Partida Rol por web

El enorme ser frunció su rostro pétreo y señaló en vuestra dirección.

El clérigo sigue corriendo hacia la entrada hasta que queda cubierto por  la cueva. Ya no tiene ningún cuidado con el hongo que queda y pasa amenos de 10 pies. La verdad es que ahora que ya ha chillado, quizás hasta nos sea útil que chille.

Una vez que llega se detiene durante unos momentos y vuelve a inspeccionar la entrada en busca de señales, o trampas.

-Tio estos la pugo truo de Boccob, Shanshar, ni devas interkonsenti. Ni devas paroli pri kion literumas vi akiras. Murmulla el clérigo, en dracónico, cuando Shanshar desaparece.

Tran escuchó el sonido del gigante y no pudo dejar de sentir el temor que aquellos seres producían. Un gigante cabreado era algo a lo que a nadie le gustaba enfrentarse. Por suerte estaban bastante cerca de la entrada, aun así el gigante podría seguirles al interior y sólo cuando el paso por las minas fuera lo suficientemente pequeño podrían librarse de su compañía.

El pícaro se dirigió hacia la entrada a las minas mientras trataba de detectar cualquier señal de trampas que pudiera haber.

    Cuando Nalfeim se acercó, el hongo de su derecha comenzó a chillar igual que el otro ejemplar. Unos pequeños zarcillos brotaron de su bulbosa sombrilla y se agitaron en el aire en dirección al grupo de aventureros.

En lo alto de los riscos el gigante gritó enfurecido y empezó a hacer todo tipo de extraños aspavientos.

Köyu señaló en su dirección con una mueca de temor en su verdoso rostro -Es él...Es el gigante loco ¡Correr!-

Con los pitidos del hongo no pudieron oírla, pero las mineras continuaron su carrera. Las tres que habían sido atacadas por el enjambre avanzaban con dificultad. La nube de motas sangrientas las seguía zumbando pisándoles los talones.

Sonríe cuando se le ocurre una idea ahora que el daño ya está hecho y corriendo se acerca al hongo chillón mientras se tapa los oídos con su capa.

¿se acabará quedando afónica esta seta? ¿Me distinguirá al estar invisible? Si es así entonces será divertido ver la reacción del gigante.

Una sonrisa aflora a sus labios una vez se sitúa junto al hongo y deja de correr.

Además... es mejor permanecer cerca de la entrada en caso de que el gigante intente tapar la entrada con una roca o algo parecido, no me extrañaría nada que buscase hacer algo así.

Una vez allí soporta lo mejor que puede el chillido mientras observa los actos de la plaga y el gigante. Logra escuchar de forma ahogada los gritos de Nalfeim cuando le alcanza.

¡Más tarde clérigo! ¡Cubriré la retaguardia y os alcanzaré después!

—¡Vamos, daos prisa! ¡No os demoréis! —exclamo mientras corro al amparo de la oscuridad, mirando por encima del hombro para asegurarme de que todo el mundo me sigue, y atento ante la posibilidad de que mis compañeros puedan encontrarse con problemas. Si no nos damos prisa en acceder al interior de la gruta, ese gigante nos alcanzará de buen seguro. Además, siempre me he sentido más cómodo en el útero de la tierra.

En el confín mismo de la negrura, atisbo con mis ojos de enano para ver qué nos depara en el interior de las minas...

¡Cuidado, Gran Fornund! ¡Te estás saltando los protocolos procedimentales de la búsqueda de trampas, subsección quinta, párrafo primero!

Que en resumidas cuentas podría resumirse en: los enemigos que aparecen por la espalda solo tratan de empujarte a las trampas que tienes frente a ti; encara a los monstruos, resiste, y podrás explorar con calma la siguiente tramo de mazmorra.

Preocupada por la seguridad de su héroe, y no porque haya un peligroso gigante en las cercanías, Jess se mete en la cueva y rebusca en su mochila hasta sacar la antorcha siempreardiente y así poder iluminar la galería a sus compañeros. Sus compañeros hu-ma-nos. No orcas mineras malolientes. Esas que se busquen sus propias antorchas o utilicen su infravisión.

