Partida Rol por web

Melanctha vio que el águila finalmente no había atacado al hechicero, seguramente éste había conseguido controlarla. Pero en lugar de relajar el brazo que tensaba el arco, se dio la vuelta, apuntando a la espesura.

- ¡Tú, sal donde podamos verte! Y no hagas gestos bruscos, si no quieres un tercer agujero para respirar.

- ¡¡Sois vosotros los que váis a morir a manos de la ira de la Diosa!! - Grita la voz de la mujer entre la espesura sin amedentrarse.

- Tú lo has querido, vieja bruja...- dijo Melanctha en voz baja, antes de soltar la cuerda del arco. La flecha salió volando hacia la hechicera con un zumbido.

La flecha surcó el aire, pasando entre ramas y troncos, para acabar alcanzando a la bruja. Esta chilló de dolor, pero siguió conjurando.

El ave da un giro en el aire, para lanzarse sobre la bruja, y hace un picado, metiéndose entre los troncos, rompiendo ramas y levantando ojarasca a su paso.

Entre tanta vegetación y árboles, la confusa ave se lanza contra el tronco de un arbolillo delgado, arrancándolo de cuajo con su pico y destrozándolo con sus garras.

Se eleva del suelo con el arbolillo entre sus garras, pero arroja su presa mientras lanza un chillido de insatisfacción, al percatarse que donde debería haber carne y sangre, hay en cambio hojas y ramas.

La bruja suspira por su suerte, y termina de lanzar su conjuro.

Durante unos segundos, la magia de Aristocles y la de la Bruja luchan de nuevo por el control del enorme ave de presa.

Las palabras místicas en una lengua primitiva y extraña se suceden, apelando a antiguos espíritus del Caos y la Creación, edades atras aprisionados bajo la superficie de la Madre Tierra.

La Bruja suda poderosamente, y parece que no le quedan muchas fuerzas. Está herida, y parece claro que su energía mágica se esta agotando. Aun así, se muestra empecinada en acabar con Aristocles.

Aunque Aristocles siente que es más poderoso que la Bruja, parece que esta vez ella pone gran empeño en controlar a la bestia. Ambas voluntades luchan de nuevo durante unos segundos, y esta vez la anciana derrota mentálmente al hechicero, tomando el control de la bestia.

Sin embargo, la Bruja no dice nada. No hay gritos de alegría ni una palabra de triunfo. Parece reálmente agotada, su piél pálida y su cuerpo empapado de sudor, mientras la herida por la que entró la flecha de Melanchta, sangra.

Sin duda, aunque ha vencido esta vez, la Bruja ha agotado casi sus últimas fuerzas y no podría volver a intentar lanzar un nuevo conjuro para controlar a la criatura si fuera necesario.

La Bruja está jugando con cosas demasiado peligrosas. Puede que tenga poderes, pero he recorrido mucho más mundo que ella. He visto cosas que ella tan siquiera habrá soñado. Habrá ganado un asalto, pero ni mucho ha ganado la batalla.

Puedo notar como sus poderes son débiles, y su mente ahora lo es más. Apenas la quedan fuerzas. Podría llamar con facilidad a la alada criatura de nuevo, y que se acurrucase a mi lado, mientras la cazadora la lanza flechas.

Pero no tendrá tanta suerte. Ha centrado todo su ataque en controlar el águila, y ha dejado un gran hueco en sus defensas. No quiero a la bestia. La quiero a ella.

No me cuesta mucho sembrar la confusión en su mente agotada. Ya no nos atacará. Ya no hará que el águila nos ataque. Ahora ambos están de mi parte.

—¡Alto! —digo tanto a Melanctha como a la bruja—. Detente mujer. No somos tus enemigos, y lo sabes. Ahora, deten al ave. No seguiremos con esta absurda lucha.

Dicho esto, espero su reacción, a ver qué ocurre.

Los ojos de la anciana brillan ligeramente, antes de responder, con voz ligeramente automatizada: - No sois mis enemigos y lo sé. Detendré al ave. Así se hará... Tú ganas, extranjero.  -

Mientras se levanta de donde estaba acuclillada, la bruja dice unas palabras en lengua bárbara, en dirección al Águila Gigante, y la esquelética ave se aleja de allí, surcando los cielos.

La bruja sale entonces de la espesura que rodea al claro, y una vez en campo abierto, derrotada, mientras Melanchta no deja de apuntarla con su arco, añade. - Ahora, ¿qué haréis conmigo? - Pregunta. - No soy digna de la Diosa. -

Mientras, torpemente, la desplumada y esquelética ave gigante se aleja e intenta elevar hacia los riscos, pero parece que no tiene fuerzas para tomar mucha altura. Simplemente se aleja, manteniendo la altitud, hasta que desaparece entre las montañas de la cordillera.

