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CAMPAMENTO PRINCIPAL DE LA COMPAÑÍA NEGRA:

VIGÉSIMO NOVENO DÍA DE LA RUPTURA DE LA ROCA.

AÑO: 4715 RA.

MES: FARASTO (INICIOS DE LA PRIMAVERA, MES TRES).

DÍA: 2, DÍA DE LA LUNA.

HORA: MEDIODÍA. - CLIMA: CIELO DESPEJADO. TEMPERATURA FRESCA.

Campaña levantó la vista del suelo, donde más o menos la había tenido durante aquellas horas. Miró a Keropis inclinando hacia abajo y a su costado el imponente casco de bronce encantado. Una montaña inclinándose. El herrumbroso guerrero permanecía impasible y se afanaba con el carro como era habitual, sin decir palabra. El gigante había estado perdido en sus pensamientos, refugiado de la realidad. La fea realidad que les tocaba vivir.

¿Y cómo no? Tras la más que incómoda noche, llena de susurros tenebrosos, sintiendo el odio de los espíritus malignos a su alrededor, se había levantado habiendo dormido poco y mal. Levantar el campamento había estado bien, ya que cuanto más trabajo tenía que hacer, menos preocupaciones sentía. Pero luego había ido de mal en peor.

Primero había sentido el frío helador de las sombras que liberara el delgado joven vestido de negro, y que parecía esperarles. O así lo intuía. El miedo, el instintivo horror que sentía hacia la magia y los espíritus, había lacerado su ánimo, paralizándole durante unos instantes. ¡Correr, huir! nada le apaciguaría más. Un Campaña joven e inexperto hubiera hecho eso. Ahora agachó la cabeza, intentando no destacar.

Los recuerdos, las memorias de lo pasado volvían en aquellos momentos en los que, paso a paso, huella a huella en el barro chapoteante, el ritmo le adormecía de alguna manera. Las suaves neblinas se iban disipando ante el tímido calor del sol mientras este avanzaba hacia su cénit. Así llegaron a la villa de Carnonegro.

La fuerte presencia del Inquisidor, su fría tranquilidad y el peligro que parecía emanar de su persona. Campaña se encogió aún más, su ánimo hundiéndose. Aún más. Todavía más magia y energía oscura que tanto de desagradaba. Se podía casi ver, oler, sentir en la horripilación espontánea que sufrió. Qué frío antinatural.

Y el campamento. ¡Cañas! ¿Qué clase de deprimente chamizo les habían asignado? Campaña pasó del frío al calor en un segundo. La sangre se le subió al rostro con la indignación. ¿Eso era lo que valía la Compañía Negra para esta gente? Sus luces no es que le dieran para mucho, pero instintivamente sentía la proporción del valor de las cosas. No eran muchas, pero las que sabía, las sabía bien. Nadie podría engañarle en lo que valía un herraje, una hoja bien templada, o un buen barril de cerveza. Y lo que podía protegerles aquel corral que les daban. Una mierda. Mentalmente se vio acarreando piedras, cavando zanjas, levantando fuertes vigas. SABÍA que lo primero que haría su primo Matagatos sería organizar una buena obra. Eso tampoco se lo tenía que decir nadie. Los inmensos bíceps de Campaña se contrajeron, anticipando el esfuerzo, calentándose. Y calentando un poco su maltrecho ánimo.

Los ojos de Campaña recorrían el pueblo que latía con su activo bullir, a poca distancia. Una sonrisa, invisible para los demás, un sonido inarticulado de contento, provenía de su casco. Y era esa la verdad, que había visto la herrería, y escuchado el metálico batir de los martillos. Algo que le recordaba a lo que había sido su hogar, si es que alguna vez había tenido algo semejante. ¿Y algún sitio donde beber con sus primos y su Tío? Recorrió con la vista todo cuanto pudo alrededor, buscando un letrero, cancela, poste o luminaria que traicionasen las típicas idas y venidas de paisanos y compadres, asociada a las ventas, posadas, tabernas o cantinas. Una cerveza bien grande. Con un humeante codillo y patatas cocidas rebosando. Su estómago aulló, ultrajado por aquella imagen y lo que suscitaba. Aquello podría hacerse realidad en un establecimiento del tipo indicado. Habría que ir a averiguarlo en cuanto les dejaran ir al pueblo.

