Partida Rol por web

La situación se estaba complicado, y a un ritmo mayor del que me esperaba en realidad. No es que no estuviéramos logrando debilitar a aquel ser del inframundo, pero nuestros actos le dotaban de una rabia con la que parecía incluso más capaz de causar dolor de lo que su escalofriante aspecto y maneras ya te hacían imaginar.

Anna estaba llevándose la peor parte en aquella contienda, habiéndose convertido al parecer en el único objetivo de Sindra, hasta que terminó por caer.

- ¡NOOO! - grité desesperada ante la perspectiva de que aquellas agresiones pudieran haber sido lo suficientemente duras como para que la exploradora no volviera a levantarse.

Sin duda tendría que adelantar mi intención de acercarme a aquel ser, aunque sería para aproximarme a Anna, quien requería mi inmediata ayuda; si es que aún podía proporcionársela. Así, me dispuse a avanzar hacia ella de inmediato, mientras los demás parecían continuar arremetiendo contra aquella mujer dragón o prepararse para ello.

Por favor, que no sea demasiado tarde...

El recién espabilado por la sangre ogro hubiera seguido buscando, pero al  sentir el grito de Kairi, y notar la caída de Anna, su dependencia al martillo tuvo que  detenerse un momento a reconsiderar la pelea que estaba teniendo lugar afuera. No serviría de nada recuperarlo si al salir estaban todos muertos. Tendría que arreglarse con lo que tenía a mano…

Extendió las manos y hundió los dedos en las rugosidades del pozo, encontrando buen asidero. De un fuerte impulso lo uso para salir arriba y adelante prácticamente en un solo movimiento. Estaba bañado en el líquido viscoso y seguramente lucia como cuando era más niño y los adultos terminaban de “entrenarlo”. Pero qué demonios… Se llevó las manos a las hachuelas que colgaban en su cinto mientras caminaba hacia la mujer, la expresión seria y un tanto asesina…

Anna continuaba en el suelo sangrando profusamente por las heridas causadas por el látigo. A duras penas la joven guía conseguía respirar, ahogándose en su propia sangre.

Sindra recibió la nueva andanada de proyectiles sin inmutarse, y luego con un dedo terminado en una afilada garra negra señalo a Anubis. ¡TU serás el siguiente! Entonces, realizando un rápido movimiento de piernas girando sobre si misma. El látigo volvió a silbar en el aire enrollándose al cuerpo del oso y estallando la punta en una pequeña bola de fuego. El oso rujío en un grito de rabia y terror, impotente, ataco a Sindra que evito el ataque sin ningún problema.

Oko salió del foso cubierto de sangre, mientras que Lobo Blanco y Kairi corrian en ayuda de Anna.

Sólo podía elevar una muda plegaria a Chislev, mientras veía a Anna en el suelo, aparentemente ahogándose en su propia sangre, para que Kairi lograse alcanzarla a tiempo de canalizar el poder de su diosa sobre nuestra guía y compañera. Contemplar a Okodar saliendo del estanque de sangre para unirse de nuevo  la refriega supuso un atisbo de esperanza, todo un alivio en aquel momento en que sufría viendo al oso padecer el daño que la reina dragón pensaba ofrecernos a nosotros.

La propia reina dragón dejó claro pronto que su objetivo sería Anubis, después de que varios proyectiles arcanos arrojados por el mago la alcanzasen. Fue al verlos acertar de aquella forma que me percaté de que la mujer reptil no gozaba de la protección de energías oscuras frente al poder mágico con que sí contaba su ogro nigromante. Sabía que no iba a quedarme más remedio que arrojarme al combate directo, pero ser consciente de aquello me exigía hacer un último esfuerzo antes de sacar a relucir mis fauces más salvajes.

¡No! ¡Eres tú quien va a caer pronto! -Grité a la reina dragón, mientras soltaba mi lanza dejándola caer a mi lado y alzaba mis manos hacia el techo de la caverna, sintiendo cómo mi cabello se encrespaba por el poder de la tormenta- ¡Que el rugido del trueno se mezcle con el aullido de lo salvaje!

Descendí bruscamente mis dos manos hacia el suelo, al tiempo que el último de los relámpagos de la tormenta invocada de Chislev se materializaba sobre la reina dragón, descargando los últimos estertores de su furia en un rayo descendente, completamente vertical. Mientras tanto, mis manos se posaron en el suelo ya convertidas en garras salvajes, las del lobo gris que rugió con fiereza, antes de saltar a la carrera hacia su presa.