Pero entonces os percatáis de algo. Miráis en dirección a la altura a la que el ave había intentado dirigirse, infructuosamente, y descubrís que estáis extraordinariamente cerca de una titánica montaña, que se eleva a los cielos. Es mucho más alta que cualquier otra montaña de la cordillera que la rodea. Su pico no es visble, pues desaparece más allá del denso y perenne cúmulo de nubes que rodean a la montaña. De vez en cuando, un rayo brota de esas nubes, en la lejanía, y le sigue el sonido terrible del trueno, como muestra de gran poder.

Allí, volando en círculos cerca de las nubes, hay otras aves. Por la altura y por su silueta, deben ser águilas gigantes también. Pero a diferencia de esta a la que os habéis enfrentado, no son aún seres enfermizos, ancianos y débiles, fáciles de manipular y corromper. Estas otras son en cambio aves jóvenes, poderosas, de brillante plumaje y vuelo majestuso, que pueden elevarse con fuerza mucho más allá del alcance de los simples mortales.

Entonces, Melanchta y Aristocles se miran. Cualquier Mythico conoce esa montaña: El sagrado Monte Olimpo. Entonces os percatáis que las águila son el ave símbolo de Zeus. El mayor de todos los Dioses.

Melanctha bajó el arco, mientras miraba boquiabierta al monte Olimpo. ¿Acababa de aparecer, o había estado siempre allí y simplemente no eran capaces de verlo?

Viendo que la bruja ya no era una amenaza, se colgó el arco a la espalda, y se quedó mirando a Aristocles con cara de interrogación. No hacía falta hacer ninguna pregunta.

—Vaya, esta mujer y yo hemos luchado por el control de un siervo de Zeus. Seguro que eso ha enfadado al rey del Olimpo... —digo en tono algo jocoso. Tenía que admitir que los dioses no me caían especialmente bien. No obstante, como todo, merecían un respeto. Por eso no añado más.

Tras las palabras sobre la montaña que acababa de aparecer, me centré en la mujer que tenía delante. El monte no se movería, pero la mujer saldría del influjo de mi hechizo en algún momento. Y desde luego, no quería que eso pasase. No sin antes hacer algunas preguntas.

—Muy bien bruja. Es el momento de que nos lo digas. ¿Por qué todo esto? ¿Por qué rechazasteis nuestra ayuda? ¿Por qué el ataque? —Tras la preguntas, abro bien los oídos. Quiero saber el porque todo esto.

Después de las preguntas, veremos si vamos al Olimpo, al poblado o a donde...

- Ya os lo dije. No seguís los dictados de la Madre, si no la de sus impíos hijos, los Dioses. Habéis adquirido sus faltas, su ambición. Mi pueblo no puede confiar en aquellos que delimitan la tierra como si fuera su propiedad y la usan como excusa para derramar la sangre de sus hermanos. - Señala a Melanchta. - Ella parece conocer los caminos de La Madre, pero tú... - Mira a a Aristocles, furiosa - ... y los tuyos, los hombres de las Polis, habéis olvidado a la Madre y sus maneras. Pronto todos vosotros seréis destruidos por la ira de La Madre. -

- Cuando yo era niña, mi pueblo fué expulsado de las tierras bajas en las que vagabamos nómadas por los soldados de bronce de las Polis, para ir a refugiarnos en bosques y montañas. Los hombres de las Polis reclaman por la fuerza para sí toda la tierra llana fértil, pero La Madre no es de nadie. Ella ha visto vuestro impío proceder, y ahora está furiosa. Ella me dijo que, pronto, se derramará la sangre de los hombres de las Polis. Pronto, seréis víctimas de la violencia que vosotros mismos desatáis. Y cuando eso ocurra, los Dioses, indignos Hijos de La Madre, os seguirán en vuestra caída. -

- Nos juzgáis con precipitación, no todos los hombres de las Polis son iguales, ni todos los que no son de vuestra tribu han abandonado la senda de Gea.

- Además, vosotros también habéis sido castigados con la presencia del demonio. ¿Es que acaso la Madre os ha olvidado? Olvidemos nuestras diferencias, y aliémonos contra aquello que no es humano, que nos amenaza tanto a nómadas como a ciudadanos.- dijo Melanctha, abriendo los brazos, y olvidando por un momento la inquietante visión de la morada de los Dioses.