Partida Rol por web

La Sociedad Fénix

La batalla de las Pirámides (Capítulo 4)

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26/10/2011, 21:24
Director

El puerto de El Cairo bullía de actividad a aquella hora de la mañana. Hacía poco más de diez minutos que habían desembarcado del HMAVS Typhoon, un barco de transporte de correo de la Royal Navy que cubría habitualmente el trayecto Portsmouth-Gibraltar-Chipre-Egipto. En este caso hizo escala en Marsella, para recogerles en su viaje hacia el protectorado de Egipto.

Estaban sentados en una cafetería a pie de puerto, tras haberse identificado en la aduana con sus pasaportes británicos. Fue algo difícil convencer al oficial de guardia que Candance era británica, ya que a su llegada a Egipto había decidido vestirse con ropas orientales, y no parecía muy dispuesta a abandonar esta intención. Esperaban a su guía y enlace nativo, mientras degustaban un té pakistaní en la terraza, sin perderse detalle del atribulado puerto, surcado de marineros, estibadores, pasajeros y patrullas de soldados británicos con uniforme rojo y policías del protectorado egipcio, de uniforme caqui.

En su espera, un nuevo barco había llegado a puerto. Se trataba de un vapor de transporte fluvial, al estilo virginiano, llamado el "Sobek", que parecía que estaba desembarcando pasajeros. Uno de ellos era un hombre que estaba discutiendo con un oficial de aduanas: bajito, rechoncho, con una especie de uniforme egipcio, y que gesticulaba con gran teatralidad.

Al cabo, el oficial le dejó en paz, y el hombre, acompañado de un muchacho no mayor de 12 años, comenzó a caminar por el puerto con un cartel improvisado en la mano que rezaba en grandes letras "Tupolev". Si ese era un agente británico, no era precisamente discreto. En vista de aquello, el capitán se levantó y le hizo una seña, para que dejara de mostrar a la gente del puerto aquel cartel cuanto antes.

El hombre se acercó con una gran sonrisa, y al aproximarse más se dieron cuenta de que iba con barba de pocos días, y olía a sudor y a polvo del camino.

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26/10/2011, 21:47
Tariq

El hombre se acercó y se quitó el fez que llevaba en la cabeza, dejando ver una calvicie pronunciada y tapada por una cortinilla de pelo ahora sudado y algo churretoso.

-Buenos y brillantes días, mis queridos amigos. Soy Tariq, su guía. Acompáñenme y hablaremos más tranquilos. El puerto tiene ojos.

Curioso comentario cuando pretendía buscarles con un cartel que hubiera podido ver todo el mundo. Sin embargo, le acompañaron, no mucho más allá, hasta una tienda de alfombras. Al entrar, el hombre discutió con el viejo tendero, y este apartó una alfombra tendida en la pared a modo de tapiz, descubriendo una puerta, tras la cual había lo que parecía una sala de reuniones para actividades ilícitas.

Una vez allí, Tariq se secó el sudor de la frente con un pañuelo que sorprendentemente parecía limpio. Luego, dijo algo al muchacho, que Candance supo que eran unos insultos bastante fuertes, y este protestó, pero luego comenzó a coger sus maletas.

-Disculpen al joven Abdul, ya saben... críos.

Sonrió, y alzó las manos para alejar sus reticencias de darles las maletas, como si les demandara tiempo. Entonces, se llevó los dedos a la boca, y sacó una muela que estaba hueca por dentro. En el interior, tenía un pequeño pin de plata parecido al que ellos habían recibido con la invitación de formar parte de la sociedad.

-Siempre en lugar seguro, ¿Ven? Bueno, disculpen lo del cartel, pero suelen darmi fotos, y con las prisas, han tenido que usar el telégrafio, y solo sabía nombres -parpadeó- Abdul les ayudará a embarcar su equipiaje en el Sobek, donde viajaremos hacia el sur, rio abajo, hasta la primera catariata. Luego iremos hasiendo trasbordo en algunas embarcaciones... y más cataratas, hasta emprendier el viaje a pie cuando abandonemos la zona segura en la frontera con Sudán. El Mahdi controla el rio a la altiura de Jartúm.

Extrajo algo de su guerrera. Se trataba de un mapa cartográfico bastante preciso, sin duda provisto por el ejército británico, que tenía señalados algunos puntos.

-Esta es la pusisión del campamento del Mahdi segun informe de hace tres días, y la del ejército de Kitchener. Aunque cuando lleguemos a Sudán, habrá que informarse sobre el terreno. Imagino que ambos ejércitos no si quedarán de brazos cruziados.

Su acento era egipcio con unos siseos que resultaban casi cómicos. Parecía que les estaba tratando con especial deferencia o respeto, en vista de como trataba al resto de personas mortales. Los que habían estado en los países del norte de África sabían, a su pesar, que no era un comportamiento infrecuente entre los musulmanes.

-Bien. ¿Alguna prigunta?

Notas de juego

Turno para que me digais como estáis, que vestís, como os sentís y todo eso. Vamos, una introducción. Podéis preguntarle al guía lo que queráis.

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27/10/2011, 23:14
Artemis Marie Sowreston

Los días habían pasado de forma rápida y sin muchas alteraciones, algo que se le antojaba cruel pues parecía que a al mundo no le importaba la muerte de Prue. Habían conseguido escapar sin más bajas, pero era difícil contentarse con eso. El funeral y la visión de Lady Talbot desmoronándose le pusieron más furiosa todavía. Tenía ganas de zarandear al gordo de Talbot y gritarle a la cara “sí, es culpa suya! Maldito inconsciente, es culpa suya!”. Pero había una parte de si misma que se culpaba por haberse separado de la joven, y eso la carcomía más que el odio que tenía a sus jefes.

El único consuelo que le quedaba era saber que podía acabar con sus enemigos. Estaba tan convencida de ello que las últimas noches había conseguido dormir algo, soñando con diferentes modos de tortura y venganza. Se levantaba con una sonrisa en los labios, que a lo largo del día iba desapareciendo al encontrarse otra vez sola en el mundo. Había perdido a una hermana, y por mucho que su padre la hubiera educado para superar cualquier trance emocional, no le había enseñado a querer y luego a perder a ese ser querido. Ni siquiera la muerte de su progenitor había sido tan dura.

