posible. Pero todo llegaría. 

Miró a Sabueso, justo a su lado. Si debían caminar de a dos, la presencia de Dante era un obstáculo, pero eran cuatro las monturas. Hacer que un novel montara era un riesgo no aceptable en aquellas circunstancias de modo que deshizo el nudo que lo unía al pomo de su silla y tendió desde lo alto las riendas de su otra montura al mortificador. 

-Tómalas y avanza a mi lado. No temas nada de él. Es un buen caballo, pacífico y fiel. Es capaz de oler el miedo o la reticencia de modo que deja que todo fluya -le dijo antes de dirigirse a su hermoso alazán-. Dante, tranquilo. Él te conducirá a mi lado. Es un amigo -y la extensión de aquella afirmación solo ellos dos la conocían.

Miró en derredor. El sol brillaba en lo alto en un día de azul prístino. Con gusto hubiera espoleado a Beltza y se hubiera lanzado a una cabalgada sin freno. Lo haría. Más adelante. 

-Cabo Barril, ¿recuerdas que me pediste portalanzas? Te he conseguido uno por si te sigue interesando -comentó con un guiño-. Y espero que sí, porque no pienso cargar con él. 

Guepardo terminó de hacer los preparativos para la marcha. Cargó en el carro sus escasas pertenencias, recibió una nueva de manos de Analista y Barril que guardó como parte de su equipo. El jaguar, dadas sus capacidades, pensó que su función y la de Dolor sería la de ir en cabeza, explorar o forrajear para el grupo que marcharía a Cántaro Roto. Su sorpresa no fue pequeña cuando descubrió que estaba muy equivocado: iba a encargarse de conducir el carro. El joven se preguntó si no habría nadie más indicado para ello y con estupor comprendió que si le daban ese puesto... es que posiblemente no había nadie mejor para hacerlo, así que deseó y esperó que entre los infantes hubiera buenos rastreadores y ojeadores.

Por tanto, el hostigador comprobó que los arreos de las mulas estuvieran bien enganchados. Bien ajustados, pero no demasiado tensos para que no molestaran a los dos pollinos. Después se situó frente a ambos animales y les habló en voz baja mientras abrazaba con suavidad sus cuellos y dejaba descansar sobre los hombros sus cabezas, pudiendo susurrarles a la vez al oído.

- Pantera, Ceniza - los llamó por sus nombres -. Vamos a hacer un viaje largo. Necesito que caminéis sosegados y tranquilos, pase lo que pase. Ignorar a los reanimados no vivos. No os pongáis nerviosos y no os salgáis del camino - les murmuró como si pudieran entenderlo. Estaba seguro de que en cierto modo podían y resultaban mucho más cabales que algunas personas. Terminó acariciando sus frentes y sus lomos antes de subirse al pescante del carro de la Pitonisa, teniendo a Dolor a su lado. Allí tomó las riendas y esperó las órdenes de Capitán y Barril.

El comandante de la Compañía dio la señal de partida y la columna se puso en movimiento, con un Barril muy ufano dando indicaciones. El jaguar no comprendió muy bien lo que pretendía el cabo, pero dudaba que aquello envolviera a Dolor o a él, conductores del carro.

Cosas de infantes, sentenció asintiendo con la cabeza, dando un suave golpe en el lomo de los animales con las riendas que hizo que estos comenzaran a caminar hacia la salida del campamento. Desde la altura que le confería su puesto pudo observar el grupo de personas que lo componían... y el grupo de no-personas que habían sido añadidos. Los reanimados por Fadresh resultaban ser una procesión repulsiva que no pudo evitar la incomodidad del hostigador. Esperaba, al menos, que si hubiera algún problema aquellas cosas sirvieran como escudo contra posibles ataques. Así como uno de ellos ya estaba sirviendo como futura merienda.

Tras todos los preparativos de rigor, se dieron las órdenes y la expedición del Cabo Barril a Cántaro Roto se puso en marcha.

El carro de Khadesa, pilotado por Guepardo y Dolor, y cargado con el grueso del equipo, provisiones y la impedimenta, fue el primero en salir del Campamento Principal de la Compañía. Les seguía Analista a lomos de Dante y seguido de Beltza con su equipo, tras él trotaba Sabueso.

A continuación, el Cabo Barril, flanqueado por Palomita y Grito en sendos destreros (siendo Caos, el negro semental de la Oscura, con mucho el más impresionante). Seguidamente el Chamán Rastrojo, escoltado por Campaña y Keropis. Seguidamente Lagrimita, Derviche, Lombriz, y Romo.

