Partida Rol por web

Uno de los grandes misterios del universo, comparable a las deidades, las antiguas profecías o la creación del Intervalo, es la suerte de los goblins. Por qué una raza tan despreciable y estúpida es capaz de causar tantos estragos con armas hechas de basura y trajes espaciales agujereados es algo que hace rascarse la cabeza a cualquier erudito. Sin embargo, los aventureros saben que es así: de alguna forma, los goblins viven tocados por la fortuna, y logran hacer cosas increíbles que de pura casualidad. 

Los goblins a los que se enfrentaba Kerry no eran excepción. Uno de ellos estaba tan lejos que cualquier tirador habría dado el tiro por imposible, más con un arma de chatarra, pero el goblin disparó de todas formas, y, por pura suerte, el disparo fue a rozar la hombrera de Kerry, quemándole la placa y la piel bajo ella. 

En ese momento salieron a todo correr de los soportales el goblin que faltaba y el cabecilla, gritando u agitando sus armas. Llegaron hasta los tablones que sus compañeros habían dejado ahí, y, mientras el jefe se ponía a cubierta tras uno de ellos, su lacayo se escondía tras el otro, desplazándolo un poco para acomodarlo. Ambos dispararon tras la cobertura, uno de ellos rozando de nuevo a Kerry, que ya siente cómo las quemaduras comienzan a acumularse.

Sin embargo, ahí se acabó la extraordinaria suerte de los goblins. Al ir a disparar, el arma del cabecilla comenzó a echar humo y a gotear un líquido azulado. El goblin gritó y trató de darle unas vueltas de cinta aislante, pero el arma era demasiado desastrosa como para que eso sirviera de nada.  

"¡Tsk! Suertudos..." Kerry se dio un par de palmadas en el hombro sacudiéndose el hollín y polvo generado por los disparos que le había impactado. Por el momento el blindaje aguantaba, pero sabía que ya estaba algo hecho polvo de todo el combate anterior y si seguían teniendo tanta suerte... entonces los ojos de la chica se iluminaron tan pronto vio cómo el arma del jefe de los goblins empezaba a echar humo, recordándole aquella otra vez en que le explotó en las narices al otro. "No fastidies... ¡suertuda yo!" exclamó con una amplia sonrisa y agradeciéndole a Weydan y a Sarenrae que cuidaran de ella.

Decidió alejarse por si al goblin se le ocurría la magnífica idea de tirarle esa pistola explosiva a ella a modo de granada improvisada. Echó a correra a toda velocidad hacia su derecha, hacia el otro lado de las murallas, repitiéndo aquella táctica que tan buenos resultados le había dado la otra vez.

El cabecilla sabe bien lo que ha ocurrido con su arma y cómo su reparación ha fracasado, así que entre gritos se da la vuelta, lanza el arma a la fuente tras él, donde aterriza con un chapoteo, y vuelve a la seguridad del porche. Mientras tanto, los envalentonados goblins disparan a Kerry a pesar de estar demasiado lejos para sus armas. 

Uno de los láseres se pierde en la jungla muy lejos de su objetivo, pero el otro, inexplicablemente, impacta de lleno en el hombro de Kerry. Esta vez no ha sido un roce, ha sido un impacto de lleno, y le ha hecho daño de verdad. Kerry nota sus quemaduras recién curadas reaparecer. No hay sangre, pues el láser cauteriza la herida, pero eso no la hace menos peligrosa ni menos dolorosa. 

"¡Au au au! ¡Quema! ¡Pero bueno, mira que estoy lejos!" protestó hablando en voz alta otra vez como siempre. La mecánica alzó su rifle, y utilizando la mirilla, apuntó al goblin que tenía una peor cobertura. Valiéndose de todo lo que había aprendido en la academia, más la ayuda del exocortex, disparó...