La vuelta al calor africano trajo consigo una especie de comfort. Veía a Tupolev moverse incómodo, ajustándose el cuello de la camisa todo el rato y limpiándose el sudor con un pañuelo. Aquello provocaba risas en Artemis, no muy disimuladas precisamente. Cuando apareció ante ellos el obeso guía, se tuvo que agarrar del brazo de Candance para no caerse de la risa, mientras comentaba a su compañera lo parecido que era a Tupolev. Estaba segura de que se había ganado una mirada reprobadora por parte del ruso, pero que la había disculpado por ser uno de los primeros días en que estaba alegre.

La perorata del guía, sin embargo, le resultó molesta. Tanto falso servilismo le agobiaba, prefería a la gente directa. Y eso sin contar el hecho de que la información que les estaba proporcionando les servía de poco o nada, sólo les retrasaba la salida en barco.

- A ver, si lo he entendido, los ejércitos pueden atacar en cualquier momento, así que este informe no sirve de prácticamente nada. - bufó molesta - ¿Por qué no estamos ya en ese barco? Y de hecho, ¿no hay ningún transporte más rápido? - preguntó de forma impaciente, girándose para mirar al doctor Ness.

La impaciencia se había apoderado de Artemis, incluso le salió un tono de voz agrio al hablar. Había puesto todas sus esperanzas de venganza en acabar aquella misión de la mejor manera posible y aquel hombrecillo les estaba haciendo perder el tiempo.

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28/10/2011, 02:18
Candance Urquart

“El sacrificio de unos pocos por la salvación de muchos” pensó acariciando el desmadejado cabello de la pequeña Prue, apretaba los ojos cerrados intentando convencerse de que era lo que tenía que pasar, que lo que hacían era lo correcto mientras sentía las escrituras sagradas junto a su corazón.
Si había algo de lo que sabía era de muerte, para Candance el mundo era un océano de muertos vivientes, llevaba toda la vida viendo gente morir a su alrededor, era por esas cosas que procuraba no relacionarse, “ahorro de sufrimiento” lo llamaba.
Pero la muerte de Prue no era una muerte cualquiera… Miró a todos sus compañeros y pensó que algún día ellos también morirían...

Tomó la mano de Prudence mientras le susurraba
-Te has enfrentado a tu destino con valor, me hubiera gustado enseñarte y verte crecer. Tienes tu sitio asegurado en el paraíso.
La besó con sumo respeto y se la colocó sobre el pecho. Luego se apartó, no quería molestar al equipo ni contribuir mas a su pena. Nunca sabía muy bien que hacer para confortar a la gente.

Se sentó en el hueco del asiento del copiloto apoyando la mano izquierda en el brazo de Irving, estaba temblando
-Tu... no te mueras... Eso es lo único que no sería capaz de soportar

Se quedó mirando el cielo, impertérrita, durante el viaje sin apartarse de su lado. Siempre, pasara lo que pasara, al día siguiente saldría el sol, y eso era lo más triste de todo.

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Los dos siguientes días pasaron lentos y en silencio hasta el funeral, no se separó del doctor ni un segundo.

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La visión de Prudence mudó por completo su estado anímico. Fue como la chispa que reaviva unas ascuas moribundas, sintió el mismo calor que cuando estuvo en presencia del profeta. Se sintió honrada por recibir el regalo de su despedida (parecía que los demás no la habían visto), y aliviada pues ahora sabía que estaba bien, que no había rencor y sin duda alguna, como los espíritus que vio en vida ella estaría ahí para protegerlos a ellos y sus seres queridos.

Fue en ese instante cuando fue consciente, o al menos así lo sintió, del enorme error que cometía siendo distante o dejandose llevar por la tristeza. La vida humana era breve, cada instante era precioso y su actitud solo contribuía al desperdicio del valioso tiempo de los demás. Ya que les había tocado un camino difícil estaba decidida a intentar hacerlo mas llevadero para sus compañeros... ¿Amigos? ¿Familia? Unos le caían mejor, otros peor, no siempre era fácil relacionarse con ellos pero... lo cierto es que sentía un afecto especial por todos ellos.

Se despidió de la etérea joven con un sencillo movimiento de mano y gesto dulce y se giró para seguir a su... extraña familia. Se asió del brazo de su querido novio y le dedicó la mejor de las sonrisas. Gracias a Prue ahora sabía que estaban en el buen camino y que era lo realmente importante. Se sentía feliz.

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El proceso interior del luto era algo importante y necesario para el bienestar espiritual y mental y procuró respetar el silencio de sus compañeros hasta llegar a Marsella, pero una vez en el barco estaba decidida a que eso cambiara. Era una oportunidad ideal para estrechar lazos y relajarse. Cada mañana temprano hacía sus ejercicios de Yoga en una cubierta discreta, a salvo de miradas y posteriormente dedicaba un rato a cada uno de los miembros de la sociedad hablando de trivialidades o contando batallitas, aunque los atardeceres y las noches siempre eran para Irving. Era extraño y a la vez divertido, después de todo lo dicho y hecho la famosa noche de la cena desastrosa seguía sonrojandose y sintiendo pudor en su compañía, los dos eran unos torpes redomados.

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El Gran Oriente donde todo era posible, su... casa. Eso le alegraba y preocupaba por igual.
Ya que regresaba a su tierra debía vestir como orgullosa oriental que era (a parte de por lo practico que resultaba) y se despojó de cualquier rastro occidental. Fue poner un pie en tierra y sintió como todo su cuerpo vibraba; los colores, los olores, el gentío, el ruido, nada en el mundo era comparable a la magnificencia de oriente. Cualquier otro lugar del mundo comparado le parecía un desierto frío y gris. Agarró a Irving de las solapas y le plantó un beso profundo y apasionado (para escándalo de todos y pasmo del científico)
-Be prepared because tonight i´ll be dance for you like egiptian bellydancers
susurró seductoramente tras lamerse el labio superior, estaba sobreexcitada con la llegada a Egipto.