   El grupo de aventureros se apresuró en el interior de la mina. Las mineras aguijoneadas por el enjambre se recuperaron a tiempo para emprender una última carrera que salvase el trecho hasta la entrada. Segundos más tarde el gigante arrojaba su primera roca que se estrellaba contra el portal haciendo retumbar la montaña. La enorme piedra no llegó a bloquear la boca de la mina. El túnel se estrechaba más adelante y realizaba varios recodos que acabaron por sumir el grupo en la más absoluta negrura. El zumbido del enjambre resonó en el interior del túnel y el grupo corrió de nuevo para dejarlo atrás. Unos metros más adelante, cuando la oscuridad se hizo impenetrable, Jess encendió su antorcha mágica y las mineras se santiguaron pronunciando los nombres de sus dioses salvajes. El viejo Tergrar se ofreció a portar la luz de modo que la espadachina tuviese libres ambas manos para manejar sus espadas gemelas.

   El zumbido del enjambre resonaba en las rocas tras el grupo, nada parecía detener a aquellos seres diminutos ansiosos de sangre. Poco a poco el eco de una cascada de agua fue cobrando fuerza a medida que avanzaban por la galería. El olor a humedad se hacía más intenso y un regatillo de agua clara zigzagueaba por el suelo. Al llegar al último recodo, el túnel se abría en una amplia caverna vertical, en la que el agua caía del techo y escurría por las paredes para desaparecer por las grietas del suelo. Las paredes de roca gris se alzaban verticales y cubiertas de verdín. El agua caía desde una altura considerable, pues salpicaba con fuerza allí donde impactaba. Los salientes de roca sobre vuestras cabezas no permitían precisar la altura exacta del techo, pero fácilmente excedería los cien pies.

   Tergrar bajó la antorcha para que la llama no cegase otras tenues luces que se vislumbraban en la distancia. Distinguisteis toda una colonia de vegetación que alfombraba las paredes. Unos hongos débilmente luminosos salpicaban la caverna y permitían que otras especies, como helechos y enredaderas, crecieran a su alrededor. El Tabernero volvió a alzar la antorcha para iluminar el camino que se estrechaba y conducía a una escalera de madera. Klurca iba en vanguardia. Tan pronto como la grandullona puso su pié-zarpa sobre el primer escalón, descubrió que estaba completamente podrido al desmenuzarse bajo su peso. La escalera había sido fijada a la roca mediante gruesos pitones metálicos y aunque mostraban los primeros signos de oxidación, aún parecían suficientemente sólidos para soportar el peso de un orco, si se avanzaba con cuidado.[1]

-Los nenanos no saa costruir- Rió Sîglu provocando a Fornund en común.

Köyu negó con la cabeza y contestó en su idioma: ++Antes no había tanta agua.++

  Tran reconoció otro cadáver de enano varios metros por encima vuestro. A diferencia de los del exterior, completamente aplastados, este yacía boca arriba con el vientre abierto y los intestinos colgando, como si algo le hubiera explotado dentro.

Las mineras se apresuraron a subir por la escalera, pero Köyu las detuvo con un chasquido de su lengua y señaló en dirección a un par de hongos que jalonaban la ascensión.

Jess sabía algo de aquellas setas violáceas por su tío Duncan...¡Eran más peligrosas que las de la entrada!

Entonces Klurca señaló varias setas chillonas a lo largo del camino, el grupo se quedó petrificado. Finalmente alzó el morro y distinguió otras cuatro hongos aún mas grandes, Dos eran  amarillos y dos Azulados, flotando en el aire como luciérnagas. El agua que caía del techo salpicaba sobre sus bulbosas cabezas a medida que atravesaban la caverna y sus largos tentáculos, rematados en afilados garfios, eran varias veces más largos que un hombre.

      ++A estas las podaron las raíces++  comentó sorprendida. ++¡Por Kord que los fungos amarillos tienen jojos como caracoles y vienen hacia aquí!++ Exclamó incrédula.

(Hongo volador azul)

¡Putas setas! - esa expresión externalizaba claramente los pensamientos de Transobre los hongos. Nunca se había llevado bien con las setas ni los hongos, ya desde su niñez odiaba la textura semi-gelatinosa del guisado de setas que preparaban en su casa familiar, y eso que en aquella época los mejores cocineros de la región servían a su padre.

Tran enfundó su espada y sacó su arco mientras su mente vagaba a la época de su niñez... Debía haber prestado más atención en las clases de estudios de la naturaleza, recordaba vagamente las especies de hongos y sólo sabía los detalles de algunos de ellos.

El pícaro se colocó bajo una especie de planta que le cubría a la vista desde las alturas. Antes de avanzar más, el pícaro observó con mayor detenimiento el camino que tenían frente a si y sobretodo al cadáver que yacía en el camino. Aquel enano parecía haber sufrido un ataque desde su interior, lo que implicaba que algún tipo de bicho se había internado en su estómago. No sería de extrañar que en alguna de esas setas voladoras habitara algún parásito de ese tipo.