Después de todo, las cosas no pintaban tan mal.

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AÑO: 4715 RA.

MES: FARASTO (INICIOS DE LA PRIMAVERA, MES TRES).

DÍA: 2, DÍA DE LA LUNA.

HORA: MEDIODÍA. - CLIMA: CIELO DESPEJADO. TEMPERATURA FRESCA.

Tenía años sin pisar Carnonegro.

Gobaldet había estado antes ahí, claro que sí. Cuando su vida era más sencilla, sus padres aún vivían, y él no se había convertido en el principal carpintero de Verdín. Nunca se imaginó yendo al vecino pueblo en circunstancias más extrañas: dado como parte de un contrato a una compañía mercenaria extranjera, y al servicio de un Inquisidor.

El aura de mando del sujeto era palpable, tanto que consiguió erizarle el vello de la nuca. Rivalizaba con la del mismo Capitán, pero extrañamente la del cabecilla de la Duodécima tenía algo que no tenía el Inquisidor. Gobaldet terminó por achacárselo a la experiencia en combate de Capitán, aunque a decir verdad, él no sabía a ciencia cierta quién tendría más acciones a sus espaldas, puesto que no conocía bien a ninguno de los dos.

Se mantuvo al final de la comitiva, mucho más tranquilo que en los caminos, pero no más relajado. Intentó mantenerse impecable en la disciplina militar, expectante de la conversación entre Capitán y el Inquisidor, hasta que luego los llamaran a levantar el campamento. Sabía instintivamente que por los problemas de indisciplina que había atravesado la Compañía, si a alguien se le escapaba siquiera un pedo, estaba condenado.

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MES: FARASTO (INICIOS DE LA PRIMAVERA, MES TRES).

DÍA: 2, DÍA DE LA LUNA.

HORA: MEDIODÍA. - CLIMA: CIELO DESPEJADO. TEMPERATURA FRESCA.

Por lo menos el inquisidor parecía un tipo serio y formal, no como el tal Verecnae. Desprendía una poderosa aura de autoridad y suficiencia que en cierta medida daba hasta asco, pero no podían quejarse de él, al menos de momento. El trato había sido como debía de ser, formal, cordial y sin tonterías. Incluso los trabajadores del lugar les habían preparado una zona de campamento. Todo bien hasta ahí.

Pero Lombriz, al menos tras lo ocurrido durante aquellos días, estaba de todas las maneras excepto tranquilo, pues aquella era una tierra donde el mal campaba a sus anchas, el mal sobre todas las cosas, el mal como orden y negra justicia y el mal como fuente primigenia de todo el poder del pais, ciudad o lo que coño fuera llamado Nidal. Había que ser excéptico hasta con los regalos. Aunque no estaba seguro de que aquello fuera un regalo, sino un bien para un fin.

Desde que entraron al sitio, el K'hlata no dejó de mirar todo el lugar, metro por metro, esquina por esquina, todo lo que podía ver desde su posición. Lombriz no aceptaría todo sin más, tenía que investigar y estar seguro antes de quedarse un poco más calmado. Que los oficiales hiciesen migas con el inquisidor, él estaba dispuesto a hacer otro trabajo mucho más oscuro.

Entonces le vino una imagen a la cabeza.

Toda la compañía en un gran salón real, todos con caras difuminadas e incluso los muertos, presentes con formas cadavéricas. Estaban formados y esperando que una figura que era en sí misma una representación de un mal mayor, llamándolos uno por uno para entregarle prebendas. Cuando le tocó a Lombriz no quiso salir, pero su cuerpo no le obedeció y finalmente se acercó a aquella maldad supurante y dijo un nombre.

Gusanito, recordó. Su querido perro Gusanito, y hasta él había muerto. No, los regalos hechos por la oscuridad nunca eran buenos.

Cuando volvió a la realidad continuó con su tarea, con el ceño ensombrecido y escupiendo una vez disimuladamente al suelo.

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MES: FARASTO (INICIOS DE LA PRIMAVERA, MES TRES).

DÍA: 2, DÍA DE LA LUNA.

