Partida Rol por web

MAÑANA SIGUIENTE: SEGUNDO DÍA DE LA RUPTURA DE LA ROCA.

AÑO: 202 DE KHATOVAR.

MES: DEL LEÓN (MITAD DE LA PRIMAVERA, MES CINCO).

DÍA: DIECISÉIS DEL MES.

PRIMERAS HORAS DE LA TARDE.  - CIELO GRIS.

Panda de populistas... la madre que los parió a todos... Analista guardándole las monedas a sus primos y ellos dándoselas de generosos y solidarios... Menuda vergüenza... La vena, la vena-Rastrojo se llevó las yemas de los dedos a la sien para tapar la vena-, que no noten que la vena te palpita que te vuelven a poner a cavar letrinas... Khadesa recaudando el dinero sin trabajar, prestando falsos servicios de adivina, y ahora hace como si esas monedas fueran suyas. Qué asco de gente. Vaya mierda de presagio más incompetente... La muy pitonisa no decía nada de un desconocido que nos fuera a ayudar cuando pensábamos que no había civilización cerca, tiene que venir la expedición a avisar de las ruedas de carro en el camino para que se ponga a decir vaguedades y desvelar la existencia de otros humanos. ¡Y un cero en creatividad! Khadesa ya ni siquiera se trabaja la parafernalia críptica de los verdaderos augurios. ¿Tan difícil era decir "de entre todos uno más surgirá para intervenir en vuestro destino"? ¿"Alguien se os aparecerá más allá del tercer nogal para revertir vuestra mala suerte"?

Rastrojo estaba que se subía por las paredes. Como se conocía lo suficiente para saber que no se iba a morder la lengua, decidió hablar sobre la problemática de Uro.

Cabo Ponzoña, Uro no sabe contar. Recuerdo en la época de reclutas ver a Uro pagar a Gordo Wem sacando las monedas de una en una hasta que el tendero le dijo que ya bastaba. Es imposible que pueda decirle a Analista el número de monedas como le habéis ordenado...

A ver si acelerando el proceso, empezaban con el reparto de las raciones. ¡Rastrojo quería su comida ya! ¡Si no le podían dar la soldada en platas, que se la dieran en embutidos!

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PRIMERAS HORAS DE LA TARDE.  - CIELO GRIS.

Mientras se alejaba, aún se permitió el orondo Oscuro el echar un vistazo hacia atrás. Parecía para un observador externo que medía las reacciones del Ungido después de las palabras de Rastrojo, pero lo cierto es que buscaba la mesa a la que se había referido Cabo Ponzoña. Si hubieran tenido una, la hubieran quemado lo primero la noche anterior, no le cabía duda. Puede que incluso le tocara el turno al carromato de Khadesa si es que la leña empezaba a escasear. Luego habló sin dirigirse a nadie en particular.

— Si vais a recoger agua del lago, tratad de buscar un perol donde hervirla. Es una de las cosas que trataremos de traer del poblado al que vamos. Si la sed os ataca, que unos pocos que estén más sanos prueben el agua y dejen pasar un tiempo. Así sabréis si ataca el estómago o qué. Tratad de ser rápidos en ir y volver. —

Luego llamó a voces a los Infantes, sacándolos del recinto de la Iglesia para tener unas palabras con ellos. Después de todo iban a dividirse por primera vez en bastante tiempo.

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PRIMERAS HORAS DE LA TARDE.  - CIELO GRIS.

Tarado estaba tumbado con los ojos cerrados. Allí en el sótano, junto al fuego la vida parecía ir más despacio. Deseaba que no le interrumpieran sus pensamientos en ese momento pero sabía que tarde o temprano algún aviso sonaría de la garganta de algún compañero. Los heridos habían sido depositados junto a la hoguera, escuchaba su respiración, ronquidos y gruñidos de dolor provocado por las heridas. Por su parte intentaba no gruñir y pasar desapercibido, no quería que ningún jefe se acordara de él mientras estaba tan herido. La pierna le escocía y la herida de la tripa, aun cerrada, seguía doliendo. 

