Partida Rol por web

Finalmente dejamos que Anasana se marchara y nos dedicamos a revisar la biblioteca, no encontrando nada de utilidad en ella, lo cual contribuyó al desánimo de algunos de nosotros. Recorrer aquel lugar no estaba siendo ni sencillo ni satisfactorio, pero no habíamos decidido internarnos en él por nosotros, sino por algo mucho más grande.

Puede que ese saber del que hablaba Lobo Blanco ni siquiera se hubiera encontrado nunca allí. Quizás estaba dejando volar demasiado mi imaginación, pero por mi mente se cruzó la idea de que le hubieran podido indicar este rumbo no por aquellos tratados druídicos, sino por afrontar junto a nosotros este complicado camino que aún no sabíamos a dónde nos llevaba.

Terminamos dirigiéndonos al lugar que marcaba aquella interrogación en el mapa, gracias a la cual Anna pudo descubrir una puerta secreta que según decía estaba muy bien escondida. Sin duda se habían tomado muchas molestias en que quedara bien oculta.

Aquella entrada nos dio acceso a un largo pasillo por el que no pudimos entrar antes de presenciar otro de aquellos ecos del pasado. En esta ocasión, era a los sacerdotes a quienes pudimos ver, preparándose para hacer frente a los orcos.

La escena me puso los pelos de punta, pero no podíamos quedarnos parados, y terminamos entrando en aquel pasillo; que resultó ser una especie de armería. En lugar de detenerme en observar las armas y armaduras, que a simple vista parecían bastante corrientes, caminé en silencio hasta recorrer la totalidad del pasillo, preguntándome si el “fragmento de luz”, lo que creí que era la Lanza de Huma, habría estado guardada allí en algún momento.

Me giré hacia Lobo Blanco al escucharle, acercándome despacio y en silencio a él, tanto, que no hubiera sido raro el haberle sobresaltado cuando le hablé.

- ¿Ah sí? - le pregunté con curiosidad. - Puede que esta aventura nos esté llevando hacia otra lanza... ¿No es curioso? - añadí con una cándida sonrisa.

Mortaja que había pasado todo el tiempo paseando de un lado a otro murmurando cosas sobre fantasmas y todos sus familiares por línea materna. La kender no se había inmutado ni siquiera con el ataque de la aranea. ¿Qué lanza? ¿Cómo la lanza que rescato el kender más famoso de la historia, la lanza que rescato Tasslehoff Burrfoot? Yo estoy emparentada con Tas por línea materna, mi tía era sobrina de la madre de la hermana del tío… ¿Esa Lanza, la dragonlanze?

 Mientras los demás hablaban, procedía a revisar los libros en buen estado y las armas que se pudieran aprovechar, por si hubiera algo que nos fuera útil...

Pronto me di cuenta de que había compartido mis pensamientos con gran ligereza, aunque tampoco disponía de motivo alguno para ocultarlos. No eran secretos ni pensamientos oscuros que hubiera de reprimir, sino la mera constatación de una ironía curiosa del destino o de los dioses. La sacerdotisa de Mishakal se pronunció al respecto, acercándose con curiosidad, y acariciando la añeja madera que constituía la base de la alargada arma aposentada en el suelo en posición vertical, decidí aclarar mis palabras.

Fue el pago que se me pidió a cambio del pergamino, en el mercado de la ciudad. Aquella lanza llevaba tiempo conmigo, pero era tan sólo un bien material reemplazable. La empleaba más a modo de bastón que como arma. -Giré mi rostro hacia la sacerdotisa, mostrando una tenue sonrisa- Al fin y al cabo, como habéis podido comprobar, me defiendo más como un animal que como un guerrero.

Sin embargo, mi sonrisa se desvaneció para ser reemplazada por una mueca de curiosidad. Kairi parecía muy convencida de cual era el fin último de la misión, e incluso Mortaja entendió a qué se refería la mujer.