Quizás, si no lográbamos hacerla caer pronto, al menos daríamos tiempo a Kairi para rescatar a Anna de las garras de la muerte.

 Decidido a no dejarme intimidar por nuestra enemiga, me concentro y lanzo una nueva andanada de Proyectiles Mágicos, esperando que estos le hagan mucho daño...

-GRAAAAAG!! +un bramido fuerte y estentóreo surgió de su garganta cuando cargo sobre la mujer con una de las hachuelas en mano, para llamar su atención. Había de ganar tiempo para que alejaran a la muerta o moribunda Anna de ese látigo.

Mientras corría dejo un rastro de sangre a sus pies. Lamentablemente parecía que no podría hacer lo propio con el cuerpo de la mujer. Sus manazas desacostumbradas a la pequeña arma, no la manejaban con la facilidad que tenía para con Klad…Por eso era importante conocer bien las herramientas de trabajo.

Apenas era consciente de lo que sucedía alrededor, concentrada como me encontraba completamente en alcanzar a Anna y determinar cómo ayudarla. Esta parecía seguir viva, respirando con dificultad por la sangre que salía de su boca.

Aguanta, por favor...

Me agaché en seguida a su lado al darle alcance, ladeando ligeramente su cabeza en un intento de que respirara mejor antes de activar el amuleto que colgaba de mi cuello con una sencilla orden y posar mis manos sobre las graves heridas de la mujer.

- Y-ya estoy aquí. - le hice saber a la exploradora con cierto temblor en mi voz, antes de bajar mi mirada y cerrar los ojos, comenzando a orar entre murmullos. - Por favor, Mishakal, haznos destinatarios de tu bondad... - comencé antes de iniciar a recitar los distintos nombres con los que La Sanadora era conocida, invocando así su poder curador.

La situación de Anna era grave, y apretando cada vez más mis ojos, no cesé en aquella oración hasta que noté que daba algún resultado; mientras mis compañeros, habiendo regresado Okodar a la contienda, parecían continuar haciendo todo lo posible por hacer caer a aquel malvado ser.

Anna con el sabor de la sangre en su boca respiraba a grandes bocanadas de aire, tratando de comprender que había pasado. Aun tenia la espada en la mano, fragmento de luz brillaba con fuerza.

La guía comenzó a incorporarse lentamente, ahora asimilando mejor la situación. La mano de Kairi aun descasaba sobre su pecho, en el lugar donde había recibido el fatídico golpe. Con voz débil agradeció a Kairi su ayuda. Gracias.

Sindra grito con rabia al recibir los golpes de los proyectiles mágicos y el rayo enviado por el dios de la naturaleza. Aun así, la mujer dragón continuaba en pie. ¡Malditos! ¡No impediréis que resucite a Malystryx! ¡SU ESPIRITU PERDURA EN LA SAGRE! ¡Mi señora no te fallare! Entonces Anubis lo comprendido todo, o al menos dedujo que estaba pasando. Sindra estaba utilizado la sangre de los kender aquejados, aquellos que habían sucumbido al miedo que inspiraba la gran dragona roja, para resucitarla. De alguna manera el terror inspirado por la dragona había perdurado en la sangre de los kender aquejados en forma de esencia mágica. Por ello, Sindra había estado raptando a los kender que se acervan a Kendermore. Quería resucitar a Malystyx y para ello necesitaba parte de su esencia mágica.

Con un fuerte latigazo Sindra segó la vida del oso. El gran señor del bosque no puedo esquivar el poderosos golpe. Luego, la mujer dragona se giro para enfrentarse a sus nuevos adversarios. Ahora delante de ella estaban Oko, que no había conseguido darle con la pequeña hacha; Lobo Blanco en forma de lobo; Anna que trataba de incorporarse y Kairi que ayudaba a Anna a ponerse en pie.

 Sin dejarme intimidar por las palabras de la abominable mujer, continué con mi serie de ataques arcanos, dirigidos a ellas, esperando que sirvieran para detenerla. Ahora que conocía sus verdaderos propósitos, era mi deber sagrado, como único miembros de los túnicas blancas existentes, que yo supiera, el detenerlo...

