Partida Rol por web

No, la laguna era demasiado pequeña. No tenía ningún sentido navegar por allí mediante una embarcación, a menos que fuera como recreo. ¿Y quién iba a subir una barca hasta ese indómito lugar sólo para pasear? No, no tenía ningún sentido.

Melanctha se acercó a Aristocles para compartir sus inquietudes.

- Aquí pasa algo raro, ¿tú ves algún embarcadero? No, ¿verdad?- Melanctha no hacía más que pensar en voz alta, hasta que decidió dejar de darle vueltas por el momento y cambió de tema.- ¿Qué tienes ahí? ¿Hay algo interesante en ese trozo de columna?

—No, no veo ningún embarcadero —contesto a la muchacha, saliendo de mis pensamientos—. Pero lo que sí he visto es esta columna. ¿Sabes lo que pone? —pregunto de forma retórica—. Dice algo sobre los hijos de la Gran Madre.

Como seguramente eso no dijese nada a Melanctha, la explico—. Eso significa que en algún momento, en algún de este lago, había un templo o algo así, dedicado a los hijos de alguna Diosa, o, peor aún, de Gea, la titán. Y eso, muchacha, significa que hay monstruos.

—Y algo me dice —termino diciendo mientras alzo la vista hacia el lago—. Que o alguien ha traído esta columna hasta aquí, para marcar el comienzo de su territorio, que en este lago se encuentra la guarida de las criaturas. Tal vez deberíamos ver qué se oculta tras el fondo, o al otro lado de la cascada.

Dicho todo esto, reparo en la pregunta que la cazadora me hizo al inicio. Tal vez sea una clave de todo esto—. ¿Por qué preguntaste que si vi un embarcadero?

Melanctha suspiró. El anciano tutor de Néstor era sin duda un hombre sabio, pero también algo despistado. Quizá era algo que venía con la genialidad.

- En la orilla hay un surco, como el que hubiera dejado una barca al llegar a la playa.- repitió, ya que por lo visto antes no la había oído.- Es bastante extraño.

La primera opción lógica, como había sugerido Aristocles, era asegurarse de que la cascada no ocultara nada tras su manto de agua. Así que fue hacia allí para comprobarlo.

Ciértamente, la cascada formaba una densa y ancha cortina de agua que impedía ver lo que había al otro lado. El único problema era que no caía en la playa, si no en un costado profundo de la laguna. No se podía llegar a ella caminando sobre la playa.

Hacía falta introducirse en el agua y nadar hasta allí para poder mirar tras la cascada.

O también se puede volver a subir por el camino hasta lo alto de los riscos, rodear la laguna por este borde superior hasta llegar junto al río, donde empieza la caída de la cascada. Y una vez allí, descender escalando junto a la cascada. Esta opción es bastante más difícil, pues requeriría tiradas de escalada, aunque posible es.

Melanctha dejó en tierra su petate, el arco y las flechas. Se ató bien la lanza a la espalda, y se lanzó a las frías aguas de la laguna.

Melanchta se zambulló en las aguas de la laguna. Emergió enseguida, y nadó sin problemás por la superficie durante un minuto, hasta alcanzar el lugar donde se encontraba la catarata, desapareciendo tras la cortina de agua....

Melanchta se zambulló en las aguas de la laguna. El agua se encontraba, básicamente, helada. Entonces recordó que el río provenía de las altas montañas, y que su caudal se formaba al fundirse la nieve.

Pocos en Mithyka habían visto nunca la nieve. Pues el clima era cálido, incluso en invierno, en las zonas en las que los humanos se asentaban a plantar sus cultivos y levantar poblados. Pero ella había visto el hielo gracias a su padre. Recordó sus viajes junto a él, cuando este era más jóven, por profundas gargantas, densos bosques y altas montañas.

Malanchta salió de sus recuerdos, para contemplar en las cristalinas aguas bajo la superficie, cómo la playa tomaba una pendiente cada vez más pronunciada hasta perdese en la profunda oscuridad hacia el centro de la laguna. Los acantilados se extendían bajo el agua, hundiéndose en la profundidad, hacia lo que parecía un profundo pozo.

Emergió enseguida, y nadó sin problemás por la superficie de la laguna durante un minuto, hasta alcanzar el lugar donde se encontraba la catarata, desapareciendo tras la cortina de agua.

Lo que vió tras ella la dejó impresionada:

Más allá de la cortina de agua, adentrándose en la roca del risco, se encontraba la boca de entrada de una cueva. La cueva se adentra hacia la oscuridad. Carecía de suelo, puesto que este se encuentra cubierto de agua. El techo natural abovedado se encontraba a gran altura.