Progresaba bastante en su inglés y eso le sirvió para interpretar a una indignada británica, con su más refinado acento, cuando la bloquearon en la aduana. De hecho se despidió mascullando “You damned scotch!” (ya que el capitán al cargo parecía una caricatura con unas enormes patillas de un pelirrojo rabioso y la nariz y las mejillas coloradas) para dar realismo a la interpretación.

-No te enfades cariño, en realidad los escoceses me gustáis mucho.

El grupo precisamente discreto no era, cinco occidentales en mitad de una muchedumbre árabe, daba igual que ocultaran el cartel de “Tupolev”, igualmente se les reconocía a millas de distancia, llevaban escrito en la frente “extranjero” e “infiel”. Consciente de ello Candance andaba con mil ojos y mil oídos por si notaba lo más mínimamente sospechoso, pero desgraciadamente de lo que más desconfiaba era de su guía. Tenía pinta de cobarde e indeseable a juzgar por como trató al crío (luego, discretamente le daría unas monedas al chaval, si se las daba ahora ese mequetrefe seguro que se las quitaba). “Musulmán asqueroso, este sería capaz de vender a su madre, cuidado” pensó para el capitán.

Ya que vestía como una mujer árabe, y ocultando su rostro, jugaría todo el tiempo posible ese papel en segundo plano, procurando ser ignorada. Si la minusvaloraban podía tener ventaja en según que situaciones.

"¡¡¿¿Esa albóndiga parecida a Tupolev??!!" El capitán era infinitamente más apuesto, no obstante se le escapó una risilla que intentó disimular, seguro que el estoico ruso lo había oido

Notas de juego

Perdón por tardar tanto

Sobre la lectura del gran avesta ya hablaré mas adelante, que ya he soltado una buena perorata (tenía mono de escribir XD)

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28/10/2011, 16:37
Durand Rosseau

A pesar de los días transcurridos y del viaje a Egipto, algo era diferente. Tras el último enfrentamiento con los sicarios de la organización teutona, la maldita Sociedad Thule o como diablos quieran llamarse, en mi interior sentía un vacío, un sentimiento de culpabilidad e impotencia que me estaba costando demasiado dejar de lado.
Ciertamente, en este negocio, uno se acostumbra a tratar con la muerte. El riesgo y el miedo van de la mano, y sufrir bajas es algo para lo que siempre hay que estar preparados.
Pero últimamente, aceptar ese funesto destino se ha convertido en una cuestión difícil de digerir. En el tren, mi amada Adrienne fue herida. Y ahora, en ese castillo, hemos perdido a un cría.
Nada de lo que Lord Talbot pudiera decir o hacer iba a cambiar lo sucedido. La desdichada Prue recibió un disparo en el pecho. Murió.
"-Ojalá ese disparo hubiese acertado en mi pecho." Ese pensamiento recurrente me atormentaba desde nuestro regreso. Esa bala no me hubiese hecho nada. Pero el destino puso a una niña en su trayectoria. Fue un error dejar que Prue viniera. Un error imperdonable. Y deberiamos vivir con él, recordándonos lo efímero de nuestra existencia.
Al desembarcar en Egipto, tras los días transcurridos, los ánimos no habían mejorado; y enfrentarnos al calor asfixiante del país no ayudaba en nada. Conozco África. La recordaba por rasgos que difícilmente se olvidan, y el extremo calor es uno de ellos.
En el puerto, mirando a mi alrededor, era evidente que nuestro peculiar grupo llamaba extraordinariamente la atención. Desde luego, si algún perro germano andaba olisqueando por los alrededores, nos localizaría entre la multitud sin demasiado esfuerzo.
Mientras aguardábamos al guía, observé el equipaje. "-Con el calor que hace aquí, podría vaciar la mitad de ropa de esas maletas en el Nilo...- pensé para mis adentros mientras me secaba el sudor de la frente."
Me esperaba el calor sofocante africano, pero hasta que no lo sientes, no sabes como es realmente. Y con toda esa muchedumbre y esa pegajosa humedad, las moscas no tardarían en empezar a incordiar.
Un tal Tariq, con su marcado acento árabe, se identificó como nuestro guía. Un tipo pintoresco, sin duda. Y según sus explicaciones, íbamos a disfrutar de un crucero fluvial, unos cuantos transbordos y si no nos caiamos por una catarata, finalizariamos con un agradable paseo por el desierto.
Escuché en silencio, secando el sudor de mi frente y el cuello. Y tal como bien mencionó la señorita Artemis, esos ejércitos quizá nos recibirían con una cálida bienvenida.
"-Monsieur Tariq... ¿Cuándo está previsto que embarquemos en ese cascarón?"

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30/10/2011, 15:14
Adrienne Rosseau

Los últimos días había sido como una extraña nebulosa de emociones y sentimientos en los que Adrienne se había permitido el lujo de sumergirse, aislándose de todos y de todo. Incluso de Durand. Cuando cerraba los ojos era capaz de rememorar el sonido del disparo que había acabado con la vida de Prue, el tirón de su mano cuando se soltó de ella por el impacto, el olor de la sangre y su tibia promesa de muerte. Veía su rostro pálido y sus ojos azules, tendida en el ornitóptero, sin que ellos pudieran hacer nada salvo acompañarla en su último y definitivo viaje. Veía a Durand cerrando los ojos de Prue, cuando su vida se acabó.

Sabía que no era la única en sentir el dolor por su muerte, la frustración por no haberla impedido, la rabia ante los verdaderos causantes de ello. Todos, cada uno dentro del umbral de sus propios sentimientos, llevaba el luto y el duelo como mejor podía. Pero la presencia de Lady Talbot en el funeral de Prue y su actitud, fue el detonante de su particular ruptura con aquella mujer fría y distante cuyos ojos les acusaban de la muerte de Prue y cuya voz les exigía venganza.

En los siguientes días, a bordo del barco que debía llevarles a Egipto, vivió prácticamente en la borda, observando el azul Mediterráneo y dejando que la brisa y el cada vez más cálido sol, templaran su espíritu.

