Partida Rol por web

A Abelgos lo que escuchó hizo que apretase los dientes mientras un enfado terrible comenzaba a crecer en su interior de la misma forma que un fuego escapa al control y lo devora todo a su paso. Espiró hondo y se dijo repetidas ocasiones que no era para tanto, que en el fondo mejor así.

Ya sereno se acercó a Caidus, quería en verdad acercarse a los cuatro pero trataría de mantener aún las distancias aunque si alguien los observaba que los cuatro estuviesen en ese lugar y hora ya era sospechoso, aunque les separase un puñado de pasos.

-Voy a por mi caballo. -Dijo al mago - Y de ahí voy a informar a nuestros "contratistas" que es nuestra misión principal, ayudar e informar, no hacerles el trabajo sucio.  ¿Te vienes?

Vale, olvida lo del caballo, las caballerizas están cerradas a estas horas. 

- ¿Es que pasa algo? Sólo soy una inocente pelirroja, ¿no? Pero no soy tan idiota como para meterme en la cueva del lobo yo solita. Esa familia noble es de las más poderosa de la zona, sería un suicidio... pero si tienen tanto dinero sus guardias estarán bien entrenados. Entrar ahí de otra forma puede ser complicado. En cualquier caso, antes quiero registrar la catedral e intentar discernir que fue eso que me ayudó con el control mental. Y además daría el reporte a nuestros contratistas. Seguro que el mago tiene algún objeto para manejarnos en esa oscuridad mágica. Además, tendré que preparar hechizos y pociones para la ocasión.

Todo aquel .... caos, asqueaba a Ildyra. Las cosas no estaban donde deberían estar, ni siquiera iban en sentido contrario. Tras unos minutos en silencio mirando alrededor intentando buscar sentido a lo que veía se puso en cuclillas agarrandose la cabeza.

-Cuanto más intento entender lo que pasa, menos lo entiendo.

Miró al resto de su grupo para ver si alguno entendía algo y tal vez se lo explicaba o al menos se veía capacitado para tomar una decisión.

—Bien, vayamos a visitar la Catedral por dentro entonces, a ver ese magnífico artificio. Luego nos volvemos a la posada, allí podemos hablar tranquilamente y junto a una cerveza del espectáculo que hemos visto —dijo en voz alta, lo suficiente para que los elfos escucharan y pillaran que hablarían en la taberna sobre lo sucedido, pero que primero debían investigar algo ahí.

 —Yo tampoco le veo sentido.— La confesión de Vicnan fue el inicio del discurso ms largo que había pronunciado desde que inició la prueba. —Al principio creí que iríamos a una necrópolis subterránea física, luego resultó que se encuentra en otro plano.— Hizo una pausa para tomar aire, no muy seguro de como seguir hablando.

 -Se supone que debíamos cerrar una puerta por la que escapan los muertos que roban las tumbas, pero nada parece indicar que las puerta de esta ciudad permanezcan cerradas.— Miró con recelo alrededor. —¿A caso solo impiden el paso en la dirección contraria? De ser así debemos entrar para comprobarlo.— Esa era una idea que no encontraba atractiva.

 —¿O debemos bordear la muralla buscando alguna anomalía? Eso suponiendo que podríamos notarla y lograrlo antes de que el anciano y la bruja se cansen.— El tiempo era un factor tan apremiante como incierto.

—Sí, hay que avisar a los demás. Pero tenemos una cita en el cementerio dentro de poco, con alguien que puede ofrecernos datos muy valiosos para nuestra misión. Debemos ir allí y luego, si podemos, avisamos a los demás. ¿De acuerdo?—tras oír a Agatosh, Caidus torció el gesto y rectificó—Bueno, vamos a la posada y luego decidimos.

Si tenemos una cita es de muy mal gusto no presentarse sin causa de fuerza mayor. La posada creo que no es urgente. -Espetó.

-Lo que tu consideres... -Dió la ultima palabra al elfo.

Consciente del malentendido, el elfo aclaró sus palabras.

—Quería decir que fuésemos a nuestra cita primero, luego a la posada y después decidir el siguiente paso.

- Si los Guardianes son como el que nos ha traído hasta aquí, no debería ser demasiado complicado distinguirlos entre una multitud. Si localizamos a los Guardianes, localizamos las puertas. - Dijo en voz átona, mirando en derredor, admirando en cierto modo la ciudad. En algunos aspectos, le parecía tan... honesta, a falta de una palabra mejor. No tenía el artificio de tantos asentamientos mortales donde su aspecto indicaba una cosa pero las voces de sus habitantes indicaban una miríada distintas. Aquí, cada voz tenía su ubicación y lugar. - Claro que buscamos la que no funciona, salvo que el Guardián esté implicado en eso, cada Guardián que veamos nos llevaría a una puerta en perfectas condiciones.

