Partida Rol por web

DUODÉCIMO DÍA DE LA RUPTURA DE LA ROCA.

AÑO: 4715 RA.

MES: CALISTRIL (MITAD DEL INVIERNO, MES DOS).

DÍA: 13, DÍA DEL FUEGO.

HORA: CASI AL ANOCHECER. - TIEMPO: NUBLADO.

Rastrojo recordaba la regañina en la granja, cuando el Capitán se las dio de diva y decidió que no estaba para nadie, que si alguien quería hablar con él debía hacerlo con los imbéciles mandos medios. En el caso de los Hostigadores, ese imbécil mando medio era Ponzoña.

La madre que me parió... Más me vale que la información del pájaro valga la pena.

Cof, cof... ¿Cabo Ponzoña? Un pajarito me ha facilitado cierta información: salseos y cotilleos sin importancia. A ver cómo lo cuento... Uno de estos caperucitos, no ese-dijo, señalando uno de los cadáveres-, que ese es más bien feucho, no creo que sea él. Otro. Al parecer, uno de ellos podría considerarse, según criterios femeninos, atractivo de algún modo. O por lo menos lo suficientemente guapo como para echarse novia. Tal vez no guapo, pero sí simpático. Dicen que a las mujeres les gustan aquellos hombres que les hacen reír, aunque yo nunca lo he creído. Sea cual sea la motivación que haya detrás, es una de esas historias de amor a distancia. La chica no está por aquí. Supongo que hasta aquí no hay nada relevante, pero resulta que la mujer es un poquitín... "bruja". En grado de aprendiz.

Dejó tiempo para que Ponzoña lo asimilase. El nombre de Khadesa lo complicaba todo, no solo porque entraba en la categoría de sospechosa y posible pretendida putón, sino porque la relación con Ponzoña lo hacía muy proclive a defender a las descarriadas. Eran algo así como su punto débil: Ballestero tenía los murciélagos y Ponzoña siempre perdía la voluntad contra las malas mujeres. Pero es que el apelativo bruja, además de aplicársele a la pitonisa, también se podía aplicar al cónclave de brujas del bosque, lo que podía traerles problemas y desatar otro combate. O peor aún, la amante podía ser la mujer inmortal que se supone que era la única que podía ayudarles a volver a su mundo.

DUODÉCIMO DÍA DE LA RUPTURA DE LA ROCA.

AÑO: 4715 RA.

MES: CALISTRIL (MITAD DEL INVIERNO, MES DOS).

DÍA: 13, DÍA DEL FUEGO.

HORA: CASI AL ANOCHECER. - TIEMPO: NUBLADO.

Los miembros de la Compañía hicieron caso rápidamente de las órdenes del Capitán e hicieron un registro concienzudo de los cadáveres enemigos, y de la zona. 

Tras escasos minutos tenían comprobado el perímetro, y señalizada  la posición de las seis trampas en total que habían dispuesto los Capas Rojas. Los heridos estaban en condiciones de continuar el viaje, aunque algunos de ellos no a un ritmo rápido.

Encontraron también los restos de un carro, con los que pudieron improvisar una especie de carretilla para transportar a Pelagatos, aunque éste recobró milagrosamente la conciencia y sus heridas parecían haber mejorado considerablemente. A ello contribuyó el chamán Rastrojo que, sorprendentemente para algunos, recitó una oración y pareció funcionar. Quizá los espíritus sí estaban con él.

Ahora los líderes debían decidir qué hacer... Si partir de inmediato de regreso a la Granja, o si acampar en Rocasone esa noche para intentar que los heridos pudieran recobrar un poco, no fuera a ser que sufrieran una nueva emboscada en el camino de retorno.

DUODÉCIMO DÍA DE LA RUPTURA DE LA ROCA.

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MES: CALISTRIL (MITAD DEL INVIERNO, MES DOS).

DÍA: 13, DÍA DEL FUEGO.

HORA: CASI AL ANOCHECER. - TIEMPO: NUBLADO.

Escuchó lo que le decía Rastrojo, que era como el excremento arrastrado por un escarabajo pelotero. De todo ello solo había una cosa que sacar en limpio.