Los goblins gritan y lanzan maldiciones en su lengua contra Kerry. Uno de ellos dispara, pero el láser se pierde muy por encima de la cabeza de Kerry, lo que solo intensifica los gritos. El otro goblin se da cuenta de lo endeble de su cobertura y corre a la desesperada agitando sus cortas piernecitas hasta llegar a la mucho mejor cobertura del muro de piedra. En ese momento, el cabecilla aparece de nuevo, con sus ojos brillando de ira y malignidad. Corre hasta uno de sus compañeros caídos y recoge su arma, preparándola para disparar. 

¡Pero bueno! ¿Qué hacía exponiéndose así? Kimberly no se lo pensó dos veces, cambió el objetivo del goblin protegido al jefazo sin cobertura... ¡y disparó! ¡Y vaya que sí disparó, que el retroceso del arma sobrecargada casi la tira al suelo! Esperaba que fuera suficiente para que el jefazo no se levantara, pero... ¿¡no había sido suficiente!? "La munición, Kerry... ¡la munición!" se avisó a si misma. Ay, ¡otra vez se quedaba sin cargas!

El jefe goblin pagó caro salir de la cobertura: un gran disparo de láser, mucho más largo y grueso que los de las armas de los goblins, cruzó el aire crepitando y le dio con tanta fuerza en el hombro que casi le arrancó el brazo. Sin embargo, su traje espacial acorazado resistió milagrosamente, y el goblin solo gritó y maldijo, aún vivo. 

Rápidamente se puso a cubierto tras las rocas y disparó con su nueva arma, al tiempo que, tras él, su arma explotaba en el interior de la fuente, lanzando una inofensiva columna de agua al aire. Kerry esquivó los dos disparos de los otros goblins, pero el del cabecilla acertó de lleno, provocándole una dolorosa quemadura. 

¡La madre que los trajo a los condenados goblins! ¡Sólo seis cargas, y un fallo! ¿Qué había hecho mal? ¿Tan superiores eran las armas de ellos frente a su rifle francotiradora? ¡¿O es que era una incompetente de remate?! ¡Maldita fuera! ¡¡Maldita fuera!! Decir que Kerry se sentía iracunda era quedarse cortos. Antaño, esto habría significado problemas, no para ella, sino para los enemigos. Una explosión de energía psiónica, o la activación de las torretas escondidas por las paredes en el centro de Arcadis... Pero ya no estaba allí, y además se había quitado todos los aumentos que había podido, salvo el exocortex, que no se podía. Ahora se tenía a ella misma. Miró hacia abajo. El cadáver de un goblin, ¿estaría cerca su arma? ¿Tal vez convendría cogerla después? La otra alternativa era usar las míseras diez cargas de energía de su linterna en el rifle de francotiradora... ¿O-o una retirada táctica? Pero los Goblins podrían llamar refuerzos, o avisar a los de abajo...

Envalentonado por el fallo de Kerry, uno de los goblins dispara a lo loco y casi sin mirar. El láser se va cientos de metros por encima de la cabeza de Kerry, perdiéndose en el cielo de Castrovel. El otro goblin falla, por menos distancia, y la roca se ennegrece al lado de la posición de la francotiradora. El cabecilla aprovecha la distracción del fallo de sus compañeros para acertar un tiro al castigado hombro de Kerry, que empieza a doler y quemar de nuevo. 

Dicen que una retirada a tiempo es una victoria. A ella no se lo parecía: derrotada por unos goblins, perder su pistola que andaba por ahi en el suelo, quedarse sin baterías de munición... Una derrota en toda regla. Pero la vida siempre es más importante, la vida, el poder andar, caminar, tropezar, levantarse y volver a intentarlo. Si moría allí, ahí, a manos de unos goblins, ¿qué sentido habría tenido escapar de Arcadis? ¡Ninguno! Aún tenía mucho que vivir.

Decidó bajarse de la muralla de un salto, hacia fuera del templo, y echar a correr de vuelta a Castrobel. ¡Y más le valía no encontrarse con la fauna autóctona, que era más peligrosa que los goblins! Retirarse a la ciudad para vender lo poco que pudiera, conseguir un maldito machete, baterías... y más tarde regresar a intentarlo de nuevo.