Las quejas de sus compañeros le arrancaron un poco característico suspiro. - Creí que el hecho de que parte del personal supervisor abandonase su función y se uniera a la misión bastaría para que vierais que la situación estaba por complicarse mucho. - Se frotó el entrecejo y retomó la atención en la misión. - Si la ciudad mantiene la estabilidad estructural que parece, creo ser capaz de desandar nuestros pasos si surge la necesidad. Pero preferiría no adentrarnos si no fuera imprescindible, de todos modos.

- Izquierda. - dijo con completa naturalidad. Ante la duda, siempre elegía el brazo del escudo.

Mientras sus compañeros se marchaban, Agatosh y Aerin se acercaron a la catedral donde el joven bárbaro llamó con la fuerza de su brazo. Tras esto guardaron silencio y esperaron. Durante largos minutos repitieron el proceso en dos ocasiones al menos. Finalmente la luz de la vidriera desapareció y poco después la puerta se abrió emitiendo un sonido de protesta por parte de los goznes.  

Cuando la puerta se abrió una tenue luz hizo acto de presenta. tras ella distinguieron los rasgos cansados característicos de un hombre que entraba en la vejez. Aunque el pelo de sus cabellos y barba daban cierta fiereza a su rostro, el azul puro de sus ojos despejaba cualquier amenaza posible que pudiera transmitir. 

—¿Qué es lo que desean los jóvenes?—. Preguntó tras observarles unos instantes. 

El cementerio local presentaba unas dimensiones bastante reducidas, sin duda debido a la corta edad que presentaba la ciudad en aquel lugar. Antes solo se encontraba la torre arcana; sin embargo con el tiempo todo fue creciendo a su alrededor, alimentándose de las necesidades de los arcanistas.

Con un objetivo en mente, averiguar todo lo posible su enemigo, ambos elfos se adentraron en la necrópolis. Caminaron por el camino principal, evitando pisar las tumbas que se repartían de manera ordenada por el lugar. Al final de la senda, creada de manera artificial con multitud de piedras y argamasa, podían vislumbrar una gran estatua.

Dos figuras yacían esculpidas en mármol blanco sobre una base del mismo material situada a un par de metros de altura. En dicha escena Iomedae alzaba su escudo pavés, para proteger a una inocente que se encontraba inconsciente en el suelo bajo sus pies.

Cuando llegaron miraron a su alrededor mientras rodeaban la estatua. El primero en verla fue Abelgos, pero fue Caidus quien la reconoció. La joven adepta de la iglesia se encontraba muerta, atravesada por dos saetas, una en su abdomen y otra en su corazón.

—Buenas noches, sacerdote —saludó, bajando el brazo, pues había estado a punto de golpear de nuevo la puerta—. Mi compañera estaba más que emocionada por ver la Catedral, y conocer a quienes aquí sirven a Iomeade. Lo cierto es que ha sido un espectáculo asombroso. —Sonrió—. ¿Podemos pasar?

Parados en la puerta y con gente por los alrededores, aquél no era un buen sitio para ponerse a hablar sobre protecciones mentales contra el control vampírico, y otros asuntos similares.

Debido al miedo y la incertidumbre de adentrarse en la ciudad de Valosh, el grupo decidió rodear la muralla para intentar así encontrar el resto de guardianes y por tanto las puertas.

Con la gran muralla a la derecha y guiados por la luz antinatural de sus antorchas fueron guiados a través de aquella sobrenatural niebla. Minutos después de estar rodeando la edificación comprendieron lo grande que debía ser aquel lugar. Su muralla estaba compuesta por diferentes tramos en los que el material y su estilo arquitectónico difería.

En algún punto indeterminado la humareda danzarina y gélida comenzó a ser menos densa, hasta permitirles poco después divisar una mansión en la lejanía. Atraídos por una corazonada y la esperanza de poner punto y final a aquella extraña misión, comenzaron a caminar hacia ella.

El palacete estaba rodeado por una pequeña muralla que rodeaba unos inmensos jardines perfectamente cuidados. En su entrada, una gran verja de acerco de color plateada, esperaba un hombre de mirada perdida vestido con unos ropajes que pasaron de moda al menos hace 300 años. Cuando los aspirantes a Vigilantes llegaron este les abrió la puerta y con una inclinación les saludo.

