Partida Rol por web

TRIGÉSIMO SEGUNDO DÍA DE LA RUPTURA DE LA ROCA.

AÑO: 4715 RA.

MES: FARASTO (INICIOS DE LA PRIMAVERA, MES TRES).

DÍA: 5, DÍA DEL JURAMENTO (LUNA LLENA). - DÍA DE LOS HUESOS.

HORA: PRIMERAS HORAS DE LA TARDE. - CLIMA: NUBLADO. TEMPERATURA TEMPLADA.

Miró a Keropis. Su efecto en el interior de la curtiduría podía ser más perjudicial que beneficioso de cara a generar un clima adecuado en la demanda que tenía que hacer Analista. Sopesó los pros y los contras. Si Keropis realmente podía llegar a detectar en un hombre la presencia de la maldición, no era algo a despreciar. 

-Acompáñame hasta la puerta, Keropis. No tiene sentido que entremos tantas personas a su interior para un tema menor -no quería prescindir de Frontera y Reyezuelo en su visita. Las razones para la presencia del segundo ya estaban dichas. Las del primero eran puramente logísticas. Cabía la posibilidad de que Frontera se encargara en ocasiones de tratar con los proveedores-. Espero que desde ella tengas la suficiente visión. En caso de duda, hazme una señal y entrarás. 

Dicho aquello, llamó a la puerta de la curtiduría mientras el resto de la comitiva se alejaba. 

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DÍA: 5, DÍA DEL JURAMENTO (LUNA LLENA). - DÍA DE LOS HUESOS.

HORA: PRIMERAS HORAS DE LA TARDE. - CLIMA: NUBLADO. TEMPERATURA TEMPLADA.

Reyezuelo asintió ante la orden del Cabo Barril, estaba deseoso de acompañar a su maestro Analista hacía tiempo.

Se acercó a Pelagatos para hacer entrega del "paquete", la joven Enrietta seguía paralizada. El oscuro hostigador la tomó sin mayores dificultades. Bueno, para tener esa fama de debilucho, la ha levantado sin problemas. Sin dudas a ojos de Reyezuelo, Pelagatos era dos personas distintas según estuviera a lomo de alguno se sus caballos o no.

El aprendiz de analista desmontó de Bastión y llevó los arreos de su montura a la pesquisa del carro.

-Maestro.- Saludó mientras se ponía un paso por detrás a su derecha para escoltarlo y aprender de él.

Cuando estemos yendo al próximo lugar del itinerario intentaré mostrarle lo que conseguí de Varecnae.

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Sería un trecho corto, irían con Capitán. ―¿Se la entregaremos a Inquisidor, o esperamos señor?

Habría que preparar algo a modo de celda, sobre todo para que no llegara muy estropeada.

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Las órdenes del voluminoso Cabo eran claras. Respiré aliviado a saber que no tenía que preocuparme por quitar las mordazas ni las ataduras de la muchacha. No podía evitar cierta conmiseración. Pero el mal yuyu estaba por encima de todo.

Despedí al Cabo con otro saludo marcial y me reagrupé con la formación del grupo que regresaría al Campamento. La muchacha era trasladada de una bestia a otra como una pieza de caza. Porque de eso se trataba. Carne a cambio de sustento.

Así trataba de retenerlo en mente. A fin de cuentas éramos una compañía de mercenarios.

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—Tu voluntad esss mi sssenda, sssyd... —contestó a Lengua Negra​​, colocándose a su espalda cuando el oscuro se acercó a la puerta de la curtiduría.

Permanecería en el umbral de entrada, como un simple guardián que vigilara desde la puerta por la seguridad de su señor.

Su talento, si es que existía realmente, era caprichoso. A veces veía cosas. O las sentía. No sabía cómo ni por qué. Pero el pragmático Cabo Barril no estaba dispuesto a desaprovechar ni la más mínima de las ventajas. Tal vez no existiera simpatía entre el eremita y su orondo superior, ¿pero qué herrero necesita llevarse bien con su martillo? Barril era un artesano militar y estaba dispuesto a exprimir hasta la última gota de utilidad de cada una de sus herramientas. El Guardián de los Muertos había olvidado hacía ya mucho tiempo el significado de palabras como camaradería o amistad, pero todavía era capaz de sentir respeto.

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El tímido Nubes Dispersas se bajó del carro como le habían indicado y se dio cuenta de que hacía unos minutos que no sentía las gotas golpear en su cabeza parcialmente rasurada. Al mirar al cielo vio un espléndido sol de primavera asomando despacio entre las nubes grises que aún cubrían el cielo. Bueno, al menos el clima mejoraba un poco, aunque ya estaba calado de arriba a abajo.