Tal vez por ello y conforme la distancia a su destino se reducía, un recuerdo se sucedía una y otra vez, sustituyendo al de Prue. La visión experimentada en París, en su propia casa con Tupolev presente. Las negras pirámides y Artemis, ambas imágenes imbricadas en un pasaje sin sentido. ¿Qué se suponía que querían decir aquellas escenas de un paraje desolado y de Artemis peleando en las arenas del desierto? Fuera cual fuera la respuesta, solo el tiempo se encargaría de proporcionarla.

Y finalmente, El Cairo.

El bullicio, la mezcla de lenguas, el calor y los aromas fueron abrumadores y, por primera vez en tiempo, Adrienne no pudo evitar sonreir ante aquel espectáculo. Asisitió con sorpresa a la llegada de su cuando menos peculiar guía, que parecía ser capaz de todo menos de la discreción. Su aceitosa y servil apariencia cuando se presentó ante ellos le provocó cierto rechazo que trató de ocultar disimuladamente, de igual modo que el perfumado pañuelo que llevó a la nariz le sirvió para ahogar las miasmas de sudor ya viejo. Aunque si había de acompañarles durante las siguientes jornadas, debería acostumbrarse. Quizás acabe oliendo incluso peor que él, pensó con unamedia sonrisa.

Cuando finalmente se encontraron en el local al que les había conducido desde el puerto, asistió en silencio a la información dada y al cruce de preguntas. Tras meditar unos segundos, se decidió a intervenir.

-Artemis, el informe es mejor que nada. Al menos nos permite saber cuál era su última ubicación. Desplazar tropas no es fácil, así que siempre podremos predecir, aunque sea vagamente, un radio de movimiento y no plantarnos inopinadamente ante ellos. Pero sí, coincido contigo en que cuanto antes salgamos mejor. El viaje va a ser largo e incómodo, así que para qué demorarlo. Además, necesito hacer algo o me volveré loca -en ese punto volvió su mirada al egipcio al que sonrió -. Sí, monsieur Tariq, necesitamos saber cuándo saldrá el Sobek por si tenemos que tomar otras alternativas más... rápidas.

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30/10/2011, 20:11
Tariq

Tariq extrajo su pañuelo inmaculado y este dejó de serlo cuando se sonó las narices de forma más que audible. Al término, dobló el pañuelo y lo usó sin empacho para secarse el sudor. Su concepto de limpieza personal, estaba claro, era bastante difuso para los estándares occidentales.

Escuchó sus preguntas, y miró a quien las formulaba. Primero respondió al hombre, como buen machista. Despues de todo, la pregunta iba para todos.

-Si, effendi -le dijo con deferencia- El Sobek acaba de desembarcar pasajeros, y ahoria mismo mi criado está embarcando sus equipiajes. En cuanto riposte combustible y embarquen los víveres, el capitán y la tripulación tienen orden de llevarnos sin escalas hasta Asuán. Imagino que no tardarán más de una hora. Me he gastado muchio dinero para conseguir este transporte y que sea para ustedes solos.

Miró luego a la occidental que vestia como una exploradora. Había visto muchas chicas blancas vestidas asi, para ir de paseo o a la excavación de su papi, el mecenas. No le causaban excesiva simpatía. Luego miró a la dama occidental, bellísima, y creyó ver que llevaba el mismo anillo que el caballero cristiano. Tipo con suerte, sin duda. Le habló con una sonrisa, conduciéndose con un tono más servil.

-Señora, Allah le ha concidido muchos dones, apiarte del obvio y casi lacerante a la mirada de este humilde servidor. Otro de ellos, innegablemente, es la agudeza. Sin duda podríamos desplazarnos más rápido en tren. Pero ya pensié en eso. La linia El Cairo-Asuán directio sale semanalmente, los lunes. Estamos a miercoles, si si han fijado... entosies, es más rapidio el río. Hay muchias linias de tren, podriamos conectar, pero el servisio se interrumpe por la nochie, por lo que con el barco ganiamos tiempo. Tiempo es oro, si.

Miró precisamente su reloj. Un reloj de bolsillo bastante barato, de los que había que darle cuerda cada dos por tres.

-Si no tienen más que disir, podremos ir embarquiando.

Notas de juego

Si vais a postear más dejadme un aviso en el off topic. Si no, tiro palante el martes, antes de irme a Toledo (hasta el jueves)

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05/11/2011, 23:31
Director

El lento viaje por el Nilo les dió tiempo para pensar, pero también para poner sus cosas en orden. La alocada carrera en "avión", tren y vapor les había mantenido ocupados hasta entonces, y con la mente puesta en las cosas concretas. Sus día ahora había discurrido por el rio de ríos, la joya de África, cuna de una de las mayores civlizaciones del mundo, cuyos impresionantes restos salpicaban el camino en forma de pirámides, estatuas colosales, templos precedidos por avenidas de esfinges y obeliscos que desafiaban al cielo y al tiempo.

Tambien tuvieron ocasión de ver el milenario labrar de aquellas tierras, donde los campesinos recogían papiro a la vera del rio, donde el verdor desafiaba al cercano desierto, visible desde la ribera. Ibis majestuosos posándose sobre enormes cocodrilos que pacían al sol, impávidos, como si todavía sus habitantes adoraran a los viejos dioses. Barcas de pesca, con la vela triangular blanca, surcaban las aguas del río, aguas donde nadaban no solo los peces, si no los niños que jugaban en la orilla, sin temor a los animales, pero con respeto.

El viaje del Sobek hasta Asuán estaba siendo largo, y no habían alcanzado las ruinas del antiguo templo de Ramsés II cuando la noche cayó, cubriéndolo todo con un manto de estrellas sobre un cielo claro. Para hombres como el doctor Ness, acostumbrado a la niebla y el cielo encapotado en su país natal, era un espectáculo inolvidable. Quizá por eso, Candance le regaló aquella noche con algo más que su cuerpo: una chispa de su alma casi inmortal.

Durand se había quedado dormido, con Adrienne apoyada en su pecho, todavía despierta, acariciando uno de sus pectorales al aire pensativo, mientras le sentía respirar. Vió a la señorita Sowreston caminar por el pasillo con una palmatoria en la mano, buscando la puerta de su camarote, pero no le prestó mayor atención.