¿La Dragonlance...? -Repetí tras la kender, enarcando una ceja y buscando con la mirada la reacción de los demás miembros de aquella manada, antes de proseguir- ¿La lanza divina de las antiguas leyendas? ¿De verdad creéis que ese es el objetivo de este viaje? La necesidad de un arma así supondría un peligro... La última vez que se vio una fue durante la Guerra de la Lanza, ¿no? Cuando combatieron a Takhisis... ¿Creéis que Valsorth se enfrenta a un peligro tal, ahora mismo?

Atendí a las palabras de Lobo Blanco, sopesando estas mientras apretaba mis labios. ¿Sería realmente una casualidad que el pago por aquellos pergaminos fuera una lanza? ¿O encerraría aquel hecho algún significado? Aquello era algo que sólo lo dioses sabrían, así que decidí no invertir mucho más tiempo en ello.

Asentí con una sonrisa al druida, un asentimiento corto y rápido, cuando hizo aquel comentario sobre la forma en la que se defendía también sonriendo. Me gustaba no ver tan serio al druida, aunque este pronto volvió a mostrarse así, tardando un poco en percatarme de a qué se debía aquel cambio.

Mortaja se había pronunciado también ante mis palabras, preguntando si me refería a la Dragonlance, mirándole con mi ceño ligeramente fruncido.

- Así es, ¿qué sabes sobre ella? - le pregunté justo antes de que Lobo Blanco retomara la palabra, preguntándonos si de verdad creíamos que la Dragonlance era nuestro objetivo y abordando el asunto de por qué sería esta necesaria. - Yo sigo pensando que ese fragmento de luz es la lanza con la que Huma derrotó a Takhisis, y que si es eso lo que buscamos debe haber algún motivo para ello, que el arma sea necesaria otra vez... - sentí un escalofrío que provocó que se me pusiera la piel de gallina, deslizando parte de mi manga para comprobarlo antes de seguir, momento en que miré al druida fijamente a los ojos. - Estabas muy seguro de que eso no tenía sentido porque tu deber es mantener el equilibrio, a menos que el haber sido elegido significara que el Mal va ganando... Ojalá te equivoques. - afirmé desolada, con un claro temor en la mirada.

De la oscuridad de los dragones,
gracias a nuestros ruegos de luz,
en la vacía superficie de la pálida luna negra
una Luz naciente brilló en Solamnia,
un poderoso caballero invocó a los verdaderos dioses
y forjó la poderosa Dragonlance,
atravesando el alma de los dragones,
apartando de las relucientes costas de Krynn
la sombra de sus alas.

Paladine, el Gran Dios del Bien,
brillo al lado de Huma,
reforzando la lanza de su brazo derecho,
y Huma, resplandeciente bajo miles de lunas,
expulsó a la Reina de la Oscuridad,
expulsó al enjambre de sus ululantes huestes
devolviéndolos al reino sin sentido de la muerte,
donde sus maldiciones cayeron sobre un vacío absoluto,
lejos de aquella tierra iluminada.

Terminé apartando mi azul mirada de los ojos del druida, temiendo que las lágrimas acabaran aflorando. Mi madre solía decir que era demasiado sensible, como si aquello fuera algo malo, un signo de debilidad. Mi padre, en cambio, cuando estaba en casa y escuchaba a mi madre decir algo parecido, lo negaba de forma categórica; afirmando con orgullo que aquello tan sólo era una muestra de mi pureza, de mi inclinación hacia el lado del Bien.

¿Qué te pasó, papá?

Vinieron a mi los recuerdos de las noches en las que mi padre no se separaba de mi lado hasta que me dormía, relatándome sus gestas y las de los antiguos héroes, a veces recitándolas o cantándolas.

Me había dado ya media vuelta cuando recordé aquel fragmento, el cuál empecé a cantar a medida que venía a mi mente, caminando despacio por el corredor. 

De la oscuridad de los dragones,
gracias a nuestros ruegos de luz,
en la vacía superficie de la pálida luna negra
una Luz naciente brilló en Solamnia,
un poderoso caballero invocó a los verdaderos dioses
y forjó la poderosa Dragonlance,
atravesando el alma de los dragones,
apartando de las relucientes costas de Krynn
la sombra de sus alas.