Avanzó a pie con Analista y Reyezuelo hasta la puerta de la curtiduría, mientras dirigía a este último una sonrisa afable.

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El grupo del Capitán siguió adelante con su prisionera, dejando atrás como refuerzo para el grupo de Analista al Cabo Barril y a Reyezuelo, quien había dejado a la prisionero en las manos de Pelagatos.

El agua podía haber dejado de caer, el frío podía ser ahora menos acuciante, pero los pasos de todos chapoteaban en el barro, y el ambiente apestaba.

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Cuando la puerta se abrió, Analista pudo ver a unos pocos trabajadores, más atemorizados que cualquier otra cosa ante su presencia. Cruzó el umbral que le franqueaban pero no dio más allá de un par de pasos, desde donde aún podía sentir el aire fresco del exterior. El hedor era casi insoportable. 

-Buenos días, señores. Quisiera hablar con el encargado de la curtiduría. ¿Está disponible? -preguntó.

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- "¿En qué puedo servirle, mi señor?" -

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Reyezuelo devolvió otra sonrisa igual a la de su amigo Frontera cuando cruzaron miradas.

Entró a la curtiduría ubicándose a la derecha de analista, atento al entorno para hacer de custodia, pero también a los detalles para aprender de su maestro.

Nada más entrar sintió el encerrado y fuerte olor a orina, si el aprendiz de analista se concentraba un poco, podía inclusive detectar la presencia de estiércol y carne podrida. Y yo que cuando era campamentero pensaba que trabajar en las letrinas era una desgracia, ya no lo parece tanto.

Analista y el regente del establecimiento se saludaban.

Me pregunto si cuando Analista se acercó a Capitán fue para solicitar el anillo del Inquisidor Serpejo para requisar lo que tuviera ganas. Si es el caso no creo que pueda aprender mucho del arte del comercio, pero sería entendible si buscamos agitar a los locales.

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El penetrante hedor del amoníaco, con el cual blanquearían piezas de cuero destinadas a la nobleza, nobleza que jamás pensaría que vestía trozos de piel muerta bañada en orines, no desfiguró la sonrisa que Analista esgrimió.

-Espero que en mucho, señor. Mi nombre es Analista y me gustaría saber si ustedes disponen de sobretodos o capotes impermeables que pudiéramos comprar -dijo Lengua Negra-. En caso de una respuesta afirmativa, me gustaría poder ver uno y conocer su precio. En caso de que no dispongan de tales prendas, le agradecería una dirección en la que sí pudieran servirme, si fuera tan amable. 

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- "Pase, mi Señor. Le mostraré nuestro exiguo inventario, la parte que no está ya vendida." - El hombre conduce a Analista y a Reyezuelo a un oscuro almacén.

Allí hay un amplio soporte de madera con una larga barra horizontal de la que cuelgan ocho prendas. Cuatro parecen vestimentas de tela gruesa y cuero, y otras cuatro son más amplias, larga y sin mangas.

- "Nos quedan estos cuatro gambesones, que son a una moneda de oro cada uno; y estas cuatro tabardos, que son a cinco piezas de oro cada uno. Los gambesones se pueden llevar bajo una armadura pesada, en cuyo caso le incluimos correajes apropiados a la armadura que soliciten sin coste adicional. Los tabardos se llevan por encima de la armadura y la protegen de la climatología, se les puede incorporar cualquier blasón, emblema o distintivo heráldico que deseen, también sin coste adicional." -

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-¿Puedo preguntar por la razón de la diferencia de precio entre ambas prendas? En apariencia, los tabardos parecen menos elaborados -dijo Analista intentando descifrar el porqué de aquel precio quintuplicado-, pese a su magnífico aspecto -puntualizó-. De hecho, y perdone mi ignorancia, no necesitaríamos algo tan elaborado. No negaré su aspecto noble, pero ante todo buscamos un elemento práctico y que nos proteja de la lluvia. 

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- "Puede tocar el género si lo desea." -

Analista toca las prendas y evalúa sus pros y contras. El gambesón es ropa gruesa, interesante para este clima y sin duda más barata que las pieles. El tabardo es de más calidad al tacto y entre que está pensado para proteger armaduras y mostrar un emblema heráldico, no cabe duda que es algo propio de caballeros nobles. A Analista no le cuesta demasiado imaginarse a caballo con el tabardo por encima de la cota de mallas, y en el pecho el emblema de la Compañía Negra.

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-No es necesario. Se ve que la factura es magnífica. En cualquier caso, el número de tabardos sería insuficiente de llegar a una transacción. ¿Cuál es su ritmo de producción? -tenía en mente preguntar a Malagente por otro lugar donde pudieran adquirir capotes de hule que, sin duda, serían más asequibles para el grueso de la tropa. Aquellos precios, aunque justos para la economía local, escapaban a la mayoría de las bolsas de sus Hermanos y la Compañía no podía hacer frente a un dispendio de más de ciento cincuenta oros cuando tenía que priorizar la comida. 

