Partida Rol por web

No había manera de forzar la puerta y el tiempo era precioso. Anevia sólo había tardado un segundo en señalarles las posibilidades, así que Irabeth guardó su espada, dejó su escudo en el suelo, sacó su maza y comenzó a trocear la puerta empuñando el arma como si fuera un martillo a dos manos.

—Preparados para lo que haya dentro— les dijo al resto.

En un par de golpes certeros, Irabeth rompió la puerta y de una patada se hizo paso. La sala era angosta y olía a heces de pájaro y a plumas. Había varios nidos colgados de la pared. Era un palomar, solo que en lugar de palomas había enormes moscas de cuerpos brillantes que supuraban un moco apestoso, con mandíbulas afiladas y vibrantes.

Nada más traspasar la puerta, con la maza en las manos, Irabeth contempló las horribles moscas, abisales parodias de pájaros. No tardó Su rostro mostró un rictus de furia y avanzó golpeando con todas sus fuerzas a la más cercana.

—¡Aplastad a estos repungantes insectos!.  

La mosca acabó hecha puré al caer al suelo.

-¡Entendido, mi señora! ¡Allá voy! -le respondió Liliana a Irabeth, entrando detrás de ella e intentando rebanar a otra de las moscas con su espada de hierro frío. Sin embargo, el insecto revoloteó esquivando con pasmosa facilidad los torpes golpes de la escritora.

La punta brillante de su varita dibujo signos arcanos en el aire antes de disparar.

-¡Muere, bicho apestoso!

Anevia se escabulló tras Ioseph y Kevveon y tensó el arco, disparándolo con gran destreza y acertando en uno de los ojos de la mosca herida. El insecto demoníaco cayó al suelo con un ruido sordo. La respuesta de la mosca superviviente fue volverse hacia Irabeth y lanzarle un chorro de ácido que, pese a que pudo detener interponiendo el escudo, alcanzó a salpicarle en las manos.

Ioseph entró en la sala con gesto asqueado y giró y giró, enroscando la guja alrededor de su cuerpo antes de descargarla contra la mosca que quedaba.

Anevia acabó con otra mosca a la que habían aflojado los proyectiles mágicos de Kevveon. —Si ya cuando sois pequeñas dais asco... 

Ioseph picó a otra, pero a dos manos, Irabeth afinó el golpe e impactó brutalmente en el enorme insecto, que explotó en una nube de mierda. 

Anevia echó un vistazo por el palomar. Salvo plumas y suciedad, y entrañas de mosca, poco había. Los tres mestizos entraron en la habitación y se hizo patente que había demasiado poco espacio para tantos.

A través de la puerta cerrada escucharon cómo caía al suelo algo de metal, retumbando hasta el palomar. La arquera prestó oídos y saltó en el sitio.

-¡Se acercan enemigos! ¡Y son unos cuantos!

-¡Pues vamos a recibirles! ¡Que no nos atrapen en este cuartucho! -dijo Ioseph, y abrió la puerta para salir de la habitación.

Nada más salir, el virote de una ballesta se incrustó en su brazo. Un tiflin acababa de abrir fuego desde el final del pasillo, preparado como estaba para la salida del paladín.

Ioseph soltó un alarido y se arrancó el virote del brazo antes de cubrir la herida con la mano. Se volvió hacia su agresor y se lanzó contra él. No tenía espacio para girar en ese pasillo tan estrecho, pero tan pronto se ensanchó giró sobre sí mismo y lanzó una serie de tajos contra el tiflin. Sólo entonces vio a los otros cinco.

-¡Rendíos de inmediato, canallas! ¡Esta ciudad es nuestra, y no vamos a permitir que vuestros señores demoníacos se salgan con la suya!

En cuanto Anevia avisó de que venían enemigos, Ioseph abrió la puerta, Irabeth apretó los dientes, el paladín de Shelyn seguía siendo muy impulsivo, ella no estaba preparada.

Así, la semiorca retrocedió mientras guardaba su maza en el cinto y tomaba el escudo que había dejado fuera para volver a entrar. También desenfundó su espada. 

No quería reprender a Ioseph ahora en mitad del combate, pero en cuanto acabara, hablaría con él. Siempre venía mejor prepararse aunque fueran unos segundos, o comprobar como estaban los aliados antes de lanzarse. Una plegaria a tiempo, un conjuro protector... o embrazar su puñetero escudo... lo que fuera. 

Aunque quizá había algo en Ioseph que estaba haciendo bien... rotando los que se enfrentaban a cada grupo de enemigos, ningun guerrero se cansaba demasiado, todos iban peleando uno tras otro.

Liliana siguió a Ioseph pasillo abajo, cargando hacia los sectarios.

-¡Por Shelyn e Iomedae! -exclamó al llegar junto a ellos. Esperó a que Ioseph hubiese descargado su golpe para pasar tras él y encararse a otro de los tiflin. Dio dos veloces tajos que penetraron la guardia del maligno.

Ioseph destrozó al tiflin que tenía delante con una elegante danza de cuchillas afiladas. Liliana no fue menos y pasó a su lado hasta alcanzar a otro enemigo, sólo que éste alcanzó a herirla apuñalándola con la espada corta. Sin embargo, le derribó de un mandoblazo salpicando de sangre las paredes.

Decidió seguir usando los proyectiles mágicos, ya que sabía de buena tinta que sus paisanos demoníacos eran resistentes al fuego. Apuntó al que tenía enfrente, que amenazaba a Liliana.

-¡No os antepongáis ante nuestro camino!- gritó.

La súbita tormenta de muerte tomó a los tiflins por sorpresa, que no se esperaban un ataque tan férreo. Los vieron recular, dubitativos, y abrieron fuego con sus ballestas, aunque solo uno acertó a Ioseph en el costado. El que quedaba gritó:

-¡Os vais a cagar! ¡Tomad peryton, hijos de puta! -Y abrió la puerta del norte.

Con un chillido, una criatura voladora, híbrida entre ave de presa, lobo y ciervo, voló hasta Leliana con las garras por delante y trató de alcanzarla. La escritora interpuso el escudo y se mantuvo a salvo, aunque no por mucho tiempo...

Ioseph soltó un grito al recibir el disparo y se apartó un poco para cubrirse, lo que le dio a la monstruosa criatura la oportunidad de acercarse a Liliana.

-¡Apártate de ella, engendro! -gritó mientras Resplandor giraba, dejando a su paso un profundo corte en el costado del peryton.

-Los prefiero bien hechos, gracias- Respondió el mago.

Un rayo de fuego salió surcando el aire directo al peryton