Paladine, el Gran Dios del Bien,
brillo al lado de Huma,
reforzando la lanza de su brazo derecho,
y Huma, resplandeciente bajo miles de lunas,
expulsó a la Reina de la Oscuridad,
expulsó al enjambre de sus ululantes huestes
devolviéndolos al reino sin sentido de la muerte,
donde sus maldiciones cayeron sobre un vacío absoluto,
lejos de aquella tierra iluminada.
 

Al terminar ya me encontraba volviendo, caminando hacia mis compañeros nuevamente, pero no les miré hasta volver a darles alcance, pudiendo advertir estos que mis mejillas estaban más que sonrosadas. Aunque mi padre me dijera que poseía una dulce y melodiosa voz, siempre me había dado vergüenza cantar delante de los demás, aquello no era lo mío.

- ¿Os dice algo la canción? - pregunté con cierta timidez, queriendo saber si concluían lo mismo que yo o veían algo más que a mi se me escapaba.

Levantando los hombros en señal de despreocupación - " Oko solo saber canciones de taberna, no saber nada de canciones de misa " - Tras lo que sigo mirando a nuestra retaguardia por si se acerca alguien a hurtadillas.

Kairi parecía del todo convencida acerca de la índole de nuestra misión. Yo, por el contrario, no lo tenía nada claro. Me encogí de hombros cuando me preguntó sobre mi conocimiento del asunto, pues en parte aquello debía formar parte del problema. ¿Cómo iba a creerme partícipe de las maquinaciones de los dioses, si no conocía lo suficiente acerca de ellas como para reconocer sus señales? Yo sabía del dominio de mi diosa, de la naturaleza y sus ciclos, de la forma correcta de comunicarse con el entorno y vivir en él, asegurándome de que todo permaneciera y cambiase como era menester. No entendía de guerras divinas ni armas mágicas, ni de las gestas de héroes del pasado.

¿Y se nos envía en busca de un arma antes de conocer el mal que debe combatirse con ella? -Pregunté con escaso convencimiento, sabiendo que incluso eso podía tener sentido. No teníamos por qué conocer el objetivo antes de rastrearlo, debidamente preparados. La caza funcionaba así, buscando una presa hasta que se da con ella. Además, nadie decía que fuéramos nosotros quienes debieran blandir esa lanza.

Kairi entonces comenzó a cantar lo que parecía ser una vieja canción acerca de la Guerra de la Lanza. Me dio la impresión de que la sacerdotisa estaba afectada por la conversación, de alguna manera, aunque no entendía el motivo. A medida que las estrofas avanzaban, giré la rosca lanza hasta situarla horizontalmente, y me deje caer en el suelo con las piernas cruzadas, y la lanza apoyada sobre el regazo.

Se supone... Al menos eso entiendo yo, no lo sé. Se supone que la lanza fue creada por los dioses para poder atravesar la dura piel de los dragones de Takhisis, ¿no? Porque ninguna otra arma era capaz. -Comenté, pensando en voz alta- ¿Aún habrá dragones malignos en este mundo...?

A diferencia de las otras habitaciones de este nivel, esta puerta parece haber sido dejada intacta. No tiene ninguna marca en su superficie, pero incluso a través del polvo y las telarañas que la cubren, podéis ver que hay un dibujo de color rojo desteñido. Okodar rápidamente lo identifica como un símbolo usado por los ogros para marcar un lugar que está "protegido por los dioses oscuros", Karin añade que es un conjuro maligno, es un Símbolo de dolor. Tras varias plegarias conseguís desactivar el maligno símbolo.

Aun habiendo desactivado el símbolo. Cuando abrís la puerta un destello brillante de luz roja casi os ciega mientras un símbolo extraño cobra vida en la pared más alejada. Unas oleadas de energía mágica emanan del símbolo y parecen clavarse en vuestro cuerpo, haciendo que os hierva la sangre y todos los músculos de vuestro cuerpo griten de dolor¹.