Cerraba la marcha el Inquisidor Fadresh, sobre su destrero nidalés, seguido de su séquito de nueve zombis reanimados.

TRIGÉSIMO QUINTO DÍA DE LA RUPTURA DE LA ROCA.

AÑO: 4715 RA.

MES: FARASTO (INICIOS DE LA PRIMAVERA, MES TRES).

DÍA: 8, DÍA DEL SOL.

HORA: ANTES DE MEDIODÍA. - CLIMA: CIELO DESPEJADO. TEMPERATURA TEMPLADA.

Observo a los otros marcharse pero realmente su partida no me importa demasiado. Aunque no puedo evitar pensar en las veces que dejaban solo el campamento y los Campamenteros teníamos que hacernos cargo de todo. Parece que ahora ese puesto lo van a ocupar los Hostigadores.

Una vez el último de ellos sale del campamento, vuelvo a mis quehaceres. Solo espero que allá donde van no tengan problemas y puedan regresar, que ya la última vez que nos separamos perdimos a dos hombres. Y dos buenos guerreros.

TRIGÉSIMO QUINTO DÍA DE LA RUPTURA DE LA ROCA.

AÑO: 4715 RA.

MES: FARASTO (INICIOS DE LA PRIMAVERA, MES TRES).

DÍA: 8, DÍA DEL SOL.

HORA: ANTES DE MEDIODÍA. - CLIMA: CIELO DESPEJADO. TEMPERATURA TEMPLADA.

Observo como los infantes abandonan el campamento con un toque de nostalgia. No puedo olvidar todo lo que pasamos juntos en infantería, y ahora mis hermanos se van sin mí. Casi como uno de esos sueños en los que persigo a la compañía pero nunca consigo alcanzarla.

Me acerco hasta la puerta para despedirles con una media sonrisa. Buena suerte, hermanos les digo mientras salen. Y mientras se pierden alejándose de Carnonegro rezo una oración a mis antepasados para que les protejan y puedan regresar todos.

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MES: FARASTO (INICIOS DE LA PRIMAVERA, MES TRES).

DÍA: 8, DÍA DEL SOL.

HORA: ANTES DE MEDIODÍA. - CLIMA: CIELO DESPEJADO. TEMPERATURA TEMPLADA.

Tras la conversación, se quedó observando la partida de sus compañeros. Por una parte, sentía no acompañarles; por otra, era consciente de que, en su situación actual, sería mejor que se mantuviese en el Campamento. Cuando los hubo perdido de vista, volvió a sus tareas rutinarias de vida en campamento. Nunca faltaban cosas que hacer.

De todos modos, se sentía aliviado; contar lo que había contado le había quitado un peso de encima. Posiblemente, tuviese que repetir las mismas explicaciones al resto de Mandos, pero eso ya sería tema de que el Cabo Ponzoña lo considerase oportuno. Hizo un gesto a la carcasa que le seguía a todas partes, aunque era consciente de que tal gesto sería superfluo; pasase lo que pasase, esa sería su sobra, al menos por un tiempo.

Todavía no era su turno de guardia, así que podría dedicarse a tareas que no le dejasen tiempo para pensar, y eso lo agradecía en su fuero interno.

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AÑO: 4715 RA.

MES: FARASTO (INICIOS DE LA PRIMAVERA, MES TRES).

DÍA: 8, DÍA DEL SOL.

HORA: ANTES DE MEDIODÍA. - CLIMA: CIELO DESPEJADO. TEMPERATURA TEMPLADA.

Los infantes tomaron su almuerzo con prioridad sobre el resto de la compañía. En realidad los que se quedaban no necesitarían almorzar, si iba a haber comida después, pero Frontera decidió aunar ambas comidas en una y preparar un almuerzo contundente. Los demás simplemente tendrían que esperar a que los infantes hubieran marchado, y así lo hicieron.

Terminó de preparar raciones sobre las mesas de la cocina y se sentó, exhausto mentalmente y físicamente tras el funeral del día anterior y la noche prácticamente en vela. Los miembros de los hostigadores fueron recogiendo uno a uno sus raciones, mientras la infantería marchaba, saliendo por la puerta del campamento hacia otro lugar desconocido de aquella tierra.

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MES: FARASTO (INICIOS DE LA PRIMAVERA, MES TRES).

DÍA: 8, DÍA DEL SOL.