Al poco escuchó movimiento junto a él, era Plumilla que depositaba unas raciones para que todos las pudieran degustar, era un gesto o muy bonito o una orden directa de los jefes. No había escuchado nada en cuanto a las raciones pero podría no haberse enterado al estar ahí abajo. Con esfuerzo se incorporó y registró su mochila que estaba usando como reposa cabezas. - Creo que tengo unas raciones, Plumilla, toma colócalas todas juntas y que todos puedan comer si hacen falta. 

Era importante que la gente se sintiera bien el la compañía, que nadie pensara que estaban de supervivencia entre ellos o las almas de aquellos guerreros se verían enturbiadas por pensamientos oscuros. Debía luchar por mantener pura el alma de los guerreros, que no se volvieran fieras luchando por un poco de pan. Eso haría que más adelante no hicieran carnicerías innecesarias. 

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Keropis regresó hasta el altar abriendo su petate. Sin ceremonia alguna, tomó una de las raciones ofrecidas por Analista y la hizo desaparecer en el oscuro interior de su petate. Tan silencioso como había llegado, dio media vuelta y desandó el camino hasta la salida del vetusto edificio. La luz del tímido sol, escondido tras una capa baja de nubes, no logró arrancar destello alguno de la desastrada armadura del eremita. La mirada del soldado se perdió en la distancia, recorriendo la orilla del lago en dirección a su siguiente y desconocido destino. ¿Qué les aguardaba más allá del recodo del camino? ¿Volverían a toparse con ese ladino y escurridizo enemigo que había emboscado a la partida anterior? ¿Encontrarían al fin señales de civilización?

El Guardián de los Muertos, estoico y mudo como una estatua a la entrada de un mausoleo, no se hacía tales preguntas. Así como la luna sigue al sol, un paso sigue al anterior por las sendas de la vida. Y cuando el tiempo no es un factor, todos los caminos se acaban por recorrer.

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¡Las raciones!... cierto, tiene algunas de carne seca; tras oir el llamamiento de Analista , corre a su tienda de campaña. Ciertamente, tras el último "toque de atención" que sufrió, con toda justicia, procura ser especialmente serio con el cumplimiento de tareas y deberes. Máxime ahora, que recuerda por qué está en la Compañía, y a qué se van a enfrentar.

Al buscar entre sus cosas, hace un rápido recuento, tiene en total cinco buenos trozos de carne seca en salazón. Las órdenes para la próxima salida en la que va a participar, recuerda, exigían llevar dos raciones por cabeza, de modo que se queda con dos de ellas en la mochila, para cumplir lo ordenado, y dispone las otras tres para entregarlas al fondo común.

Tal vez sea mejor así, y no tener que preocuparse por la comida, pero como hombre de las llanuras, le gusta disponer de una reserva propia... Tiempos mejores llegarán, y podrá de nuevo disponer de un tranquilizador remanente de carne seca de nuevo.

Vuelve a donde está Analista, y hace entrega de las provisiones. Después, vuelve con el resto del grupo que está esperando la orden de partida.

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Indómito se acerca a coger dos raciones de comida y una se la comerá en ese rato después de hablar.

—Necesito la segunda por estar enfermo, tener que cuidar de los cinco heridos por la noche y formar guardias en infantería. Creo que no hay nadie en mi situación y las raciones de los heridos no son las mías —dijo a Analista de forma clara y con un razonamiento simple.

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—Claro, cuando volvamos nos encargaremos de ello, ahora tenemos unas órdenes que llevar a cabo —dijo secundando las palabras de Palomita en respuesta a Piojillo.

Con los deberes cumplidos se sentía listo y dispuesto para enfrentarse a la tarea que les habían encomendado. Él había desayunado por la mañana los restos del escarabajo así que optó por no pedir una ración pues otros de sus hermanos juramentados la iban a necesitar más.

—Estoy listo —dijo avisando a su compañera de viaje de que él ya había terminado con sus deberes de soldado y podía centrarse en lo siguiente—. Recojamos esos odres y veamos que nos encontramos fuera.