La propia habitación parece haber sido dejada intacta por los invasores ogros, aunque los efectos del paso de centenares de años han causado su propia destrucción. El sencillo catre de la esquina casi se ha desintegrado, con la estructura de madera derrumbándose sobre sí misma y el colchón de cuero endurecido y seco, con las plumas de dentro convertidas en polvo.

Un arcón de madera, que aparentemente se ha petrificado con los años, yace a los pies del catre destrozado. Os dais cuenta de que el techo está decorado con un bello mosaico en tonos sosegados de azul y violeta, representando a Mishakal, la diosa de la curación. Pero cuanto más miráis a la diosa más os parece que la imagen está... apagada. En vez de dorado, su pelo parece ser del amarillo enfermizo de los huesos, y su cara pálida parece casi esquelética, con los ojos hundidos en las órbitas oscuras y los labios retorcidos en una sonrisa que es demasiado parecida al rictus de una calavera.

Un hombre de mediana edad, distinguido, con la piel pálida, ojos negros y penetrantes y el pelo rubio está en el centro de la habitación, aparentemente perdido en sus pensamientos. Su cuerpo es flaco, casi en extremo, y su perilla puntiaguda le da un aire casi siniestro, especialmente cuando se combina con la intensa expresión de sus rasgos.

Va vestido con una túnica negra bordeada de amarillo enfermizo y pequeñas calaveras de marfil decorando los ribetes. Tiene la mano alrededor del medallón de su cuello mientras mira a lo lejos. De repente, asiente con la cabeza y empieza a hablar en tono bajo.

Sí, jefe Korblak, ésta es la noche. Dice en voz alta, aunque no dirige sus palabras a nadie que está presente. Yo me encargaré del sumo sacerdote y de las defensas del templo. De lo único que os tenéis que preocupar tus combatientes y tú es de los guardianes.

La figura vuelve a quedarse en silencio, aparentemente escuchando la respuesta de ese jefe Korblak con quien habla.

No, no tenéis que dejar a nadie con vida. Podéis llevaros a tantos prisioneros como queráis del valle, pero todos los que estén dentro del templo deben morir. Mi amo lo pide y tu Reina está de acuerdo, tal como te han dicho tus chamanes.

La figura... el traidor... gira la cabeza hacia un lado y vuelve a escuchar la respuesta del jefe, formando una sonrisa retorcida en los labios.

Podéis quedaros cualquier tesoro que encontréis. Esas cosas no nos importan ni a mi amo ni a mí. Ahora debo irme a preparar los... acontecimientos de la noche. Cuando hayas limpiado la parte superior del templo, búscame en el Santuario de la oscuridad del nivel más bajo. Allí recibirás la recompensa que te prometí.

La figura suelta el medallón, revelando el blasón de una calavera sonriente. Después se mira a sí mismo y vuelve a sonreír.

Es hora de disfrazarse por última vez.

Al pronunciar un canto gutural, la túnica de color negro y cobrizo empieza a aclararse hasta que queda de color perfectamente blanco, ribeteado con azul marino y el símbolo de Mishakal en hilo de plata. Después agita la mano hacia el medallón, y la calavera parece fundirse, reformándose hasta crear el símbolo del infinito de la Portadora de luz.

Entonces va hacia el arcón que tiene al pie de la cama y pronuncia otra frase gutural mientras lo abre, sacando una daga de hoja negra. La hoja parece retorcerse y contorsionarse como una serpiente y la empuñadura es una máscara de marfil que parece una calavera sonriente. El sacerdote introduce la daga entre los pliegues de su túnica y se dirige hacia la puerta, caminado decididamente hacia vosotros mientras se desvanece...

Las estanterías que hay en las paredes de la habitación están llenas de manuscritos religiosos sobre los diferentes dioses. Serían un verdadero tesoro, pero la mayoría de ellos se han podrido y las páginas se desintegrarán al mínimo contacto, al igual que pasa con los libros de la biblioteca¹.

En el interior del arcón hay los restos podridos de cuatro túnicas, todas blancas y azules, típicas de un sacerdote de Mishakal. También hay algunos otros efectos personales, incluyendo una figurita de marfil de la diosa que está amarillenta por el paso del tiempo y un conjunto de brazales de plata teñidos que tienen el símbolo de Mishakal².