HORA: ANTES DE MEDIODÍA. - CLIMA: CIELO DESPEJADO. TEMPERATURA TEMPLADA.

Y ahí partían, probablemente casi lo mejor de la Compañía Negra. Al menos en términos de combate. Atrás quedaban heridos y hostigadores.

No dejaba de preguntarme que me depararían los futuros días a las órdenes de un mando que a buen seguro no me tenía en la más alta estima. Pero así era la vida en la Compañía. Ibas de orden en orden, esperando que fueran buenas. Ya no en intención, sino al menos en mejorar las opciones de supervivencia.

Me dirigí al campo de entrenamiento para que mi propia recuperación se convirtiera en inmovilidad. Y esta en decadencia de mi cuerpo. A veces, el remedio tendía a ser peor que la enfermedad.

Eso lo sabía bien cualquier soldado.

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DÍA: 8, DÍA DEL SOL.

HORA: ANTES DE MEDIODÍA. - CLIMA: CIELO DESPEJADO. TEMPERATURA TEMPLADA.

La expedición había partido. No es que le importase mucho ya que bastante tenía con recuperarse de sus heridas y buscar a Plumilla para que le autorizase a ayudar en la cocina.

No encontrando a Plumilla por ningún lado, se dedicó un poco a entrenar muy suave, sobre todo estiramientos y desentumecer los músculos que había perdido firmeza tras tanto reposo, nada que pudiera producirle que se abrieran de nuevo sus heridas.

De todas formas seguía buscando a Plumilla para pedir incorporarse a la cocina.

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MES: FARASTO (INICIOS DE LA PRIMAVERA, MES TRES).

DÍA: 8, DÍA DEL SOL.

HORA: ANTES DE MEDIODÍA. - CLIMA: CIELO DESPEJADO. TEMPERATURA TEMPLADA.

Ya debe de ser la hora. Reyezuelo escuchaba desde la Tienda de Heridos el bullicio que el ajetreo de la caravana producía en el exterior.

Un mes hasta volver a verlos. Analista le había explicado la situación momentos antes, pero más aún, le había dicho que creía en él y que esperaba la redención de su aprendiz, lo que confirmaba lo augurado antes por boca de Capitán.

Aquellas palabras fueron un faro de luz ante un perdido y abatido Reyezuelo sucumbido al dolor de sentir su orgullo hecho añicos por la pérdida del derecho a usar su capa y todo lo que implicaba. El faro iluminó la senda que marcaba el Espíritu de la Compañía, había encontrado el camino, y con ello, las ganas de vivir y ser mejor.

Tenía una lección que aprender, virtud que demostrar y un mes para lograrlo. ¿Volvería a brillar su orgullo alguna vez? ¿Lo haría de forma benigna, lleno de sana validación y autoestima propia, o estaría corrompido por la soberbia y la arrogancia que de nada le sirvieron nunca?

Un nuevo comienzo. Tengo que quitar lo malo, mantener lo bueno, y mejorarlo. Suspiró. Bueno, hoy tengo que hacer reposo de cualquier modo, el tiempo no será un problema.

El aprendiz de Analista pasaría todo el día recordando las vivencias desde que era solo un infante al que llamaban Pluma; luego las de cuando era un aristócrata comandante y diplomático castor, al que llamaban Urithi Meshimiwa; y las más cercanas como hermano juramentado de la Duodécima bajo el nombre de Reyezuelo. Todo aquello que era la base y cimientos de sus valores y principios tendría una profunda revisión.

Solo lo mejor renacerá.

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DÍA: 8, DÍA DEL SOL.

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Vio a la comitiva partir. Con un punto de altivez y orgullo del que solo fueron testigos vacas, cabras y caballos, pastando en los cercanos prados. 

Capitán, el Primer Mago y su esposa Khadesa de un lado. Por otro, quince hombres y mujeres a su cargo, de los cuales tres infantes y tres reclutas, y responsabilidades varias. Las guardias de campamento, la guardia nocturna en la granja, el ordeño y cuidado de los animales, la cocina, las letrinas, la Tienda de Heridos, los entrenamientos, el mantenimiento de armas y armaduras y cuanto surgiera. Y en medio de todo aquello, la operación de su pierna. 

Se pasó una mano por la cara, en un gesto prematuramente cansado, tratando de determinar si era el momento idóneo o no para ello.

No importaba. Lo que tenía que ser, sería. Nadie podía pedir al sol que retrasara su salida. Era hora de empezar a organizarse. 