Cuando Artemis abrió la puerta, despacio, risueña tras haberle echado un pulso a los marineros, apostar y ganar algunas libras, se dió cuenta de que aquella no era su habitación. En el interior, el capitán Tupolev miraba una vieja fotografía, de espaldas, y parecía que estaba llorando. El ruido le alertó, y rápidamente se giró, sin actitud hostil, a mirarla con ojos llorosos, que inmediatamente se limpió, excusándose. Guardó entonces la foto de su esposa, y le preguntó si deseaba dar un paseo por la cubierta.

Mientras, Adrienne ya había caído en brazos de Morfeo.

Notas de juego

Tengo que escribir unos cuantos mensajes más.

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05/11/2011, 23:53
Director

Había veces que no soñaba, y otras que lo hacía despierta.

Aquella noche, su sueño la llevó mucho más allá que la primera vez. Tras el caleidoscopio inicial, vió de nuevo aquellos retazos que la turbaron en casa de Candance: los soldados cargando bayoneta en ristre, surgiendo desde el polvo levantado en el desierto, mientras la máquina del tren disparaba sobre ellos con su cañón. Volvió a ver a Artemis al frente de los soldados, fusil en mano, dirigiendo la carga.

Se removió en el lecho, inconscientemente, mientras nuevas imágenes la asaltaban. El vampiro atacaba desde arriba, sin compasión. Despues, su mente pareció viajar, no muy lejos de allí, y vió a Durand peleando a espada contra un árabe, en una especie de ring improvisado en la arena.

Tambien vió un festival de color, color que surcaba el cielo en forma de puñados de algo parecido a polvo o harina, que manchaba las ropas blancas de las personas que bailaban a su son. La selva más inhóspita, y un templo en ella, cubierto por enrededares.

Y finalmente, le despertó un vértigo enorme, en el que creyó que caía desde gran altura... caía sobre París. Era un sueño extraño, quizá hasta para ella, y tardó un rato en calmarse. Durand seguía dormido, y le miró. Como siempre pasaba en esos casos, no necesitaba despertarle. Verle durmiendo así, plácidamente, la convencía de que realmente no pasaba nada. "Si él puede dormir así, yo también", pensaba. Se acurrucó un poco más, y procurando no reflexionar demasiado sobre sus sueños, consiguió dormirse otra vez, con no poco esfuerzo.

Como mujer pragmática, sabía que ya habría tiempo para pensar sobre aquello, durante las largas marchas por el desierto.

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06/11/2011, 00:06
Mijail Tupolev

Artemis no estaba segura de si deseaba tener una conversación con el capitán en ese estado. No era muy buena consolando a la gente, ya que su espíritu juguetón y algo inmaduro la llamaba instintivamente a huir del dolor y pensar en algo que pudiera animarla, con casi la misma facilidad con la que encontraba divertido, sin dejar de ser macabro, hacer daño a quien creía que se lo merecía.

Tupolev caminó por la cubierta, mirando al timonel de guardia, al que saludó con un asentimiento. Entre marineros, ciertas cosas iban de oficio. Luego, se apoyó en la barandilla, mirando el Nilo con aire reflexivo.

-Le ruego que no hable de esto con el comando, señorita Sowreston. Un líder debe ser fuerte, aunque por dentro el dolor le desgarre.

Suspiró, mirándola un momento.

-Le hablé de mi esposa, y mis hijos. Antes de partir a la misión del castillo de Neuschwanstein. También supo que el zar Nicolás estaba en París, y que yo me entrevisté con él -extrajo entonces un cigarrillo, ofreciéndole uno, y luego lo encendió y una calada antes de proseguir- Pues bien. El zar me dió malas noticias. Mi esposa falleció, por una enfermedad. Y no he podido despedirme de ella.

Dió otra calada, expirando el humo a la noche. Nunca lo había visto así, tan cercano y sincero. Le daba que pensar.

-No he querido decir nada, por que es lo que ella querría. Que siguiera adelante con todo esto. Ella creía... -parpadeó- Pensaba que este tipo de cosas, hacer el bien, estaba por encima de todo lo demás.

Tiró un poco de ceniza por la borda con un golpecillo de los dedos. Luego la miró, como reconociéndola de una manera diferente. Al cabo, sonrió con cierta nostalgia.

-No se si quería escuchar esto, pero hay algo en usted... Algo que me hace confiar.

La observó largo rato bajo el cielo estrellado del país de los faraones. África le sentaba bien. Se la veía con más luz en los ojos, con una sonrisa en los labios. Más bella. Se sorprendió pensando en ella en esos términos, en términos de la belleza de una mujer. Quizá alguien hubiera dicho que ella no era más que una chica "del montón", pero la conocía ya un poco, y sabía que no era para nada "del montón". Algo loca, quizá, pero valiente y de fiar. Un espíritu aventurero, inquieto. Un espíritu en el que se reconocía, muchos años atrás.

-Algo que me recuerda... -comenzó a decir, impreciso.

En realidad, no podía, ni debía compararla con nadie. Ni con Tatyana, ni con él mismo. Cada persona era un mundo en si misma, un mar por el que hombre se podía perder navegando si no tenía las cartas adecuadas. Intentó enfocar la conversación de otra manera, una más sana.

-Posee usted... -parpadeó, y se dijo que por esa noche, podía tutearla- Posees cualidades que admiro, Artemis. Valor, tenacidad, capacidad de sacrificio... Y al mismo tiempo, sueñas despierta, y eres optimista. Esas son las cualidades que siempre he buscado...

Iba a añadir "en una mujer", pero todavía era demasiado pronto para lanzarse al vacío de aquella manera. Quizá ella solo le respetaba como superior, o quizá él estaba intentando desterrar el dolor de una pérdida aferrándose a una idea descabellada, imposible.

-Espero que cuando todo esto acabe, usted sobreviva -dijo, volviendo a tutearla, y volviendo a mirar el agua del Nilo- Se lo merece.

Agotó la colilla, tirándola al río, y respiró hondo, como suspirando. Luego, apoyó una mano en su hombro, franco. Y por un momento, un brevísimo espacio de tiempo, la miró. Y sintió un impulso muy humano, que su parte racional le hizo alejar casi al instante. Miró hacia otro lado.

-Gracias por escucharme, es lo que necesitaba. Ahora concentrémonos en la misión. Buenas noches, señorita Sowreston.

