Partida Rol por web

TRIGÉSIMO QUINTO DÍA DE LA RUPTURA DE LA ROCA.

AÑO: 4715 RA.

MES: FARASTO (INICIOS DE LA PRIMAVERA, MES TRES).

DÍA: 8, DÍA DEL SOL.

HORA: ANTES DE MEDIODÍA. - CLIMA: CIELO DESPEJADO. TEMPERATURA TEMPLADA.

Asintió a la respuesta de Capitán, - Algunos de los heridos moderados quizás con un día de descanso completo – frunció el ceño, sabiendo que eso era literalmente imposible en la Compañía, - dos si hacen algún esfuerzo.

El resto… - ladeó la cabeza, pensativa, - dos días de descanso completo o entre tres y cuatro días si no destinan todas sus energías en recuperarse. – Asintió. – El caso de Reyezuelo dependerá de la evolución de sus heridas. Como mínimo tres o cuatro días de descanso ininterrumpido.

Capitán sacó a relucir la operación del tobillo del Cabo, - Mi recomendación sería realizar la operación cuanto antes posible, Cabo Ponzoña. Cada día que pone peso en el tobillo aumenta la posibilidad de que sea más difícil repararlo. – Añadió, con el tono preocupado, mirando hacia Capitán, esperando su recomendación.

TRIGÉSIMO QUINTO DÍA DE LA RUPTURA DE LA ROCA.

AÑO: 4715 RA.

MES: FARASTO (INICIOS DE LA PRIMAVERA, MES TRES).

DÍA: 8, DÍA DEL SOL.

HORA: ANTES DE MEDIODÍA. - CLIMA: CIELO DESPEJADO. TEMPERATURA TEMPLADA.

La sesión de memorias de Reyezuelo recién empezaba cuando la Tienda de Heridos se llenó de gente, para el castor fue imposible no prestar atención.

Cabo Ponzoña, Ballestero y Preocupado hablaban sobre el equipo que habría de repartirse mañana entre los que eran hermanos juramentos. El aprendiz de analista sintió curiosidad en cómo repartirían las armaduras de escamas, era bien sabido que su uso era un tabú K'halta para la mayoría y que no eran compatibles con algunos estilos de lucha tribal. El diplomático castor quien se había alejado paulatinamente de aquellos tabúes lamentó su estado actual de recluta, una vez más. Quizás me hubieran considerado una buena opción en otras circunstancias. Suspiró.

Entonces Plumilla, quién demostraba ser cada día una curandera más capaz, pasó el parte de los heridos y el estimativo que deberían pasar en la tienda de heridos a pedido de Capitán.

¿De tres a cuatro días en cama? Hizo una mueca. Si tan solo pudiera sanar más rápido... Ya no puedo depositar mi fé en pedir ayuda a los dioses castores, más bien, a esos demonios vengativos que alguna vez fueron dioses. Reyezuelo atribuía su alienación pasada a aquellos, Rastrojo le había confirmado que no había sido víctima de ningún mal yuyu terrenal, por lo que la respuesta estaba clara para él: Una intervención divina de dioses convertidos en demonios que condenaban a su último devoto a la deshonra por buscar la gloria en la Compañía que abrió las puertas a la perdición de su pueblo. Ya no más.

El castor, que había estado escarbando en su memoria bastante tiempo, recordó la vez en la que fue enviado a una misión diplomática hacía las tribus lejanas del sur de la Gran Sábana. Un anciano K'halta al que tildó de falso chamán y charlatán le explicó una técnica de respiración capaz de mejorar la salud, desde luego, no lo tomó en serio. ¿Habrá sido cierto? Le preguntaré a Plumilla o Capitán si eso es siquiera posible en cuanto tenga la oportunidad. No creyó pertinente interrumpir el asunto del tobillo del Cabo Ponzoña con aquella tontería.

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El deforme asiente a las palabras de Ponzoña y, ante su pregunta sobre sus heridas, se limita a encogerse de hombros.