El sepulcral silencio de la mayor parte de la manada antes la conversación que la sacerdotisa de Mishakal y yo compartíamos resultaba descorazonador. No daba la impresión de que a ninguno de ellos les importase lo más mínimo por qué estábamos allí, lo que hacía que me preguntaste si realmente tenía sentido que aquella fuese una misión invocada por los dioses. ¿Era lógico creer que los dioses obrasen a través de aquellos que ignoraban su palabra? ¿Resultaba ególatra imaginar que el llamamiento de los dioses, por tanto, era para aquellos que sí les honrábamos? No tenía la respuesta a tan complejas cuestiones, y no estaba en mi ánimo comprender el plan divino.

Así que seguimos explorando el templo, con la esperanza de encontrar en algún momento aquello que debíamos hallar, o al menos una pista al respecto. Así dimos con una sala a la que accedimos tras anular Kairi un hechizo de dolor. Y aún así, al abrir la puerta pide sentir cómo un intenso dolor recorría mi pelaje, en la forma animal en que me encontraba. En cuanto el dolor pasó, una nueva visión se presentó ante nosotros, y al ver a aquel hombre se me encrespó el pelaje del lomo y comencé a gruñir con fiereza. Al menos, hasta que se desvaneció y adopte de nuevo mi forma de hombre, apoyándome en aquella lanza que había adquirido a modo de bastón.

Ese hombre... Se supone que es aquel a quien terminaron llamando "el traidor", ¿no? -Pregunté, asumiendo al momento que, en el mejor de los casos, tan sólo Kairi respondería y mostraría el más mínimo interés en ello- Con esa forma de cambiar de aspecto... -Alcé la mirada a los frescos del techo, fijándome durante unos instantes en el aspecto macilento de la representación de la diosa de la curación- ...cabría plantearse si realmente fue él, o alguien que usurpó su identidad.

La expedición al valle de Hurim estaba resultando para Anna demasiado reveladora para cuanto sus mundanas aspiraciones podían alcanzar. Había oído antes a Lobo Blanco hablar de una profecía, y los Mikku habían hablado de grandes hallazgos y peligrosos acontecimientos.... ¿La lanza de Huma? ¿Una guerra? Anna sabía algo de historia, se mantuvo en silencio, revisando la calidad de los objetos de aquella armería mientras pensaba cual debía ser su papel en todo aquello.

Dejó su hogar por vivir aventuras, y cuando conoció al grupo pensó que explorar el valle maldito podía ser una de las mayores aventuras que jamás imaginara. Pero esto... si lo que hablaban era cierto esto quizá era demasiado grande para ella. Le gustaba la idea del peligro y los descubrimientos, pero una misión así podría costarles la vida.

Los pasos del grupo abandonando la armería le hizo dar un rápido trote para ponerse de nuevo a la cabeza con su espada y su linterna. 

Anna no prestó demasiado interés en la marca de la puerta, cada vez se estaba volviendo más supersticiosa y oírles hablar de marcas de protección mágicas le ponía los pelos de punta, y no hubiera pensado que había sido real hasta que abrieron la puerta y la luz roja pareció hervirle la carne bajo la piel, tuvo que encogerse sobre si misma Issssh aAAAAAAAAAAhhhrrGGGg-- intentó apagar cuanto pudo aquel dolor que como una brasa encendida había caído dentro de ella y ahora se apagaba despacio.

De nuevo, los ecos del pasado se revolvieron, reveladores, potentes ante la presencia del grupo. Anna apartó la luz de la linterna para que el leve fulgor fantasmagórico de la aparición pudiera ser perfectamente visible, interrumpiendo el diálogo de los fantasmas para señalar el medallón de la calavera  - ¿Kairi?

Cuando todo terminó paseó despacio por la habitación, buscando algo que resultara de interés y pudiera vender más tarde, deteniéndose en los libros. Cogió aquel que parecía en mejor estado, sin importar su contenido y echar un vistazo a su interior pero las páginas solo contenían enormes nidos abandonados de carcoma, con los restos de sus heces y capullos que dejaron atrás para seguir propagando su infestación.