HORA: MEDIODÍA. - CLIMA: CIELO DESPEJADO. TEMPERATURA FRESCA.

Por fin llegamos a Carnonegro y no puedo evitar un suspiro de alivio cuando nos detenemos. La verdad es que me estoy aguantando, pero los pies me matan. Puta mierda de hoguera.

Desde donde estoy situado no puedo ver mucho más allá, pero por lo que parece llegamos a lo que será nuestro campamento. Me preguntó si las otras compañías de mercenarios que campan por Nidal también recibirán campamentos como este.

En cualquier caso ahora lo que más me importa es comprobar si hay letrinas cavadas, porque si no ya sé a quién van a poner a cavarlas.

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MES: FARASTO (INICIOS DE LA PRIMAVERA, MES TRES).

DÍA: 2, DÍA DE LA LUNA.

HORA: MEDIODÍA. - CLIMA: CIELO DESPEJADO. TEMPERATURA FRESCA.

Observo con curiosidad el pueblo, y especialmente me fijo por las cercanías buscando si hay algún sacrificio como los que hemos ido viendo por el camino. No puedo evitar preguntarme qué clase de líderes permiten tal crimen y lo llaman devoción.

También me fijo en lo que se supone que será nuestro campamento, fijándome especialmente en lo que se ha construido hasta ahora. No creo que se quede así mucho tiempo, la verdad. Pero eso no depende de mí, ni siquiera del Cabo Ponzoña.

Observo al Capitán intentando mantener la actitud más marcial que puedo.

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MES: FARASTO (INICIOS DE LA PRIMAVERA, MES TRES).

DÍA: 2, DÍA DE LA LUNA.

HORA: MEDIODÍA. - CLIMA: CIELO DESPEJADO. TEMPERATURA FRESCA.

Sabueso, situado atrás junto a los demás miembros de su pelotón, olisqueó el aire percibiendo lo que había a su alrededor en aquel campamento aparentemente en construcción. Estaba muy atento a todo lo que escuchaba y a los nuevos olores, especialmente el de la tierra movida y húmeda. El Inquisidor ofrecía un buen lugar para que la Compañía Negra pudiera establecerse, sin energías caóticas y malditas que lo contaminaran todo y que dejaran un inquietante poso en el interior de uno. Giró el cuello hacia Piojillo cuando éste suspiró aliviado al detenerse. Su compañero se había traído algo más de aquella granja aparte de las quemaduras.

No obstante, Sabueso era consciente de que todo cuanto el temible Inquisidor ofrecía tenía un precio. Todo lo tenía. Y la moneda de cambio más frecuente era la sangre y el glorioso dolor. Sabueso asistía silencioso y quieto al encuentro. Tenía la sensación de que trabajar para el Inquisidor sería como poner a la Compañía Negra a caminar sobre la finísima capa de hielo de un lago en invierno. Llegarían al otro lado, tal vez, pero aunque no lo pareciera el suelo estaría siempre con la amenaza de romperse bajo sus pies y congelarse hasta morir. O algo peor.

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Tras seguir al Inquisidor al interior del lugar, pasó la mirada por el mismo... Era un inicio, y aunque tenía más potencialidad que la granja, y cabía esperar que estuviera considerablemente menos maldito, no estaba tampoco especialmente impresionado. Cuando el kuthonita le tendió el anillo de sello de plata, lo aceptó.

-Una muestra de su autoridad, supongo-comentó respecto a aquel objeto, antes de guardarlo a buen recaudo. Solo faltaría que se perdiera en aquel primer día.

-El lugar tiene potencial... Pero he de admitir que tengo preguntas. La primera, ¿ladrillos? No conozco todavía la naturaleza de nuestra misión, pero en el contrato y la conversación con el señor de Malar, no cabía esperar sitios o asedios, y los ladrillos hacen de esto una construcción duradera y permanente. Supongo que un fuerte en un pueblo nunca sobra, pero si hay algo que deba saber sobre nuestra tarea que requiera fortificaciones serias, agradecería conocerlo para poder maniobrar y adaptarme a ello. ¿De qué materiales y posibilidades disponemos en este momento? Contar con al menos un lugar seco para los heridos ayudará mucho a nuestro desempeño. ¿Qué sería posible obtener de los alrededores? Sé que la situación respecto a recolecta de recursos es... Complicada, pero todo trabajo que podamos adelantar será algo que agradeceremos pronto. Por último, parte del pago del contrato era un vagón de guerra y caballos nidaleses que creo recordar se entregarían en Carnonegro. Si nuestra misión va a ser tan móvil como supongo que va a ser, ¿qué capacidad tiene ese vagón? El acarreo de heridos siempre es un tema complicado, y que a veces retrasa los viajes. Por el momento, creo que no tengo más dudas, señor inquisidor. 