Estaba casi animado, si no fuera por la fiebre, la cojera, la debilidad y el hecho de estar perdidos en un lugar desconocido en el que unas sombras querían asesinarlos, se podría decir que estaba contento. Palmeó sus manos para reactivarlas y notar como la circulación volvía a fluir mientras iba a por Orgullo que le miraba mientras agachaba la cabeza en busca de algo para comer.

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Lombriz, dentro de su tienda y arropado con su pesada manta, maldijo para sus adentros el jaleo que estaban montando todos. ¿Tan difícil era organizar aquello sin montar tanto espectáculo?, se arropó la cabeza hasta que escuchó lo de la comida. A decir verdad tenía hambre, no demasiado como para alarmarse, pero sí lo suficiente para sentirla.

—Comeré mañana al alba, hoy necesito descansar, espero que este pie mejore o lo pasaré mal si hay problemas— O eso esperaba, la noche caería pronto, estaba seguro de que la partida no regresaría hasta el día siguiente como mínimo, y estaba por verse si serían capaces de aguantar otra noche allí, la mayoría estaban heridos o enfermos, lo que auguraba una defensa poco eficiente de su improvisado campamento.

¿Habría que derramar más sangre como la noche anterior? Supuso que también, aunque se alivió pensando que con lo herido que estaba, pasarían por alto su aportación.

—Que escojan a otro, yo me niego a derramar sangre esta noche, ya la derramé por la tarde—

Sin más, volvió a cubrirse la cabeza con la manta, intentando descansar entre tanto ruido.

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Cuando la manaza de Uro se acercó a la cabeza de Analista, la mano de Ballestero se acercó al pomo de la espada. Fue movimiento mecánico: si un autómata hubiera dado la hora en un reloj, moviendo un brazo sin interesar al resto del cuerpo, el efecto podría haber sido parecido. No se relajó ni se tensó cuando se hicieron algunas observaciones al hostigador.

Prefirió no comer su carne. La reservó para la noche, si había una noche.

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Me había alejado de la gente buscando a la esquiva soledad tan difícil de encontrar en el hervidero de actividad en que le se había convertido el templo. Dudaba que, en su época de máximo esplendor, una época que no debía quedar muy lejana, hubiera albergado tanto jaleo, y aún cuando en sus paredes aún reverberaban los aullidos de dolor de las víctimas sacrificadas en el altar, ninguna había chillado tanto como para acallar la cacofonía que escuchaba a mi alrededor.

Necesitaba pensar y no me dejaban. Todo el mundo hablaba. Todo el mundo tenía algo que decir, una opinión que compartir a pesar de que nada aportaban y a nadie le importaba. Pero la soldadesca tenía que pensar que sus vidas importaban, una ilusión a la que se aferraban con toda la fuerza de voluntad que les quedaba.

Y luego estaba ese punzante dolor en mi brazo, constante e incansable, recordándome lo que no hubiera podido olvidar de ningún modo. El resto, atraídos como insectos a la luz de la llama más intensa en ese momento, ya lo habían olvidado. Volubles y necios. Concernidos tan solo por el momento, tanteaban el suelo a cada pisada sin alzar la mirada para escoger un destino.

En otra época, en otro momento, todo hubiera sido tan fácil. Abrir las alas y echar a volar...

Tras masajearme las sienes, me levanté y me acerqué al chupatintas de Lengua Negra enfrascado, como estaba, con las cuentas.

- Mi dinero. Cincuenta y cuatro piezas de plata y veinticuatro de cobre, así como un broche que endulza tu mirada, aunque nunca la había visto tan brillante como ahora con el reflejo de toda esa plata. - Sonreí. – Cómprame algo bonito, Analista Lengua Negra - añadí con una carcajada tras extender la mano para coger la ración de comida que más cara me había salido en lo que llevaba de vida.

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Capitán había tenido un pequeño aparte con Palomita y Pelagatos, del que acababa de retirarse, asintiendo cuando la primera anunció que partían a por agua. 

-No os olvidéis de las bestias, si veis algo de pasto, no estaría de más llevar las mulas y a Hechizado.

Mientras tanto, el reparto se realizaba, más mal que bien, aunque no precisamente por obra de Analista. Varios disidentes, en menor o menor grado, así como incidentes y equivocaciones varias. Y, entre las mismas, no pudo evitar mirar con preocupación al cielo. Simplemente no tenían tiempo para perderlo así. 