-¿Setas con ojos? No lo había visto jamás- Murmuró Tran para sí. Tampoco reconocía las demás, pero al menos había oído historias de setas gigantes y venenosas en muchas tabernas.

    La escalera estaba empapada en su primer tramo y se apreciaba que la mayoría de sus maderos estaban hinchados y probablemente podridos. Varios hongos chillones asomaban entre los helechos y otras setas de gran tamaño levemente luminiscentes. Las dos setas de color violáceo tenían un aspecto amenazador, pero poco más podía decir. El pícaro centró su atención buscar algún tipo de parásito en el cadáver. Estaba a gran distancia y el cuerpo del enano, tendido en la escalera, quedaba muy por encima de su cabeza, dificultando su visión. Aun así alcanzó a observar como los intestinos que colgaban del costado, palpitaban con vida propia, confirmando de algún modo sus sospechas. Guarecido bajo las hojas de un helecho, permaneció observando de aquella asquerosidad. Fue entonces cuando reconoció entre los restos sanguinolentos un gran ojo, del tamaño de un puño, mirándolo fijamente.

    Los hongos flotantes parecían engañosamente estáticos, pero un observador avezado comprobaría como se acercaban silenciosamente. Las grandes setas violáceas por contra, arrastraron sus raíces sobre la roca ruidosamente pero tan descpacio que las mineras se confiaron en que podrían mantener las distancias sin problemas. Sin embargo, la que avanzaba por vuestra derecha desplegó varios zarcillos a una distancia inimaginable, agarrando a la primera minera por el tobillo como si fuera un Kraken. La salvaje golpeó con su pico y se libró del tentáculo, después esquivó un segundo y se protegió la cabeza de un tercero gracias a su escudo, sin embargo no vio venir el último, que la atacó desde abajo aferrándose a su muslo. Las púas rasgaron su piel verdosa, la minera se inclinó hacia atrás, pero sólo consiguió agravar la herida. Cuando sus compañeras consiguieron soltarla, la orco ya estaba pálida y una fina babilla amarilla se acumulaba en las comisuras de los labios, síntoma de un envenenamiento más que probable.

Las mentes de Jess y Tran casi actuaron como si fuese una sola. Son los ímpetus de la juventud. Tran tuvo más reflejos y empezó antes, pero Jess dejó caer su arma en vez de perder el tiempo devolviéndola a su funda. Como un baile: el hombre y la mujer hacen distintos movimientos en una danza que se complementa, él adelanta el pie cuando ella lo atrasa. Y en perfecta harmonía sus cuerpos giran al son de la música en la misma dirección.

Y así Jess recuperó el tiempo perdido. Los dos arcos estaban tensos, paralelos y con la flecha cargada, pero los delgados dedos de la chica ganaron aquella carrera. Entonces algo la distrajo por el rabillo del ojo, haciendo que errara el tiro estrepitosamente.

¡Tran, no! ¡Estás demasiado cerca del hongo violeta! ¡Cuidado!

Bajo el inofensivo sombrerillo asomaron los estambres alargándose hacia Tran. La orca envenenada demostró el verdadero alcance de aquellos tentáculos.

Me hago una idea rápida de la situación y, antes de darle al hongo violáceo la oportunidad de aferrar a mi compañero Tran, me desplazo hasta interponerme entre él y la seta gigante.

—¡Escuchadme! —grito a todo el mundo—. Es imperativo que nos abramos paso hasta el cadáver lo antes posible. ¡Si lo logramos y llegamos al otro lado, quizá consigamos que el enjambre que viene por el tunel se detenga en él, y podamos acabar con todos ellos con un poco de aceite y fuego! ¿Qué pensáis?

Mientras hablo, levanto de nuevo el escudo, adoptando una posición defensiva frente a los ponzoñosos zarcillos del ser fúngico.

    Jess disparó su arco dónde le había señalado Tran, pero la flecha hizo "¡Chop!" y se clavó en la pierna del cadáver del enano con un ruido seco. El pícaro alzó las cejas al ver la pequeña profanación del cadáver, pero la atención de ambos se centró de nuevo en el bicho que trató de zambullirse de nuevo entre las tripas del enano muerto. La esfera blanquecina de su ojo quedó oculta en el agujero del pecho, pero el estúpido monstruo se dejó fuera el resto de su cuerpo (similar a unos intestinos) que Trán había identificado como suyos. 