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- "Desde este momento, Capitán, es usted Interrogador de Nidal. Sólo por debajo de mí en autoridad en estas tierras." -

El Inquisidor se toma un momento para escuchar las palabras del Capitán mientras su sonrisa se ensancha.

- "Ah, me alegro de verle tan entusiasta en el cumplimiento de su deber, Capitán. Ese anillo le permitirá dar órdenes a los lugareños y requisar lo que necesite, o comprarlo a precio de mercado, si lo prefiere.

Si tienen Tienda de Mando, mañana por la mañana nos reuniremos en ella con sus mandos. Dediquen lo que resta del día a instalarse lo mejor que puedan.

Por el momento, me estoy alojando en el Torreón del Señor Feudal, aunque a partir de mañana me gustaría instalar mi tienda en este Campamento, si no le importa.

Hablaremos mañana aquí, si le parece bien, y responderé a todas sus preguntas." - El Inquisidor apoya un momento su mano en el hombro del Capitán y asiente.

- "Bienvenidos a Carnonegro. Bienvenidos a Nidal." -

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DÍA: 2, DÍA DE LA LUNA.

HORA: MEDIODÍA. - CLIMA: CIELO DESPEJADO. TEMPERATURA FRESCA.

- "Ah, respecto del resto del pago por su contrato como mercenarios... Eso no es cosa mía, sino del Señor Feudal de estas tierras, que ahora no está aquí. Sin embargo, creo que lo dejó todo arreglado con el ranchero local. Así que le recomiendo que esta tarde hable con él." -

El Inquisidor mira al resto de la Compañía, que a ojos de ellos mismos, ahora mismo parecen bastante como una chusma malencarada, heridas y vendajes incluidos.

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Desde detrás del hombro del Cabo Ponzoña, el Aprendiz Oscuro escucha al Inquisidor con plena concentración y una expresión en su rostro de pasmo y reverencia.

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Situado bastante cerca del tipo de negro, al otro lado, junto a su cabo, como era su obligación, Ballestero asistía a la entrevista. Se veía que ahí había quien conocía al menos un poco sobre cómo montar un campamento, pero el resultado era más conmovedor que útil. ¿Dónde estaba el adobe para hacer terraplenes, si es que no se podían hacer murallas? Cañas, barro y algún tipo de fibra de la que se pudiera sacar cuerda y la protección podría servir hasta para parar una catapulta. Sus manos y su mente se movían con impaciencia, procurando hacer suyos sus propios consejos: por el momento ser imprescindibles, útiles. Tanto que su patrón comprometiera recursos en su nombre, y que se comprometiera él mismo ante otros poderes en la región.

Por eso tenía en la cabeza un montón de asuntos en los que llevaba pensando ya bastantes noches de insomnio, todos relacionados con la construcción y la manufactura de útiles y armas, y también se preguntaba cuándo les darían permiso para reclutar. La Compañía tenía que crecer de nuevo. Miró con disimulo hacia los únicos reclutas que tenían. Su situación, fruto de un castigo, les situaba ahora en el último puesto, pero habiendo nuevos reclutas su posición mejoraría, pues hay cierto consuelo en ser cabeza de ratón, en vez de cola de león, y ambos tendrían gente a su cargo por la pura fuerza de la veteranía, y tal cosa redundaría en beneficio de ambas partes.

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Sabueso no era hombre de pensar larga y esperanzadoramente sobre su futuro, pero ciertamente la proyección de su situación, por lo que escuchaba desde su lugar, le parecía prometedora. Que Capitán fuera ahora Interrogador de Nidal por la gracia del Señor Inquisidor Serpejo hacía que la Compañía Negra, la cual hasta ahora sólo había visto como un grupo de hombres y mujeres perdidos en un mundo lleno de enemigos y depredadores, tuviera sentido más allá de ser una simple maquinaria de dar muerte y conseguir dinero a cambio. Un trabajo de mercenario que para Sabueso no significaba absolutamente nada, salvo por la parte del dolor que implicaba el negocio.