-¡Muy bien, creo que Analista ha sido bastante claro, pero por si las moscas! ¡Todo el mundo ha de aportar! Nuestro destino es compartido, si caemos, caemos todos. No quiero ver muestras de egoísmo entre Hermanos, así que por vuestro bien que no os encuentre escondiendo nada en este momento en que todos andamos necesitados-dijo, en voz lo suficientemente audible, aunque notablemente ronca y cansada.

-¡Y eso va también por la comida! Si los cálculos cuadran... Que parece ser el caso-remató, tras una breve mirada de duda a Analista en busca de confirmación-todos recibiréis una ración. ¡Sólo una ración! Y, desde luego, podéis tener claro que los heridos van a tener comida, aunque tenga que quitármela a mi mismo o al resto. Son tiempos difíciles, mucho, y todos hemos de arrimar el hombro para salir a flote. 

-Es lo único que quiero ver. A Hermanos colaborando. Y os aviso, desde este mismo instante, que no pienso tolerar faltas entre vosotros, y mucho menos faltas o desobediencia a un superior, como Analista. Espero no tener que acortar más nuestros números para meter a nadie en vereda-sentenció finalmente, con un tono poco amigable, antes de tomar las raciones para los heridos. Una por cada uno, ya que lo mejor sería que se expusieran al frío el menor tiempo posible. Y desde luego, en el caso de Guepardo, habría que ayudarle a comer. 

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Reyezuelo inspira, sintiéndose momentáneamente henchido, pero se controla antes de dejar que su orgullo se desbordara. Estaría entregado en cuerpo y alma a la tarea que Analista ponía en sus manos, pero no era el momento de ningún discurso grandilocuente. Esperaba escuchar algún nombre más, pero no se detiene a pensarlo demasiado.

Mira a Piojillo y sonríe - Sigo a tu servicio, por supuesto - Tal como había anunciado el viejo Lengua Negra, aquel cargo no lo eximía de sus obligaciones como Campamentero. Más bien se complementaban. 

Se gira entonces a Plumilla y Pelagatos para responder a este último - Faltaría más. Habrá tiempo. Y suerte en la expedición. 

En caso de que Piojillo no lo retuviera, irá hacia donde aguardaba Analista. El Oscuro seguía con el recuento, y él terminó de hacer el propio separando mentalmente heridos, ateridos y miembros en extrema gravedad comparándolo con el montón de víveres organizados y lo rápido que descendía.

- Yo pude comer algo esta mañana. Debería ser capaz de aguantar sin comer hasta el amanecer - La noche será mala - Los heridos y enfermos tienen prioridad. Me ocuparé de que no le falte a ninguno - No le daban las cuentas, y para colmo cada minuto que pasaba la noche se acercaba otro paso. Si tardaban más de un día en regresar... no, mejor no ponerse en lo peor, pero el aleteo de la muerte seguía claramente a la compañía muy de cerca. - Rezaré a los espíritus para que la expedición sea un éxito y puedan regresar con buenas noticias. Den a esos bastardos una paliza de nuestra parte - Esto último lo dice mirando especialmente a los Campamenteros dispuestos para la expedición, sonriéndoles para transmitirles confianza.

Al final, todas las cosas encontraban su lugar.

Después prestó oídos al capitán. No estaba mal que señalase el caos en las apropiaciones dobles de muchos soldados que comían y además querían llevarse una segunda ración. Al fin y al cabo... no hubiese sido apropiado que lo hiciera él. Por ahora solo era un aprendiz.

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Desastre andaba un poco perdido con tantas idas y venidas de dinero, de malos humos y de gente.

En algún momento escuchó que iban a repartir comida y gruñó, no entendía muy bien qué había dicho Analista, pero sí que eran muy cercana la cantidad de comida disponible y de personal efectivo. Antes de poder pronunciarse lo hicieron Capitán y Reyezuelo, ante lo cual soltó una carcajada sonora y golpeó con el pie el suelo con fuerza.

¡Puedo aguantar más de dos días sin comer! ¡Puedo cazar! Desastre no necesita raciones. Raciones para enfermos.