   El zumbido del enjambre se resonó por el túnel acercándose. Las orcos, escarmentadas de los efectos de la terrible plaga, echaron a correr en todas direcciones en cuanto escucharon la palabra enjambre. Las que estaban delante se vieron literalmente empujadas hacia los hongos rosados que os cerraban el paso. Los largos tentáculos chasquearon en el aire como látigos, golpeando a una de las mineras y a Fornund, pero de manera superficial sin lograr penetrar sus armaduras. Las salvajes invocaron a sus dioses en un feroz grito de guerra y descargaron sus picos contra una seta, perforando su correosa corteza. Pronto el grupo de mineras quedó envuelto en una nube apestosa de color verde-amarillento. A pesar del terrible olor, las salvajes continuaron golpeando la planta hasta que sólo quedó una pulpa desparramada sobre la roca.

   Klurca apareció como una tromba, abriéndose paso entre sus congéneres, para interponerse entre el hongo y el enano. Su primer golpe erró al tropezarse con una de las orcos, pero en cuanto se incorporó, rebanó el tronco de la planta de un solo tajo horizontal. Separada de las raíces que la anclaban a la roca, la seta comenzó a elevarse poco a poco en el aire, dejando boquiabierto a Fornund.

Tergrar apuntó a la planta con idea de rematarla, pero al ver que estaba completamente muerta, cambió de objetivo y disparó a unos de los hongos amarillos que se acercaban por su izquierda. La seta se convulsionó cuando el virote se clavó en su aplanada cabeza y replegó sus ojos como si fuera un caracol. Una fumarola de gas amarillento comenzó a fugarse por la herida. Nalfeim, al ver el curioso efecto del disparo, cargó a su vez su ballesta y alcanzó a la misma seta con idéntico resultado.

La joven Jess se había colocado junto a el desenfundando su arco. Mientras Tran trataba de discernir lo que había en aquel enano muerto, la joven ya había disparado su primera flecha. O aquella joven era extremadamente rápida o el se estaba volviendo lento...

¡Tran, no! ¡Estás demasiado cerca del hongo violeta! ¡Cuidado!

Por suerte para el pícaro, las orcas se abalanzaron hacia delante y abatieron al hongo que estaba a punto de atacarle.

Gracias Jess. -alcanzó a decir Tran - Tenemos que deshacernos de ese bicho, es lo único que nos puede entorpecer el camino en caso de que el gigante y el enjambre se acerquen. -dijo en voz alta para a continuación relajar los músculos y centrar el tiro.

La flecha del arco del pícaro salió prácticamente en paralelo a la escalera ascendente y se clavó con profundidad en el centro mismo del cuerpo ojo furtivo. Mientras el cuerpo intestinoso del engendro se retorcía, una sonrisa asomó en el rostro de Tran. Para no haber practicado últimamente, aquel disparo había sido perfecto.

    El hongo rosado cercenado por Klurca  continuó su lento ascenso, volteándose sobre sí mismo como un pez muerto flotando en el agua.

Tran acertó de lleno en uno de los apéndices sanguinolentos del ojo, el ser emitió un agudo chillido, similar al de un murciélago y al momento quedó envuelto en una esfera de oscuridad de 20 pies de radio. El pícaro y la joven cruzaron sus miradas, ahora sería aún más difícil acertar con sus arcos al escurridizo ser.

    Los cuatro hongos voladores continuaron su suave descenso hacia el grupo , el azul y más alejado quedó envuelto en la oscuridad que rodeaba al ojo, haciéndolo casi imperceptible en la penumbra de la caverna. La otra seta del mismo color casi había alcanzado al grupo de mineras y comenzaba a desplegar sus larguísimos tentáculos hacia ellas. Las salvajes dejaron de golpear con sus picos a lo que quedaba del hongo violáceo y recularon, solo para descubrir que el enjambre de Motas sangrientas irrumpía en la cueva a sus espaldas.

Viendo que el hongo violáceo que nos amenazaba a Tran y a mí ha sido fácilmente derrotado, me dispongo a proseguir el ascenso y enfrentarme al enemigo que parece más peligroso, esa especie de ojo tenebroso suspendido en un amasijo de tentáculos. Me llevo una enorme sorpresa cuando una flecha se clava en la horrible criatura, pues esta, a modo de defensa, se cubre espontáneamente con un manto de tintosa oscuridad que mi visión es incapaz de atravesar. Maldiciendo en enano, subo dificultosamente por la escarpada superficie, tratando de no tropezar, y me escurro como puedo entre la gigantesca Klurca y el cuerpo inerte de la seta muerta.