Pero había algo aún más interesante. A los lados de la boca de entrada de la caverna, grabadas sobre propia la roca natural, había sendas cariátides. Columas esculpidas en la roca natural, con forma de mujer. Ambas estaban sumamente deterioradas, como si llevaran aquí incontables años.

Me quedé mirando la cortina de agua sin más que hacer, esperando la señal de la muchacha de que había encontrado algo detrás que no fuesen simple rocas.

¿Por qué los dioses siempre ponían cuevas detrás de las cascadas? Sería algo relacionado con su diseño inteligente.

Mientras tanto, miré un poco a mi alrededor, por si venía algún peligro. Ahora mismo estaba expuesto y desarmado, aunque mis armas no eran las espadas ni las flechas. Puede incluso que esta situación me favoreciese en un posible ataque.

No obstante, hombre precavido vale por dos...

Melanctha dejó de nadar para contemplar con maravilla aquel templo natural. La luz del sol entraba de forma sesgada por la cascada, produciendo reflejos de arco iris en la superficie tranquila del interior.

Por lo visto, no era la primera en encontrar aquel sitio maravilloso. Alguien había esculpido un par de cariátides sobre la roca viva, a ambos lados de la entrada. Sujetándose a la base de una de ellas para descansar los brazos y las piernas, Melanctha pudo ver que estaban desgastadas por el tiempo.

Antes de internarse más en aquel sitio misterioso, consideró prudente avisar a Aristocles. Previamente, echó un vistazo desde donde estaba, a ver si veía alguna embarcación.

Melanctha no podía ver barca o embarcadero alguno desde donde estaba, aunque era más que evidente que tenían que estar más hacia el interior de la caverna inundada.

Por desgracia, la luz del sol iluminaba la apertura y apenas una treintena de metros, pero más allá sólo se veían sombras y oscuridad. La caverna se adentraba profundo bajo las raíces de las montañas.

Aunque se paró a descansar en la base de las Cariátides, no se encontraba excesivamente fatigada, pues no había corriente alguna. Buscó inscripciones o señales especiales en las Cariátides, pero no encontró nada especial. Aquellas figuras llevaban allí silenciosas mucho, mucho tiempo.

Melanctha retrocede tranquilamente por donde ha venido, nadando bajo la cascada, para aparecer de nuevo a la vista de Aristocles. Apenas habían pasado cinco minutos desde que desapareciera bajo la cascada.

La cazadora nada acercándose de nuevo a la playa, sin señal alguna de haberle pasado nada malo.

- Hay una caverna inundada, bastante grande, no se llega a ver cuánto sin llevar luz.- explicó, mientras se escurría el agua del pelo.- Además hay signos de civilización, la entrada está flanqueada por dos cariátides esculpidas en la roca. ¿Qué me decís, anciano, os apetece un bañito?- sonrió.

—Preferiría no tener que nadar, mis huesos ya no están hechas para estas cosas —comento a la muchacha. Después añado—. ¿No encontraste la barca que dejó un surco en la arena?

Tras la pregunta, y la segura respuesta, me voy preparando para nadar. Todo sea por descubrir los misterios de los Dioses...

- No quise internarme más sin una antorcha... Es probable que se encuentre en el interior.- sijo, encogiéndose de hombros.

—Aunque tuviese una antorcha, ¿cómo pretendes que la encienda después de nadar hasta ahí? —pregunto a la muchacha—. Si me interno en el agua, cualquier antorcha que portase sería inservible.

—Hagamos una cosa. Yo iré a buscar algo para fabricar una antorcha, y tú, que ya estás mojada, traes la barca. Así, podremos cruzar y tener luz.

Sin dejar posibilidad de réplica, directamente me dirijo hacia el árbol más cercano, para buscar una rama con la que poder hacer una una antorcha.

- Espera, te ayudaré.- dijo Melanctha, y fue a echarle una mano.

Aristocles arranca unas ramas de unas plantas resecas que nacen en la base de la pared de los acantilados, y confecciona rápidamente una antorcha, uniendo las ramas entre sí con varias tiras de cuero que guarda en sus bolsillos. Melanctha remata la faena, echándo en la parte superior de la antorcha, donde brotan las hojas y ramitas secas, aceite animal que llevaba guardado en un frasco.

Repentinamente, Aristocles y Melanchta se giran al unísono, al escuchar claramente ambos las voces guturales, pisadas, y sonido de gente aproximándose desde lo alto del camino.