-De cuanto dices, solo cabe deducir que el líder de los Capas Rojas no ha muerto y que no está entre estos cuerpos -aquello era un inconveniente. Cierto era que ignoraban el número total de integrantes de aquel grupo-. Pero en nuestro estado, poco más podemos hacer -miró al Capitán por si este quería decir algo-. Está anocheciendo y avanzar en la oscuridad, por un territorio que no conocemos, no me parece lo mejor, más si nos someten a una emboscada. Haremos noche aquí. Preparad un fuego, resguardado, y poned a Pelagatos junto a él. Partiremos con las primeras luces. Estableceré un orden de guardias entre aquellos que estáis menos heridos o ilesos. Palomita, Rastrojo, Tarado, Campaña, Sabandija, Keropis, Ballestero, Derviche os encargaréis de dichas guardias. Turnos de dos horas que compartiréis en parte. Palomita, harás la primera hora sola y la segunda será con Tarado. Tarado, tu segunda hora la harás con Campaña. Campaña, tu compañero en el segundo turno será Sabandija. Sabandija, el tuyo Keropis. El de Keropis en su segunda hora será Ballestero. El de Ballestero Derviche quien hará su última hora en solitario. Cubriremos así un total de nueve horas. Ahora, disponeos a cenar y a descansar -ordenó.

DUODÉCIMO DÍA DE LA RUPTURA DE LA ROCA.

AÑO: 4715 RA.

MES: CALISTRIL (MITAD DEL INVIERNO, MES DOS).

DÍA: 13, DÍA DEL FUEGO.

HORA: CASI AL ANOCHECER. - TIEMPO: NUBLADO.

Sus ojos se abrieron de forma súbita y se respiración, que casi había desaparecido con anterioridad, volvió a hacerse presente, mucho más presente. Su pecho comenzó a subir y bajar recuperando un tímido ritmo normal. La cabeza le daba vueltas y le costaba fijar un punto fijo. Parpadeó con lentitud mientras asimilaba lo que estaba sucediendo. El mundo se movía a su alrededor y no entendió hasta pasados unos minutos que era porque se encontraba encima de una carreta.

Quiso incorporarse pero le resultó tan difícil como escalar una montaña llevando una pesada armadura. Mientras su cabeza comenzaba a recuperarse trató de ejercitar la memoria. ¿Qué le había pasado? No era capaz de saberlo a ciencia ciertas, sus últimos recuerdos estaban salpicados y entremezclados, la emboscada de los capas rojas, los labios de Derviche apretados contra los suyos, su golpe magistral a aquel bandido y luego la oscuridad. También recordaba un grito de Palomita pero no sabía donde colocarlo en la línea temporal. Se tumbó y respiró con bastante profundidad y lentitud.

—Hemos ganado ¿verdad? —preguntó en un débil susurro que casi se le escurrió por la comisura de los labios.

Tenía la boca seca, quería beber, que le dejara de doler el cuerpo y dejar de acabar en un carromato después de cada batalla.

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MES: CALISTRIL (MITAD DEL INVIERNO, MES DOS).

DÍA: 13, DÍA DEL FUEGO.

HORA: CASI AL ANOCHECER. - TIEMPO: NUBLADO.

Sabandija todavía miraba embobado la sangre reseca en el filo de su daga. Por una vez no era su sangre la que se había derramado. No acababa de discernir si se sentía bien o mal. Era una mezcla extraña. La batalla había discurrido rápida y, más allá de haber podido caer en una trampa de foso, apenas había corrido peligro. Por una vez le habían ido bien las cosas, como lo había planeado. Una incursión como en una partida de caza. Se había acercado a su enemigo de forma sigilosa para después tratar de acabar con él de un rápido y único golpe. Vale que había fallado estrepitosamente con el arco, pero había podido arreglar el desaguisado hundiendo la daga hasta la empuñadura en los riñones del capa roja que luchaba contra Grito. A pesar de que el infante no había tenido en cuenta al pequeño Sabandija, éste había podido acabar el trabajo justo cuando el combate finalizaba.