En verdad Okodar no tenía ni gran aprecio ni practica con aquellas hachuelas. Eran más bien para molestar a los enemigos a distancia mientras se aproximaba para “atenderlos” con Klad. Sin embargo la expresión del semiogro casi pareció una sonrisa cuando atino en el costado a la mujer alada que gritaba enloquecida. No era una herida tan espectacular, pero ver la sangre de un enemigo correr siempre era bueno y más después del mal momento que venía arrastrando. Tras el golpe se ladeo, para obligarla a elegir si encararse al resto o centrarse en él… eso debía darles una apertura a los demás, o para si mismo.

¡Malystyx!

De haberme encontrado en mi forma de hombre, aquel odioso nombre habría brotado con fuerza por mis labios enrabietados. La reina dragón confesaba abiertamente sus intenciones, con lo que dejaba clara la función de aquel ritual con el que sacrificaban a los pequeños kender. Aquella magia impía estaba destinada a resucitar a la dragona roja, a romper el ciclo de la vida y de la muerte, de la transformación de la esencia natural. Todo ser nacía, se desarrollaba, trataba de perpetuar su especie, moría, y alimentaba a nuevas formas de vida. Pretender romper tal ciclo era un sacrilegio, pero eso no era lo peor. Aquella a la que pretendía traer de vuelta era la maldita dragona, aquella que había causado tamaña destrucción.

No permitir que se volviera a repetir... eso era lo que me había exigido Chislev en aquel sueño, en aquella visión. Una revelación sagrada, que me llevaba a aquel momento exacto.

De modo que gruñí, y me dispuse a atacar con mis fauces de lobo a la mujer dragón, a pesar de que era consciente de la dificultad de aquel enfrentamiento. Debía pensar, actuar con raciocinio, y no únicamente con instinto. Un ataque rápido y dejar espacio a los demás, ahora que Anna había logrado alzarse de nuevo gracias al poder de Mishakal transmitido a través de Kairi. Yo mismo tendría que recurrir nuevamente al poder de Chislev muy pronto...

Abrí mis ojos al escuchar cómo Anna daba grandes bocanadas de aire, viendo cómo parecía haberse recuperado, al menos en gran parte. No tardé en retirar mis manos de su herida y en comenzar a ayudarla a levantarse, escuchando aquel agradecimiento que me dedicó con voz débil.

- Sólo cumplo con mi deber. - le susurré a la exploradora, esbozando una muy tenue sonrisa durante un breve instante.

Me alegró verla recuperada, pero la situación en la que nos encontrábamos continuaba siendo muy peligrosa. Fue entonces cuando escuché los quejidos fruto del dolor que los ataques del resto del grupo habían procurado a la mujer dragón, quien no tardó en hacer unas declaraciones que me dejaron más o menos claro lo que estaba sucediendo.

No podemos permitirlo...

Horrorizada, me centré en aquella criatura una vez Anna se encontró estable y en pie, dándome cuenta además de que la mayoría de nosotros nos encontrábamos cerca de ella. Mientras los distintos ataques hacia Sidra se sucedían, dediqué una muda oración a Mishakal, esperando que esta pudiera ayudarme a abrumar a aquel terrible ser con su inmensa bondad; hasta tal punto que le resultara imposible actuar.

Tras ello intenté alcanzar a Sindra con una de mis manos, y darle así a conocer hasta qué punto podía llegar el poder de la bondad y de La Sanadora.

Anna consiguió incorporarse del todo y agarro con fuerzas renovadas la espada. Tambaleándose aún, lanzo un desesperado ataque contra Sindra. El ataque, aunque lento y torpe, fallo al golpear las placas de la armadura de Sindra.

La nueva andanada de proyectiles mágicos de Anubis impacto contra Sindra, que pareció no inmutarse por el nuevo daño sufrido. Lo mismo paso con el ataque de Oko y Lobo Blanco, la mujer dragona continúo gritando improperios y alzaba su látigo. Menos atención presto al ataque fallido de Anna.

Kairi consiguió tocar la escamosa piel del Sindra y transmitirle su energía, pero la furia y convicción de la mujer dragona impidieron que la maldición surtiera efecto.

Con la boca llena de espumarajos sanguinolentos grito, abrió la boca y una gran llamarada inundo la sala alcanzando al grupo de lleno. Luego, voleo el látigo sobre su cabeza y descargo un poderoso golpe sobre Oko, el miembro mas voluminoso del grupo que le estaba atacando.