Los goblins reían, y era un sonido que Kerry ya estaba empezando a odiar, como cualquier aventurero. Tal vez la francotiradora había cometido un par de errores de preparación antes de llegar, pero no podía negarse que su desempeño táctico había sido irreprochable. Sus maestros de Arcadis habrían estado satisfechos: había ido con sigilo, había atraído a los enemigos a una zona abierta, tenía ventaja de la altura, la distancia, mejor armamento, mejor armadura, una posición ventajosa... y aún así, nada parecía importar. Esa era la terrible realidad con los goblins: aunque tuvieran el peor armamento y tácticas de la galaxia, siempre acababan haciendo daño, sobrepasando las armaduras, las defensas, las murallas. Kerry comenzó a recular, notando la carne quemada bajo la armadura, notando el cansancio y las heridas. 

Y si algo huelen los goblins, es el miedo: todos rieron, y sus sonrisas se ensancharon, grotescas al cruzar sus monstruosas cabezas. Kerry trató de retirarse, y los goblins alzaron las armas, listos para disparar. Con que uno solo acertara, Kerry tendría problemas, iría más lenta y los seres podrían cazarla mientras se desangraba por la jungla. Si dos o más acertaban... allí se acabaría su historia. Por la mente de Kerry pasaron las historias de goblins comiéndose a sus enemigos crudos. ¿Iba a acabar en el estómago de la más despreciable criatura de la galaxia? ¿Tras todo lo que había sufrido? El estrés postraumático que Arcadis le había dejado como regalo de despedida comenzó a jugar con su mente. Las piedras del templo se convertían a ratos en los pulidos suelos blancos de las celdas, los goblins se transformaban en guardias con rifles Tempestad, los árboles en las paredes de los campos de entrenamiento. Al final, podía ser su propia mente lo que acabara con ella: ya no estaba segura de dónde estaba, de quién era, ni siquiera de dónde acababa el muro en el que estaba y dónde empezaba la caída hasta el suelo de la jungla... o de las estancias de Arcadis. 

Y, sin embargo, ajeno a todo aquello, ajeno a la maldad de los goblins, ajeno a los problemas de Kerry, a los de los monjes, había otro actor que observaba, uno que nadie había tenido en cuenta, pero que era más antiguo y poderoso que todos ellos. A su alrededor, la jungla de Castrovel bullía de vida, y no iba a tolerar mucho más que se la molestara. Ellos eran los extraños allí, y no le gustaban los intrusos. 

Mientras Kerry miraba a lo que en su mente era un rifle eléctrico Tempestad, bloqueada su razón por el trauma, de pronto percibió algo a la derecha, en los soportales de los que había salido el goblin. Un destello, una luz repentina que recordaba a un disparo de láser. ¿Más goblins? ¿Más guardias de Arcadis? ¿A quién disparaban? 

En el segundo antes de que los goblins atacaran, todo sucedió a una velocidad casi impensable. 

De los soportales, unos enormes lobos, tan altos como los goblins, salieron corriendo a toda velocidad, con los grandes dientes brillando en las bocas abiertas y las garras arañando la piedra. Su piel no era pelo, ni escamas, ni nada que se le pareciera. Era cristal, vidrio, o alguna extraña materia desconocida para Kerry que reflejaba la luz... no, no la reflejaba, la emitía. Igual que una pistola láser, su piel cristalina emitía haces concentrados de luz, que formaban patrones y cambiaban de color y forma al moverse el animal. Los nativos tenían un nombre para estas criaturas, pero Kerry solo había oído el que le daban los aventureros: lobos láser. 

Dos salieron por la derecha, dos por la izquierda, y se abalanzaron en completo e inquietante silencio sobre los goblins. Los lobos láser no necesitan gruñidos ni aullidos, se comunican por los destellos de su piel, coordinando sus ataques de manada sobre sus objetivos. Normalmente son nocturnos, a no ser que algo les moleste. Y los goblins lo habían hecho. Sus fauces encontraron gargantas y pechos con facilidad, y pronto el cabecilla y uno de los goblins cayeron, destrozados y despedazados en un segundo. El goblin que faltaba huyó hacia la jungla, donde un destello indicó que probablemente el resto de la manada había dado con él. 