Asintió a las órdenes de Poznoña con desgana. ¿Era en serio?¿Entre Campaña y Keropis?¿Otra vez?

No dejes que te amarguen el día...has sobrevivido sin un rasguño.- Y había matado a uno de los Capas Rojas. Aunque se sentía exultante, algo no el dejaba celebrarlo, como unos nubarrones que taparan el sol, haciendo que su candor llegara mitigado.

DUODÉCIMO DÍA DE LA RUPTURA DE LA ROCA.

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DÍA: 13, DÍA DEL FUEGO.

HORA: CASI AL ANOCHECER. - TIEMPO: NUBLADO.

Campaña abrió mucho los ojos cuando vio que Pelagatos no sólo respiraba, sino que era capaz hasta de moverse. Hasta para él, tan poco dado a las abstracciones, las cuentas no le salían. No se había fijado en lo que había hecho el chamán, por lo que presenciaba poco más o menos, un milagro.

¡Primo Pelagatos! Campaña se alegra de que estés bien. ¡JA, JA! ¡Bien! ¡bien!

Le salía el abrazo del oso, pero al ver la expresión de terror en su primo y cómo se encogía involuntariamente, se contuvo a tiempo. Sonrió mucho, tratando de disimular su propia expresión de sorpresa, y le alcanzó la cantimplora por si tenía sed. Beber siempre era bueno.

Mas tarde, llegó el momento de acampar, y se ocupó de recoger unos grandes brazados de leña para el fuego. Habría que cenar, y luego pasar la noche. El Cabo Ponzoña había dado las órdenes. Era duro. Seguía trabajando, sin quejarse por sus heridas.

Una vez más, La Compañía Negra había hecho honor a su fama.

Pronto se conocerían sus victorias.

DUODÉCIMO DÍA DE LA RUPTURA DE LA ROCA.

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MES: CALISTRIL (MITAD DEL INVIERNO, MES DOS).

DÍA: 13, DÍA DEL FUEGO.

HORA: CASI AL ANOCHECER. - TIEMPO: NUBLADO.

Keropis. Bien, a ese le conocía bien. Muy bien, de hecho, tanto como podía conocerse a alguien como él. También le había tocado guardia con Derviche. Miró a la mujer con desconfianza (aunque por su expresividad, su mirada podría querer decir cualquier cosa, ¿quién sabe?).

Mientras recogía leña y hacía las cosas necesarias deseó que no le jodiera la noche.

Y, a todo esto, ¿sería capaz de pegar ojo? Los bichos comededos solían salir a estas horas. Tenía que estar vigilante por si acaso.

DUODÉCIMO DÍA DE LA RUPTURA DE LA ROCA.

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DÍA: 13, DÍA DEL FUEGO.

HORA: CASI AL ANOCHECER. - TIEMPO: NUBLADO.

No, si yo lo que quería decir...-dijo a Ponzoña.

Al parecer, Ponzoña consideraba que todos los Capas Rojas eran feos, y que por tanto si alguno tenía novia debería haber sobrevivido. Pasaba al revés de la vida normal, cuando tener novia termina en casamiento infernal y son los solteros los que sobreviven. Lo importante es que se iban a quedar allí y Rastrojo podría dormir a pierna suelta.

¡¿Qué?! ¡¿Me toca guardia?! Jo...

Aquello le retrotraía a los viejos tiempos: quedar impoluto en la guerra, sin heridas, hacía que las tareas recayeran siempre sobre uno. Guardias, letrinas... Todo recaía siempre en los que debían de ser considerados héroes. Mientras, los incompetentes y tullidos, que no eran capaces de cruzar el campo de batalla sin recibir un tajo, esos, esos siempre se salvaban. El chamán miró al incompetente Pelagatos. Quizás si intentaba repetir las oraciones y curarlo un poquito más, podría hacer guardias como el resto y habría uno que se libraría de la ronda. Pero con la suerte que tenía Rastrojo, acabaría haciendo turno con el racista de Pelagatos.