Parpadeó ante lo que unas cuantas vísceras vivientes pueden hacer con tal de esconderse. Pero la perplejidad le duró poco. A Jess se le heló la sangre cuando oyó al zumbido tan cerca, y los hongos y el ojo intestinal (referencias anales a parte) pasaron a un segundo plano. Los bichos provocaban en ella un miedo irracional. La única salvedad a esa fobia eran los bichos buenos, como las mariposas y las mariquitillas.

¡Iiiiiiiiih! ¡Socorro! ¡Quitádmelos! ¡Quitádmelos!

En realidad ni siquiera los tenía encima, pero con los ojos cerrados como los tenía era difícil ser racional. Llevó la mano al bolsillo de la mochila y sacó el cetro de los cubitos de hielo, y lo empezó a agitar en el aire para espantar a unos insectos que todavía no habían llegado hasta ella... Hasta que el cetro se activó accidentalmente.

El rayo helado que vino después atontó a las motas sangrientas, y algunas con las alas llenas de escarcha, no podían volar y caían al suelo intentando a zumbidos secar sus membranas. Jess abrió los ojos y miró incrédula el hálito de magia fría que despedía el cetro recién activado.

¡Ondiá! Pues menuda campesina estoy hecha. ¡Frío! ¡Claro! ¿Cómo no lo pensé antes? No verás ni una sola mota sangrienta en invierno. El frío las mata.

    Cuando Tergrar ve a Jess sacar su cetro, se golpea la frente con la mano y exclama: -¡Claro, ¿cómo no se me ha ocurrido?!- El tabernero y aprendiz de mago guarda su ballesta y rebusca la varita de rayos de Corvinus. En ese momento Jess dispara contra el enjambre. La masa de hielo surca el aire rozando las narices del viejo y congelando su barba. Tergrar se queda sin palabras, pero su gato aparece de la nada para bufar a la joven Jess.

-¡NO, espera, que no ha sido nada tonto!- Dice el viejo trepando detrás del animal.

Nalfeim comienza a guardar su ballesta para seguir a Tergrar, pero los gritos de Jess sumen en un caos mayor a las mineras que trepan desesperadas huyendo de los mosquitos gigantes. Pronto el paso se convierte en un cuello de botella donde las orcas se agolpan impidiendose el paso unas a otras. -Maldita sea Köyu, ¡Haz que se muevan!. Klurca, ¡Despeja el camino!- Grita cargando su ballesta. Uno de los chorros de agua que caían desde el techo de la cueva le salpica, haciendo que la cuerda se le escurra antes de que pudiera haber colocado el virote.

-No decir lo que yo ya estar haciendo- Gruñe la salvaje mientras avanza penosamente sobre la escalera podrida. Otra de las mineras choca contra ella y al agarrarse a la barandilla, esta cede cayendo las dos al suelo. El resto de orcas se agolpan de tal manera que unas empiezan a caminar sobre las otras. Cuando pasan sobre la enorme Klurca, una de las orcos salta sobre el hongo que acababa de talar. Ambos salen despedidos por la inercia de la carrera. La orca se aferra a los tentáculos mientras trata de encaramarse a la bulbosa cabeza que rota como un tronco flotando sobre el agua. Finalmente trepa y logra ponerse de pie mientras la seta sigue elevándose.

++¡Ifulky!++ Grita la salvaje en su idioma.

Klurca reacciona poniéndose en pie y en dos zancadas alcanza uno de los hongos chillones. La seta comienza a chillar, pero al momento, la barbaro la silencia cercenando el tallo con su espadón. -Despejau- Responde a Nalfeim mostrando los colmillos con una sonrisa.

El mismo miedo irracional de Jess hacia las motas voladoras casi se apodera de Tran. Creía que ya habían dejado atrás a aquellos bichos cuando en el peor momento aparecen por detrás del grupo.

El pícaro decide avanzar todo lo que puede por la escalera, esquivando a varias de las orcas y caminando con cuidado de no tropezar por los escalones de madera deshechos.

Tran se colocó junto a los restos del hongo chillón que Klurca acababa de cercenar. Sus restos podían servir de parapeto mientras el joven pícaro preparaba su siguiente flecha mientras no perdía de vista a los hongos voladores con ojos.