Caminó hacia su camarote, y cerró la puerta, quitándose la chaqueta y acercándose al quinqué de petróleo que seguía encendido al lado del pequeño espejo donde se acicalaba. Su mano se detuvo entonces, y admiró aquel reflejo de si mismo, ensinismado de alguna manera por su imagen especular, y lo que esta reflejaba. Y se sorprendió, y mucho, al tener la certeza de que volvía a estar enamorado.

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06/11/2011, 00:32
Director

Dongola era una localidad bulliciosa en el Sudán controlado por los británicos, cerca de la frontera y la guerra. Habían llegado allí en tren y posteriormente en barco, cruzando otras dos cataratas desde Asuán. Era aquel un pueblo comercial, al abrigo del Nilo, que en aquellas latitudes era algo más salvaje que en Egipto.

Las gentes que allí vivían eran mezcla, parte árabes y parte negros, aunque Sudán era fundamentalmente territorio de raza negra. La explicación estribaba en el propio carácter comercial, y la cercanía a Egipto, de importante población de rasgos norteafricanos.

Los viajeros desentonaban, pues, en aquel paisaje y paisanaje. Por eso les habían remitido al único lugar "civilizado" en términos coloniales, un edificio que era el mismo tiempo cuartel de la policía montada y central de telégrafo. Allí, Tariq intentó informarse de la posición del ejército británico, pero no obtuvo más que vaguedades. Obviamente, se trataba de un secreto militar.

Un tanto desilusionados por la falta de noticias, salieron al zoco, donde Tariq se enfrascó en la compra de unos camellos, discutiendo durante horas con el vendedor, y poniendo a prueba sus nervios y paciencia. Incapaces de soportar el sol a cuerpo gentil tanto rato, se retiraron a la sombra de un toldo, cercano a un pozo.

Un pozo donde, casi por casualidad, llegó un soldado británico con un cansado caballo, al que puso a beber, secándose el sudor. Vieron que llevaba el uniforme del cuerpo de correos.

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06/11/2011, 00:44
Director

Adrienne estaba extraña, y Durand lo notaba. Algo esquiva, más reflexiva que de costumbre. Le contestaba con monosílabos y tenía pocas ganas de comer.

En un principio, lo había atribuído al calor africano. Pero poco a poco fue convenciéndose de que cometía las pequeñas faltas que la caracterizaban, cuando trataba de ocultarle algo. Y eso le daba que pensar.

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06/11/2011, 00:53
Abdul

El joven Abdul correteó entre las casas, esquivando a unas ovejas que salían a su paso con su andar indiferente. Mujeres con cántaros de agua en la cabeza iban y venían al pozo, mientras Ness se abanicaba con el sombrero de paja que tenía en la mano. Hacía un calor de mil demonios.

El joven criado regresó al cabo, portando una tetera de latón que parecía pesar bastante. Saludó con una sonrisa a Candance, que le había caído muy bien durante el viaje, al hacerle regalos y darle un poco de dinero para que se comprara golosinas.

-Karkadé, señora -dijo, levantando el recipiente- Les refrescará.

Aquel niño era un cielo.

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06/11/2011, 00:56
Mijail Tupolev

El ruso estaba vestido como si fuera a cazar leones a la sabana. Su "modelito colonial" trataba de parecer británico, con camisa de manga corta color caqui, pantalones blancos, botas y un salacot. Se limpiaba el sudor con un pañuelo, y miraba el reloj, hastiado por tanto retraso. Pero, al no conocer su destino, la pérdida de tiempo era casi irrelevante.

El soldado parecía prometedor, así que echó una mirada a Artemis. Todavía se avergonzaba un poco de lo que habían hablado la noche del Sobek.

-Vaya a ver si sabe algo de Kitchener. Yo iré a recordarle a nuestro "queridísimo guía" que el tiempo es oro.

Sin más, echó a andar hacia el otro lado del zoco, donde estaban Tariq y el camellero.

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06/11/2011, 22:36
Artemis Marie Sowreston

Asintió ante la indicación de Tupolev, aunque apartando la mirada del Capitán todo lo que pudo sin ofenderle. Se alegró de tener algo que hacer, estaba acostumbrada a moverse siguiendo su propio ritmo sin esas largas esperas y sin depender de nadie, menos aún un sirviente. Su buen humor habitual se había tomado un descanso esa mañana y estaba huraña, así que probablemente no se plantó con lo que ella creía su mejor sonrisa delante del soldado.

- Buenos días, soldado. - saludó, intentando acentuar su acento inglés. Sacó su petaca y se la ofreció, con un gesto amable aunque torpe - Parece agotado, tómese un trago. - dijo solícita - No sabía que había más compatriotas por aquí, en este lugar abandonado de la mano de Dios. ¿Qué hace por aquí? - preguntó con tono inocente - Oh, ¡no me diga que hay algún enfrentamiento por aquí! - puso cara de espanto - Venga, venga conmigo, - lo cogió del brazo - ¡tiene que informarnos de cualquier posible peligro! - suplicó.

Con cuidado, redirigió al soldado hacia el grupo, esperando que no pusiera resistencia a una damisela en peligro. Por desgracia ella no era demasiado buena en cuanto a sonsacar información, al menos sin infligir ningún tipo de daño, así que rezó para que la presencia de las otras dos damas jugara a su favor. Al fin y al cabo, las dos eran bastante más exuberantes que ella, y los hombres parecían apreciar el mirarlas, despistándose y haciendo más fácil que hablaran.

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08/11/2011, 20:17
Adrienne Rosseau

Las visiones se habían ido sucediendo, cada vez más frecuentes. Cada vez más extrañas. No le había dicho nada de ellas a su amado Durand, consciente del escaso sentido de las mismas. Sin embargo, a lo largo de la ruta inicial había estado meditando sobre el posible significado de ellas, sin llegar a conclusión alguna. Al menos que fuera satisfactoria. Pero cada vez sentía más y más la neceidad de compartirlas con el resto. Sabía que solían ser cascadas de imágenes incontroladas pero también sabía que encerraban retazos de un futuro posible.