- Aun duelen, un poco. Pero estoy bien, son meros rasguños. Mejor que los sanadores se concentren en cosas importantes. Como tu tobillo. O como Reyezuelo o Sabandija. Yo estoy perfecto para ir curándome poco a poco... -  sonrió al decirlo, aunque su sonrisa se parecía más bien a una mueca diabólica. Luego miró tanto al mismo Ponzoña como al capitán- Fue mi lanza la primera en golpear a la Heroina de Galdan. Soy bueno en usar esas armas, tanto en el cuerpo a cuerpo como lanzándolas a los enemigos. También me he dado cuenta que las armaduras de metal hacen más difícil acertar- se encoge de hombros y luego continúa hablando- Por eso quiero pedir a los mandos tanto las dos lanzas de buena calidad que quedan como una de las armaduras metálicas... ¿de escamas se llamaba? Esa. Creo que hará que sea mejor combatiendo.

Lo había estado meditando. No le importaban las tradiciones que, al fin y al cabo, pocas veces había conocido, y menos le habían enseñado. Aun en la neblina constante en la que se había convertido su mente, Caracabra era vagamente consciente que ninguna tribu le había aceptado nunca, antes de la compañía negra. Y en la tribu de la compañía negra, las armaduras metálicas eran admitidas.

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-¿Dos días? Quizás...-replicó a Plumilla, concediendo aquello. Le parecía un cálculo un poco optimista, pero podría ser que aquello funcionara. Allí había soldados fuertes, que quizás lograran curarse rápido. La conversación sobre el equipo era algo en lo que no había necesidad de intervención por su parte, serían los cabos los que revisarían las necesidades y equiparían a cada uno convenientemente. Lo del tobillo, ya era otro tema.

-Plumilla tiene razón. Cuanto más esperemos, peor será. Mejor tener margen para que te recuperes, Ponzoña... Así que, a no ser que haya algo urgente que hacer, optaría por esta tarde, después de comer. Tendremos suficiente luz para desenvolvernos, y te dará tiempo para hacerte a la idea y organizar lo que debas.

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Gruñó por lo bajo ante la sentencia de Plumilla y se centró en Caracabra. 

-No hay problema en que tomes una de las dos armaduras, Hermano. Respecto a las lanzas, empecemos con una. Quizá haya otros también interesados y no quiero desatender potencialidades. De no haber nadie interesado, serás el receptor de ambas -le dijo-. Espero que te satisfaga la decisión. 

Y habló Capitán.

-¿Ya? ¿Tan pronto? -el comentario surgió natural y espontáneo-. Supongo que es inevitable. De todos modos, tengo una guardia programada para hoy. Andamos cortos de personal y yo mismo me he incluido en la lista. ¿Podríamos esperar a que concluyera al menos esa guardia? Mañana a primera hora, ¿podrías operarme? Habré buscado un sustituto para las próximas jornadas. 

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—Señor, con su permiso —dijo a Ponzoña, —creo que tiene razón. O quizá Preocupado o, incluso Dedos, puedan hacer esa guardia. Sabiendo lo que dice Plumilla... —Dedos era, incluso, la persona idónea para una guardia, sabiendo lo buena que era ocultándose de las miradas indiscretas. —Si no están tan heridos, montar guardia no exige forzar sus heridas. —Era agotador, pero podían sentarse para no cargar sus dolencias, y solamente exigía estar despierto, lo que suele ser fácil si tienes dolores.

¿Quizá Ponzoña tenía un poco de miedo? Lo había visto muchas veces: el más valeroso en caliente tenía reparos a que le sajaran con toda frialdad. Era muy normal.

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-En ese caso, todo solucionado. Ballestero, encárgate de reorganizarlo.

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- Me ofrezco voluntario señor. - Dije volviendo a incorporarme ante la pronta operación del Cabo. - He mantenido guardias cortas durante mi recuperación. No he tenido problemas. Me limitaré a vigilar e informar. Nada de riesgos señor. Puedo con ello. - 

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—Arreglado entonces Preocupado. Harás ese turno de guardia.

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-Parece que todo se ha solucionado solo, dejándonos vía libre. Después de comer, cabo. Plumilla, prepárate tú también, un par de manos extra vendrá bien-dijo el oscuro, viendo que todo se había solucionado.

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En vista de que iban a operar más pronto que tarde al Cabo Ponzoña, Cielo se acercó al mismo para hacer una petición.

-Cabo, tengo que contarle mi situación al Capitán y al Primer Mago; no hay más remedio. Me puedo alimentar de la carcasa andante esa, pero no podré con toda de una sentada, así que el Inquisidor me sugirió que hablase con Serpejo para que lanzase un conjuro de conservación sobre lo que quedase de ese despojo, y poder alimentarme de él otras dos semanas adicionales. Tal vez no sea el mejor momento para decírselo, pero me preocupa no tener la seguridad de que no perderé el control, aunque falten días, según las cuentas, para que me entre... bueno, el hambre.