Concluyó de un modo nada elocuente. Saber cazar era algo que le había salvado la vida en más de una ocasión y no comprendía porqué sería distinto en aquel momento. Además, aguantaría bastante bien sin comer pues no era la primera vez que comía un día cada dos o cada tres, gracias a aquel hambre aprendió a sobrevivir.

Se encaminó hacia la puerta con firmeza para prepararse para la salida. Y para evitar que su estómago rugiese sin su permiso.

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Mientras esperaba, estoico, a que finalmente se dieran las órdenes de partida del Capitán, Frontera pudo observar que el Cabo Barril daba cuenta de una ración mientras ladraba órdenes aquí y allá. Ver cómo se empapuzaba una salchicha con un mendrugo de pan despertó el hambre de Frontera, que había estado oculta por la adrenalina de todo lo sucedido.

Oooh... -su estómago rugió de forma perceptible.

Viendo que Capitán se encontraba aún ocupado y algo absorto, y que esto podía ir para largo, el explorador sacó un poco de comida de las dos raciones que le habían dado sus Hermanos. Rápidamente masticó un buen pedazo de queso añejo y algo de carne en salazón, acompañado de un cuscurro de pan durísimo. Le supo a gloria, para ser raciones secas y viejas. Y aún le quedaba para otra comida si la misión se alargaba. Aunque viendo el panorama, probablemente le tocase compartirla con algún compañero.

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Aun temblando, afirmo a Palomita y Pelagatos. Luego me acerco a Reyezuelo. Analista aún tiene caballos. Si vas a ser su aprendiz es conveniente que sepas cuidarlos.

Tras descender al sótano, escucho a Plumilla. Temo que los malos espíritus quieren cerrar mi estómago, pues no tengo hambre. Pero sé que necesito comer. Gracias, Plumilla.

Me dirijo a la hoguera y me siento junto a Tarado, comiendo mi ración.

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-Gracias, Rastrojo -dijo agradecido al hostigador que tantos quebraderos de cabeza solía suscitar-. Es bueno verte como un león más de la manada.

Después, se volvió hacia Uro.

-Conserva tu tienda, Uro. No te deshagas de ella igual que una tortuga no se deshace de su caparazón -afirmó-. Te hará falta. Ahora espera a que el Capitán dé la orden de partida. Campaña, Rastrojo, venid -pidió-. Vosotros tres sois los hostigadores elegidos para esta segunda expedición. Estaréis bajo las órdenes del Cabo Barril durante ese tiempo. Sé que cumpliréis con vuestro deber y espero que vuestro viaje sea tranquilo. Regresad ilesos y con buenas noticias. Os estaremos aguardando. Me siento orgulloso de vosotros -dijo con una mirada que abarcó también a Rastrojo-. Ahora sumaos al resto de los miembros de la expedición. Sed astutos como el leopardo, fuertes como el búfalo y ágiles como un suricata. ¡Id!

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Recogió las últimas donaciones de dinero, incluida la bolsa de monedas de Uro que abrió y contó en voz alta para todos, y las aportaciones de comida. Finalizado todo aquello, reunió las monedas en una mochila que se echó a la espalda, y se levantó una vez más.

-Cabo Barril, ¿podría hacer que los exploradores formen? -pidió. Una vez llevada a cabo tal labor siguió hablando-. He visto que algunos de vosotros habéis recibido raciones de otros compañeros. Si así ha sido, permaneced en vuestro lugar. Aquellos que carezcan de comida de entre vosotros, dad un paso adelante para que os proporcione vuestra ración.

Cuando concluyó, guardó una ración para sí mismo y se volvió hacia el Capitán.

-Capitán, sobre la mesa del altar están las restantes raciones. Una por cabeza y algún excedente. Reyezuelo se encargará de repartir las raciones entre aquellos que se queden aquí y el excedente lo pongo a tu disposición para que lo destines, tal y como has indicado, a los más enfermos. Necesito unos minutos para prepararme para el viaje y cuando concluya, nada impedirá que puedas darnos la orden de partida.