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Keropis pudo escuchar las órdenes de Ponzoña desde las tinieblas que reinaban en las ruinas desde las que vigilaba el bosque. Nada se había movido entre la espesura por el flanco este del derruido poblado. Y si hubiera sido así, posiblemente tampoco se hubiera percatado. La noche estaba a punto de caer y prometía ser negra como la pez, ocultas las estrellas tras la cortina de nubes que cubría el cielo. Poco a poco, las copas de los árboles se convertirían en sombras dentro de otras sombras y lo que pudiera haber debajo, permanecería ignorado hasta que quizás fuera demasiado tarde.

El Guardián de los Muertos regresó hasta donde yacía Pelagatos, rodeado por varios mercenarios. El Capitán permanecía a su lado, rodilla en tierra, anudando los últimos vendajes. Aunque el tesorero de la Compañía estaba más bien pálido, quedaba claro que saldría con bien de la fea herida que le había obsequiado el líder de los Capas Rojas.

—Essstuvo cerrrca, ossscurrro... —le susurró el eremita, agachándose junto al caído para posarle una de sus acorazadas manos en el hombro. La desagradable risa del Guardián de los Muertos, más parecida a los últimos estertores de un ahorcado que a una carcajada, no dejó muy claro si el ermitaño sentía alegría por la suerte de Pelagatos o si solo reía un chiste privado.

Incorporándose sin esperar respuesta, Keropis se acercó al robusto k'hlata que guiaba la partida. El Hiena observaba ceñudo los preparativos de sus hombres para pasar la noche entre los escombros de ese pueblo olvidado.

—Cabo Ponzoña... —murmuró el soldado a modo de saludo. La sangre que cubría por entero la hoja del kopesh lucía negra en la penumbra del ocaso—. Tal vez deberrríamosss atrrrincherrrarrrnosss en uno de losss edificiosss, sssyd... Cuando caiga la noche, con lasss nubesss cubrrriendo el firrrmamento, no podrrremos ver nada bajo losss árrrbolesss...

DUODÉCIMO DÍA DE LA RUPTURA DE LA ROCA.

AÑO: 4715 RA.

MES: CALISTRIL (MITAD DEL INVIERNO, MES DOS).

DÍA: 13, DÍA DEL FUEGO.

HORA: CASI AL ANOCHECER. - TIEMPO: NUBLADO.

Le había tocado la última guardia, y en solitario. No le preocupaba, la luz matinal ya habría empezado a lucir para su turno, y habría descansado lo suficiente como para estar lúcida y atenta a cualquier cosa rara.

Pero ahora, estaba cansada y herida. 

Con un poco de suerte podría lavar el tajo, vendarse con algo de sus propios harapos, y echarse a dormir como un tronco junto al fuego. Hasta que la despertaran para hacer su ronda le quedaban ocho horas, eso rehacía a cualquiera...

DÉCIMO TERCER DÍA DE LA RUPTURA DE LA ROCA.

AÑO: 4715 RA.

MES: CALISTRIL (MITAD DEL INVIERNO, MES DOS).

DÍA: 13, DÍA DEL FUEGO.

HORA: ALBA. - TIEMPO: DÍA GRIS.

Asintió. ¿No podrían construirse más hangarillas o útiles para cargar usando las tiendas de campaña? Hizo una mueca con media boca, era algo que solamente se le ocurría, pero no veía como llegar a ello con verdadera pericia, pero quizá otro compañero...

──Jefe, ¿otra hangarilla? ──Señaló a Ponzoña las tiendas de campaña. Era lona gruesa. Quizá se pudiera sacrificar una de las tiendas usándola para poner cosas encima y llevarlas a la rastra. Aunque se estropeara la lona, la capacidad de carga aumentaría.

Se explicó lo mejor que supo, pero se mostró torpe a la hora de idear la manera de ejecutar ese plan.

Luego añadió otra cosa a Ponzoña, en un tono casi tímido. ──Cabo, ¿podemos enterrarlos? ──Señalaba a los muertos. La vida o la muerte poco importaban, pero pensaba que quizá sus espíritus quizá tuvieran frío, esperando a quien los guiara a otros mundos, y la cortesía nunca estaba de más.

DÉCIMO TERCER DÍA DE LA RUPTURA DE LA ROCA.