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Tarado asintió ante Plumilla y el cabo Ponzoña. Se había recuperado muy bien los días que había estado en reposo por lo que tenía sentido que, al menos por ese día, siguiera en reposo absoluto. Más valía perder un día en la vida que la vida en un día, en cuanto se recuperase lo suficiente ya ayudaría más a sus hermanos.

- Me quedaré descansando en la enfermería al menos por hoy, mañana si me encuentro mejor quizás pueda ayudar con tareas sencillas en la cocina.

Ahora el tema principal en la tienda de los heridos eran las operaciones que se iban a realizar, por suerte él no necesitaba ninguna.

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Un inquieto Sabandija se retorcía en su esterilla en un pequeño hueco de la tienda de los heridos. La presencia del inclemente Ballestero, su segundo al mando, le inquietaba mucho y no era para menos. Siempre le menospreciaba y le obligaba a realizar tareas a pesar de su penoso estado. Afortunadamente la buena de Plumilla aconsejaba bien a Ponzoña, indicándole que debían reposar, como era algo normal en aquellos que habían dado su sangre y salud por la Compañía. ¿Qué iban a hacer? Poner a cavar letrinas a Ponzoña nada más saliera de la operación?

Más aliviado se giró sobre su costado para que no vieran su expresión de alivio cuando se decidió que no hiciera la guardia. Hacer guardia era de lo más peligroso, y si no que le preguntarán a él, cuando se había visto sorprendido por unos hombres -cabra que casi lo habían partido en dos con sus hachas.

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Asintió. 

-Sí, es algo que no debemos demorar y tomar la medidas necesarias. Tenía intenciones de hablar de ello mañana, pero las cosas se precipitan. Acompáñame. Iremos a por ellos. 

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Atravesaron el campamento en busca de Capitán y Serpiente. Dieron primero con el mago y tras una breve petición para que los acompañara para reunirse con Matagatos, lograron reunirse todos. La privacidad era algo casi obligatorio en aquellas circunstancias.

-Capitán, Primer Mago. Hay algo que debéis saber. El Cabo Barril fue informado justo antes de su partida en la misión a Cántaro Roto y ya me dejó claro lo que pensaba y lo que transmitir aquí. Y dado que en breve seré operado, ambos pensamos -dijo señalando a Cielo- que lo mejor es dejar ciertos asuntos atados cuanto antes. Creo que lo mejor es que el propio Cielo hable en primer lugar. Cielo, adelante -dijo cediéndole el turno. 

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Mientras Capitán y Ponzoña determinaban cuándo se llevaría a cabo la intervención del tobillo del jefe de los Hostigadores, Reyezuelo se dirigió a Plumilla cuando la tuvo cerca, intentando hacer movimientos suaves para dejar cicatrizar sus heridas frescas.

-Oye, Plumilla, Analista me ha encargado continuar con mis labores de aprendiz, no son tareas físicamente exigentes y puedo tolerar bien el dolor.- Dijo el castor quien tenía un aguante formidable, aunque se notaba el esfuerzo que hacía para mantener la compostura al hablar. -¿Podría empezar a ocuparme de ellas mientras estoy aquí a partir de mañana?- Preguntó a su antigua compañera de cuando eran Campamenteros. Después de todo, leer escritos y practicar mi caligrafía no debería ser un problema al menos.

-Hay otra cosa que...- Se interrumpió por un segundo y apretó sus labios por el ardor que sentía en su espalda. -...que quería preguntarte. Antes has dicho que tengo para tres o cuatro días, dependiendo de mi evolución. ¿Hay algo que pueda hacer para mejorar esto último? Verás, hace unos cuantos años conocí a un anciano que enseñaba una técnica compleja de respiración para que uno mismo sane más rápido. Lo creí un charlatán pero sí que sus heridas parecieron sanar más de lo normal al día siguiente, ¿Es eso siquiera posible?-

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Mientras se encaminaba tras el Cabo Ponzoña al lugar en que hablaría con el Capitán y el Primer Mago, Cielo era consciente de lo transcendente, para él, para su futuro, de lo que iba a contarles. Desde luego, le causaba cierta ansiedad, pero no más que otras cosas que tenía en mente. Cuando el Cabo le cedió la palabra, procuró sintetizar, en la medida de lo posible.