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Campaña regresó de su tienda pertrechado para la batalla. Llevaba encima todo su equipo. No había dejado nada. El concepto de ir ligero no entraba dentro de su radio de comprensión.

Los rayos de sol que se colaban por el agujereado techo, despertaron brillantes destellos en su coraza, en su yelmo y en la fantástica arma que portaba. El oscuro tal vez no fuera el más avispado entre los mercenarios de la Duodécima, pero no podía negársele que sabía cómo mantener su equipo en óptimas condiciones.

Mientras se alineaba con el resto de componentes de la partida de exploración, Campaña distinguió a varios soldados engullendo su ración de comida y sus tripas protestaron sonoramente. Metió una mano en la mochila y sustrajo el pedazo de queso curado que acababa de obtener. Campaña no ha comido nada..., pensó mientras estudiaba el poco apetitoso tentempié. El queso parecía tan duro como para poder ser usado como yunque en una herrería. Pero el hambre es un poderoso e insidioso enemigo...

—Aquellos que carezcan de comida de entre vosotros, dad un paso adelante para que os proporcione vuestra ración —escuchó que anunciaba en ese momento Lengua Negra.

La mente de Campaña es como un alud. Empieza a moverse con lentitud, a una velocidad casi imperceptible. Pero cuando ha iniciado su avance, nada puede detenerla. Si Campaña no tiene comida, darán comida a Campaña... Campaña tiene hambre... Campaña no ha comido... Si Campaña come su queso, Campaña no tendrá hambre... Pero Campaña no tendrá comida... Pero... Campaña no tendrá comida... Y... Campaña no tendrá... Si Campaña no tiene comida, ¡el primo Lengua Negra le dará comida!

El gigantesco oscuro introdujo sin miramientos el pedazo entero de queso entre sus rotundas fauces. Tuvo que apretar con los dedos para que ningún trozo se escapara de la trituradora que eran sus mandíbulas. Masticando todavía, dio un paso al frente y avanzó una de sus manazas a la espera de recibir la ración prometida.

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Con los bolsillos más ligeros pero sin conseguir quitarme el verdadero peso que llevaba encima, me alejé de Analista para dirigirme al Capitán.

- Qué discurso. Qué inspirador. Ciertamente conmovedor, Capitán Matagatos. Casi lloro… Ha sido… Cómo decirlo: Preceptivo, preciso y precioso – solté de carrerilla. - Sin duda te has ganado tu sueldo. – Hice una pausa y dirigí mi mirada hacia la bolsa bien cargada en la que todo lo de todos se había mezclado. - Un sueldo que por allí se va… – añadí con una sonora carcajada. - Lástima que las prebendas de un Capitán preclaro precisen de circunstancias que en nuestra precaria situación no se dan, y pretender no bastará. No soy precavido cuando predigo que de no conseguir lo que es preferible, se precisará lo que ayer prediqué con el ejemplo. Si no nuestro breve prefacio se tornará en un rápido epitafio.

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Desastre quería salir y, en lugar de ello, les ordenaron formar. Tardó unos segundos antes de acatar la orden, le resultaba tedioso e innecesario tanto formalismo y terminó al lado de Campaña, con los hombros relajados y la mirada entornada. Podría dormirse si se quedaba mucho más tiempo esperando a salir, estaba convencido de ello.

Entonces Analista pidió a los que no tuviesen comida que diesen un paso adelante. Desastre intentaba entender a qué venía todo aquello, ¿acaso no había dejado claras sus intenciones antes? ¿o era por si alguien más necesitaba comida y se había olvidado de coger? Sí, debía ser aquello. Por ello cuando Campaña avanzó, Desastre negó, aunque era una interpretación libre completamente válida de lo que habían pedido, le parecía que el gigantón no comprendía bien la gravedad y necesidad de alimentos para los enfermos, aunque también sonrió, su simplicidad le gustaba a Desastre. También se preguntaba quién estaba negociando con comida, así que miró a su lado tratando de adivinar de quién hablaban.

Y entonces tuvo que hablar el Mago Serpiente, del cual sólo entendió que hablaba mucho y sólo decía algo rimbombante para sonar interesante aunque en realidad fuese un pedante que se creía en una posición dominante. Gruñó con disgusto.