No parecían haber visto a Kerry, y los cadáveres atraen por ahora toda su atención. 

¡Shhhh! ¡Ni un ruido! Los perros láser podrían hacerle lo mismo que le hicieron a los goblins. Castrovel tenía fama de peligroso y no era infundada. No por algo tenía la ciudad esas enormes murallas. Kerry sabía que si hacía ruído la descubrirían, pero que si no se tumbaba era bastante probable que la vieran con la visión periférica nada más girarse. Así pues, trató de tumbarse lenta, lentamente, sin hacer ruído...

Por suerte para Kerry, los lobos láser estaban demasiado centrados en comerse a los goblins como para advertir a la figura que tan solo se tumbaba lentamente en lo alto del muro. Ninguno de ellos dio la impresión de haberla visto, y se dedicaron a darse un festín con las entrañas de los goblins, arrancando sus trajes espaciales y haciendo volar sus miembros por las ya manchadas baldosas. 

No había plan. No hay plan cuando estás malherida, tienes un puñado de perros alienígenas asesinos abajo y y por el perímetro del templo. El plan era permanecer así, tumbada, en silencio, sin existir, sin hacer ruído hasta que las criaturas se fueran. Después, contactaría con Cuidador para informarle de la situación, preguntarle si había o no tiempo para volver, lamer las heridas, vender la chatarra goblin, comprar munición y regresar...

La espera resultó de las más tensas que Kerry había tenido que sufrir nunca. Allí, agazapada, herida casi hasta la extenuación, con su piel quemada y su armadura casi rota, observando toda una manada de depredadores destripando y devorando a los goblins, sabiendo que en cualquier momento, por cualquier motivo, uno de ellos podía alzar la mirada y verla allí, alertando a toda la manada y acabando en una trampa mortal hasta que sus láseres acabaran con ella. Mientras veía a los lobos cristalinos arrancar gargantas y aplastar intestinos, era difícil no imaginarse que eso era justo lo que le pasaría si se movía. 

Finalmente, tras casi media hora de chasquidos y desagradables sonidos de deglución, con las extremidades ya acalambradas de estar quieta y en tensión, los lobos emitieron una serie de destellos, como un código morse, y se retiraron tan rápidamente como habían aparecido. Atrás solo dejaron los huesos pelados de los goblins, sus armaduras destrozadas todavía colgando en jirones, y su equipo desperdigado por el suelo. Kerry esperó aún unos segundos más, pero no había ningún movimiento ni destello desde el bosque. 

Los lobos se habían ido. 

Sana y salva... por fin. Al menos, por el momento, pero Castrovel era peligroso todo el rato, tal y como le acababan de demostrar los lobos. Kimberly no sabía si todos los goblins habían caído, la otra vez le tendieron una emboscada. Pero tenía que volver a bajar, coger todo lo que pudiera y... ¿regresar? Por el momento, recuperó su pistola descargada y volvió a enfundarsela. También tomó la batería de su linterna y la retiró, no cambiándola todavía por la que llevaba en el rifle, pero poniéndola más a mano por si las moscas.

Todavía desde arriba, se sentó, y se llevó la mano a la sien instintivamente mientas utilizando el Exocortex volvía a llamar a Veren, con voz cansada. "Cuidador... Fantasma informando. Creo que con la segunda tanda ya van todos los goblins... Castrovel me ha echado una manita... lobos láser, aún más peligrosos que esas alimañas. Acabaron con ellos en un abrir y cerrar de ojos, a mi por fortuna no me vieron... Pero en fin, aún quedan los cultistas... Recuérdame, por favor. ¿Cuanta urgencia hay en la misión? ¿Ve posible una retirada táctica? Tengo que lamer las heridas antes de continuar... Todavía me queda uno de esos sueros, pero..." lo que le recordaba que tendría que bajar y registrar a esos goblins... tal vez llevarse esas explosivos y para nada inestables armas... para vender la chatarra por... ¿un par de créditos?