-Ballestero, acompáñame -ordenó a su segundo, a quien vio ocupado con su ballesta-. La Compañía ha quedado reducida a una veintena de efectivos y el trabajo sigue siendo prácticamente el mismo, así que nos van a faltar manos. Vamos a la Tienda de Heridos. Quiero saber de boca de Plumilla el número y estado real de nuestros heridos y cuánto tardarán en estar operativos sin merma para su salud.

Comenzó a andar, levemente renqueante, hacia la Tienda de Heridos. Apartó la tela de su entrada y cruzó a su interior.

-Buenos días, Plumilla. Una pregunta. ¿Cuántos heridos tenemos y cuál es su estado?

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Asintió hacia Tarado cuando éste le preguntó, - Tus heridas aun son graves, Tarado. Lo ideal es que descansaras un día más, pero entiendo que ahora que estamos con menos efectivos… Si puedes ayudar en la cocina sería lo ideal, pues son tareas leves… - le comentó mientras observaba los vendajes y asentía hacia si misma.

Al poco rato, fue el mismo Cabo Ponzoña y Ballestero que se acercaron a preguntar por lo mismo, - Cabo, Ballestero, - asintió hacia los dos - tenemos un herido muy grave – señaló hacia Reyezuelo, - Que no debería moverse hasta que las heridas dejen de abrirse con cada mínimo movimiento.

Por el resto de la Compañía aquí en Carnonegro… - hizo un recuento mental del estado de los heridos esa mañana en la Enfermería, - Tal como le comentaba a Tarado, sus heridas aun son graves y mi recomendación es que guarde aun un día de descanso, y si no se puede, haga tareas de poco movimiento, de forma que sus heridas no se abran y puedan cicatrizar.

Luego, hay cuatro con heridas moderadas, Preocupado, Dedos, Indómito y Sabandija. – Recontó finalmente, aunque añadió con un suspiro, - Aunque no puedo saber si hay más heridos si no pasan por la enfermería. – Murmuró para si misma tras un leve suspiro. – Estos cuatro pueden estar más activos, pero mi recomendación seria que aun estuvieran un día con ejercicio leve y tareas menos activas. Sus cuerpos necesitan energía para terminar de curar sus heridas.

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Las necesidades eran las que eran, las posibilidades, también. 

-Gracias por tu informe, Plumilla -Capitán también estaba herido pero pedirle que se recluyera en la Tienda de Heridos seguramente sería misión imposible. Por otra parte, Caracabra también mostraba alguna herida pero por lo visto no había pasado por allí-. Tarado, es una orden. Te necesito listo y sano cuanto antes, así que hoy reposo absoluto. 

Miró a Ballestero y negó con la cabeza. 

-Sabandija estaba adjudicado para la guardia nocturna donde Basili, junto a Pelagatos, pero en su estado y aun presuponiendo que será algo tranquilo, creo que lo mejor será modificar los puestos y poner a Leñador junto a Pelagatos, al menos hasta que Sabandija sane -le dijo-. Plumilla -se volvió hacia ella-. ¿Cuántos tiempo necesitarán estos soldados para terminar de recuperarse correctamente?

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HORA: ANTES DE MEDIODÍA. - CLIMA: CIELO DESPEJADO. TEMPERATURA TEMPLADA.

Asintió. —Poner a Gobald... Leñador en vez de a Sabandija en la guardia nocturna. A la orden. —Por supuesto, siguió ahí, porque seguramente surgiría algo más.

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HORA: ANTES DE MEDIODÍA. - CLIMA: CIELO DESPEJADO. TEMPERATURA TEMPLADA.

-Con asistencia, menos del que imaginamos, pero para eso tengo que tener tiempo yo-replicó Capitán, ante la última pregunta de Ponzoña, apareciendo en la tienda de los heridos. Las despedidas se habían realizado, y era el momento de trabajar con lo que tenían, y de quedar en el mejor estado posible.

-¿Una media de tres o cuatro días quizás, Plumilla?-preguntó el oscuro, dando su estimación particular-aunque Reyezuelo necesitará algo más. Y eso me lleva a otro detalle que tenemos pendiente, Ponzoña. Hay que arreglar ese condenado tobillo. Y estos días son probablemente el mejor momento con el que vamos a contar-le dijo al Hiena.

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La irrupción de Caracabra fue providencial.

-Por supuesto, Hermano. Y ya que estás aquí, una pregunta, ¿tienes alguna herida aún por sanar? Estamos haciendo recuento. 