No obstante, todo apuntaba a que ahora serían parte de algo tan hermoso como lo eran los mecanismos que mantenían la Fe en Nidal. Sacar de sus escondites a quienes confabulaban contra Zon-Kuthon y escuchar sus gritos de dolor mientras eran torturados frente a sus seres queridos era tan atractivo para Sabueso que tuvo que esforzarse por anular el gozo que sentía ante la simple perspectiva. Servir a Zon-Kuthon sirviendo a la Compañía Negra, algo irónico para los ignorantes mercenarios que se declaraban enemistados con el Señor de la Medianoche. Tal vez aprendieran algo al respecto y empezaran a agradecer de una vez.

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El pesado y largo viaje por los caminos de Nidal se vio alterado por el encuentro con un joven encapuchado y vestido de negro que se había ganado su simpatía al zarandear y humillar a Rastrojo. Había preferido no pronunciarse al respecto y decidió mantenerse en un segundo plano, atento y listo por si alguna sorpresa acaecía. No hubo ninguna más hasta que se encontraron frente al inquisidor.

Pelagatos reconoció con rapidez la autoridad que emanaba, le recordaba al Viejo antes de volverse un esclavo del Señor del Dolor. Agradecía que la Compañía Negra tratara con alguien como él, estaba cansado de patrones diabólicos, salvajes y de difícil comunicación, por fin trataban con humanos. De forma deliberada rebasó la posición que debería de ocupar en la formación e indicó a su animal que mantuviera ese ritmo, no quería hacerse notar pero deseaba escuchar las palabras que su primo Matagatos intercambiaba con el Inquisidor.

No podía escuchar demasiado desde el lugar que ocupaba pero agradecía el tono y el respeto demostrado. Ellos eran la Duodécima de Khatovar y aunque en las tierras que ahora pisaban eso significaba poco, nada o incluso menos, no podían permitir que les trataran como si fuera una milicia repleta de jóvenes muchachitos confusos y bisoños. Mal tenía que estar su instinto si no identificaba aquel nuevo lugar como el sitio que vería el comienzo del renacer de la Compañía Negra.

El nuevo campamento estaba a medias, pero tenía más aspecto de fortificación militar que la vieja granja que habían ocupado hasta hacía un par de días. Al fin empezaban a encajar en el nuevo mundo, seguían necesitando mucho trabajo para que el lustre volviera a acompañarles y más para ser una fuerza terrible a la que tener en cuenta, pero aquel lugar le transmitía un poco de esperanza que teniendo en cuenta los últimos sucesos ya era bastante.

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Carnonegro parecía algo menos "rural" que Verdín, pese a ser otro pueblo perdido entre bosques y pastos. Este al menos tenía un señor feudal que lo protegía, y algo más de infraestructura, o eso parecía.

A Frontera le alegró ver que el foso del que habían oído hablar en realidad era parte de las obras de construcción de un campamento para la Compañía. Eso implicaba menos trabajo duro. Aunque ya no existieran los Campamenteros, estaba seguro de que al final habían acabado trabajando prácticamente los mismos. En cuanto entraron se preocupó de examinar los alrededores para ver si había alguna zona habilitada como despensa. Así parecía ser. Junto a los establos, una especie de caseta así como varios muebles y utensilios a su alrededor parecían indicar lo que sería la cocina y su despensa. Excelente. Era mejorable, pero podría trabajar cómodo desde la primera comida.

Devolvió su atención al Inquisidor. Sin duda aquel hombre imponía respeto, y tenía unas facciones y expresiones faciales que sin duda reflejaban una gran crueldad, algo que tampoco parecía muy fuera de lugar, dado su cargo y su fé. Sin embargo, al mismo tiempo era serio, profesional y amable. Una contraposición bastante curiosa.