-Sí, gracias. Con su permiso, seré breve. Ya saben que he... cambiado, tras lo que sucedió en durante la lucha pasada. Según las historias que conozco, corroboradas a su vez por el Inquisidor Fadresh, que vino a contármelas sin yo recurrir a él, aproximadamente cada semana sentiré la necesidad de alimentarme de carne, carne de seres inteligentes, carne humana, aproximadamente la cuarta parte de un cadáver fresco de una sentada.

Lo decía desapasionadamente, como quien hablara de darse un atracón de carne de cerdo.

-El Inquisidor reanimó el enemigo al que maté y del que me alimenté por primera vez, haciendo que me siga a todas partes -Señaló con la cabeza. Aquella carcasa se mantenía a una distancia constante de él, día y noche- hasta que me entre el ansia de alimentarme, lo remate, y consuma un tercio de lo que le queda. Una vez hecho, volveré a este mismo estado normal, en que soy plenamente consciente de mis actos.., y de sus consecuencias. A partir de ese momento, la carne del cadáver se pudrirá y no me servirá de nada, salvo que el Inquisidor Serpejo le lance un conjuro llamado, creo recordar, Gentil Reposo, manteniendo esa carne incorrupta para que me alimente dos veces más de ella.

Miró a uno y otro; estaba dicho.

-La alternativa, para mantener mi cordura, sería que me lanzase a buscar presas humanas, enemigos o seres que haya que erradicar, seres con conciencia, y me alimente de ellos, al menos una vez a la semana. Intentar frenar este ansia por cualquier método... tanto las historias que conozco, como lo que apuntó el Inquisidor, no funcionaría; se agravaría mi situación, al igual que si consumo carne de inocentes.

En resumen...

-Dicho de otro modo; con la ayuda del Inquisidor Serpejo, que supongo que estará al corriente, podré aguantar otras tres semanas. Sin ella, tendré que convertirme en cazador de enemigos, para frenar lo que pueda pasar si no lo hago.

Volvió a mirar a uno y a otro sucesivamente, observando sus expresiones mientras evaluaban sus palabras.

-Desconozco si esto se puede convertir en irreversible, o si estoy condenado. En todo caso, hoy soy el de siempre, salvo por algún cambio físico bastante visible. Dentro de unos días, si no me alimento... -meneó la cabeza- no puedo asegurar nada.

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Capitán escuchó con gesto estoico a Cielo, al menos hasta que llegó el momento de hablar de su alimentación, cuando no pudo evitar que una mezcla de asco y horror acudiera a su rostro y su mirada. Sin duda había tribus en el pasado de la Compañía que solían comerse a sus enemigos, aunque aquello tenía una nueva dimensión totalmente exagerada. No era un humano cometiendo un acto horrendo... Era un monstruo, y tenía demasiado frescos los días recientes contra el Triplete como para que aquello le hiciera gracia.

-¿Por qué? ¿Por qué ha pasado esto? ¿Podemos saber de dónde viene?-preguntó, algo tenso, aunque la pregunta no parecía ir dirigida solo a al k'hlata afligido por el mal-y, además, necesitamos una cura... No es modo de vivir.

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Plumilla asintió a Capitán y empezó a listar mentalmente lo que necesitarían para la operación de tobillo y asegurarse que lo tenían todo a mano.

La voz de Reyezuelo la sacó de sus pensamientos y se dirigió a él con una pequeña sonrisa, - Reyezuelo, tus heridas son muy graves – aseguró mientras bajaba la vista hacia los vendajes para asegurarse que aun no necesitaban cambiarse. – Veremos mañana si las heridas te permiten mayor movimiento, pero yo te recomendaría que durmieras y descansaras. Aunque no lo parezca, dormir ayuda a que la energía que ocuparías en mantenerte despierto se ocupe en sanar tu cuerpo y fortalecerlo.

¿Técnicas de respiración para sanar más rápido? – Negó con la cabeza, - No había escuchado nada parecido. Se que la respiración puede ayudar a calmar los nervios y aclarar los pensamientos, pero… - se mordió el labio, pensativa y finalmente añadió, - Sin saber más de esa técnica y como afectaría a tus heridas no podría recomendarlo en tu estado.