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MES: CALISTRIL (MITAD DEL INVIERNO, MES DOS).

DÍA: 13, DÍA DEL FUEGO.

HORA: ALBA. - TIEMPO: DÍA GRIS.

Tras una guardia tranquila y una noche agradable en la que ni siquiera los animales se acercaban Tarado despertó al alba. Con energía Tarado aprovecha un rato inicial en el que aún hay infantes despertando para acercarse al pozo de agua limpia a asearse. La batalla había sido intensa y él necesitaba tanto agua limpia como asearse. 
Tras un aseo rápido se acercó a la tienda grande donde el Capitán y el Cabo miraban qué podía servir para su base. - Tal vez sería útil quedarnos aquí como campamento base, no está lejos del pueblo y no molestaríamos tanto. Hay agua útil y todo lo necesario para un buen tiempo. Además ni las bestias ni las sombras parecen querer acercarse. - Era un oasis en aquel bosque, les vendría bien poder estar en un sitio que consideraran su hogar y no estar encerrados junto a pueblerinos que no les querían cerca. - Capitán yo estoy disponible para transportar carga si hace falta, no fue nada la herida de la batalla. 

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MES: CALISTRIL (MITAD DEL INVIERNO, MES DOS).

DÍA: 13, DÍA DEL FUEGO.

HORA: ALBA. - TIEMPO: DÍA GRIS.

Una noche de sueño reparador me ayuda a cerrar en parte las heridas sufridas ayer en el combate contra el líder de los Capas Rojas. Los cortes que me provocó en el pecho son de una considerable profundidad pero nada que sea capaz de causarme una queja. Heridas similares y peores me causaron mis años entre los Doloritas. Cuando Sacerdote cortaba nuestra carne solo para poner a prueba nuestra resistencia y devoción, me estaba en realidad preparando para momentos como este.

"Y ahora, estas heridas no son capaces de causarme apenas dolor."

Pues son años de entrenar mi mente para ignorar gran parte del daño en mi cuerpo. De todas formas, agradezco que mi cuerpo vaya sanando pues estar completo es siempre mejor que llevar encima una herida soportable.

Me presento ante el Cabo, listo para recibir tareas a cumplir. Por más que haya sido herido, no soportaré ser una carga para el resto de la Compañía Negra, pues solo deseo ser un orgulloso y útil miembro de ella, no ser un lastre.

DÉCIMO TERCER DÍA DE LA RUPTURA DE LA ROCA.

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MES: CALISTRIL (MITAD DEL INVIERNO, MES DOS).

DÍA: 13, DÍA DEL FUEGO.

HORA: ALBA. - TIEMPO: DÍA GRIS.

La noche paso rápida trayendo un reparador sueño por el trabajo realizado, las primeras luces dejaban al descubierto un asentamiento diferente, mostrando los detalles que la noche les había ocultado.  Aquel lugar no estaba lleno de comodidades, pero sin duda cumplia bien con su cometido de centro de operaciones.

Los bultos del botín eran abundantes, valiosos cuando la compañía carecía de tantas cosas básicas en aquel mundo.  Grito se acercó al pozo para lavarse las heridas lo mejor posible, no tenía nociones curativas pero sabía de la importancia de mantener limpios los cortes para que no se infectaran.

Era el momento de regresar, con la cabeza bien alta y esperar que el resto de grupo hubiera tenido la misma fortuna.

Grito escucho la petición de Ballestero de enterrar los cuerpos a lo que el infante mostro su apoyo.  Estos pobres diablos no eran tan diferentes a nosotros.

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-Buena idea, Ballestero. Coged unas ramas firmes, una de las tiendas dobles y aprovechad su lona para unas parihuelas que sirvan para sumar mercancía. Eres listo como una hiena, hombre de Idón. Encárgate de ello -le dijo-. En cuanto a ellos, enterralos nos llevaría demasiado tiempo -aquel era un bien preciado del que no disponían-. Apilad sus cuerpos, amontonad madera a su alrededor y que sus espíritus viajen libres.

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DÍA: 13, DÍA DEL FUEGO.