Pero ahora se hallaba sentada sobre una bala empaquetada de algodón egipcio, abanicándose con la mano y sintiendo cómo el sudor caía en finos hilos por su espalda. No, aquel no era el clima al que estaba acostumbrada y su piel había empezado a adquirir una tonalidad cobriza que no le desagradaba pero que se alejaba de los cánones de belleza parisinos. Pero la visión de toda aquella actividad la mantenía fascinada y la febril agitación del zoco, visible incluso bajo el toldo en el que trataban de huir del implacable sol, atraía toda su atención. Quizás por ello no fue consciente del movimiento de Tupolev ni de la razón del mismo hasta que le escuchó. En silencio, siguió tanto ls pasos de él como de Artemis cuyas masculinas formas encerradas en un cuerpo femenino, siempre tenían la virtud de arrancarle una sonrisa.

La escuchó hablar con el recién llegado soldado, aunque solo le llegaron las palabras de ella, voluntariamente más altas para que pudieran ser escuchadas así como su teatral gesticulación.

-Bien fait, mademoiselle Artemis -murmuró para sí cuando la vio arrastrar al soldado hasta su posición y vio la mirada que les dirigía y que supo interpretar rápidamente. Se volvió hacia su marido para hablarle en un tono íntimo que nadie más pudiera escuchar -. Durand, querido, hazte cargo del caballo del soldado. Esta es tarea nuestra.

Adrienne se puso en pie y plisó con la mano su falda, al tiempo que hacía aparecer un gesto de preocupación en su rostro, mostrando haber oído a su compañera.

- Por aquí, por favor -dijo Adrienne que se había adelantado hasta Artemis y tomaba del otro brazo al soldado -. Siéntese aquí. Bajo el toldo. En esta bala de algodón. Parece agotado, monsieur -el acento francés de la señora Rosseau se había vuelto más marcado -. No, no admitiré un no. Artemis, ¿licor de la petaca? ¿Con este calor? Este buen soldado lo que necesita es agua -el tono era falsamente admonitorio -. Beba caballero -señaló tendiendo una cantimplora -. Con cuidado. Poco a poco. Pero dígame, ¿hemos oído bien?¿Hay lucha?¿Guerra? Oh, mon Dieu -exclamó y haciendo ver que aquella noticia la afectaba, se sentó junto al soldado sobre la bala de algodón. Era muy consciente de que aquel hombre lo más femenino que habría visto en los últimos meses debían ser las ancas de su propio caballo. De hecho, contaba con ello -. Díganos, ¿estamos en peligro?¿La batalla está cerca? -su mano se posó sobre el antebrazo del correo, apretándolo levemente -. Oh, monsieur, usted es un correo. Lo veo por su uniforme. Ayude a unas damas en esta tierra tan hostil como hermosa. Díganos, cuéntenos -la oscura mirada sombreada por largas pestañas de Adrienne se clavó en el soldado, como la de una gacela asustada. Su boca, levemente entreabierta, jadeaba suavemente haciendo que su pecho se agitara al compás.

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10/11/2011, 22:16
Durand Rosseau

El río resultaba fascinante. Durante el viaje intenté disfrutar de las vistas privilegiadas desde cubierta, contemplando el valle del Nilo y sus orillas verdes y llenas de vida, contrastando con las extensiones agrestes de tierra árida y arenosa que se adivinaban en el horizonte. No era de extrañar que los egipcios centrasen su vida alrededor del río. Es obvio que éste no era un viaje de placer, pero como si me estuviese preparando disfrutando de la calma que antecede a la tempestad, traté de disfrutarlo. Todo sería distinto al llegar a nuestro destino, tanto las gentes como el paisaje.
Desgraciadamente había demasiadas cosas rondando por mi cabeza. Cosas que no me apetecía recordar, pero que aparecían para atormentarme.
Y luego estaba Adrienne. Parecía que el clima de África la estaba afectando. Su piel blanca emepzó a broncearse, algo que me resultaba terriblemente sensual en una mujer, aunque de ningún modo se lo podría confesar a Adrienne, pues esos rasgos en una dama no eran bien vistos en Paris. Lo preocupante, sin embargo, era su actitud. Algo le ocurría. Pero fuese lo que fuese, no parecía el momento de hablarlo, pues en ningún momento se sinceró conmigo. Conociendo a Adrienne, simplemente debía darle tiempo. O resolvería el problema o buscaría el momento adecuado para conversar sobre ello.

Una vez en Dongola, todo lo que nos rodeaba se parecía más a la África que esperaba encontrar. Siempre es difícil adaptarse; pero justamente tiempo no era lo que nos sobraba. Y parecía que localizar la posición del ejército británico iba a ser complicado. Aunque esa sensación se moderó en cuanto apareció un soldado uniformado del Cuerpo de Correos. Artemis y mi querida Adrienne se lanzaron sobre el desdichado como las leonas de la savana sobre una grácil gacela.
Una mirada fue suficiente para adivinar sus intenciones. Hice lo que me pedía Adrienne, asintiendo y disimulando. Ese inglés no sabía lo que le esperaba, y si alguien podía sonsacarle, esas serían la señorita Sowreston y Adrienne...

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12/11/2011, 18:20
Cabo Barnes

El correo las miró con una sonrisa. No era todo los días que uno se encontraba a dos occidentales jóvenes en medio de un poblado sudanés, que le invitaban a uno a sentarse y beber. La verdad es que se sentía algo aturullado por tanta atención, cuando todavía no había llevado el despacho al telégrafo.

Era un hombre rubio, menudo de cuerpo, con patillas y bigote, ojos claros. Les habló con una voz algo rasposa, sin duda propia de un hombre que fumaba demasiado.

-Por Dios, ¿No saben nada de la guerra? -preguntó, sorprendido- No deberían ustedes estar aquí, tan cerca del territorio controlado por el Mahdi.

Bebió un poco, y se secó el bigote con el dorso de la mano.

-Pero no se preocupen, el ejército inglés está cerca, a unas millas, en marcha hacia el enemigo, que se está replegando. De allí vengo, de la mismísima tienda de lord Kitchener...

Sonrió, pero luego miró su reloj de bolsillo, y al puesto de telégrafo. Parecía que iba a excusarse de un momento a otro.