Asintió a Ballestero. Su fiabilidad era la del mecanismo de una de sus ballestas. 

-Ballestero, hay algo más de lo que hablar. Hemos recibido varias cosas, como ya habrás sabido. Tras un reparto inicial destinado a los miembros de la expedición a Cántaro Roto, quedan por repartir dos cotas de escamas, un escudo pavés de hierro, dos ballestas pesadas y dos aljabas con veinte virotes de gran calidad, dos lanzas cortas también en muy buen estado y de gran calidad y dos cuchillos de carnicero. Recuérdame que mañana mandemos formar a los soldados a primera hora para plantear su posible reparto en base a las necesidades de cada uno -le dijo. 

La voz de Capitán se hizo notar a sus espaldas.

-¡Capitán! -exclamó sorprendido antes de saludarle como correspondía-. ¿Tres o cuatro días? -Era algo aceptable. Reyezuelo constituía la excepción, pero era algo asumido y asumible-. De acuerdo. Limitarán su colaboración a las labores del campamento con aspectos menores y que no les perjudiquen -y llegó el trueno que presagiaba la tormenta-. No creo que haya un buen momento -llevaban poco más de un mes en aquellas tierras e iba a sufrir una segunda intervención-. ¿Cuándo tienes pensado hacerlo? Tú mismo estás herido. ¿Estás preparado para algo así o necesitas tiempo para tu propia recuperación? Tal vez podamos esperar los tres o cuatro días de los que hablabas para que todos estén en perfectas condiciones y así puedan asumir sus obligaciones. Pero tú mandas. 

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—Señor.

Tras el gesto impasible de Ballestero comenzaron a girar ruedas dentadas.

Las cotas de escamas y el pavés iban a llevar bastante trabajo, pues lo que abundaba en la escuadra de hostigadores era el típico soldado K'latha. Infantería ligera, buena en el acoso, en la incursión tras las líneas enemigas, pero no una fuerza de contacto y resistencia. Al menos no exactamente. Quizá se pudiera convencer a alguno de ellos de que modificaran sus estándares tribales y portaran armadura metálica.

¿Quizá Gobald... Leñador? Su arma, una garrota, cuadraba con un pavés y una armadura. Quizá pudiera aprender a manejar un hacha de batalla.

Lo de las ballestas. Oh, qué maravilla. El posible inicio de una escuadra de tiradores. Esas ballestas bien empleadas podían sorprender y anular al posible líder de un pelotón que asomara demasiado los morros. Recordó al jefe de los Capas Rojas, y cómo ya tenía en el cuerpo tres de sus virotes cuando lo derribaron. De haber aguantado ese poco que sus ataques a distancia no le dejaron, podría haber matado a algunos hermanos.

Si. Con esas dos ballestas ya juntaban cuatro en total. Eso significaba o bien una descarga cerrada contra un único oponente muy fastidioso o que se pudiera mantener un fuego de cobertura con una cadencia medio decente.

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- Cabo, por mi parte estoy listo para lo que indiquen. - Digo desde mi camastro medio recostado tratando de hacer un saludo marcial adecuado.

- Y, si se me permite hablar Segundo. - Digo inclinando levemente la cabeza en señal de solicitud. - He tenido tiempo de conocer el espíritu de Gobaldet. Es un hombre bravo y comprometido. - Digo desviando la mirada intencionadamente un momento para reflexionar sobre lo siguiente.

- Es consciente de nuestra necesidad como Compañía. Se esfuerza para llegar a ser un soldado competente lo antes posible. Porque quiere estar en el frente de batalla con sus futuros hermanos. Él mismo, me lo ha transmitido. - Les comentó a los mandos. 

- Pero me preocupa que todavía no tenga la destreza para soportar una lucha continuada. Si se me permite la opinión, sería una buena opción pertrecharle adecuadamente para que viva lo suficiente como para no depender de "esas cosas". - Me limito a reflexionar en voz alta.

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HORA: ANTES DE MEDIODÍA. - CLIMA: CIELO DESPEJADO. TEMPERATURA TEMPLADA.

-La Compañía vela por los suyos, Preocupado. Y aunque aprecie sus esfuerzos, hasta que no jure, no será un soldado de la misma y nuestras prioridades deben ser para con los nuestros. Llegado el momento, el recluta dejará de serlo y gozará de ciertos privilegios. Pero agradezco tus palabras, y las tendré en cuenta -dijo el Hiena-. Ahora recuéstate y descansa. Todo llegará.