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La noche había sido oscura y fría. Campaña se "arrebujaba" en su gruesa capa, que ceñía a su cuerpo como una manta para mantener a raya los molestos temblores. Al alba se sentía enfermo.

Campaña se siente cansado y sucio -anunció, y se dirigió al pozo para lavarse con la fresca agua. Bebió abundantemente. Su cuerpo se lo pedía, y consumió varios litros entre todo, incluidas sus abluciones. Al terminar se sentía limpio, y mejor. Pero durante la mañana y mientras realizaba sus tareas en el campamento, una leve moquera le tenía apartándose cada poco para sonarse.

Finalmente terminó de preparar su equipo, con la carga extra que se le había asignado. Al momento de emprender la marcha, deslizó sus manos por el tiro del carro. Había que llevarlo hasta el campamento, lo cual no le preocupaba. Él era Campaña, el Fuerte. Pero un cierto cansancio seguía allí. Se miró las manos, sorprendiéndose al ver que temblaban.

Las señales en su herida, ya curada, bien a las claras mostraban que algo no estaba bien. Una infección empezaba a extenderse. Pero al gigante no se le había ocurrido mirarse la herida.

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Después de su experiencia cercana a la muerte, se sentía molido y dolorido hasta por lugares en los que no había sido dañado. Su cuerpo se movía con debilidad, había pasado la noche bebiendo un poco del agua que su primo Campaña le había prestado. Se encontraba mejor, tampoco era difícil teniendo en cuenta su estado en el día anterior.

Nada más despuntar el alba se acercó a ver su fornido primo para devolverle la cantimplora. Se sentó a su lado con esfuerzo, pues no estaba para muchos trotes, y escuchó los lamentos de éste.

—Todos estamos cansados y sucios Campaña, pero ya queda poco para volver —murmuró en un tono bajo, pues tampoco podía elevar la voz demasiado, era un esfuerzo muy costoso. Antes de que su primo marchara al pozo le tendió la cantimplora que le había cedido con anterioridad.

Mientras el resto del mundo trabajaba, Pelagatos se mantuvo en reposo, su único esfuerzo fue asearse y comer algo.

DÉCIMO TERCER DÍA DE LA RUPTURA DE LA ROCA.

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DÍA: 13, DÍA DEL FUEGO.

HORA: ALBA. - TIEMPO: DÍA GRIS.

──Señor.

Se encogió de hombros. Quemar los cuerpos no era del todo ortodoxo. Miró a Keropis, guardián de los muertos. Supuso que el ermitaño lo aceptaría. Sabía bien que las cosas habían cambiado desde sus tiempos (sospechaba que era viejo, muy viejo) y no sabía muy bien cómo reaccionaría. Se acercó a él para ver cómo querría hacerlo.

DÉCIMO TERCER DÍA DE LA RUPTURA DE LA ROCA.

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DÍA: 13, DÍA DEL FUEGO.

HORA: ALBA. - TIEMPO: DÍA GRIS.

Keropis se acercó al Cabo Ponzoña, con el escudo embrazado a la zurda y la diestra sujetando la cincha del petate, que le cruzaba el pecho. La abultada bolsa de lona que portaba a la espalda mostraba a las claras que había cargado en ella todo lo que pudiera acarrear y que pudiera ser de valor.

—Cabo... —murmuró con su sibilante voz—. Lasss bessstiasss han rrrondado el campamento esssta noche... Lobosss, tal vez... Perrro no ssse atrrrevierrron a acerrrcarrrssse... Algo lasss asssussstaba...

La mirada del eremita se paseó unos instantes entre las ruinas cubiertas de verdín y las estrechas callejuelas invadidas por los hierbajos. A la luz del día, el antiguo poblado parecía un remanso de paz. ¿Quién hubiera dicho que tan solo unas horas antes la sangre se había derramado entre esos silenciosos e indolentes cascotes...?

Tras tragar una profunda bocanada de aire, prosiguió:

—Perrro lo que másss me intrrriga, esss que lasss sssombrrrasss tampoco nosss visssitarrron... Y essstamosss en sssu bosssque... Algo prrrotege essste lugarrr...