Partida Rol por web

-¿La Torre de Estrod ocupada por cultistas? -preguntó Aravashnial con un hilo de voz-. Deberíamos investigarlo y tratar de averiguar más cosas. Esto es peor de lo que imaginé en un primer momento, ¡pero no me equivocaba! ¡Los cultistas tienen agentes dobles por todas partes!

Horgus parecía muy afectado por todo lo que acababan de escuchar. Tragó saliva y miró a Anevia de reojo.

-Ejem... Sí, la espada de Yaniel se llama Resplandor. Yaniel luchó a principios de la Cuarta Cruzada y denunció la pereza de los cruzados mendevianos, que habían permitido la invasión de Kenabres y que la piedra custodia sufriera daños. No sentó nada bien entre ellos y se la intentó excomulgar. Ella dijo que entraría en la Herida del Mundo y lucharía la Cuarta Cruzada por su cuenta si era posible. Sus superiores se relajaron, pensando que no volvería, pero al cabo de dos años regresó con un pequeño ejército de cruzados a los que había rescatado, ganándose la aprobación de los altos cargos. Sin embargo, un demonio la asesinó nada más empezar su segunda cruzada personal.

La muerte de Yaniel había arrebatado los poderes de Resplandor, así que los cruzados la dejaron expuesta en la Fortaleza Gris. Me suena haber escuchado acerca de su desaparición. Si la tienen los cultistas y están tratando de corromperla, habríamos de recuperarla antes de que eso ocurra, por la memoria de Yaniel.

¿Que más dice esa carta que nos sea de ayuda?- Kevveon se acercó al grupo despacio, todavía dolorido. ¿Y esa espada? ¿Algún indicio de donde puede estar?

-No lo sé, pero tiene que haber más información aquí. O en los escondites. Si van a... Quieren echar abajo la barrera y dejar entrar a la horda demoníaca. No podemos permitirlo. Tenemos que...

No terminó la frase. Decidido como estaba a encontrar una solución que pudiera presentarle a los cruzados, cogió una antorcha y atravesó la puerta por la que había aparecido a Hosilla.

La puerta abierta revelaba una habitación pequeña, individual. La luz y el calor provenían de un brasero sobre un pedestal de cobre. Había un altillo sobre el que reposaba una decena de mantas y pieles y un almohadón de plumas. A un lado, junto a la pared, había un escritorio de madera maciza y, bajo él, una caja de metal con una cerradura.

La llave de Hosilla encajaba en la cerradura. Al abrirla, Ioseph se encontró con Resplandor dentro de un estuche de maderaoscura. Era una espada larga con un filo que parecía oro brillante, tan afilado como una navaja de afeitar. Al tomarla en la mano, el arma vibró y se transformó al instante en una guja. Poseía un evidente poder mágico. Al empuñarla, además, era como si pudiese sentir parte del espíritu de la paladina cruzada que la había usado cien años antes.

A un lado, también, había una bolsa de cuero que contenía piedras preciosas, y un par de pergaminos. El propio estuche de Resplandor debía de valer al menos más de ciento cincuenta monedas.

Ioseph se quedó tan embobado con la espada que por un momento se olvidó de que estaban atrapados en las entrañas de la tierra. La sacó del estuchó para admirarla, le dio vueltas y la examinó centímetro a centímetro, forzando más los ojos que cuando había buscado peligro en la oscuridad de los túneles. Cuando la empuñó para sentir su peso y se transformó en una guja Ioseph repitió el proceso desde el principio.

Al cabo de un rato regresó junto a los otros con el estuche de maderaoscura lleno de las cosas que parecían importantes o de valor que había encontrado bajo el brazo, y Resplandor en la mano. Se permitió una pequeña sonrisa; habían recuperado un arma mágica que había liderado una cruzada y castigado a la horda demoníaca, y aquello podía ser un augurio de la victoria de Mendev sobre los demonios.

-Creo que ya he encontrado la espada de Yaniel -dijo, mostrándoles la guja dorada.

-¡Oh! Veamos...

Kevveon se acercó cuidadosamente a la guja que portaba Ioseph y la miró atentamente, de cerca. El arma radiaba una poderosa magia, eso el tiflin pudo sentirlo al instante. Miró al paladín y le sonrió, dándole un toquecito en el hombro. 

-Mas bien maese Merrion, ella os ha elegido a vos, me temo...- Hizo una pausa, más calmado ahora que tenían tan poderoso artefacto-. Ya era hora de que el destino nos sonriese de una maldita vez. Vayamos a buscar una salida si no os importa.

Miré con curiosidad al paladín con su nueva y mágica arma. Me daba envidia en cierta forma, pero a la vez agradecía que la tuviera él. Había demostrado ser el más capaz de todos a la hora de luchar, seguro que con eso sería aún más fuerte, lo que significaba menos problemas para nosotros. Al menos mientras estuviera de nuestra parte, claro.

