Partida Rol por web

Miro por encima del hombro de mis compañeros. Estoy aterrado.

- ¿Adentrarnos... por los túneles?

Todo el valor que sentía fuera se va diluyendo cuando la cosa se torna tan macabra.

- Yo creo... que quizás... si avisamos a la policía de este descubrimiento...

Hay un atisbo de duda en mis palabras. ¿Y si nuestro amigo está ahí abajo? Pero si lo está ¿seguiría vivo? Las posibilidades son demasiado remotas...

- Caballeros, Jerry podría estar herido en cualquiera de esos túneles... no podemos perder tiempo en avisar a la policía. Debemos examinarlos a fondo. - me dirijo primero al tunel que nace en la pared izquierda.

- Lo malo es que tenemos dos túneles - digo antes de internarme en el izquierdo. - Esperemos que a Jerry no le dé por salir por el otro mientras exploramos éste. - sonrío, les hago un gesto para que me acompañen y me interno en el túnel.

- Fíjense si ven ratas o pequeños animales. Todos los huesos están roídos y no me gustaría tener compañía desagradable... una o dos ratas no son problema pero si encontramos un nido infestado tendremos que buscar una salida rapido. -

Emito un hondo suspiro al ver la determinación de mis compañeros.

-Señores, si creen que no hay ninguna otra solución posible, adentrémonos en los túneles. Ahora bien, para intentar en la medida de lo posible que no surja el inconveniente que ha comentado usted, señor Kellemport, debemos exprorarlos rápida y sistemáticamente, sin demora. Robert, no se preocupe, somos tres, podemos protegernos entre nosotros, si fuera necesario... En cualquier caso, apelo al sentido común: ¿Qué puede haber en estos túneles? Nada aparte de esta peste o quizás algún nido de insectos o roedores... Ni que estuviésemos adentrándonos en la Rectoría de Borley...

Miro a mi alrededor:

- De acuerdo en todo. Pero no me gustaría entrar en esa caverna sin nada para defenderme...

Busco cualquier herramienta que pueda usarse como arma: un hacha, un martillo, una llave inglesa de las grandes...

-Le entiendo perfectamente Robert, sé que no es mucho, pero tal vez esto le sirva de defensa, o si no, puede que le tranquilice.

Dicho esto le tiendo mi cortaplumas.

Avanzáis por el túnel de la izquierda con John a la cabeza, a mitad del túnel se hace necesario encender una luz, la linterna de John ilumina el suelo y cada pocos pasos se detiene John para iluminar paredes y suelo, todo excavado en la roca. Más que en un sótano, estáis en una gruta.

En una de esas paradas de John, escucháis horribles chillidos agudos (parecidos a los de las ratas) que proceden de los rincones, al iluminar John con la linterna el lugar del que proceden los chillidos, véis como unas bolas de pelo negro con patitas se alejan de la luz, aterrorizados.

Las criaturas se alejan en dirección contraria, el pasillo parece que continúa hasta una nueva gruta.

Avanzo con cuidado y lentamente, al ver aparecer a las ratas recuerdo los huesos roídos de las habitaciones anteriores y reprimo un escalofrío.

Antes de llegar a la nueva gruta me aseguro de que la multitud de ratas no estuviera tapando alguna salida lateral... no quiero encontrarme con más caminos laberínticos aquí abajo.

Una vez me sienta seguro me adentro en la nueva gruta con el revolver y la linterna atentos ante cualquier posible peligro, y el oído aguzado intentando escuchar algún grito de socorro del pobre Jerry.

En silencio y sintiéndome un poco ridículo armado tan sólo con un cortaplumas sigo a mis compañeros.

Intento convencerme mentalmente.

Nada hay que temer, sólo son ratas.

Observo como Robert esgrime mi cortaplumas, parece haber depositado su confianza en el pequeño objeto. Las grutas se abren ante nosotros como si fueran las mismísimas puertas del infierno... Recuerdo los versos del gran poeta Dante: "Perded, los que por aquí paséis, toda esperanza". Sacudiéndome esos funestos presagios de mi cabeza me fijo en mis compañeros, cayendo en la cuenta de que no estamos solos. Con una nueva determinación, me adentro en la nueva galería.

Nuestros tres protagonistas continúan caminando hasta la siguiente de las grutas, a medida que se adentran en la nueva gruta, que no es sino, una copia de la anterior como si hubiesen sido exculpidas en la roca de igual manera, la diferencia fundamental es que en esta caverna, el suelo está cubierto de agua enfangada, de color marrón oscuro que impide ver el fondo, el agua os cubre casi hasta la rodilla, del agua surgen burbujas y pompas se levantan a casi un metro por encima del lel suelo es tremendamente blando, se os hunden los pies en el lecho  y tenéis que hacer verdaderos esfuerzos para no hundiros.

Robert y John a duras penas consiguen no hundirse en el lecho fangoso, sin embargo, Maurice no tiene tanta suerte y en un paso mal dado, comienza a hundirse en el fango, que parece más un lago de arenas movedizas.

Maurice comienza a gritar al quedar hundido hasta los muslos. Poco a poco, la ciénaga comienza a tragarle, no dispone de mucho tiempo para salir de allí.

- ¡Vamos Robert! ¡Tire! - grito mientras me acerco todo lo rapido que puedo hacia Maurice.

- ¡Aguante, Maurice! - animo a nuestro compañero caído... mientras intento alcanzarle con un brazo o ayudar a Peabody.

En esos momentos me maldigo por no haber sido previsor y haberme traído alguna cuerda. Mierda, ¿por qué no habré pensado mejor las cosas antes? Estos hombres dependían de mí y les estoy fallando... tengo que hacer algo y sacar a O'Rick de ahí.

Mientras me hundo me quedo petrificado. Un terror desconocido me invade mientras veo como mis compañeros luchan por intentar sacarme del lodo que lentamente va tragándose mi cuerpo. Silenciosamente, comienzo a rezar...

- ¡Oh dios todopoderoso!

Me abalanzo al rescate de nuestro compañero.

Al principio, presos de los nervios y la confusión, no damos agarrado a Maurice. ¡Se hunde!

- ¡Aguante por dios! ¡Aguante!

El cortaplumas que el propio Maurice me entregó cae al suelo mientras, desesperados, intentamos sacarle. ¡Se hunde más!

Pero finalmente, con un último impulso, cuando ya todo parecía perdido ¡logramos sacarlo! ¡Parece que el fango cede! ¡Sólo un tirón más!

Tras tres intentos, Maurice se había hundido ya casi hasta la coronilla, pero en un tirón final cuando parecía que el bueno del profesor iba a morir de la manera más absurda, Robert hizo gala de su gran fortaleza física y de un tirón de rabia- con la "inestimable" ayuda de Kellemport - sacó medio cuerpo del profesor, que había quedado completamente marrón e irreconocible y ahora luchaba por respirar tendida su mitad superior  sobre el lecho más consistente.