La mujer dragona apenas se tenia sobre sus piernas terminadas en garras, solo su rabia y furia la mantenían en pie. Su cuerpo se había convertido en un amasijo sanguinolento lleno de cortes y quemaduras, la armadura se encontraba abollada y suelta de sus trabillas.

Mi estúpido intento de tomar distancia para poder ejecutar una llamada al otro mundo, el plano desde el que Chislev enviaba a los hijos de su obra, resultó en justo lo que la reina dragón precisaba para poder ejecutar aquel endemoniado ataque de ira, llamas y destrucción. Sentí el abrasador impacto de aquella fuerza elemental, devorando mi piel, chamuscándola, adentrándose hasta el interior de mis entrañas con su fuego destructor. Nuevamente me vi arrojado a aquella pesadilla que mi diosa me había mostrado, mostrándome la destrucción que la gran dragona había causado en aquellas tierras. Yo era, en aquel momento, la representación de aquel reino natural. Y la mujer dragón, la representación de la dragona.

De modo que dejé a un lado la estrategia y el pensamiento racional, y me arrojé en un intento desesperado de morder a la mujer. Mis ojos, prácticamente cegados por el fuego, apenas veían más allá de formas en movimiento. No logré que mis fauces se cerrasen en torno a nada en absoluto, y me faltaba el aire, pues sólo era humo lo que entraba por mi ocico. Humo de mi propia piel quemada, la que me dolía como mis colmillos clavados con cada mínimo movimiento.

Aún quedaba vida en mí, suficiente para lanzar alguna dentellada desesperada. Pero no serían muchas. Faltaba muy poco para que fallase definitivamente a mi diosa, y me reuniera con ella, lleno de vergüenza, en el gran ciclo.

 - ¡Pagarás por tu maldad, bruja!. - Maldije, antes de volver a darle con una serie de Proyectiles mágicos, esperando que estos fueran los definitivos. Mi reserva de hechizos estaba casi agotada y pronto estaría indefenso.

Mi esperanza flaqueó al ver cómo Sidra conseguía salir indemne de nuestros intentos por derrotarla. Ni siquiera la poderosa bondad de Mishakal pareció afectarla, y llena de rabia, la mujer dragón no tardó en arremeter contra Okodar y después contra todos nosotros; lanzando una nueva llamarada de fuego.

Puede que no nos fuera todo lo bien que sería deseable, que el alcanzar nuestro objetivo no estuviera tan cerca, pero no podíamos rendirnos. Me apresuré a evitar la llamarada del cruel ser, la cual me alcanzó igualmente, aunque al menos tan sólo de refilón. De aquel modo, podía continuar haciendo frente al mal, y aquello resultaba suficiente.

Me percaté en seguida de cómo no todos los que se encontraban al alcance de aquel ataque de fuego habían contado con mi misma fortuna. Lobo Blanco se encontraba gravemente herido, pero aun así no cesó en su intento de acabar con Sindra. En cuanto tuve ocasión, me aproximé a él implorando a mi diosa que me ayudara una vez más, y posé mis manos en su abrasado lomo; invocando el poder sanador de Mishakal para mis adentros mientras el resto continuaba combatiendo al abominable ser.

Era un látigo mucho más duro de los que recordaba y el fuego parecía ser parte de él, porque corto y quemo la carne de Okodar firmemente. Sin embargo, pese al doloroso impacto el semiogro se mantuvo en pie… hasta que el espacio frente a sus ojos se llenó de rojo. El calor ardiente penetro por sus ojos, sus fosas nasales y hasta su alma, mientras las llamas lamian todo su ser.

No tenía donde retroceder ni refugiarse. No es que tampoco fuera su naturaleza escapar.

Era sin duda la ingratitud de haber dejado atrás a su compañero en aquel foso, que se le devolvía de esa forma. Mientras las fuerzas de sus rodillas fallaban no tuvo tiempo de pensar en mucho más, salvo que ojala lo enterraran con el gran martillo. Kladivo se lo había dejado a él, era lógico que lo conservase y no que lo acabaran vendiendo a algún mercader… Luego se estrelló con el piso con un sordo ruido, una mole humeante de carne, hueso y sangre… Expiro sin decir nada y sin un lamento, fiel a su manera de ser.