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Una atmósfera asfixiante y hedionda copaba el sombrío interior de la curtiduría. La tenue claridad del exterior, que entraba por la puerta abierta y un par de altos ventanales, apenas lograba iluminar a estancia. Los trabajadores observaban de reojo a los recién llegados, con una mezcla de desconfianza y temor en sus miradas, mientras seguían empapando las pieles y las telas en las malolientes tinajas. Todos a una alzaron la cabeza cuando una última silueta se recortó en la ventana de luz de la puerta. El contraste de luminosidad le convertía en una sombra de rasgos desdibujados, con dos resplandecientes esquirlas esmeraldas brillando allá donde deberían estar los ojos.

El Guardián de los Muertos paseó su inquietante mirada entre los presentes, deteniéndose en cada uno de ellos como si pudiera escrutar el interior de sus almas y desgarrar y arañar hasta encontrar sus más recónditos secretos. No pronunció palabra; no estaba ahí para eso. Le bastaba con observar.

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- "Trabajamos sobre todo por encargo, mi Señor. A veces producimos de más, pero no es muy frecuente. Un estoc como el que puede ver aquí podría estar preparado tal vez en una semana, a fin de cuentas disponemos de todas las materias primas." -

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-Pues muchas gracias por su atención y amabilidad -dijo Analista-. Conociendo sus precios y sus posibilidades, consultaré una posible compra y se la comunicaré. Que tengan un buen día. Nos vamos -dijo a sus acompañantes. 

Dicho aquello, dio media vuelta y salió al exterior donde respiró con ganas y gusto unas bocanadas de aire fresco.

-Partamos hacia nuestro siguiente destino. El matadero -dijo a los presentes al tiempo que se subía al carro. No quería perder tiempo más allá de lo imprescindible. 

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Frontera siguió atento, al igual que había hecho en la posta, a las negociaciones de Analista. Sin duda aquellas prendas que les ofrecían tenían una muy buena factura y parecían abrigar bastante, pero pudo entender las reticencias de Analista y sus inquisitivas preguntas. El precio era bastante elevado, aunque fuese justo, cosa que aún no terminaba de saber con certeza pues seguía asombrado de los precios de este nuevo mundo. ¿Acaso estaba tan devaluado el oro? Por otra parte, aquellos tabardos parecían muy rígidos y de porte muy... exquisito. Sin duda muchos miembros de la compañía no se encontrarían cómodos vistiendo aquello, aunque hubieran tenido tal dinero.

Hasta Frontera pudo darse cuenta de que la despedida de Analista era una forma sutil de dar largas. Estaba bastante seguro de que buscarían otro lugar donde avituallarse con ropa de abrigo. Mientras tanto sonrió, sabiendo que su siguiente parada era para conseguir la tan preciada carne que necesitaban.

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Barril contempló la partida del grupo que custodiaba a la presa de la Compañía. Era la primera misión que se les había encomendado, y en cumplirla les valía su resolución por el momento. Es por eso que no prestó demasiada atención a lo que ocurría dentro del edificio donde curtían las pieles, si bien el olor y alguna mención a cantidades de oro desorbitadas le llegaron a través del húmedo ambiente. Tampoco era para tanto, la verdad; su tienda había olido peor algunas noches de borrachera. Lo otro sí era más preocupante.

Observó como Analista salía del lugar con las manos vacías, signo de que los precios que manejaba esta gente no se adecuaban demasiado al capital del que disponía actualmente la Compañía. Cuando Analista dio la voz de marcha el acorazado Oscuro echó un último vistazo al grupo que se alejaba, ya bastante cercano al campamento, y por fin se volvió a la tarea que les ocupaba: Vagar por el pueblo consultando unos precios que no podían pagar. Era como si un niño en harapos al que han dado unas piezas de cobre se pasease por el barrio rico tratando de pagar pasteles y juguetes. Al final se comería un mojón.

Y es que aquello rozaba lo ridículo. Con la paga que tenían actualmente, igual dentro de uno o dos años quizás pudieran comprar una o dos sillas de montar, siempre y cuando no comieran demasiado. Alguien estaba pagando muy baratos los servicios de la Compañía a juzgar por los precios que se movían en aquel ambiente. Barril optó por ponerse en marcha mientras se dirigía a Analista.

— ¿Qué tal, Analista? Los precios asequibles, ¿no? No se a ti pero hay algo que no me cuadra en todo esto. Veremos que tal nos va con la carne o si tenemos que hacer sopa con la suela de los zapatos. —