Pero no iba a ser yo el que me quedase con las manos vacías. Llené mi mochila con las piedras preciosas, aunque estaba dispuesto a compartirlos con los demás. Seguro que los demás también sacarían beneficio de ellas, pero a la hora de tomarlas presentaban reparos. Hipócritas.

Leí los pergaminos, tal ver había alguna información que nos pudiera ser de utilidad. Alguna otra carta con información o algo.

El gesto de Cage puso fin al breve momento de celebración. Ioseph, que no quería decir ni pensar que el félido tenía las manos demasiado largas, se volvió hacia él con una sonrisilla tensa que expresaba lo poco que quería decir o pensar lo largas que tenía las manos el félido.

-A lo mejor deberíamos guardar eso con las demás cosas de valor que hemos encontrado -dijo, señalando con un gesto de cabeza la mochila de Horgus.

Si Ioseph se había quedado embobado, Anevia se había quedado aún más alucinada.

—¿Sabes... sabes lo que eso significa? ¡Es la primera buena señal desde que empezó la cruzada!  Y parece que está activa, esos malditos no la corromperán. 

Sin olvidarse de buscar en la habitación por si había algún escondrijo secreto o salida a la superficie, Anevia continuó. De espaldas a sus compañeros, podía ocultar las lágrimas que acudían a sus ojos.

— Tenemos que salir de aquí, como dice Kevveon, si pudieron bajar, seguro que hay un camino de subida. Tenemos que contar a los demás la buena noticia y que podemos aguantar. ¡Tenemos que avisar de esos tres refugios y encontrar todas las pruebas posibles de los planes de los cultistas y traidores de Baphomet! Que otras ciudades no pasen lo mismo.

Una vez se aseguraron que las habitaciones colindantes estaban vacías de cultistas, mestizos y tesoro, volvieron atrás y se encaminaron a la salida. No encontraron casi oposición, apenas dos o tres ratas y un par de guardias mestizos, y cuando quisieron darse cuenta ya estaban en el camino que llevaba a la superficie. A partir de este momento todo sería diferente. No sabían cómo iban a encontrar Kenabres, quién estaría vivo o muerto, o quién hollaría las calles. Estaban seguros de que no iba a ser sencillo y que necesitarían permanecer juntos para sobrevivir.

Con el corazón en la mano, iniciaron el ascenso...

Sonreí a Ioseph, una sonrisa traviesa, mientras empezaba a sacar las joyas que había cogido. Os estáis equivocando conmigo. Comenté, como quien no quiere la cosa. Que tengo las manos largas? Puede ser. Pero no soy ningún ladrón, ni pienso quedarme el botín para mí solo.

Aquello era cierto. Aún no me había quedado con nada para mí, salvo el arco. No les había dado motivos para dudar, pero el mero hecho de ser el que se atrevía a coger las cosas ya me tildaba de ladrón, aunque luego todos usasen las cosas que cogía. Hipócritas, si hasta les di una escama a cada uno.

Si lo cojo es porque sino ninguno de los demás se atrevería a tocarlas por no mancillar su honor. Dije la última palabra en un tono que dejaba bien claro lo que pensaba sobre ella. Metí todas las joyas en la mochila de nuestro querido Horgus, claramente el más honorable y fiel compañero, ¿acaso alguien lo dudaba?.

Hecho esto continué el camino con el grupo. No sabía lo que me aguardaría allí fuera y no quería separarme hasta no estar seguro de que no corría peligro. Permanecer en manada era lo más sensato en estos casos, era algo que me habían enseñado en mi aldea desde pequeño.

No tenía ningún lugar al que ir, solo curiosidad por saber lo que había ocurrido y por ver lo que nos esperaría en la ciudad. Tal vez era demasiado peligroso, pero aún así... además, me imaginaba que los demás querrían saber como se encontraban sus seres queridos. ¿Y ahora qué? Pregunté.

Se paró un momento para ver Kenabres, o más bien lo que había quedado de ella. Sintió el impulso de salir corriendo a través de las calles destrozadas en busca de sus padres, pero el sentido común le decía que no llegaría muy lejos.

-Supongo que a todos nos gustaría ir a buscar a nuestras familias... Pero si vamos cada uno por su lado acabaremos muertos- Hizo una pausa, extendió el brazo para Sir Alas Negras se posase-. Propongo que vayamos todos juntos aunque tardemos un poco más... La posada de mis padres está dos calles al sur, podemos empezar por allí a no ser que alguien tenga un sitio más cercano a donde ir.

Anevia no prestaba atención al Félido. Las gemas ahora eran sólo piedras y lo único que importaba eran las pociones curativas y cualquier cosa que sirviera para luchar contra los Demonios.

¿Donde estarás, Beth?

En mitad de algún fregado, sin duda.

—Vale Kevveon, busquemos esa posada, pero luego tendremos que ir a donde nos caímos, querría buscar rastros de la niña que perdió Coriander...

Lleva callada mucho tiempo, le debe estar comiendo el corazón, al menos yo se que Beth habrá presentado batalla...