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Aquello era un simulacro de campamento. Aquella gente tenía buena intención y sin duda eran trabajadores, o al menos lo eran bajo la atenta mirada del Inquisidor. Haría falta bastante trabajo, si bien teniendo mano de obra en la forma de estos campesinos, avanzarían bastante rápido. Barril echó un vistazo al perímetro, había algo que no le cuadraba...

Claro, ahí estaba el asunto. Los puentes sobre el foso seco; si un incursor se limitaba a inutilizarlos con fuego o métodos sobrenaturales dejaría más que encerrados a los que se encontraban en el perímetro, no podrían salir, al menos los de armadura pesada. Cierto era que había dos de ellos, pero la idea no acababa de gustarle a Barril. Chasqueó la lengua mientras examinaba el resto de los edificios: El establo parecía sólido, pero las torres de guardia amenazaban caerse al menor vendaval. La zona para tiendas era una solución temporal adecuada y en cuanto a lo de traer ladrillos, ¿acaso aquella gente no sabía cocer los suyos propios? Sacudió la cabeza, mientras miraba de un lado a otro.

No obstante no perdió el hilo de las palabras del Inquisidor Serpejo. Así que un símbolo de autoridad otorgado al Capitán, una "petición" de alojamiento junto a la Compañía, con el fin sin duda de examinar de primera mano de qué pasta estábamos hechos, y por último la pegajosa presencia del Aprendiz Oscuro, que aún revoloteaba por allí cerca, como si las mieles que Serpiente había soltado por su colmilluda boca fueran algo que echaba en falta. Sólo faltaba que tuvieran un proyecto de Tercer Mago.

Barril escuchó y esperó a que Serpejo se retirara. No había hablado a nadie más que al Capitán, y la gente importante se solía ofender cuando eran abordados por aquellos a los que consideraba inferiores. No dudaba de que el Inquisidor sí lo hacía de la Compañía que contemplaba; un grupo de viajeros con una buena tanda de heridos, cojos, vendados y mutilados entre ellos. Sin embargo Barril se irguió del todo cuando el Inquisidor paseó su mirada entre ellos. Que al menos se diera cuenta de por qué la Compañía Negra había fregado el suelo con los hombres del Señor Feudal de aquellas tierras. Una vez se hubo retirado, empezó a dar las órdenes pertinentes para el montaje de un campamento.

— ¡Bueno, es hora de trabajar! Todo el mundo a dejar sus cosas en la zona seca. Aprovecharemos para descargar los carros ahora que hay luz. Las tiendas de campaña las montaremos lo último, por la tarde.

Quiero un grupo de aguadores trabajando en el pozo para llenar los barriles que hemos traído; la zona de cocina a cargo de Frontera, con lonas y lugar para las ollas y utillaje. Quiero la Tienda de Mando montada antes de la hora de la comida en la zona seca, justo en la mitad del cuadrante norte más alejado del borde del perímetro y habrá una separación de cinco pasos con la línea de tiendas.

Dejad vuestras mochilas en la zona seca, así trabajaremos más ligeros. Un retén de dos hombres para vigilar, cambios cada media hora, aquí vamos a trabajar todos. ¡Moveos! —

El propio Barril dio unas largas zancadas a la zona seca donde depositó su equipo. Moviéndose más ligero, se preparó para arrimar el hombro en la tarea que más fuerza requería, descargar los carros y acarrear el agua. Sin embargo en mitad de su labor hacía pausas para observar que nadie estuviera escaqueado y cumplieran los plazos.

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Lombriz terminó de observar todo para cuando Barril comenzó a berrear órdenes. Tras el vistazo en profundidad, debía decir que el sitio le había gustado, quizás no las implicaciones que todo esto estaba acarreando, pero era un buen sitio sobre el que trabajar. Quien sabe si con el tiempo lograrían que fuese un buen fuerte.

Entonces recordó mediante unos rápidos flashes un fuerte que habían asaltado en épocas pretéritas, al menos para Lombriz, su gigante defensor y su envenenadora mujer. Las imágenes desaparecieron igual de rápido que habían llegado, pero no por ello dejaron de perturbar a Lombriz ¿Sufrirían el mismo destino?. Negó con la cabeza y corrió a dejar sus cosas.

Ya libre de carga, el K'hlata se acercó a Barril, llamando a Grito en el proceso.