—Bienvenidos sean señor y señora Schuberth, al igual que sus hijos—. Dijo el sirviente de mirada perdida—. Llegan algo tarde, pero aún queda mucha diversión para esta noche. Por favor, síganme.

Sin esperar ninguna respuesta aquel espectro parcialmente corpóreo comenzó a caminar, guiando la marcha por uno de los caminos que conducían hasta la gran mansión. Puede que fuera la apatía de aquel ser o el respeto inusual que se mostraba a los burguesas y nobles de la época, pero la distancia era lo suficiente como para que pudieran hablar sin ser oídos.

Aquel hombre estaba desaliñado, quizás demasiado. Contrastaba con la suntuosidad del lugar. Se preguntó cual sería su historia real. Tampoco lo examinó demasiado, no era buena cosa parecer demasiado suspicaz, uno nunca sabía donde llegaban los zarcillos de su enemigo.

- Buenas noches, padre. La verdad es que el toque del maestro Couteau me encanta, había oído hablar de sus habilidades, pero no pensé que llegaría a tanto - siguió con la tanda de datos que sólo una erudita podría saber, una de esas conversaciones donde una se perdía a hablar y daba la impresión de estar entusiasmada - ¿Podría ver el interior?

- No creo ni que sea capaz de vernos por quienes somos. - dijo en voz baja o, mejor dicho, pensó en voz alta. - Es un lugar tan bueno como cualquier otro para empezar a buscar; quizás incluso una mano dándonos un empujón en la dirección correcta. - Sugirió a sus compañeros mientras empezaba a andar tras el espectro. - Está aún por ver si amiga para indicarnos el camino o enemiga para arrojarnos a una emboscada.

 —Pues si quiere conservarla unida a su cuerpo, espero que sea una mano amiga.— Los dedos del semielfo tamborilearon en la empuñadura de su cimitarra. —Supongo que seré el señor Sshuberf.— El apellido sonó un tanto extraño en la boca de Vicnan, quien pronunciaba las palabras con leve acento élfico. —Que la luz del amanecer guíe mis pasos. —Musitó una nueva plegaria antes de andar tras el sirviente del sombrío recinto.

«Una fiesta en el mundo de los muertos» pensó Cylina intrigada. «¿Cuantos espectros habrá hay dentro y morirían todos a la  vez? porque entonces tuvo que ser una experiencia terrible y si la reviven estando nosotros en medio...» Desde que habían entrado no paraba de darle vueltas e intentar imaginarse como funcionaba aquel lugar, debía tener un orden, unas reglas, pero ya era tarde y tendrían que aprenderlas sobre la marcha. —Pues sí, un lugar tan bueno como otro cualquiera—. Repitió las palabras de la joven Alya mirando hacia el interior del palacio.

Encogiéndose de hombros se acercó a Vicnan y se agarró sonriente de su brazo sabiendo que eso le incomodaría. —Vamos querido no hagamos esperar a nuestros anfitriones. ¡Niñas! no os separéis, y comportaros.

Si lo que había dicho Eithel era verdad, los muertos aquí repetían constantemente esto. Había escuchado de algunos sacerdotes que decían que si seguían a su dios iban a tener fiesta y manjares sin fin, pero esto era algo diferente.

Con un largo suspiro se masajeó el cuello y con cerro los ojos. Estaba intentando dar una imagen que no era ella.

Juguetona se acercó a Cylina y Vicnan, apoyandose en sus hombros.

— Habrá baile, ¿verdad madre?

Alya miró por encima del hombro a sus compañeros, luego volvió a mirar al frente, bajando la cabeza y sacudiéndola de un lado a otro en clara decepción. - ¿Veis como no son mis modales los que deberían preocuparos, madre? - dijo al final, sumándose inesperadamente a la broma.

Nada más ver el cadáver, el elfo miró a su alrededor buscando a sus asesinos... o a cualquier persona que pudiera haber. Si les encontraban serían los primeros sospechosos.

—Se nos han adelantado—fue lo único que dijo Caidus.

Después, al comprobar que no había nadie [_{^{tirada de percepción}}]*, se aproximó a la joven y comprobó visualmente su pose y si tenía algo llamativo o extraño. Luego comenzó a mover las manos y recitar un conjuro con la esperanza de encontrar algún rastro mágico el cuerpo [_{^{lanzo detectar magia sobre la chica}}].