 Me retorcí de dolor al recibir la luz roja y, una vez más, vimos una visión del pasado. Al parecer la caída del templo fue debida a un traidor, al que espero que le cayera una buena maldición por parte de los dioses por sus fechorías.

 Una vez en el presente, busqué algo en l estancia que me pudiera interesar, pero parecía que no había nada útil o que pudiera ser utilizable...

No consigues recordar nada de utilidad.

Viendo que la mayoría de los presentes no parecían dispuestos a conversar sobre la misión que los dioses nos habían encomendado, decidimos proseguir con nuestro camino. Lo hice no sin amargura, lamentando el poco compromiso por parte de algunos. Era de esperar por parte de Anna, a quien habíamos tenido que contratar para que nos guiara, pero que Anubis y Okodar actuaran también como asalariados resultaba desalentador.

Emití un ligero suspiro en mitad del silencio, sonrojándome por ello de camino a aquella habitación que debía ser la del sumo sacerdote. Antes de adentrarnos en ella, descubrimos un símbolo en la puerta que resultó ser el de un conjuro maligno relacionado con el dolor. Logramos desactivarlo mediante la oración, pero aun así, otro conjuro se activó en la pared frente a la entrada; o quizás fuera un rastro de aquella malvada magia que había permanecido activa allí durante tanto tiempo. Como fuera, una destello de color rojo nos asaltó, siendo pronto atacados por oleadas mágicas que nos provocaron un gran dolor; al menos a mí, y es que tras aguantar lo indecible terminé emitiendo un intenso alarido.

Tras sufrir aquel inesperado suceso pudimos inspeccionar el lugar, llamándome la atención cómo el paso del tiempo había afectado al mosaico del techo, preguntándome qué había tras aquella fantasmagórica imagen que parecía tratar de aparecer sobre el retrato de mi diosa.

En ese momento, otro eco del pasado me sobresaltó. Pudimos presenciar cómo un hombre de siniestro aspecto parecía hablar con otro que no se encontraba allí sujeto a un medallón, terminando por revelarnos aquella escena que era aquel individuo quien había suplantado al sacerdote de Mishakal que había sido culpado de todo lo acontecido, o al menos aquello fue lo que deduje de inmediato.

Anna me había preguntado por el medallón mientras aquel fragmento del pasado nos asaltaba, algo por lo que yo también me pregunté. Me centré en aquel objeto y en otros detalles referentes a aquel siniestro individuo, tratando de sacar algo en claro, pero me resultó imposible. Ni aquel medallón, ni el aspecto de aquel hombre, ni sus palabra o la magia que empleaba me dieron pista alguna de quién podría tratarse.

- Ni idea, Anna. - le dije a la exploradora con evidente congoja, justo antes de escuchar cómo Lobo Blanco parecía contemplar algo de lo que yo me sentía prácticamente segura. - Tuvo que ser él, ese siniestro ser tuvo que suplantar al sacerdote, estoy casi segura. - afirmé mirando tras ello el techo. - ¿Habrán pintado la imagen de Mishakal encima de otra cosa o será una representación de lo aquí acontecido? - me pregunté en voz alta, procurándome un escalofrío el aspecto que la Sanadora adoptaba en aquella imagen.

Puede que sea la corrupcion del lugar. Dijo Mortaja encongiendose de hombros. ¿Vamos? Aqui no hay nada interesante. Mi tia abuela decia que hay que moverse para encontrar cosas, si uno se queda quieto los grillohormigas le comen a uno el cerebro. Mientras comentaba sus historias familiares, la kender empezo a caminar en dirección a las escaleras que descendian al siguiente nivel.

- " Te sigo Morjata, estoy de acuerdo en que estar quieto no lleva a nada bueno, vayamos al siguiente nivel " - Tras ello doy una fuerte palmadita en el hombro de la kender en señal de colegeo, y ajusto mi armadura, es hora de proseguir.