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13/11/2011, 12:29
Adrienne Rosseau

Adrienne miró significativamente a Artemis y a Candence. Estaban cerca de conocer aquello que habían venido a buscar. La localización de Lord Kitchener, el enviado de la reina Victoria para aplastar al movimiento derviche y detener las ambiciones de las potencias extranjeras. Aquel que, de acuerdo con las instrucciones de Lord Talbot debería servirles de guía hasta Meröe. Aquel que les abriría el camino para acceder al topacio de Candence y frustrar así el potencial objetivo de la orden de Thule. Sin embargo, abordar al correo exigiendo su posición sin desvelar otros motivos que la necesidad de ver al sirdar, no era el camino.

-Oh, sí, monsieur, lo sabíamos pero no pensamos que estuviéramos tan cerca del frente o de los conflictos. Y esto es Dongola. Creíamos que estaríamos protegidos en el peor de los casos -Adrienne frunció el ceño con gesto preocupado -. Y nosotros debemos seguir viaje. Es imperativo. Dígame, oficial, ¿dónde está exactamente Lord Kitchener y sus fuerzas? Se lo pregunto para no ir en su dirección si tal y como señala se están enfrentando a las fuerzas del Mahdi.

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14/11/2011, 03:20
Madame Alika

Candance encontró a Irving absorto mirando el cielo estrellado.
Por primera vez en días, desde la muerte de Prudence, su expresión no era grave y hermética. Se había esforzado por ser dulce con ella pero la tristeza y la preocupación se veían en su cara claros como el día. Disfrutó de la estampa por unos instantes.
-La misma cara debió poner el primer hombre que se puso en pie ¿Que puede haber mas hermoso que las estrellas?
El escocés respondió de forma automatizada y algo ácida
-Pensaba que eras religiosa ¿El señor Darwin no contraviene algún tipo de “génesis” zoroastrista?
-Quien tome un libro sagrado por un libro de historia es un completo idiota

Respondió con sorna. A ambos se les escapó una risilla.
-Es emocionante pensar que este mismo cielo lo vieron los faraones, los sumerios...
-Prue nunca lo verá

Sentenció el doctor como el plomo. Candance apretó los labios y posó su mano sobre la de su novio intentando insuflarle fuerza mientras contenía la propia emoción. La visión del funeral fue un descargo para su conciencia pero no la liberó de la pena, siempre la tenía en el pensamiento y sus oraciones. Lamentaba la vida que le habían robado, crecer, ver mundo enamorarse, aventuras, desventuras, vivir... y que nada se podía hacer por que ninguna venganza vale lo que una vida sesgada.
El mutismo de Ness llegó a su fin derramado en unas pocas y pesadas lágrimas que ocultó tras su mano en un ademán característicamente masculino. Se soltó de su pareja y golpeó el pasamanos de la borda con fuerza
-¡Maldita sea!
Alarmada por el explosivo desplome de Irving, Candance, se apresuró a colocarse frente a él y abrazarlo.
-Es..esto...es... No... sirvo para nada... no pude hacer nada para salvarla. Dime ¿Que hago yo aquí?
Extendio las manos hacia ella, como vacías, impotente. Casi con devoción tomó las manos de su novio entre las suyas y las besó, las acarició con sus mejillas y quedó cabizbaja. Despues de una breve pausa las palabras salieron de sus labios como dagas con un tono que al doctor le sonó espeluznantemente familiar.
-Nuestro trabajo no es evitar lo inevitable, si no hacer lo que tenemos que hacer. Y eso es acabar con aquellos que, sin escrúpulos, son capaces de asesinar a una niña inocente con tal de lograr su objetivo ¿Que no harán en su empeño?...
Hubo otra pausa en la que pareció estar en silencio hasta el Nilo y luego levantó la vista hacia él
-Salvar a Prue no estaba en tu mano pero a mi si. De no ser por ti en el castillo... no habría dudado en hacerlo saltar por los aires y acabar con todo... Eres... un regalo del cielo...
Se quedó sin palabras.
Irving estaba fascinado, parecía como si todo el universo se reflejara en sus ojos, apabullante y mágico, profundamente intenso como todo lo que la rodeaba. En otro momento de su vida estaría aterrorizado pero ahora lo único que deseaba era abrazarla, abrazarla con todas sus fuerzas.


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Esa noche hicieron el amor como hambrientos que asisten a un banquete lleno de exquisiteces.
Candance no se levantó al amanecer como acostumbraba, prefirio volver a dormir en el regazo de su novio acunados por el balanceo del rio, suponía que al abandonar el barco no volverían a tener intimidad en una buena temporada.


La turca se removió enroscandose aún más y la caricia de su piel desnuda despertó a Irving. Este se restregó los ojos con la mano que tenía libre y la vio dormida con el pelo desordenado y el maquillaje difuminado y aún así le pareció preciosa. Con el otro brazo la apretó un poco contra si y la besó en la coronilla. Era tan suave, tan delicada, que le parecía imposible que fuera ese ser poderoso que decía ser, todo era nuevo, extraño e increible en lo que a su relación se refería. Se paró a pensar como habría sido su noviazgo con cualquier otra chica al uso y se le antojó taaaan aburrido, sonrió “Esto es de locos”. La mujer con la que soñaban todos los hombres de Europa, incluso sus amigos y los maridos de sus pasados amores estaba entre sus brazos y le quería, a él, al  loco, al don nadie, al torpe y ridículo doctor Ness, de todos los hombres en el mundo ese precioso ser le había elegido a él y él también la quería con locura, y eran tan feliz!
El alba empezó a dibujar las curvas de sus cuerpos entrelazados titilando en “la lágrima” y en su colgante de Ahura Mazda, la miró tiernamente con la certeza de que con ella a su lado era capaz de todo, y él, que no era muy de pensar en Dios, cerró los ojos empezando a creer en algunas cosas.

Notas de juego

Para el Doc.:

Targul me comentó que postearías este finde y por eso he esperado para poder publicar.

También le comenté lo de que pnjotizaba un poco al doctor, si hay algo que no te guste, no encaje o simplemente no te mole, dímelo y lo arreglo o lo borro. Espero que no te moleste